Relatos del Darién: “el infierno se queda corto frente a lo que pasé en la selva”
Alejandro, de 33 años, cruzó la frontera junto a su esposa e hija. Tuvo que enviarlas en una lancha mientras él pasó días sin comida ni agua, intentando seguir el paso de los grupos para reencontrarse con su familia.
La travesía desde Necoclí hasta la frontera con Panamá puede tardar perfectamente una semana. Todo depende de las condiciones económicas del migrante y las posibilidades de costear el viaje en lancha que acorta el camino por entre el Darién, donde además hay que ir preparado para enfrentar las adversidades de la selva.
Estos factores son determinantes, especialmente con los migrantes venezolanos, quienes de acuerdo con la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial (R4V), en su mayoría no cuentan con los suficientes recursos para llegar a su destino, por lo que deben tomar los caminos más largos, dormir expuestos sin abrigo y en muchas ocasiones movilizarse sin suficiente agua o alimentos.
“Una de cada 10 personas venezolanas carece de fondos para continuar sus viajes y, por lo tanto, permanece en centros de recepción en Panamá, esperando transferencias de dinero de familiares, pidiendo prestado a amigos o trabajando localmente hasta que puedan permitirse continuar su tránsito”, indica R4V.
Las dificultades son cada vez más visibles, debido a que en el último año ha aumentado significativamente el número de venezolanos migrando hacia el norte por tierra, a través de Centro América, debido a los cierres fronterizos y nuevos requisitos para ingresar a países como Honduras, Bélice y México, con los que se buscaba reducir su paso irregular hacia Estados Unidos.
Autoridades señalan que este año alrededor de 100.000 personas han cruzado el Tapón del Darién, mientras que en los primeros días de este mes (octubre) han salido aproximadamente 2.000 personas al día del municipio Necoclí, y aunque las cifras han descendido en los últimos días, ante las más recientes restricciones de Estados Unidos a los migrantes, “no es clara la manera como podrían evolucionar estos movimientos mixtos en el futuro y si este efecto será permanente o temporal”, indicó el Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos.
Lo cierto es que el tránsito de venezolanos por el Darien sigue y si bien, ya se ha declarado la crisis humanitaria, las difíciles condiciones de la selva son las que mejor retratan la situación. Este es uno de los testimonios recogidos por Médicos Sin Fronteras en uno de sus puntos habilitados en el Darién panameño, a donde llegan los migrantes una vez termina su travesía por la selva.
Alejandro*
Antes de cruzar a Panamá, estaba en Pereira, Colombia. En 2020 llegué caminando desde Perú. Habíamos emigrado para allá en el 2017. Mi esposa y yo estábamos trabajando, nos iba bien, los dos trabajábamos en buenas empresas hasta que llegó la pandemia y nos entregaron nuestras liquidaciones. En ese momento pensé: si me quedo, se va a acabar la comida, se va a acabar el dinero y ahí va a ser peor. Entonces mi esposa se quedó en Perú con nuestro hijo y el dinero que teníamos. Yo me fui caminando solo hasta Colombia y cuando comenzaron a salir los autobuses internacionales, ellos me alcanzaron.
En Pereira conseguí trabajo y pasamos allí cerca de un año y medio. Estando allí ya teníamos planes para irnos a Estados Unidos. Sentíamos que Colombia se podría poner como Venezuela, que el dinero no iba a alcanzar. Yo iba al mercado con 200 mil pesos y no llevaba todo lo suficiente para la semana. Entonces decidimos emprender camino otra vez, buscar mejores oportunidades para mi hijo de nueve años. Oportunidades que para los migrantes no veo ni en Colombia, ni en Perú, ni en ningún país de Latinoamérica.
Yo no sabía de esta locura del Darién. Pensaba que era difícil, pero no que era lo peor del mundo. Yo creo que el infierno se quedó corto frente a lo que yo pasé con mi esposa y mi hijo ahí. Si yo pudiese retroceder el tiempo, no pasaría esa selva. Me hubiese quedado en Colombia tranquilo. De verdad yo no se lo recomiendo a nadie. Lloré como un niño después de que logré cruzar.
De Pereira, mi mujer, mi hijo y yo, agarramos un avión hasta Medellín. Llegamos a Montería, de ahí tomamos un carro que nos llevó hasta Necoclí, que es de donde sale todo el mundo. De ahí fuimos hasta Capurganá y desde allá nos regresamos hasta Acandí. Luego, unas motos nos llevaron hasta un refugio y fue cuando empezamos a caminar la selva. Al principio todo era bonito, pero al tercer día, pensé que me iba a morir. Yo era el último en el grupo, no podía, no daba, pero tenía que seguir. Mi esposa lloraba, mi hijo lloraba. Estábamos preocupados.
En el camino nos íbamos quedando sin nada. Tuvimos que botar casi todo lo que llevábamos porque se mojaba y no podíamos con el peso. Un día casi nos lleva el río a mí y a mi hijo. Si él se hubiese ahogado, yo me hubiese ahorcado y más atrás mi esposa, porque no hubiésemos podido soportarlo.
Ya ni sé cuántos días pasamos en la selva. Yo llegué solo a la Estación de Recepción de Migrantes. Me tuve que meter por el río porque no sabía el camino y me perdí. Me quedé solo porque supuestamente cuando ya estábamos llegando, escuchamos una lancha. Eran unos pescadores que estaban abriendo un hueco en la orilla para enterrar a una persona que se ahogó. Les pedimos que nos llevaran y al principio dijeron que no. Luego se les ablandó el corazón y dijeron que podían llevar solo a mujeres y a niños. Mi esposa llorando se pudo montar con nuestro hijo.
Del grupo en el que veníamos nos quedamos cuatro y seguimos el camino. Yo no podía más, no tenía fuerzas. Tenía tres días sin comer. Entonces dos de los muchachos se fueron adelante y yo me quedé con otro, pero él estaba peor que yo y tuve que dejarlo en el camino. Él se quedó solo en una carpa que encontramos abandonada. Luego conseguí a otros grupos y no podía seguirles el ritmo. El barro era impresionante. Yo nunca había visto un barro así; te llegaba hasta la cintura y hacía que te cayeras muchas de veces. En una de esas, me golpeé la rodilla y como no podía caminar bien, me dejaron solo.
Esa noche hasta aluciné. Pensaba en mi familia. Soñaba que los árboles me iban a caer encima. Lloraba. El sonido de los animales era horrible. Ahí me quedé hasta las cinco y media de la mañana. Apenas amaneció, me levanté y seguí. Tomé agua de río en la mañana y al mediodía y en la tarde porque no tenía absolutamente nada qué comer. Hasta traté de agarrar algún pescado para comérmelo crudo, pero ni siquiera los pescados podía agarrar porque no tenía fuerzas. Caminaba y caminaba y llegaba al mismo sitio. En momentos sentí tanto desespero que quería que apareciera un caimán y me tragara.
En un instante, se me ocurrió meterme por el río para seguir la ruta y así fue que llegué. Me reencontré con mi familia. Estaba tan deshidratado que me pusieron tres bolsas de suero. Lo peor que yo he hecho en mi vida, durante mis 33 años, ha sido cruzar la selva del Darién.
Llegué al puesto de salud a que me examinen una herida que tengo en el pie. No tengo ni ropa, lo que llevo puesto no es mío. Ahora los planes son llegar a Estados Unidos a trabajar y poder encontrar esas oportunidades que busco. A veces quisiera regresarme a mi país y vivir tranquilo allá, pero cómo, si no tengo dinero siquiera para montar un negocio o ayudar a mi familia, ¿de qué va viviría mi hijo en Venezuela?, ¿qué buenos estudios podría darle? De momento veo el futuro muy duro.
*Nombre cambiado por seguridad de la fuente.
La travesía desde Necoclí hasta la frontera con Panamá puede tardar perfectamente una semana. Todo depende de las condiciones económicas del migrante y las posibilidades de costear el viaje en lancha que acorta el camino por entre el Darién, donde además hay que ir preparado para enfrentar las adversidades de la selva.
Estos factores son determinantes, especialmente con los migrantes venezolanos, quienes de acuerdo con la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial (R4V), en su mayoría no cuentan con los suficientes recursos para llegar a su destino, por lo que deben tomar los caminos más largos, dormir expuestos sin abrigo y en muchas ocasiones movilizarse sin suficiente agua o alimentos.
“Una de cada 10 personas venezolanas carece de fondos para continuar sus viajes y, por lo tanto, permanece en centros de recepción en Panamá, esperando transferencias de dinero de familiares, pidiendo prestado a amigos o trabajando localmente hasta que puedan permitirse continuar su tránsito”, indica R4V.
Las dificultades son cada vez más visibles, debido a que en el último año ha aumentado significativamente el número de venezolanos migrando hacia el norte por tierra, a través de Centro América, debido a los cierres fronterizos y nuevos requisitos para ingresar a países como Honduras, Bélice y México, con los que se buscaba reducir su paso irregular hacia Estados Unidos.
Autoridades señalan que este año alrededor de 100.000 personas han cruzado el Tapón del Darién, mientras que en los primeros días de este mes (octubre) han salido aproximadamente 2.000 personas al día del municipio Necoclí, y aunque las cifras han descendido en los últimos días, ante las más recientes restricciones de Estados Unidos a los migrantes, “no es clara la manera como podrían evolucionar estos movimientos mixtos en el futuro y si este efecto será permanente o temporal”, indicó el Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos.
Lo cierto es que el tránsito de venezolanos por el Darien sigue y si bien, ya se ha declarado la crisis humanitaria, las difíciles condiciones de la selva son las que mejor retratan la situación. Este es uno de los testimonios recogidos por Médicos Sin Fronteras en uno de sus puntos habilitados en el Darién panameño, a donde llegan los migrantes una vez termina su travesía por la selva.
Alejandro*
Antes de cruzar a Panamá, estaba en Pereira, Colombia. En 2020 llegué caminando desde Perú. Habíamos emigrado para allá en el 2017. Mi esposa y yo estábamos trabajando, nos iba bien, los dos trabajábamos en buenas empresas hasta que llegó la pandemia y nos entregaron nuestras liquidaciones. En ese momento pensé: si me quedo, se va a acabar la comida, se va a acabar el dinero y ahí va a ser peor. Entonces mi esposa se quedó en Perú con nuestro hijo y el dinero que teníamos. Yo me fui caminando solo hasta Colombia y cuando comenzaron a salir los autobuses internacionales, ellos me alcanzaron.
En Pereira conseguí trabajo y pasamos allí cerca de un año y medio. Estando allí ya teníamos planes para irnos a Estados Unidos. Sentíamos que Colombia se podría poner como Venezuela, que el dinero no iba a alcanzar. Yo iba al mercado con 200 mil pesos y no llevaba todo lo suficiente para la semana. Entonces decidimos emprender camino otra vez, buscar mejores oportunidades para mi hijo de nueve años. Oportunidades que para los migrantes no veo ni en Colombia, ni en Perú, ni en ningún país de Latinoamérica.
Yo no sabía de esta locura del Darién. Pensaba que era difícil, pero no que era lo peor del mundo. Yo creo que el infierno se quedó corto frente a lo que yo pasé con mi esposa y mi hijo ahí. Si yo pudiese retroceder el tiempo, no pasaría esa selva. Me hubiese quedado en Colombia tranquilo. De verdad yo no se lo recomiendo a nadie. Lloré como un niño después de que logré cruzar.
De Pereira, mi mujer, mi hijo y yo, agarramos un avión hasta Medellín. Llegamos a Montería, de ahí tomamos un carro que nos llevó hasta Necoclí, que es de donde sale todo el mundo. De ahí fuimos hasta Capurganá y desde allá nos regresamos hasta Acandí. Luego, unas motos nos llevaron hasta un refugio y fue cuando empezamos a caminar la selva. Al principio todo era bonito, pero al tercer día, pensé que me iba a morir. Yo era el último en el grupo, no podía, no daba, pero tenía que seguir. Mi esposa lloraba, mi hijo lloraba. Estábamos preocupados.
En el camino nos íbamos quedando sin nada. Tuvimos que botar casi todo lo que llevábamos porque se mojaba y no podíamos con el peso. Un día casi nos lleva el río a mí y a mi hijo. Si él se hubiese ahogado, yo me hubiese ahorcado y más atrás mi esposa, porque no hubiésemos podido soportarlo.
Ya ni sé cuántos días pasamos en la selva. Yo llegué solo a la Estación de Recepción de Migrantes. Me tuve que meter por el río porque no sabía el camino y me perdí. Me quedé solo porque supuestamente cuando ya estábamos llegando, escuchamos una lancha. Eran unos pescadores que estaban abriendo un hueco en la orilla para enterrar a una persona que se ahogó. Les pedimos que nos llevaran y al principio dijeron que no. Luego se les ablandó el corazón y dijeron que podían llevar solo a mujeres y a niños. Mi esposa llorando se pudo montar con nuestro hijo.
Del grupo en el que veníamos nos quedamos cuatro y seguimos el camino. Yo no podía más, no tenía fuerzas. Tenía tres días sin comer. Entonces dos de los muchachos se fueron adelante y yo me quedé con otro, pero él estaba peor que yo y tuve que dejarlo en el camino. Él se quedó solo en una carpa que encontramos abandonada. Luego conseguí a otros grupos y no podía seguirles el ritmo. El barro era impresionante. Yo nunca había visto un barro así; te llegaba hasta la cintura y hacía que te cayeras muchas de veces. En una de esas, me golpeé la rodilla y como no podía caminar bien, me dejaron solo.
Esa noche hasta aluciné. Pensaba en mi familia. Soñaba que los árboles me iban a caer encima. Lloraba. El sonido de los animales era horrible. Ahí me quedé hasta las cinco y media de la mañana. Apenas amaneció, me levanté y seguí. Tomé agua de río en la mañana y al mediodía y en la tarde porque no tenía absolutamente nada qué comer. Hasta traté de agarrar algún pescado para comérmelo crudo, pero ni siquiera los pescados podía agarrar porque no tenía fuerzas. Caminaba y caminaba y llegaba al mismo sitio. En momentos sentí tanto desespero que quería que apareciera un caimán y me tragara.
En un instante, se me ocurrió meterme por el río para seguir la ruta y así fue que llegué. Me reencontré con mi familia. Estaba tan deshidratado que me pusieron tres bolsas de suero. Lo peor que yo he hecho en mi vida, durante mis 33 años, ha sido cruzar la selva del Darién.
Llegué al puesto de salud a que me examinen una herida que tengo en el pie. No tengo ni ropa, lo que llevo puesto no es mío. Ahora los planes son llegar a Estados Unidos a trabajar y poder encontrar esas oportunidades que busco. A veces quisiera regresarme a mi país y vivir tranquilo allá, pero cómo, si no tengo dinero siquiera para montar un negocio o ayudar a mi familia, ¿de qué va viviría mi hijo en Venezuela?, ¿qué buenos estudios podría darle? De momento veo el futuro muy duro.
*Nombre cambiado por seguridad de la fuente.