Tania Garibello, la única trans en Ortega (Tolima)
Tiene 47 años, nació en Rioblanco, Tolima, y sobrevivió a dos desplazamientos forzados; la peluquería es su oficio y Darío Vélez fue su gran amor.
Pilar Cuartas Rodríguez
Tania Garibello habla sobre su vida con frases cortas, pero contundentes, y a cada una de ellas le sigue un chiste. Hasta a los momentos más dolorosos les agrega unos gozosos. Como cuando cuenta que los ilegales la querían matar y se fue hasta la montaña con la pinta “más marica” que tenía en el clóset a interpelar a uno de los matones o como cuando habla de sus sueños y solo piensa en una casa que sea propia, no importa si solo le cabe en ella la cabeza y le queda “el culo” por fuera. Tania suelta más de una risotada, en medio de la “calocha” que la agobia a 34 grados de temperatura en su peluquería, Garibellos, en Ortega (Tolima), el pueblo donde vive desde hace dos años como la única mujer trans. (Lea aquí: Trans-feminicidios, del odio y la sevicia)
Tania nació el 1 de julio en 1973 en Rioblanco (Tolima), pero allí permaneció poco por culpa de la transfobia. A los 17 años, cuando el pueblo le decía que era un hombre, pero ella sabía que era una mujer, salió rumbo a Chaparral y después al Líbano. Ansiaba la independencia o más bien la soledad para poder ser. Sin imposiciones ni mandatos. Una vez se hizo bachiller tomó carretera y llegó a Bogotá, donde descubrió la Academia Francesa de Belleza, en el barrio Restrepo, y se hizo estilista. Luego, una compañera de estudio la convidó a irse a Chaparral y allí hizo pinitos como peluquera. (Lea aquí: Ser LGBT+ en medio del coronavirus)
Pero se vio obligada a regresar a Rioblanco por una cirugía a la que fue sometida su mamá, pese a que nunca quiso volver. Mientras cuidaba de ella, Tania montó una peluquería en el pueblo y repartió su tiempo entre la recuperación de su madre y su negocio. Una noche, en el trayecto del trabajo a su hogar, conoció a Darío Vélez. Él vigilaba los carros del parqueadero de Cootransurb, cooperativa de transporte, y de paso también vigilaba a Tania verificando que llegara bien hasta la puerta de su casa. De voz grave y estatura baja, se acomodaba en un butaco para verla pasar. Así pasaron las noches hasta que él se presentó en la peluquería de Tania y esperó tres turnos para un corte de cabello. (Vivir con VIH | La Disidencia )
Se hicieron novios, pero el papá de Tania, que nunca la amó como ella quiso, descubrió a Darío saliendo por la ventana del cuarto de su hija y lo atacó con una ráfaga de machetazos. Y entonces se fueron a vivir juntos. Cada detalle de esa relación que duró quince años está intacto en la memoria de Tania. Los diálogos con Darío, las fechas, las calles y los platos sobre la mesa de las escenas importantes. También están frescos los recuerdos del 21 de septiembre de 2002, cuando un sujeto entró a su peluquería en Chaparral, preguntó por “Garibello” y avisó en tono justiciero que Darío estaba muerto, tirado en el sector de la Balastrera y que ella misma debía recoger el cadáver en donde ni la fuerza pública se atrevía a ingresar. (Indígenas LGBTI: ni demonios ni antinaturales | La Disidencia)
Por esa época, Tania y Darío ya habían salido de Rioblanco debido a amenazas. La primera había sido ejecutada en las afueras de su local a punta de tiros. Los ilegales imponían quiénes podían amarse y quiénes no, y la relación de Tania y Darío no tenía su aprobación. La privaron del amor por ser trans. “A Darío lo mataron por estar con una ‘marica’”, sostiene Tania. Después del asesinato, las intimidaciones recayeron entonces sobre ella directamente y sobre el hijo de Darío que ella terminó criando, y tuvo que desplazarse forzosamente a Ecuador y Venezuela. Se fue del país con tres mudas de ropa y por casi diez años.
Estando lejos de casa murieron sus padres. Y cuando Tania quiso volver por una vivienda heredada de sus padres en Rioblanco, los tiempos de posesión de un tercero le arrebataron esa posibilidad. Así que Patricia, otra amiga de las que se convirtieron en su familia, la invitó a Ortega y allí vive hace dos años siendo la única mujer trans. Trabaja sola en su peluquería Garibellos. La tasa de café nunca falta, se levanta a las 6:00 a.m. y abre el local de 8:30 a.m. a 7:00 p.m. todos los días, en especial los domingos, día de mercado. A veces la clientela, en especial los hombres, se acerca temerosa a la puerta y vacila en entrar. Entonces Tania les dice: “Tranquilo. A esta hora no como hombre, sino después de las 11 p.m.”, y suelta otra carcajada. Ayer hizo un tinte, diez cortes y un planchado. Es especialista en hacer los cortes de la mesa y los desvanecidos con cuchilla a los hombres y los degrafilados y hongos a las mujeres.
Tania Garibello prefiere más bien la soledad, pues no ha vuelto a encontrar un amor como el de Darío. Prefiere los amores largos en vez de los cortos. Detesta los “pollos” y prefiere los “hombres serios”. Y sale poco a la calle, pero cuando lo hace camina bien erguida, con la cabeza en alto. Con un movimiento exagerado. Lo hace adrede para apaciguar en su cabeza el cuchicheo de quienes la ven, se codean y rumoran “qué asco”, “qué miedo”. “Yo me voy a morir derechita, porque joroba no me va a salir. En cinco años me pienso poner una tabla o mandarme a enyesar (risas). Pero no voy a bajar la cabeza. Somos seres humanos, no hay nada anormal en nosotras, no tengo de qué avergonzarme y la gente debe aprenderlo”, afirma.
Tania Garibello es una de las 3.452 víctimas LGBT y una de las más de ocho millones de víctimas de desplazamiento forzado en el marco del conflicto armado colombiano. Sueña con tener su propia casa en Chaparral (Tolima), una prefabricada, que sale más barata. “Un sitio para guardar a mi Darío”, agrega Tania, quien conserva las cenizas de su pareja en un cofre con la estampa del Divino Niño, del que él era devoto. Un amor de esos duraderos, uno que le arrebataron la ilegalidad y el prejuicio.
Tania Garibello habla sobre su vida con frases cortas, pero contundentes, y a cada una de ellas le sigue un chiste. Hasta a los momentos más dolorosos les agrega unos gozosos. Como cuando cuenta que los ilegales la querían matar y se fue hasta la montaña con la pinta “más marica” que tenía en el clóset a interpelar a uno de los matones o como cuando habla de sus sueños y solo piensa en una casa que sea propia, no importa si solo le cabe en ella la cabeza y le queda “el culo” por fuera. Tania suelta más de una risotada, en medio de la “calocha” que la agobia a 34 grados de temperatura en su peluquería, Garibellos, en Ortega (Tolima), el pueblo donde vive desde hace dos años como la única mujer trans. (Lea aquí: Trans-feminicidios, del odio y la sevicia)
Tania nació el 1 de julio en 1973 en Rioblanco (Tolima), pero allí permaneció poco por culpa de la transfobia. A los 17 años, cuando el pueblo le decía que era un hombre, pero ella sabía que era una mujer, salió rumbo a Chaparral y después al Líbano. Ansiaba la independencia o más bien la soledad para poder ser. Sin imposiciones ni mandatos. Una vez se hizo bachiller tomó carretera y llegó a Bogotá, donde descubrió la Academia Francesa de Belleza, en el barrio Restrepo, y se hizo estilista. Luego, una compañera de estudio la convidó a irse a Chaparral y allí hizo pinitos como peluquera. (Lea aquí: Ser LGBT+ en medio del coronavirus)
Pero se vio obligada a regresar a Rioblanco por una cirugía a la que fue sometida su mamá, pese a que nunca quiso volver. Mientras cuidaba de ella, Tania montó una peluquería en el pueblo y repartió su tiempo entre la recuperación de su madre y su negocio. Una noche, en el trayecto del trabajo a su hogar, conoció a Darío Vélez. Él vigilaba los carros del parqueadero de Cootransurb, cooperativa de transporte, y de paso también vigilaba a Tania verificando que llegara bien hasta la puerta de su casa. De voz grave y estatura baja, se acomodaba en un butaco para verla pasar. Así pasaron las noches hasta que él se presentó en la peluquería de Tania y esperó tres turnos para un corte de cabello. (Vivir con VIH | La Disidencia )
Se hicieron novios, pero el papá de Tania, que nunca la amó como ella quiso, descubrió a Darío saliendo por la ventana del cuarto de su hija y lo atacó con una ráfaga de machetazos. Y entonces se fueron a vivir juntos. Cada detalle de esa relación que duró quince años está intacto en la memoria de Tania. Los diálogos con Darío, las fechas, las calles y los platos sobre la mesa de las escenas importantes. También están frescos los recuerdos del 21 de septiembre de 2002, cuando un sujeto entró a su peluquería en Chaparral, preguntó por “Garibello” y avisó en tono justiciero que Darío estaba muerto, tirado en el sector de la Balastrera y que ella misma debía recoger el cadáver en donde ni la fuerza pública se atrevía a ingresar. (Indígenas LGBTI: ni demonios ni antinaturales | La Disidencia)
Por esa época, Tania y Darío ya habían salido de Rioblanco debido a amenazas. La primera había sido ejecutada en las afueras de su local a punta de tiros. Los ilegales imponían quiénes podían amarse y quiénes no, y la relación de Tania y Darío no tenía su aprobación. La privaron del amor por ser trans. “A Darío lo mataron por estar con una ‘marica’”, sostiene Tania. Después del asesinato, las intimidaciones recayeron entonces sobre ella directamente y sobre el hijo de Darío que ella terminó criando, y tuvo que desplazarse forzosamente a Ecuador y Venezuela. Se fue del país con tres mudas de ropa y por casi diez años.
Estando lejos de casa murieron sus padres. Y cuando Tania quiso volver por una vivienda heredada de sus padres en Rioblanco, los tiempos de posesión de un tercero le arrebataron esa posibilidad. Así que Patricia, otra amiga de las que se convirtieron en su familia, la invitó a Ortega y allí vive hace dos años siendo la única mujer trans. Trabaja sola en su peluquería Garibellos. La tasa de café nunca falta, se levanta a las 6:00 a.m. y abre el local de 8:30 a.m. a 7:00 p.m. todos los días, en especial los domingos, día de mercado. A veces la clientela, en especial los hombres, se acerca temerosa a la puerta y vacila en entrar. Entonces Tania les dice: “Tranquilo. A esta hora no como hombre, sino después de las 11 p.m.”, y suelta otra carcajada. Ayer hizo un tinte, diez cortes y un planchado. Es especialista en hacer los cortes de la mesa y los desvanecidos con cuchilla a los hombres y los degrafilados y hongos a las mujeres.
Tania Garibello prefiere más bien la soledad, pues no ha vuelto a encontrar un amor como el de Darío. Prefiere los amores largos en vez de los cortos. Detesta los “pollos” y prefiere los “hombres serios”. Y sale poco a la calle, pero cuando lo hace camina bien erguida, con la cabeza en alto. Con un movimiento exagerado. Lo hace adrede para apaciguar en su cabeza el cuchicheo de quienes la ven, se codean y rumoran “qué asco”, “qué miedo”. “Yo me voy a morir derechita, porque joroba no me va a salir. En cinco años me pienso poner una tabla o mandarme a enyesar (risas). Pero no voy a bajar la cabeza. Somos seres humanos, no hay nada anormal en nosotras, no tengo de qué avergonzarme y la gente debe aprenderlo”, afirma.
Tania Garibello es una de las 3.452 víctimas LGBT y una de las más de ocho millones de víctimas de desplazamiento forzado en el marco del conflicto armado colombiano. Sueña con tener su propia casa en Chaparral (Tolima), una prefabricada, que sale más barata. “Un sitio para guardar a mi Darío”, agrega Tania, quien conserva las cenizas de su pareja en un cofre con la estampa del Divino Niño, del que él era devoto. Un amor de esos duraderos, uno que le arrebataron la ilegalidad y el prejuicio.