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Mario Paciolla: justicia para un poeta

“No me creo la tesis del suicidio por soledad y depresión”, afirma en este texto la periodista Claudia Julieta Duque, amiga del voluntario encontrado muerto en San Vicente del Caguán.

Claudia Julieta Duque / Especial para El Espectador
22 de julio de 2020 - 03:45 p. m.
El alcalde de Nápoles, Italia, Luigi de Magistris, pide verdad y justicia por la muerte de Mario Paciolla en San Vicente del Caguán, Colombia.
El alcalde de Nápoles, Italia, Luigi de Magistris, pide verdad y justicia por la muerte de Mario Paciolla en San Vicente del Caguán, Colombia.
Foto: Tomada de la cuenta de Twitter del alcalde de Nápoles (@demagistris)
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No habían pasado 24 horas de la entrega en Nueva York del último informe de la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Colombia cuando una de tus compañeras de trabajo te encontró muerto, mi amigo poeta y periodista, en tu casa de San Vicente del Caguán. Ese informe debía recoger tus hallazgos como voluntario de esa organización en el departamento del Caquetá, pero, tal y como pasó con tu muerte, la ONU guardó silencio.

Y es ese silencio, indigno de ti y de nuestra realidad, el que me obliga a escribir, a intentar romper con palabras el nudo que aprieta mi garganta desde que supe que una soga asfixió la tuya hasta dejarte sin vida en la madrugada del miércoles 15 de julio.

La hipótesis del suicidio resulta inverosímil para quienes conocimos tu vitalidad, tu sonrisa y también tus críticas a la Misión cuando un compañero enfermaba de dengue y pasaba el tiempo sin que fuera evacuado a otra ciudad para recibir atención médica adecuada. Te preguntabas qué pasaría si te picaba una culebra, si te enfermabas de gravedad en San Vicente. Ya habías planeado a quién acudir en caso de que algo así te sucediera: no sería a nadie al interior de la ONU, pues te preocupaba que la paquidermia burocrática te dejara aún más expuesto que una enfermedad o un accidente.

Ese amor propio se contradice con la idea de que fueses capaz de arrancarte la vida en un lugar tan lejano de tus amigos, familia y amores, y de tu Nápoles del alma, a donde partirías el 20 de julio para limpiarte en las aguas del Tirreno toda la suciedad que te había ensombrecido en las últimas semanas.

Semanas atrás habías desasegurado el candado que protegía la reja del techo que daba a la azotea del pequeño edificio donde vivías, en prevención “por si alguien” venía por ti. ¿Es allí donde te encontraron? No lo sabré, al menos por ahora, porque jamás te visité, ni en San Vicente ni en Nápoles, como estaba acordado.

“Vedi Napoli e poi muori” (ver Nápoles y después morir). Siempre me repetías esa melancólica frase para recalcarme la promesa que nos hicimos en el 2018, cuando dejaste Brigadas Internacionales de Paz y yo viajé a Holanda para tomar un respiro ante una nueva avalancha de amenazas: a tu regreso a Italia yo iría a visitarte.

Aunque tu contrato en la Misión expiraba el 20 de agosto, algo pasó el 10 de julio. Ese día tuviste una fuerte discusión con tus jefes, según le contaste al día siguiente a Anna Motta, tu madre, mientras le anunciabas que habías adelantado tu viaje. Te sentías asqueado.

Durante esos últimos días insististe mucho en que ya no era seguro para ti permanecer en Colombia ni en la Misión. Por eso abriste ese candado y empezaste a preparar tu salida. El miércoles 15 tendrías que haber viajado a Bogotá para iniciar el retorno. Debías tramitar el permiso para viajar en el vuelo humanitario del 20, un trámite fácil para un funcionario internacional.

Tu Whatsapp personal estuvo conectado hasta el 14 julio a las 10.45 de la noche. Lo que pasó desde entonces hasta que tu cuerpo fue encontrado por otra exbrigadista y voluntaria en la Misión a la mañana siguiente es un enigma. A ella la llamé tan pronto me enteré de la noticia, el 16, para darle mis condolencias, pero yo misma estaba ahogada en llanto. “Mario te apreciaba mucho, siempre hablaba de ti. Yo sabía que ustedes seguían en contacto”, me dijo, y yo solo atiné a pedirle que intentara rescatar de tu computador los poemas que habías compilado y querías publicar en Italia.

La tercera semana de junio, en una reunión informal en Florencia --capital del Caquetá, donde opera la Oficina Regional (OR) de la Misión de la que depende la Suboficina del Caguán-- una compañera de trabajo te acusó de ser un espía.

Lo dijiste entre risas, porque siempre te burlabas del absurdo. Hoy, con tu sonrisa apagada por tu violenta y súbita partida, me pregunto si esa no fue una primera señal del peligro que corrías. ¿Qué pasó ese día, quién te señaló de tan grave manera, qué medidas tomó Sergio Pirabal, jefe de la OR, excompañero mío en la Comisión de la Verdad de Guatemala?

También entre risas comentaste la reciente anotación en tu hoja de vida por manifestar tu desacuerdo con la forma, para ti discriminatoria, con que la Misión estaba manejando la pandemia. Mientras a otros funcionarios se les facilitaban viajes y medidas de teletrabajo, para los voluntarios la norma fue la soledad y el aislamiento.

Tú eras de aquellos que se ríen de las cosas serias, como cuando me confesaste que bajo un seudónimo publicabas reportajes sobre Colombia para una revista italiana. Estos días, buscando pistas, volví sobre tus artículos, pero el último de ellos es de junio de 2018. Es claro que jamás violaste los principios de la Misión: desde tu ingreso dejaste de escribir.

No. No me creo la tesis del suicidio por soledad y depresión que varios de tus amigos quieren comprarse para dar trámite a su propio dolor. Tampoco me creo que una autopsia demore 10 o 20 días. Tal vez los análisis toxicológicos, pero el examen forense ya debe estar listo y tendría que ser dado a conocer por el Instituto Nacional de Medicina Legal.

(También puede leer: La extraña muerte de un voluntario internacional)

Sé de tus disgustos internos con una organización que en su informe de 2019 sólo mencionó en un párrafo de seis líneas el bombardeo militar en que murieron 18 niños y niñas reclutados por las disidencias de las Farc, varios de ellos rematados en tierra, hecho que determinó la salida del entonces ministro de Defensa, Guillermo Botero.

Sé que documentaste más casos de ese tipo, así como el desplazamiento forzado de las familias de los niños víctimas y el asesinato de varios más. Sé que te molestaban la suavidad del tono de los informes de la ONU, la compleja relación de algunos miembros de la Misión con la fuerza pública, la contratación de civiles que venían de trabajar para las fuerzas militares, la pasividad de esa organización frente a bombardeos contra civiles en el sur del Meta y el aumento de los asesinatos selectivos de excombatientes de las Farc.

Llevabas meses esperando la activación de una tercera alerta temprana de la Defensoría del Pueblo para San Vicente del Caguán. Esta semana, Mateo Gómez Vásquez, coordinador del SAT a nivel nacional, me confirmó que en aproximadamente un mes saldrá la alerta, cuyo énfasis será sobre el crecimiento de las disidencias de las Farc al mando de alias Gentil Duarte y las nuevas dinámicas del conflicto en esa región del país.

Pero esta vez la alerta será tardía. De acuerdo con la última conversación que tuviste con tu madre, el 10 de julio te metiste en “un lío” con tus jefes, que no dudo en afirmar fue el detonante que desencadenó en tu suicidio simulado.

Desde hace una semana tu nombre da vueltas en mi cabeza junto a las expresiones “investigación exhaustiva”, “inmunidad diplomática” y “extrañas circunstancias”.

Dueles en el alma, Mario Paciolla. Como brigadista tú salvaste mi vida. Hoy hay una sola forma de saldar esa deuda: buscar la verdad sobre tu muerte.

Por Claudia Julieta Duque / Especial para El Espectador

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