OPINIÓN / El palo en la rueda
Un debate de peso para las democracias.
Renso Said
La oposición política a los gobiernos de turno es el sostén de la democracia. Los debates, el control político, las denuncias, las investigaciones y la vigilancia del poder garantizan un Estado robusto, lejos de la tiranía y los excesos que podrían llevar al traste un proyecto de país que todavía no conoce la modernidad.
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La oposición debemos hacerla todos y por todos los medios posibles: desde el grafiti clandestino hasta en los muros de la prensa, pasando por las universidades, la columna de opinión, el campo, la música y el arte en general. La oposición civil, pacífica, inteligente, garantiza una democracia amplia y participativa.
El Estado y sus distintos gobiernos necesitan de la oposición para no perder el rumbo. Y la oposición necesita del gobierno para establecer un debate que permita al país participar de la democracia.
-Pero en Colombia no hay oposición, sino odios enconados. Odios hacia un líder con pasado guerrillero (como en su tiempo lo fue José María Obando: sublevado primero contra los realistas, luego contra el mismísimo Bolívar) que más tarde asciende a la presidencia de la república.
Se ha mal entendido el concepto de oposición, en la oposición. No se trata de ir a contracorriente frente a las iniciativas del presidente Gustavo Petro, sino de entender qué es lo que más le conviene al país, y no a unas élites parasitarias que por primera vez en doscientos años han sentido correr por el espinazo algo parecido a la gota fría.
Hemos tenido presidentes puestos a dedo por herencia, por apellidos, por el narcotráfico, por el paramilitarismo. A Gustavo Petro lo eligió un país cansado de las “masacres con criterio social” de las que hablaba Álvaro Uribe; cansado de los mal llamados falsos positivos; de los bombardeos a niños sindicados de “máquinas de guerra”. Un país cansado de que una ministra embolate 70 mil millones de pesos que dejan a cientos de niños en la más absoluta orfandad tecnológica y no pase nada.
(Le puede interesar: Las solicitudes de títulos mineros que preocupan en Quindío)
Una verdadera oposición se rebela, como lo hizo Petro en sus días, contra esas miserias. Pero primero hay que estudiar. No hay nada más peligroso que una oposición iletrada, pasional, gritona, que busca revivir el pensamiento laureanista de “hacer invivible la república”. Se trata de hacer propuestas y bajarle el tono a la grosería. De estar a la altura de la historia y evitar ese discurso zafio, esa invectiva, esa injuria inflamable que lleva a desdibujar la realidad. Pongo un ejemplo: la ausencia en Colombia en la sesión de la OEA sobre Nicaragua se debió a que el nuevo gobierno todavía no había nombrado embajador. Pero la oposición hizo la “jugadita” de hacerle creer a la opinión pública que Colombia no asistió porque respaldaba la dictadura de Daniel Ortega. Y a ese infundio se sumó el inmenso coro de voces de nostálgicos del poder.
También están azuzando a los militares para indisponerlos con Petro, pero estoy seguro de que no se dejarán manipular por las voces que, desde la oposición, piden guerra. ¡Qué curioso! Petro dejó las armas para hacer la paz, en tanto que en la oposición, donde congresistas no han enviado a sus hijos a pagar el servicio militar, llaman veladamente a un levantamiento.
No se trata de Petro, se trata del país. El odio personal de la bancada uribista hacia Petro (manejados como títeres desde el Ubérrimo) no le hace daño sino al país. Y de lo que se trata es de ayudar a que Colombia salga del atolladero en que se encuentra, y no de que la oposición, en vez de cumplir con la función biológica de control político, se constituya en un palo en la rueda que impida todas las formas del progreso.
La oposición política a los gobiernos de turno es el sostén de la democracia. Los debates, el control político, las denuncias, las investigaciones y la vigilancia del poder garantizan un Estado robusto, lejos de la tiranía y los excesos que podrían llevar al traste un proyecto de país que todavía no conoce la modernidad.
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La oposición debemos hacerla todos y por todos los medios posibles: desde el grafiti clandestino hasta en los muros de la prensa, pasando por las universidades, la columna de opinión, el campo, la música y el arte en general. La oposición civil, pacífica, inteligente, garantiza una democracia amplia y participativa.
El Estado y sus distintos gobiernos necesitan de la oposición para no perder el rumbo. Y la oposición necesita del gobierno para establecer un debate que permita al país participar de la democracia.
-Pero en Colombia no hay oposición, sino odios enconados. Odios hacia un líder con pasado guerrillero (como en su tiempo lo fue José María Obando: sublevado primero contra los realistas, luego contra el mismísimo Bolívar) que más tarde asciende a la presidencia de la república.
Se ha mal entendido el concepto de oposición, en la oposición. No se trata de ir a contracorriente frente a las iniciativas del presidente Gustavo Petro, sino de entender qué es lo que más le conviene al país, y no a unas élites parasitarias que por primera vez en doscientos años han sentido correr por el espinazo algo parecido a la gota fría.
Hemos tenido presidentes puestos a dedo por herencia, por apellidos, por el narcotráfico, por el paramilitarismo. A Gustavo Petro lo eligió un país cansado de las “masacres con criterio social” de las que hablaba Álvaro Uribe; cansado de los mal llamados falsos positivos; de los bombardeos a niños sindicados de “máquinas de guerra”. Un país cansado de que una ministra embolate 70 mil millones de pesos que dejan a cientos de niños en la más absoluta orfandad tecnológica y no pase nada.
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Una verdadera oposición se rebela, como lo hizo Petro en sus días, contra esas miserias. Pero primero hay que estudiar. No hay nada más peligroso que una oposición iletrada, pasional, gritona, que busca revivir el pensamiento laureanista de “hacer invivible la república”. Se trata de hacer propuestas y bajarle el tono a la grosería. De estar a la altura de la historia y evitar ese discurso zafio, esa invectiva, esa injuria inflamable que lleva a desdibujar la realidad. Pongo un ejemplo: la ausencia en Colombia en la sesión de la OEA sobre Nicaragua se debió a que el nuevo gobierno todavía no había nombrado embajador. Pero la oposición hizo la “jugadita” de hacerle creer a la opinión pública que Colombia no asistió porque respaldaba la dictadura de Daniel Ortega. Y a ese infundio se sumó el inmenso coro de voces de nostálgicos del poder.
También están azuzando a los militares para indisponerlos con Petro, pero estoy seguro de que no se dejarán manipular por las voces que, desde la oposición, piden guerra. ¡Qué curioso! Petro dejó las armas para hacer la paz, en tanto que en la oposición, donde congresistas no han enviado a sus hijos a pagar el servicio militar, llaman veladamente a un levantamiento.
No se trata de Petro, se trata del país. El odio personal de la bancada uribista hacia Petro (manejados como títeres desde el Ubérrimo) no le hace daño sino al país. Y de lo que se trata es de ayudar a que Colombia salga del atolladero en que se encuentra, y no de que la oposición, en vez de cumplir con la función biológica de control político, se constituya en un palo en la rueda que impida todas las formas del progreso.