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                                                                                                                                Mingas: compleja historia de identidad y resistencia indígena

                                                                                                                                El movimiento social que llega a Bogotá, producto de profundas raíces culturales, fue potenciado por la exclusión estatal y los procesos de violencia del país. Reconstruimos 30 años de manifestaciones. El Gobierno nacional está abierto al diálogo.

                                                                                                                                Nelson Fredy Padilla * / @NelsonFredyPadi o npadilla@elespectador.com

                                                                                                                                La minga indígena en su recorrido desde Armenia hacia Ibagué, rumbo a Fusagasugá y luego a Bosa, al sur de Bogotá.
                                                                                                                                Foto: Diego Cuevas
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Admitieron que miembros de sus comunidades habían sido corrompidos y eran parte de esas organizaciones al margen de la ley. Asistí al juzgamiento de dos de ellos acusados de pertenecer a las Farc. Y para evitar que terminaran matándose entre ellos y que la Policía Antinarcóticos fumigara con glifosato sus territorios, fui testigo de cómo se repartieron el patrullaje de veredas a través de mingas zonales, en busca de cultivos y laboratorios de procesamiento de opio, y cómo expulsaron a narcotraficantes llegados del Valle del Cauca a municipios como Almaguer. Todo con el poder del trabajo en equipo, sin violencia de por medio, pero incluyendo el desmantelamiento de los campamentos y la incineración de los insumos de los mafiosos, que luego se vengarían de ellos con masacres y asesinatos selectivos.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                En aquella marcha también estaba Luis Acosta, entonces joven guardia indígena y profesor del corregimiento Huellas, municipio de Caloto, y ahora jefe nacional de la Guardia Indígena, encargada de liderar la minga que hoy llega a Bogotá. Desde entonces lo he visto al frente de la seguridad de todas las manifestaciones y le pregunto por qué la situación sigue igual o peor que en los años 90. Me responde desde la caravana: “Porque no hay una política acertada hacia los pueblos. Todos los gobiernos se han dedicado a otras cosas menos a atender las necesidades básicas de las comunidades. Recuerdo que en el 92 hicimos esa gran campaña y la respuesta fue que nos maltrataron, nos golpearon, mientras reclamábamos alternativas de desarrollo, esperanzados con la nueva Constitución. Y de ahí para acá la arremetida ha sido muy fuerte, siempre queriendo acallarnos con una política militarista errada”.

                                                                                                                                Desde entonces la misma minga reivindicativa se ha repetido año tras año, gobierno tras gobierno, sin que las culturas indígenas sean realmente incluidas como actor integral de la nación. Terminé de entender su admirable capacidad de trabajo comunitario viajando a las escarpadas montañas del norte del Cauca a conocer el Proyecto Nasa, ganador del Premio Nacional de Paz en el año 2000, ejemplo de cómo construir un tejido social autosuficiente defendiendo la neutralidad en medio del conflicto. En junio de 2001 asistí a una minga en la vereda La María, en Piendamó, lugar sagrado donde los paeces se reúnen en asamblea general para moldear su “plan de vida”. Estuvo invitado el “superjuez” español Baltasar Garzón, que dedicó una mañana a escuchar las denuncias de los indígenas sobre los atropellos de la guerrilla, los paramilitares y la Fuerza Pública. Lo impactó el relato de los sobrevivientes de matanzas como la del Alto Naya, donde un centenar de personas fueron asesinadas por paramilitares, y la de El Nilo, donde 20 paeces más fueron sacrificados por narcotraficantes que les querían arrebatar una finca. (El drama de los indígenas wounaan desplazados por la violencia a Bogotá).

                                                                                                                                Le entregaron expedientes judiciales completos para que desde su posición de juez transnacional les ayudara a que se hiciera justicia por los crímenes en su contra. Garzón les dijo que lo que les había sucedido “es más grave que las caravanas de la muerte del dictador chileno Augusto Pinochet” y, aunque les advirtió que no tenía competencia para investigar estos casos, se comprometió a que los pondría en conocimiento de la Corte Penal Internacional.

                                                                                                                                A pesar de que el Estado colombiano fue condenado por la matanza de El Nilo y la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenó que los indígenas del norte del Cauca fueran indemnizados, el cronograma de asignación de tierras que ordenó la sentencia fue incumplido gobierno tras gobierno. Por ejemplo, en 2005 el gobierno de Álvaro Uribe debía comprar 15.663 hectáreas para los nasas y les debía 2.300, sin importar el acta de compromiso firmada por el exministro del Interior y de Justicia Sabas Pretelt, durante un acto en la finca La Emperatriz, el lugar donde se planeó la masacre.

                                                                                                                                Por eso los nasas bajaban en minga y cortaban la caña que los terratenientes sembraban en ese lugar ancestral. El 8 de marzo de 2008 la entonces viceministra del Interior, María Isabel Nieto, estuvo en el corregimiento de Huellas y allí volvió a comprometer al Gobierno no solo en materia de tierras, sino en mejorar la asistencia en salud, educación y producción económica. Tampoco cumplió. Así lo denunció el Acuerdo de Cooperación 2008-2009 entre el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN), donde se lee: solo el 40 % de las tierras recibidas por los nasas entre 1991 y 2005 eran aptas para la producción agrícola. El 60 % restante son “áreas con fuertes pendientes, sitios sagrados y zonas erosionadas”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Según Ezequiel Vitonás, exalcalde Toribío y a quien acompañé en otra de esas jornadas, “el incumplimiento de los deberes del Estado no ha sido solo de los funcionarios de turno, sino de dirigentes políticos regionales, algunos acusados de nexos con paramilitares, que se han empeñado en que a los indígenas del Cauca no se les entregue ni una hectárea más de tierra”. Así lo manifestó en reacción a las marchas de las comunidades del Cauca el hoy condenado Andrés Felipe Arias cuando era ministro de Agricultura del gobierno Uribe.

                                                                                                                                Después de centenares de muertos en medio del fuego cruzado, volví a encontrar a los nasas con la misma coherencia social y política en la minga de Piendamó de 2009. En torno a una olla gigante de delicioso mote, le actualizaron y entregaron el expediente de sus desventuras al relator de las Naciones Unidas (ONU) James Anaya. Hubo más comunicados y medidas poco efectivas. Vitonás me dijo: “No sé cómo no estamos muertos a pesar de tanta acción humanitaria que hemos hecho”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Enumeró las mingas con las que expulsaron, una y otra vez, a guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes. A las Farc y al Eln los obligaron a devolver secuestrados, a respetar a la población indígena, a no reclutarla ni a violar sus derechos. Las mingas incluían desmantelar las trincheras que el Ejército Nacional insiste en montar en zonas sagradas donde los indígenas realizan rituales de respeto a la Madre Tierra. Feliciano Valencia, otro de los líderes paeces más importantes del norte del departamento del Cauca y que también lidera el actual movimiento, fue acusado del secuestro de un cabo del Ejército de origen indígena, descubierto vestido de civil y portando artefactos militares en un resguardo. Se había infiltrado en la minga de octubre de 2008 y fue juzgado antes de ser entregado a la Defensoría del Pueblo. También hay mingas para desactivar minas antipersonales o para pintar señales en casas, escuelas y puestos de salud que las identifican como zonas protegidas por el Derecho Internacional Humanitario. Como los ataques no cesan, las cruzadas, kwe´sx txiwe nwe´way (en defensa de nuestro territorio) siguen en pie.

                                                                                                                                Los reclamos que oí aquellas veces, y en al menos dos mingas más a las que asistí hasta 2015, son los mismos o más graves: respeto a sus costumbres, leyes y resguardos, presencia integral del Estado, protección ante el avance de grupos armados ilegales, ahora disidencias de la exguerrilla Farc, que actúan como carteles del narcotráfico, y paramilitares, también mafiosos, como las Autodefensas Gaitanistas o el Clan del Golfo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El olvido estatal y la necesidad de autoprotección los ha llevado de una dimensión regional de movilización a una nacional, según Luis Acosta. “En esa época las mingas eran ocasionales y la guardia semipermanente, pero desde 2001 me asignaron la responsabilidad de crear un cuerpo permanente. Dejé la tiza y el tablero, cogí el bastón y empecé con 7 mil indígenas del Cauca. Ahora coordino a 70 mil en 29 departamentos del país”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Acosta llega hoy a Bogotá al mando de 8 mil protestantes, luego de haber pasado por Armenia, Ibagué y Fusagasugá, antes de llegar a Bosa, sur de la capital del país. Convocó a 12 mil más, provenientes del Valle del Cauca, Caldas, Tolima, Huila, Quindío, Risaralda, Antioquia y pueblos originarios del Caribe, con los que aspira a encontrarse el lunes para caminar hasta el centro de Bogotá y reclamarle al gobierno de Iván Duque -que el viernes se declaró abierto al diálogo- garantías de participación democrática, desarrollo rural, protección del medioambiente, en especial de las fuentes de agua, educación y, sobre todo, “protección de la vida de nuestros líderes y comunidades, cada vez más afectadas por asesinatos y masacres”. Según Indepaz, cerca de 300 indígenas han sido asesinados en el país desde 2016, más de 40 líderes este año, la mayoría en el Cauca.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por eso su mecanismo más efectivo de defensa y manifestación es la minga: “Es hoy, más que nunca, toda una institución para la protección de nuestra identidad y nuestros territorios. Es uno de los baluartes de nuestra cultura, porque no es solo para exigirle al Gobierno que nos atienda y proteja, sino un encuentro para fortalecernos como organizaciones sociales y en el que compartimos pensamientos, escenarios, proyectos de vida y resistencia con movimientos afros y campesinos con los mismos intereses. Es el congreso de nuestra gente, porque tener un senador indígena no es nada comparado con una minga”. Los voceros aseguraron a El Espectador que, como siempre, avanzan desarmados y en actitud pacífica. Descubrieron y denunciaron a tres infiltrados que pretendían relacionarlos con grupos al margen de la ley.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Paradójicamente, los primeros seis meses de la pandemia por el nuevo coronavirus concentraron a las comunidades indígenas en sus territorios y cultivos, y esa producción facilitó la organización de esta minga. “El confinamiento nos puso a sembrar, volvimos al valor del cultivo, a la aguapanela con urusú y limoncillo, a los mercados internos, al trueque, a la solidaridad que llevó a nuestros cabildos y gobernadores a pedirle a cada miembro de la comunidad que aportara lo que tuviera. Di bultos de choclo, yuca y maíz, además de mi trabajo con la Guardia”, destaca Acosta.

                                                                                                                                En esa actitud llegan a Bogotá a ritmo de tambores y pitos, cantando el Himno de la Guardia Indígena, que fue grabado por primera vez en estudio y será presentado mañana lunes y durante el paro nacional convocado el 21 de octubre al que se sumará la minga.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Dice el coro: “Guardia, guardia. Fuerza, fuerza. Por justicia y supervivencia hoy empuñan los bastones. Son amigos de la paz, van de frente con valor y levantan los bastones con orgullo y sin temor. Pa delante compañeros, dispuestos a resistir, a defender nuestros derechos así nos toque morir por mi raza, por mi tierra”.

                                                                                                                                * Editor de El Espectador.

                                                                                                                                La minga indígena en su recorrido desde Armenia hacia Ibagué, rumbo a Fusagasugá y luego a Bosa, al sur de Bogotá.
                                                                                                                                Foto: Diego Cuevas
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Admitieron que miembros de sus comunidades habían sido corrompidos y eran parte de esas organizaciones al margen de la ley. Asistí al juzgamiento de dos de ellos acusados de pertenecer a las Farc. Y para evitar que terminaran matándose entre ellos y que la Policía Antinarcóticos fumigara con glifosato sus territorios, fui testigo de cómo se repartieron el patrullaje de veredas a través de mingas zonales, en busca de cultivos y laboratorios de procesamiento de opio, y cómo expulsaron a narcotraficantes llegados del Valle del Cauca a municipios como Almaguer. Todo con el poder del trabajo en equipo, sin violencia de por medio, pero incluyendo el desmantelamiento de los campamentos y la incineración de los insumos de los mafiosos, que luego se vengarían de ellos con masacres y asesinatos selectivos.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                En aquella marcha también estaba Luis Acosta, entonces joven guardia indígena y profesor del corregimiento Huellas, municipio de Caloto, y ahora jefe nacional de la Guardia Indígena, encargada de liderar la minga que hoy llega a Bogotá. Desde entonces lo he visto al frente de la seguridad de todas las manifestaciones y le pregunto por qué la situación sigue igual o peor que en los años 90. Me responde desde la caravana: “Porque no hay una política acertada hacia los pueblos. Todos los gobiernos se han dedicado a otras cosas menos a atender las necesidades básicas de las comunidades. Recuerdo que en el 92 hicimos esa gran campaña y la respuesta fue que nos maltrataron, nos golpearon, mientras reclamábamos alternativas de desarrollo, esperanzados con la nueva Constitución. Y de ahí para acá la arremetida ha sido muy fuerte, siempre queriendo acallarnos con una política militarista errada”.

                                                                                                                                Desde entonces la misma minga reivindicativa se ha repetido año tras año, gobierno tras gobierno, sin que las culturas indígenas sean realmente incluidas como actor integral de la nación. Terminé de entender su admirable capacidad de trabajo comunitario viajando a las escarpadas montañas del norte del Cauca a conocer el Proyecto Nasa, ganador del Premio Nacional de Paz en el año 2000, ejemplo de cómo construir un tejido social autosuficiente defendiendo la neutralidad en medio del conflicto. En junio de 2001 asistí a una minga en la vereda La María, en Piendamó, lugar sagrado donde los paeces se reúnen en asamblea general para moldear su “plan de vida”. Estuvo invitado el “superjuez” español Baltasar Garzón, que dedicó una mañana a escuchar las denuncias de los indígenas sobre los atropellos de la guerrilla, los paramilitares y la Fuerza Pública. Lo impactó el relato de los sobrevivientes de matanzas como la del Alto Naya, donde un centenar de personas fueron asesinadas por paramilitares, y la de El Nilo, donde 20 paeces más fueron sacrificados por narcotraficantes que les querían arrebatar una finca. (El drama de los indígenas wounaan desplazados por la violencia a Bogotá).

                                                                                                                                Le entregaron expedientes judiciales completos para que desde su posición de juez transnacional les ayudara a que se hiciera justicia por los crímenes en su contra. Garzón les dijo que lo que les había sucedido “es más grave que las caravanas de la muerte del dictador chileno Augusto Pinochet” y, aunque les advirtió que no tenía competencia para investigar estos casos, se comprometió a que los pondría en conocimiento de la Corte Penal Internacional.

                                                                                                                                A pesar de que el Estado colombiano fue condenado por la matanza de El Nilo y la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenó que los indígenas del norte del Cauca fueran indemnizados, el cronograma de asignación de tierras que ordenó la sentencia fue incumplido gobierno tras gobierno. Por ejemplo, en 2005 el gobierno de Álvaro Uribe debía comprar 15.663 hectáreas para los nasas y les debía 2.300, sin importar el acta de compromiso firmada por el exministro del Interior y de Justicia Sabas Pretelt, durante un acto en la finca La Emperatriz, el lugar donde se planeó la masacre.

                                                                                                                                Por eso los nasas bajaban en minga y cortaban la caña que los terratenientes sembraban en ese lugar ancestral. El 8 de marzo de 2008 la entonces viceministra del Interior, María Isabel Nieto, estuvo en el corregimiento de Huellas y allí volvió a comprometer al Gobierno no solo en materia de tierras, sino en mejorar la asistencia en salud, educación y producción económica. Tampoco cumplió. Así lo denunció el Acuerdo de Cooperación 2008-2009 entre el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN), donde se lee: solo el 40 % de las tierras recibidas por los nasas entre 1991 y 2005 eran aptas para la producción agrícola. El 60 % restante son “áreas con fuertes pendientes, sitios sagrados y zonas erosionadas”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Según Ezequiel Vitonás, exalcalde Toribío y a quien acompañé en otra de esas jornadas, “el incumplimiento de los deberes del Estado no ha sido solo de los funcionarios de turno, sino de dirigentes políticos regionales, algunos acusados de nexos con paramilitares, que se han empeñado en que a los indígenas del Cauca no se les entregue ni una hectárea más de tierra”. Así lo manifestó en reacción a las marchas de las comunidades del Cauca el hoy condenado Andrés Felipe Arias cuando era ministro de Agricultura del gobierno Uribe.

                                                                                                                                Después de centenares de muertos en medio del fuego cruzado, volví a encontrar a los nasas con la misma coherencia social y política en la minga de Piendamó de 2009. En torno a una olla gigante de delicioso mote, le actualizaron y entregaron el expediente de sus desventuras al relator de las Naciones Unidas (ONU) James Anaya. Hubo más comunicados y medidas poco efectivas. Vitonás me dijo: “No sé cómo no estamos muertos a pesar de tanta acción humanitaria que hemos hecho”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Enumeró las mingas con las que expulsaron, una y otra vez, a guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes. A las Farc y al Eln los obligaron a devolver secuestrados, a respetar a la población indígena, a no reclutarla ni a violar sus derechos. Las mingas incluían desmantelar las trincheras que el Ejército Nacional insiste en montar en zonas sagradas donde los indígenas realizan rituales de respeto a la Madre Tierra. Feliciano Valencia, otro de los líderes paeces más importantes del norte del departamento del Cauca y que también lidera el actual movimiento, fue acusado del secuestro de un cabo del Ejército de origen indígena, descubierto vestido de civil y portando artefactos militares en un resguardo. Se había infiltrado en la minga de octubre de 2008 y fue juzgado antes de ser entregado a la Defensoría del Pueblo. También hay mingas para desactivar minas antipersonales o para pintar señales en casas, escuelas y puestos de salud que las identifican como zonas protegidas por el Derecho Internacional Humanitario. Como los ataques no cesan, las cruzadas, kwe´sx txiwe nwe´way (en defensa de nuestro territorio) siguen en pie.

                                                                                                                                Los reclamos que oí aquellas veces, y en al menos dos mingas más a las que asistí hasta 2015, son los mismos o más graves: respeto a sus costumbres, leyes y resguardos, presencia integral del Estado, protección ante el avance de grupos armados ilegales, ahora disidencias de la exguerrilla Farc, que actúan como carteles del narcotráfico, y paramilitares, también mafiosos, como las Autodefensas Gaitanistas o el Clan del Golfo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El olvido estatal y la necesidad de autoprotección los ha llevado de una dimensión regional de movilización a una nacional, según Luis Acosta. “En esa época las mingas eran ocasionales y la guardia semipermanente, pero desde 2001 me asignaron la responsabilidad de crear un cuerpo permanente. Dejé la tiza y el tablero, cogí el bastón y empecé con 7 mil indígenas del Cauca. Ahora coordino a 70 mil en 29 departamentos del país”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Acosta llega hoy a Bogotá al mando de 8 mil protestantes, luego de haber pasado por Armenia, Ibagué y Fusagasugá, antes de llegar a Bosa, sur de la capital del país. Convocó a 12 mil más, provenientes del Valle del Cauca, Caldas, Tolima, Huila, Quindío, Risaralda, Antioquia y pueblos originarios del Caribe, con los que aspira a encontrarse el lunes para caminar hasta el centro de Bogotá y reclamarle al gobierno de Iván Duque -que el viernes se declaró abierto al diálogo- garantías de participación democrática, desarrollo rural, protección del medioambiente, en especial de las fuentes de agua, educación y, sobre todo, “protección de la vida de nuestros líderes y comunidades, cada vez más afectadas por asesinatos y masacres”. Según Indepaz, cerca de 300 indígenas han sido asesinados en el país desde 2016, más de 40 líderes este año, la mayoría en el Cauca.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por eso su mecanismo más efectivo de defensa y manifestación es la minga: “Es hoy, más que nunca, toda una institución para la protección de nuestra identidad y nuestros territorios. Es uno de los baluartes de nuestra cultura, porque no es solo para exigirle al Gobierno que nos atienda y proteja, sino un encuentro para fortalecernos como organizaciones sociales y en el que compartimos pensamientos, escenarios, proyectos de vida y resistencia con movimientos afros y campesinos con los mismos intereses. Es el congreso de nuestra gente, porque tener un senador indígena no es nada comparado con una minga”. Los voceros aseguraron a El Espectador que, como siempre, avanzan desarmados y en actitud pacífica. Descubrieron y denunciaron a tres infiltrados que pretendían relacionarlos con grupos al margen de la ley.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Paradójicamente, los primeros seis meses de la pandemia por el nuevo coronavirus concentraron a las comunidades indígenas en sus territorios y cultivos, y esa producción facilitó la organización de esta minga. “El confinamiento nos puso a sembrar, volvimos al valor del cultivo, a la aguapanela con urusú y limoncillo, a los mercados internos, al trueque, a la solidaridad que llevó a nuestros cabildos y gobernadores a pedirle a cada miembro de la comunidad que aportara lo que tuviera. Di bultos de choclo, yuca y maíz, además de mi trabajo con la Guardia”, destaca Acosta.

                                                                                                                                En esa actitud llegan a Bogotá a ritmo de tambores y pitos, cantando el Himno de la Guardia Indígena, que fue grabado por primera vez en estudio y será presentado mañana lunes y durante el paro nacional convocado el 21 de octubre al que se sumará la minga.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Dice el coro: “Guardia, guardia. Fuerza, fuerza. Por justicia y supervivencia hoy empuñan los bastones. Son amigos de la paz, van de frente con valor y levantan los bastones con orgullo y sin temor. Pa delante compañeros, dispuestos a resistir, a defender nuestros derechos así nos toque morir por mi raza, por mi tierra”.

                                                                                                                                * Editor de El Espectador.

                                                                                                                                Por Nelson Fredy Padilla * / @NelsonFredyPadi o npadilla@elespectador.com

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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