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Shakalek significa el rey de los caninos, padre espiritual. Ese fue el nombre que escogió Lucas Villa Vásquez hace casi una década, cuando decidió que su más importante meta sería centrarse en lo trascendental de la vida. Desde entonces, a sus amigos y familiares les hablaba de reencarnación, sanación, salud, yoga, psicoanálisis, arte y vegetarianismo. “Él decía que Colombia era como el colon en el cuerpo: ahí se depura lo que será excremento y lo que irá directo a la sangre, al corazón y a lo vital”, así lo describe uno de sus amigos y estudiantes de yoga, que pidió la reserva de su identidad.
Lucas Villa, de 37 años, se debate entre la vida y la muerte en el hospital San Jorge de Pereira luego de que civiles armados dispararan contra los manifestantes pacíficos que estaban en el viaducto que conecta a la capital de Risaralda con el municipio de Dosquebradas, en la noche del 5 de mayo. Según el gerente del hospital, Juan Carlos Restrepo, el joven recibió ocho impactos de bala, dos de ellos en su cabeza que lo dejaron con muerte cerebral. Su familia está aferrada a un milagro.
Para su amigo Leandro Libreros, quien comparte aula de clases con él en la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP), Lucas siempre ha estado dispuesto a dar la vida por ver un país en paz. Pero no lo dice sólo desde el corazón. En diálogo con El Espectador nos compartió el último audio de la conversación que tuvo con su amigo, justamente en la madrugada del 5 de mayo, horas antes del atentado.
“Puede pasar lo peor para todos, muchos podemos morir porque ahorita en Colombia el solo hecho de estar en la calle y uno ser joven es arriesgar la vida. Todos podemos morir, pero, ¿uno cómo va a dejar a su pueblo?, ¿uno cómo no va a salir a marchar mañana 5 de mayo? No puede. Toca asumir que, si toca irse, toca irse. Ojalá el espíritu nos guíe y nos cuide para que podamos sobrevivir para crear un mundo nuevo”, se escucha en la nota de voz de 1:28 minutos que le envió Lucas a Leandro ese día.
Su estudiante de yoga relata que esta es la segunda vez que Lucas Villa libra una batalla contra la muerte. La primera vez fue en 2014, cuando sufrió un accidente en su bicicleta bajando una calle empinada en Pereira. Esa vez también fue llevado al hospital San Jorge, donde le dijeron que había sobrevivido de milagro por los golpes que tenía en su cabeza y nuca. “Lo que más me acuerdo es que cuando a él le pasó eso, me decía que en su inconsciencia se preguntaba cómo se iba a morir así de la nada, como si su vida no fuese a costar nada. Y ese ha sido el infierno de Lucas, pensar en qué legado va a dejar en la tierra”.
Lo mismo dijo su tía paterna Martha Viviana de las Salas, que cuenta que, más allá de querer ser un gran profesional en las ciencias del deporte, siempre quiso trascender: “Para él trascender era dejar de lado las cosas a las que los seres humanos nos aferramos a veces, como lo material. Su deseo solo era estar en bienestar espiritual y que todos aprendiéramos a ser más simples en la vida”.
Por eso, según sus allegados, se convirtió en instructor de yoga y en terapeuta. Veía la vida más allá de los deseos mortales, y eso lo expresaba siempre en una frase: “Si el cuerpo está bien, la mente está bien. Él nos diagnosticaba psicológicamente cuando nos dolía algo del cuerpo. Era impresionante”, recuerda el amigo que solicitó el anonimato.
De hecho, una de las salidas que más recuerda su tía Martha Viviana fue cuando la llevó a un río. “Estaba atravesando una situación de salud complicada y él me llevó al río y me cargó hasta la corriente para que sintiera el agua y pudiera conectarme. Ese era él, un alma solidaria con la gente y la naturaleza”.
(Lea: Recompensa y celeridad: la promesa de autoridades frente al crimen contra Lucas Villa)
Para ella, la resistencia de su sobrino ha sido tal, que en unas vacaciones viajó junto a su padre, que reside en Neiva (Huila), fueron desde Pereira hasta la Costa Atlántica en bicicleta. También habla de las caminatas ecológicas que lideraba con sus compañeros de clase y a las que asistía para meditar en medio de la naturaleza.
A pesar del amor por Colombia, que su familia describe cuando habla de él, uno de sus propósitos era terminar sus estudios para migrar a España, país donde están radicadas su esposa y su madre. Desde allá quería buscar otras oportunidades y abrirse paso en diferentes escuelas que le ayudaran a convertirse en el líder espiritual que ya era.
En sus conversaciones más recientes, desde el 28 de abril, siempre se había referido a la necesidad de que los jóvenes salieran a las calles a marchar. El profesor Carlos Alfonso Victoria, historiador y director del Departamento de Estudios Interdisciplinarios de Ciencias Ambientales de la UTP, habla sobre el “estallido social” que se vive en Colombia desde hace 10 días y sobre el atentado al estudiante de este claustro.
“En Colombia hemos tenido muchos movimientos y momentos de la historia donde la juventud ha marcado los ritmos, pulsos y giros de la política colombiana. Como la masacre del 26 de febrero de 1971 de Cali, cuando más de 15 estudiantes de la Universidad del Valle fueron asesinados por oponerse a que empresas estadounidenses incidieran en asuntos de la universidad, también con todos los movimientos que se gestaron en la época de Rojas Pinilla, el paro estudiantil en 2011 para frenar la Ley 30 y todos los movimientos nacionales que hemos visto desde 2018 hasta hoy. En todos esos casos siempre hubo un ‘Lucas’”.
Como el Lucas que Colombia conoció a través de los videos que circularon en redes sociales, cuando el joven se subía a hacer pedagogía política a los buses en Pereira o el que danzó en medio de las calles y que saludó uno a uno a miembros del Esmad justo el 5 de mayo, en medio de las protestas en esta misma ciudad.
Aunque las investigaciones por su caso están apenas por comenzar, su familia ya tiene una hipótesis en firme: “A mí me mostraron un video donde a él le estaban apuntando con una luz infrarroja desde un puente en la parte superior del viaducto, como marcándolo con el láser. Es posible que en ese momento ya habían tomado la decisión de atentar contra la vida de mi sobrino, porque no tiene otra lógica”, aseguró su tía Martha Viviana de las Salas.
(Vea: Lucas Villa, el símbolo de la protesta pacífica)
Este 6 de mayo en la UTP los estudiantes, amigos, profesores y conocidos de Lucas se unieron en una velatón en su homenaje y para pedir por un milagro que lo devuelva a la vida. El profesor Carlos Alfonso Victoria dice que para describir a Lucas solo hace falta recordar su relación con los animales. “Acá en la universidad teníamos un perrito que le llamábamos “Buseto”, y una vez él intentó morder a Lucas, y él en vez de molestarse o patearlo como harían otras personas, fue a la tienda y le compró unas salchichas y le dijo al perro: ven, hagamos las paces. Ese era él, ese era Lucas”.
En otro de los audios que le envió a su amigo Leandro Libreros, también en la madrugada del 5 de mayo, horas antes del atentado, le dice: “En este momento se puede conectar con el amor de una nación, intentemos hacer eso, es la única manera. Estamos a punto de vivir lo más doloroso que nunca hayamos vivido, pero estamos a tiempo de detenerlo”.
*Nota del editor:
Luego de permanecer cinco días en una Unidad de Cuidados Intensivos, Lucas Villa falleció la noche del 10 de mayo a las 11:28 p.m. Un día antes el Hospital Universitario San Jorge había informado que pese a la atención especializada brindada, no había respuesta neurológica por lo que se le diagnosticaba muerte encefálica.