Óscar Andia tatequieto a las farmacéuticas
Este colombo-boliviano lideró la cruzada contra el abuso en los precios por parte de las multinacionales de medicamentos, que generó las primeras medidas de control del Gobierno.
Cristina de la Torre
El mechón sobre la frente, la risa fácil, signos inesperados del temple sin ruido de este médico que desafió el abuso de las farmacéuticas en precios de medicamentos e indujo las primeras medidas de control del Gobierno sobre los mismos. Las medidas, una luz entre las tinieblas de la Ley 100 que transformó la salud en negocio de EPS y desde 2003 permitió elevar precios de medicinas hasta veinte veces por encima de los internacionales. Una afrenta —diría él— contra el acceso a medicamentos como parte vital del derecho a la salud. “Derecho que tampoco este Gobierno garantiza cabalmente, pues su reforma mantiene en lo esencial la mercantilización del sector”.
Boliviano por amor, colombiano por adopción, Óscar Andia lleva cuatro décadas entregándole a nuestro país trabajo, inteligencia y tesón. Arrastrado en la diáspora de suramericanos que partieron de sus países sojuzgados por la dictadura, el joven galeno salió del suyo cuando el general Bánzer se tomó por las armas el poder. Debutó el de charreteras destruyendo los equipos de la Facultad de Medicina en La Paz. Entonces hacía año rural Andia en la localidad de Catagaita. Allí extendió su trabajo al afianzamiento del hospital y propendió por la descontaminación del río, fuente de severa amenaza a la salud. Coincidió su campaña cívica con la de misioneras Lauritas y javerianos de Yarumal, que traducían el Evangelio en acción social. Como lo enseñaba el Concilio Vaticano de Juan XXIII, que hoy retoma el papa Francisco. Pero, se sabe, hasta la práctica evangélica cayó bajo sospecha y Andia marchó, con toda una generación, al exilio. Los religiosos tendieron puentes con Colombia, y hoy es director del Observatorio de Medicamentos y Vicepresidente de Política Farmacéutica Nacional de la Federación Médica Colombiana. “Me siento colombiano, además, porque mi señora y mi hija lo son”, declara con orgullo.
Su cruzada contra prácticas perversas de las farmacéuticas despuntó hace diez años cuando, a instancias del libre mercado que anima el modelo de salud, el Gobierno decretó libertad absoluta de precios. El efecto fue devastador. No apenas para los usuarios en droguerías, sino sobre los recobros de las EPS al Fosyga. Éstos saltaron de $113.000 millones en 2003 a $2,236 billones, y pusieron en jaque las finanzas del sector.
Andia se congratula de que este Gobierno iniciara control de precios y de que el proyecto de ley en curso lo contemple. Reconoce, sin falsa humildad, que a ello contribuyó su seguimiento estricto de la libertad a ultranza, desde la Federación. Fruto del reclamo de los médicos a participar en el diseño de las políticas en salud, en política farmacéutica y creación de un sistema único de información de medicamentos. Si positiva, en su opinión la medida del ministro Gaviria resulta parcial e insuficiente. Porque de momento sólo afecta el canal institucional y porque muchos precios desbordan todavía los internacionales.
Si los genéricos son de calidad óptima —preguntamos— y si valen muchísimo menos que los medicamentos de marca, ¿por qué no monopoliza el Estado su producción para responder a las necesidades básicas de salud? Por falta de convicción y de voluntad política, responde. Pero una solución central sería estimular la producción nacional de genéricos, tal como lo propone el proyecto de ley en discusión. Como se practica en la India y se propone ya en casi toda Suramérica. El Gobierno podría centralizar las compras y proteger el autoabastecimiento nacional con productos genéricos.
A todos sorprendió el llamado del ministro a combinar negocio con bienestar del paciente. ¿Lapsus linguae? ¿Provocación? ¿Metáfora de sistema mixto en Salud? Si sistema mixto, dice Andia, no podría manejarse la salud, que es derecho fundamental, con criterio de mercado. Ni autorizar libertad de precios. Pero podría encargarse a privados la prestación de servicios y tareas de investigación científica. En todo caso, la sostenibilidad del sistema de salud pasa por una adecuada regulación de precios de los medicamentos, remata. Propósito que ha perseguido Óscar Andia en Colombia, con el mismo empeño que lo hubiera hecho en su primera patria, Bolivia.
* Columnista de El Espectador
El mechón sobre la frente, la risa fácil, signos inesperados del temple sin ruido de este médico que desafió el abuso de las farmacéuticas en precios de medicamentos e indujo las primeras medidas de control del Gobierno sobre los mismos. Las medidas, una luz entre las tinieblas de la Ley 100 que transformó la salud en negocio de EPS y desde 2003 permitió elevar precios de medicinas hasta veinte veces por encima de los internacionales. Una afrenta —diría él— contra el acceso a medicamentos como parte vital del derecho a la salud. “Derecho que tampoco este Gobierno garantiza cabalmente, pues su reforma mantiene en lo esencial la mercantilización del sector”.
Boliviano por amor, colombiano por adopción, Óscar Andia lleva cuatro décadas entregándole a nuestro país trabajo, inteligencia y tesón. Arrastrado en la diáspora de suramericanos que partieron de sus países sojuzgados por la dictadura, el joven galeno salió del suyo cuando el general Bánzer se tomó por las armas el poder. Debutó el de charreteras destruyendo los equipos de la Facultad de Medicina en La Paz. Entonces hacía año rural Andia en la localidad de Catagaita. Allí extendió su trabajo al afianzamiento del hospital y propendió por la descontaminación del río, fuente de severa amenaza a la salud. Coincidió su campaña cívica con la de misioneras Lauritas y javerianos de Yarumal, que traducían el Evangelio en acción social. Como lo enseñaba el Concilio Vaticano de Juan XXIII, que hoy retoma el papa Francisco. Pero, se sabe, hasta la práctica evangélica cayó bajo sospecha y Andia marchó, con toda una generación, al exilio. Los religiosos tendieron puentes con Colombia, y hoy es director del Observatorio de Medicamentos y Vicepresidente de Política Farmacéutica Nacional de la Federación Médica Colombiana. “Me siento colombiano, además, porque mi señora y mi hija lo son”, declara con orgullo.
Su cruzada contra prácticas perversas de las farmacéuticas despuntó hace diez años cuando, a instancias del libre mercado que anima el modelo de salud, el Gobierno decretó libertad absoluta de precios. El efecto fue devastador. No apenas para los usuarios en droguerías, sino sobre los recobros de las EPS al Fosyga. Éstos saltaron de $113.000 millones en 2003 a $2,236 billones, y pusieron en jaque las finanzas del sector.
Andia se congratula de que este Gobierno iniciara control de precios y de que el proyecto de ley en curso lo contemple. Reconoce, sin falsa humildad, que a ello contribuyó su seguimiento estricto de la libertad a ultranza, desde la Federación. Fruto del reclamo de los médicos a participar en el diseño de las políticas en salud, en política farmacéutica y creación de un sistema único de información de medicamentos. Si positiva, en su opinión la medida del ministro Gaviria resulta parcial e insuficiente. Porque de momento sólo afecta el canal institucional y porque muchos precios desbordan todavía los internacionales.
Si los genéricos son de calidad óptima —preguntamos— y si valen muchísimo menos que los medicamentos de marca, ¿por qué no monopoliza el Estado su producción para responder a las necesidades básicas de salud? Por falta de convicción y de voluntad política, responde. Pero una solución central sería estimular la producción nacional de genéricos, tal como lo propone el proyecto de ley en discusión. Como se practica en la India y se propone ya en casi toda Suramérica. El Gobierno podría centralizar las compras y proteger el autoabastecimiento nacional con productos genéricos.
A todos sorprendió el llamado del ministro a combinar negocio con bienestar del paciente. ¿Lapsus linguae? ¿Provocación? ¿Metáfora de sistema mixto en Salud? Si sistema mixto, dice Andia, no podría manejarse la salud, que es derecho fundamental, con criterio de mercado. Ni autorizar libertad de precios. Pero podría encargarse a privados la prestación de servicios y tareas de investigación científica. En todo caso, la sostenibilidad del sistema de salud pasa por una adecuada regulación de precios de los medicamentos, remata. Propósito que ha perseguido Óscar Andia en Colombia, con el mismo empeño que lo hubiera hecho en su primera patria, Bolivia.
* Columnista de El Espectador