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Luego de haber encendido el fuego de la tulpa, que representa la familia, la comunidad en conjunto danzó alrededor de las llamas. A su lado, los mayores y guías espirituales mascaban coca y brindaban guarapo con los espíritus mayores. En ese transcurrir, el fuego lanzaba chispas rojas y azules en señal de alegría y aprobación con la danza, que se extendió por dos horas.
Al día siguiente, los estudiantes madrugaron desde las cuatro de la mañana al sitio Alto del Amor (Caloto, norte del Cauca), donde la gente danzó al son de flautas y tambores, esperando a que el sol apareciera sobre las montañas. El astro se demoró en mostrarse, momento que para los mayores significó que existían dificultades en la comunidad. Pasados los minutos, el sol expuso sus rayos sobre las manos de los participantes, que las extendían para renovar las energías de la comunidad en el nuevo año andino.
Así describen los mayores la primera clase de los 32 estudiantes que iniciaron el programa Comunicación Propia Intercultural. Es la segunda promoción y arrancó el pasado 21 de junio, no en un aula de clases, sino al calor del fuego y ofrendando al sol, en una ceremonia que ellos llaman Sek Buy, la bienvenida al nuevo año andino.
Intentar entender desde Occidente el sistema educativo de los indígenas del Cauca es quizá más difícil que explicar, dentro de esas comunidades, cómo se dice el número tres en nasa yuwe, el idioma de los nasas. En eso aún están cavilando.
Los números, o la matemática, para los indígenas del suroccidente de Colombia, es apenas una materia que se dicta en el pregrado Revitalización de la Madre Tierra. En una universidad común esta carrera podría llamarse agroecología, pero de este lado de la sociedad es distinto. Es aprender a desaprender lo aprendido, en la relación que tiene el indio con la naturaleza.
Desde que nació el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), en 1971, vienen construyendo su propio sistema educativo. Afianzando la pervivencia de estos pueblos, no solo con las movilizaciones, que es otra materia de la universidad, sino también heredando su cultura y cosmogonía, a través de la producción y transmisión de sentido.
Nació en protesta por la hegemonía del modelo de educación, que según las autoridades indígenas, el Estado les impuso después de la colonización española. Desde que la iglesia era quien los educaba en internados, enseñándoles que la única historia del país estaba ligada al encuentro de dos mundos, desconociendo lo que ellos consideran la historia crítica y real: la invasión española.
Por eso la Universidad Autónoma Indígena Intercultural (UAIIN), no se reduce a las paredes de un salón, ni a las tres hectáreas de la sede principal en el norte de Popayán. Se expande, como su raza, por los territorios de los nueve pueblos indígenas de esta región: Nasa, Ambualeño, Quizgueño, Polindara, Totoro, Kokonuko, Epeara Sipiadara, Yanacona e Inga.
Y aunque la resolución de reconocimiento de la universidad la expidió el CRIC en 2003, José Domingo Caldón, un mayor del pueblo Kokonuko y docente de la UAIIN, dice que desde el inicio del CRIC, las autoridades tradicionales ya habían creado el programa de educación bilingüe intercultural, para recuperar los cuatro idiomas que hoy practican y estudian en la universidad: namrik, siapede, quechua y nasa yuwe.
Los currículos son producto de los diagnósticos que realiza la misma universidad. Por ejemplo, el último determinó, coincidiendo con la Corte Constitucional, que siete pueblos están en riesgo de desaparecer y que el acceso a la tierra, el poco uso del idioma propio y la misma pedagogía de occidente son algunas de las causas. Una muestra es el municipio de Caldono, “donde el 90% de los pobladores son indígenas nasas, pero se está perdiendo el idioma porque muchos jóvenes están emigrando a la ciudad y cuando regresan ya han perdido su cultura. En eso está trabajado la universidad”, dice José Domingo, quien tiene 59 años y empezó a trabajar en el CRIC desde que tenía 16.
En pocas palabras, el CRIC y la Universidad son como la tierra y la semilla. Se necesitan para vivir. Por esa razón, de la misma plataforma política de la organización indígena salieron los cinco programas que actualmente se enseñan en la UAIIN. La Licenciatura en Pedagogía Comunitaria es para formar a los maestros responsables de la enseñanza de los futuros indígenas en los próximos 10 años.
La carrera de Derecho Propio estudia cuáles son los elementos de control social internos que fueron reconocidos en la Constitución, es decir, tratamiento de conflictos, fortalecimiento de los tribunales propios y de las autoridades ancestrales, sin desligarse de estudiar la relación que hay entre la justicia indígena y la justicia ordinaria. Gracias a esa tarea, le han ganado varias disputas al Gobierno Nacional, como la expedición del decreto autonómico el 7 de octubre que reconoce y legitima la administración de la educación propia por parte de los mismos pueblos indígenas.
El tercero es el pregrado de Comunicación Propia Intercultural, donde se analizan los medios de comunicación ancestrales y su relación con los actuales. También se ofrecen programas de posgrado. Una maestría que se terminó hace poco y donde participaron once indígenas del Cauca, es Desarrollo con identidad para el buen vivir comunitario, y para implementarla se juntaron países como Brasil, Perú, México, Guatemala, Bolivia y Ecuador. El patrocinio corrió por cuenta del Banco Interamericano de Desarrollo y los encuentros presenciales se hicieron en cada país.
Sin embargo, la lucha no ha sido fácil. Para los programas de pregrado, la inversión extrajera es mínima y el Gobierno no aporta un peso para sostener la universidad. La mayoría de los recursos salen del CRIC, pues a los estudiantes tan solo les cobran $500 mil semestrales, que sirven para brindarles la alimentación durante las clases presenciales.
Las maestrías se dictan en la sede central, que queda en Popayán, pero para las carreras de pregrado hay sedes en Tierradentro (Inzá), Jambaló y Santander de Quilichao, y quien certifica los títulos es la Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe Nicaragüense (Uraccan). “Tenemos que ir a Nicaragua porque el Gobierno colombiano no ha reconocido la universidad. Afortunadamente logramos que la semana pasada el Gobierno firmara el decreto de autonomía para diseñar y administrar la educación en nuestros territorios”, dice Rosalba Ipia, coordinadora de la UAIIN.
Hasta este momento la Universidad Indígena cuenta con 200 egresados y continúa atendiendo a más de 160 estudiantes que iniciaron los programas hace algunos meses. Y aunque quisieran ampliar los cupos, los 25 docentes permanentes que tienen no dan abasto para dictar cátedras, hacer acompañamiento en el trabajo de campo y producir contenidos a partir de las tesis que van quedando de anteriores promociones.
A pesar de ello, tienen claro que su mayor fuente de conocimiento está en los territorios y que los profesores más importantes son las autoridades (mayores) de los cabildos, con quienes intercambian conocimiento cuando se hace el trabajo etnográfico en cada resguardo. “Lo importante es el intercambio, la inmersión en la comunidad y no salirse del territorio”, dice Henry Caballero, miembro de la comisión política del CRIC.
La lucha continúa
El día en que Lenin Anacona Obando terminó sus estudios de economía en la Universidad Nacional, decidió no ejercer su profesión, sino regresar a su comunidad y estudiar la especialización en Educación intercultural bilingüe, a través del fondo indígena, y después la maestría Desarrollo con identidad para el buen vivir comunitario en la UAIIN.
Hoy es docente de la Universidad Indígena y nunca ejerció como economista, con el argumento de que el estudio no es para sentirse más que su comunidad, sino para ayudarla. “Ejerciendo, tal vez iba a ser mejor remunerado, pero acá estamos construyendo un proceso autosostenible, donde no queremos acumular dinero, sino poder vivir con lo necesario, sin que sobre ni falte”.
Es el profesor de matemáticas y estadística, y dice que lo más difícil de ser docente de esta universidad es la tarea de mirar al interior de la comunidad y, a la vez, mirar el contexto de afuera y establecer los currículos que no están escritos en ningún libro.
Para explicar esto, menciona una tesis con la que se graduó una indígena yanacona en 2012: “El cuidado del cuerpo, apareamiento y la siembra de la Semilla de Vida responsable en Adolescentes de la comunidad de Aragón, Cabildo Indígena de San Juan, Municipio de Bolívar, Cauca”.
El proyecto de investigación aporta herramientas educativas de cómo ven los indígenas de este pueblo la sexualidad en la adolescencia, el momento de tener los hijos y la crianza de ellos. En suma, concluye que estos aspectos son un tabú en la comunidad, y que se prefiere evadir el tema por vergüenza o desconocimiento.
Proyectos como este finalmente se convierten en los currículos escolares de las 90 instituciones educativas que están a cargo del CRIC. Es decir, en la guía de 32 mil estudiantes que actualmente ya no estudian su cultura y sus costumbres por mera experiencia, sino a partir de un centro de conocimiento que está ampliando su memoria para las nuevas generaciones.
Un día de clases para un estudiante en la Universidad Indígena se resume en la felicidad de estar en comunidad. Es llegar a una de las jornadas presenciales (son cinco al año, cada una de 30 días durante cinco años), instalar la carpa en uno de los salones, reunirse con los compañeros y luego llevar el plato y la cuchara para comer de la misma olla, a la que ellos llaman comunitaria.
La sede central de la Universidad Autónoma Indígena está hecha de ladrillo y eternit. La cocina es de guadua y techo de cinc. Por los corrillos, en medio de los salones de clases, están los símbolos de resistencia, como la Wiphala (bandera de siete colores), el mapa de los pueblos indígenas del Cauca, y también, las fotografías de los indios que han dado su vida en el proceso del CRIC. Todos ellos, dice Rosalba Ipia, están ahí para significar que hay que seguir sus huellas y que la lucha continúa.
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@eabolanos