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El pasto, la tierra y los cultivos quemados. Algunas plantas de maíz, que alcanzaron a brotar, las recogieron en costales, pero el resto está apenas en su última etapa de germinación y, por el calor excesivo, quizás ni retoñen. La mayoría, en realidad, ya se sabe que no lo hará. Con la papa pasó lo mismo: una gran parte de las que se usan para cosechar no llegaron a brotar, y las demás solo alcanzaron a crecer treinta centímetros sobre tierra, cuando lo normal es que crezcan unos 80 cm. Los cultivos de arvejas, tanto en el suelo como en palos de alambre, al necesitar humedad, no resistieron la falta de lluvia. Las vacas están desnutridas, y los corderos y terneros están a la espera de la poca leche que producen sus madres. De hecho, las vacas son uno de los animales más afectados por el exceso de sol, por lo que Víctor Quito y su familia, los dueños de una finca en Chivatá, Boyacá, tuvieron que buscar alternativas casi desesperadas para alimentar a su ganado durante la crisis.
“Como no hay pasto, toca comprar concentrado, zanahoria y papa para hacerles una comida especial a los animalea”, explica Marina Cruz, esposa de Quito, y campesina como él. Juntos han cultivado esta tierra desde hace unos 20 años.
Es sábado. Lo normal es que ese día de la semana la familia completa esté reunida en la finca. Son siete, pero esta mañana solo están cuatro: Víctor, cabeza de hogar, un hombre de 50 años que ha trabajado gran parte de su vida en el campo; Marina Cruz, su esposa, una mujer de 46 que, a causa de una cirugía que le impide hacer fuerza, coordina actividades como el cuidado de la casa y la distribución de la comida de las vacas, piscos y gallinas. Julián es el hijo mayor, tiene 19 años y está trabajando para conseguir algo de dinero para sus padres y hermanos. Lorena, con 12 años, es la más pequeña, se encarga de cuidar a las ovejas y esta mañana corre tras Pepe, un pequeño cordero que no para de moverse y con el que da vueltas y vueltas.
Son las 11 de la mañana. Víctor camina por su finca. El municipio, Chivatá, está ubicado a tres horas de Bogotá y es conocido por sus paisajes montañosos y clima templado. Es un día soleado. Hacen unos 19 grados. El sol no desprende rayos tan fuertes como aquellos que han ido quemando el terreno desde finales del 2023. Sin lluvia, claro, no hay agua para la siembra ni para el ganado ni para las necesidades básicas de la casa. La tierra deja ver sus grietas por la sequía.
Durante el recorrido, Víctor señala los costales llenos de mazorca y el terreno resquebrajado. Sus tres fanegadas, algo así como cuatro campos de fútbol estándar, están llenas de tusa —el residuo que queda al desgranar el maíz — que usan como abono. La pala, las botas y el machete están tirados en cualquier parte.
“No se ha podido trabajar y no se va a poder sembrar nada hasta que no llueva… La falta de agua afecta todo, porque aquí la tierra no da nada sin que llueva, ni siquiera pasto para el ganado, porque tiene que estar la tierra húmeda para que crezca. Y el cultivo necesita lluvia. Y no todo se puede mojar con el riego manual porque no tenemos el abastecimiento para hacerlo”, explica Víctor.
En febrero de 2023, según datos de Meteoblue, servicio meteorológico suizo creado por la Universidad de Basilea en cooperación con los Centros Nacionales de Predicción Ambiental de cada país, en Chivatá hubo una mayor concentración de nubes que actuó como barrera protectora para los cultivos de la zona contra el exceso de sol. En este 2024, la cantidad de nubes bajó y las precipitaciones se hicieron más escasas, lo que provocó que la tierra se secara, y dejó, de paso, a los cultivos sin su escudo.
El Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible en noviembre del 2023 declaró que el Fenómeno del Niño volvía a hacer presencia en el país. Pero lo que para muchos es material de los medios de comunicación, que se mantiene como una especie de ruido, de contenido fijo en la parrilla meses después, para otros es “su pan de cada día”, como es el caso de los campesinos de Chivatá.
“El año pasado, de 10 cargas de papa sembrada, se recogieron 70, mientras este año se sembró la misma cantidad y se recogieron solo unas 30 o 40″, explica Víctor, a quien las actuales sequías le recuerdan el año 1992, cuando este fenómeno fue también protagonista en el país.
A comienzos de la década de 1990, la disminución de agua en los embalses provocó que el entonces presidente, César Gaviria, aplicara cortes de energía diarios por casi un año. Víctor asegura que lo único bueno de aquello fue que aprendió a ahorrar para los momentos difíciles y hoy, de hecho, ante el déjà vu, se sostienen precisamente de las bonanzas del pasado.
Para Julián, el hijo mayor de Víctor, su rutina dejó de ser levantarse en las mañanas para llevar las vacas a pastar. Ahora, su tarea diaria es excavar junto a otros campesinos de la zona un pozo subterráneo en Santa Ana, un municipio cercano a Chivatá. Buscan agua y, según el joven, es una alternativa para ganar dinero y así ayudar a sus padres con las facturas de servicios públicos y el mercado.
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Jacqueline Cruz, hermana de Marina y cuñada de Víctor, también vive en Chivatá con su esposo, Leonardo, y sus hijos. Juntos han mantenido la familia con el ganado, la cosecha de alimento y una tienda de abastos en su casa. “Ha bajado mucho la producción de leche. En tiempos normales se entregaban entre 30 y 35 litros, pero ahora, si acaso se llega a 14″, explica Leonardo.
“Como ahora no hay pasto, el ganado ya no da leche de la misma manera”, añade Jacqueline. Ese pasto quemado implica además un aumento de los gastos para ellos y otras 700 familias.
“Debemos comprar el concentrado para los animales cuando aún no ha llegado el pago de la leche. Y no es rentable ni siquiera cuando llega, pues solo recibimos 1.700 pesos por litro vendido”, explica Jacqueline. Además, la sequía también ha hecho que, de cuatro reses que antes producían leche, hoy solo lo hagan dos. En cifras, esto implica una pérdida aproximada de 35.700 pesos, porque antes obtenían 60.000 y ahora no llegan ni a los 25.000.
Esta familia ha dependido de la cosecha de la papa y la que sembraron en julio del año pasado la recogieron en enero, pero de ahí en adelante no han sembrado más. Y, a raíz de la crisis, las ventas han bajado significativamente en su tienda, que es su otra fuente de ingresos, porque los vecinos tienen menos dinero para comprar.
Es así como el fenómeno afecta la economía de toda la región. La agricultura y la ganadería están casi paralizadas y no se retomarán hasta que la lluvia vuelva. Los campesinos buscan un apoyo del Gobierno que sea eficaz para salir de esta situación.
—Toca comprar semilla para volver a sembrar y buscar un crédito para conseguir el abono– explica Leonardo.
La UMATA, Unidad Municipal de Asistencia Técnica Agropecuaria, es una institución que buscar brindar bienestar a las familias campesinas de Chivatá, mediante programas de fomento de tecnologías, extensión agropecuaria, campañas de forestación, vacunación de las especies y prevención de plagas.
— Nosotros llamamos a la UMATA y ellos envían profesionales que vienen y colocan las vacunas, el desparasitante o cualquier necesidad urgente de los animales —dice Leonardo. Esta entidad trabaja con la Alcaldía y visita los terrenos para añadir a los campesinos en su base de datos.
Las dos familias, Quito y Guayacán, se inscribieron a principios de febrero a los subsidios por pérdidas de cultivos. La recuperación será extensa, y es la única opción.
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El Fenómeno de El Niño ha hecho que Julián y Alexis, el otro hijo de Víctor que no está en casa, hayan tomado la decisión de irse en las próximas semanas a Sogamoso, municipio que queda a 1 hora y 20 minutos de Chivatá.
Van con el objetivo de estudiar Agricultura en el SENA, Servicio Nacional de Aprendizaje, para aprender más sobre las labores del campo que los vio crecer. Esto alterará también la economía de la familia, puesto que los dos jóvenes son la mano de obra principal.
Marina, la mamá, explica que será necesario reducir el número de vacas y ovejas a la mitad, porque no hay otra forma de hacerle frente a la crisis dado que los animales suponen más un gasto que una posible fuente de ingresos.
Si bien la ONU ha asegurado que el Fenómeno de El Niño durará hasta mediados del 2024, estas familias de Chivatá se mantiene optimistas. Son creyentes del catolicismo que todo el tiempo mencionan a Dios y se encomiendan, y por eso dicen que están a la espera de un milagro.
—Hay gente que especula sobre lo que vendrá en el verano, pero toca tener paciencia y esperar a ver si Dios nos manda su santo abrigo- expresa Jacqueline.
A las 6:30 de la tarde las gallinas se van a dormir. Víctor trae los bovinos del potrero y luego se va al pueblo con su hijo Julián. Marina se queda en la casa con Lorena, quién le da un tetero a Pepe, el cordero que hoy se alimenta de leche de vaca.
El sol se esconde y la tierra descansa de sus rayos. Esta familia no se deja ganar de la siembra que se marchita. Es, más bien, como la semilla que, a pesar de la sequía, espera paciente el regreso de la lluvia para brotar.