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Si algo ha quedado claro en los últimos meses es que Tumaco, en Nariño, es una de las zonas del país que más conflictos sociales enfrentan. No solo es el municipio colombiano con más hectáreas de coca cultivada, sino que en su territorio han confluido por años casi todos los actores del conflicto, incluyendo el frente Óliver Sinisterra de la disidencia de las Farc comandado por alias Guacho. De hecho, fue precisamente allí en donde fueron asesinados, en abril pasado, tres periodistas del diario ecuatoriano El Comercio.
La retórica respecto al puerto ubicado en el departamento de Nariño, en el sur del país, suele girar, pues, en torno a cómo el conflicto armado sigue latente a pesar del Acuerdo Final de Paz.
Pero, junto a los temas de la agenda nacional, existen muchas problemáticas que también requieren una mirada urgente, y no solo de las autoridades locales, como por ejemplo el tratamiento de los residuos sólidos en una zona que, aunque busca que se vea su potencial turístico, se enfrenta a la realidad de que la contaminación es uno de los principales retos a superar.
En el caso de Tumaco existen dos grandes razones de fondo: las dificultades que hay para recolectar en zonas palafíticas (es decir, aquellas donde hay edificaciones construidas sobre afluentes de agua, como el río Mira, que desemboca en el cabo Manglares, a casi una hora del casco urbano de Tumaco) y la falta de conciencia que hace que muchos de los desechos terminen arrojados en el mar.
Este es un problema que las autoridades locales evidencian a través del Plan de Desarrollo Municipal 2017-2019, cuando aseguran que en el municipio, que para 2015 generaba alrededor de 2.000 toneladas de basuras al mes, “no se realiza un manejo adecuado de residuos sólidos y peligrosos generados en el casco urbano, y en la zona rural no se tiene cobertura de parte del operador de residuos sólidos”.
En cuanto a la situación en las zonas palafíticas urbanas, el Plan de Desarrollo Municipal señala que no más del 20 % de la población en estos lugares tiene un acceso adecuado a este servicio, a pesar de que la empresa Aquaseo S.A. E.S.P. ha destinado recursos para tal fin.
Pero en las zona rurales del municipio la situación llega a ser, incluso, más crítica. Como allí no existe un sistema adecuado de recolección, manejo y disposición de basuras, es responsabilidad de las comunidades, que deben recolectar sus propios residuos. Algo que ocurre en las poblaciones de Guayacana, Llorente, Espriella, Candelilla, Tangareal e Imbilí.
Así, es común ver espacios donde escombros, botellas, bolsas de plástico y demás residuos que deberían disponerse de manera distinta se mezclan con el piso, convirtiéndose en un problema de salubridad para los habitantes de este municipio con una población de más de 200.000 personas.
Aunque el caso de Tumaco pueda parecer pequeño, si se tiene en cuenta que es una puerta de acceso al Pacífico, el panorama cambia. Es en este océano donde hay una isla flotante de basura que contiene alrededor de 80 mil toneladas de plástico.
Según Beto Murillo, miembro de la Junta de Acción Comunal del barrio Avenida Las Palmas Segunda Etapa y líder juvenil, el problema radica precisamente en que “el municipio tiene mucha zona palafítica, con asentamientos en sectores de baja mar a donde no llega el servicio de recolección de basura”.
Murillo, quien está conformando una veeduría para hacer vigilancia a las basuras, asegura que las comunidades no están acostumbradas a manejar los residuos, pues no tienen claro cómo realizar el procedimiento de separación en la fuente, un paso clave para los procesos de reciclaje.
La situación es similar a la que narra Miguel Ángel Martínez, biólogo que hace parte de la Asociación de Hoteleros, Pescadores y Agricultores de Bocagrande (Asobocagrande), una organización que se creó en la isla de Bocagrande para que existiera “un desarrollo turístico comunitario”. Martínez cuenta que, como para poder llegar hasta la isla se debe viajar en lancha, el servicio de recolección de residuos tampoco es efectivo, algo que, entre otras cosas, también pone en riesgo el ecosistema de los manglares.
Ante estas situaciones, que bien podrían convertirse en un problema crítico, la comunidad ha decidido tomar las riendas y ha empezado a plantear soluciones para mitigar el daño. Así, por ejemplo, han iniciado un proceso de organización para realizar jornadas de limpieza.
Así lo hicieron, por ejemplo, el pasado 25 de agosto, durante la denominada Integración Social Juvenil, Jornada Pedagógica y Ambiental en el barrio Las Américas. Ese día “se buscó limpiar un tramo de la zona de baja mar, porque estaba muy contaminada. Con eso pretendíamos sensibilizar a la gente para tomar medidas y acciones con respecto a esa situación de insalubridad, pues pueden generarse enfermedades”, relata Murillo. La jornada se repetirá mañana y el viernes.
También en Bocagrande, a mediados de septiembre, ocurrió algo similar. Durante tres días se realizaron jornadas de aseo en la isla, con la intención de conseguir un “embellecimiento en un compartir comunitario, combinando el deporte y la recolección de residuos sólidos para limpiar toda la playa”, como cuenta Martínez. Allí, adicionalmente, la comunidad sale una vez al mes, bolsa en mano, para recoger los residuos que se acumulan.
Pero esas movidas comunitarias no se quedan solo en días específicos, sino que poco a poco se van convirtiendo en parte de las rutinas de la vida diaria. Así, por ejemplo, los habitantes de Bocagrande han aprendido a convertir los residuos orgánicos en compostaje que sirva para abonar la tierra. De esta forma, el cuidado del medio ambiente ha servido también para plantear la posibilidad de crear cultivos autosostenibles. Y en cuanto a materiales como botellas de vidrio, las venden en Tumaco o se articulan con organizaciones que están convirtiendo el tratamiento de estos materiales en una forma de sostenimiento económico.
Organizaciones como la Asociación de Reciclaje Fénix, que surgió en 2014, cuando varias mujeres, casi todas ellas madres cabeza de familia, vieron la necesidad de contribuir al cuidado de su entorno. Para eso empezaron a realizar manualidades, como materas con botellas de plástico. Cuatro años después, y con 16 mujeres haciendo parte de la organización, han ampliado sus productos con cestas de basura y adornos como mariposas.
“Vimos la necesidad de contribuir, de acabar con tanta botella de gaseosa en las calles, en el agua, en el mar, entonces tomamos la iniciativa de hacer algo por el daño al medio ambiente y a uno mismo. Somos madres cabeza de familia; igual, lo que se vende nos sirve para nuestra manutención y el diario vivir”, dice sobre su trabajo Consuelo Benítez, una de las mujeres que hacen parte de Fénix.
Paso a paso, la comunidad tumaqueña ha comenzado a apropiarse del cuidado de su entorno, pero aún falta camino por recorrer. Como señala Beto Murillo: “Aquí tenemos varios frentes que atender: una política pública, capacitación y que la comunidad se eduque y sea corresponsable de todo esto”. Una preocupación que trasciende a los tumaqueños, pues, según ONU Medio Ambiente, cada día 145.000 toneladas de residuos son dispuestas inadecuadamente.