Titiribí y el resurgir de las mulas, nuestro animal nacional
La mula ha hecho historia y no hay mejor sitio para apreciar los cambios de este animal y su futuro que Titiribí, en Antioquia.
Claudia María Leal León, especial para El Espectador
La misma Federación Nacional de Cafeteros que está estrenando gerente contrató en 1959 a una firma neoyorkina para que le ayudara a diseñar una campaña publicitaria. El resultado fue el arriero Juan Valdez, símbolo del campesinado cafetero. Tan exitoso ha sido este personaje, que en estos días apareció muy sonriente acompañando al nuevo gerente. Pero en la foto faltó Conchita, su mula, y sin mula no hay arriero.
Sin ellas tampoco habría habido Colombia cafetera, por lo que mucho de lo que somos se lo debemos a estos animales fuertes y seguros, mezcla de burro y yegua, incapaces de producir descendencia. Por eso es que Conchita está al lado de Juan Valdez en el famoso logo de la Federación; se volvió un animal más representativo del país que el cóndor, que aparece en varios escudos latinoamericanos. Paradójicamente, en las seis décadas en que este logo ha hecho carrera, la importancia de las mulas ha declinado tanto aquí como en el resto del mundo. Pero mulas sigue habiendo y su historia continúa viva y cautivadora. No hay mejor sitio para apreciar los cambios de este animal y el lugar que se está labrando en el futuro que el municipio de Titiribí en Antioquia.
La mula ha hecho historia por lo menos desde que sirvió para formar y mantener unido al Imperio Romano, es decir, desde un par de siglos antes del nacimiento de Cristo. Tras la desintegración del imperio siguió siendo crucial en el sur de Europa y, así, cuando los españoles cruzaron el océano se aseguraron de traer consigo a estos animales. Y, claro, también trajeron y criaron yeguas y tal cual burro para seguir produciendo mulas –estas criaturas híbridas y estériles, que por eso mismo no son una especie. Ellas transportaron la plata de las minas hacia los puertos en lo que hoy es México y dinamizaron la economía de la antigua Argentina, que mandaba 30,000 animales al año a finales del periodo colonial para el Alto Perú, de tal forma que antes de empezar su vida laboral, una mula ya había caminado unos 2,000 km. En la Nueva Granada, lo que hoy es Colombia, no hacían trayectos tan largos, pero miles de mulas y machos –como se les dice en este país a los ejemplares masculinos– cargaban la panela, el cacao y los lienzos que entraban a la capital.
Las mulas formaron parte de los ejércitos en las guerras de la Independencia y, con su paso firme y su aguda intuición, cargaron a viajeros y mercancías por la quebrada geografía andina. Ellas formaron nuestros caminos y los caminos fueron trazados y protegidos con piedras en función de ellas, así que moldearon nuestra geografía antes y más aún después de construidos los ferrocarriles, a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX. Llevaban los productos de exportación hasta las estaciones y regresaban cargadas con telas y machetes importados.
En la segunda mitad del siglo XX, cuando apareció Conchita para representarlas y homenajearlas, los jeeps y las tractomulas que recorrían las carreteras que se fueron construyendo a gran velocidad les generaron una fuerte competencia, al punto de hacerlas desaparecer de muchos sitios. Pero no las reemplazaron del todo. Ellas siguieron moviendo trapiches, llevando café cereza al beneficiadero y café seco al pueblo, y transportando gente. Como Conchita, todas ellas tenían nombre, porque eran y siguen siendo individuos, conocidos por su físico, sus capacidades y su personalidad. Aunque había perros cimarrones y callejeros sin nombre, ese no era el caso de las mulas, que entendían las voces y los llamados de quienes se volvieron arrrieros a su lado.
Mientras las mulas de carga fueron disminuyendo en número, unas pocas mulas de silla empezaron a ser expuestas en las ferias que organizaban las recién creadas asociaciones caballistas. Desde mucho antes las mulas habían sido vendidas y compradas en las ferias de ganado, donde aquellas criadas para montar superaban en promedio el precio de los caballos. Algunas de las mulas de silla eran hijas de buenas yeguas, pues no faltaba quien las cruzara con burros para tener un animal de buen paso, y además fuerte y resistente para montarse en él. Pero, en general, las mulas eran hijas de las yeguas malas. Aunque en un papel secundario, las ferias de caballos de paso fino les dieron una vitrina a las más elegantes de las mulas.
Así se abrió el camino para que algunos caballistas, inspirados por la nostalgia de su pasado arriero y maravillados ante las virtudes de las mulas, decidieran, ya por la década de 1980, poner todo su empeño en la cría de mulas de silla. Destacado entre ellos está don Ovidio Osorio, hijo de arriero, que tiene un ilustre criadero –llamado Villa Luz– en la localidad de Girardota, donde se especializa en seleccionar burros de silla, sin quienes no podría haber mulas. Don Ovidio y otros fueron puliendo la genética y educándo a las mulas con perseverancia y cariño, produciendo unos animales tan elegantes como confiables, que terminaron por ganarse un espacio en la cabalgata de la Feria de las Flores en Medellín. Por eso fue que en la Exposición Mundial Equina que hubo en esa misma ciudad en 2003 irrumpieron unas 50 mulas de paso fino que dejaron boquiabiertos a los visitantes extranjeros.
Estas nuevas mulas, y sus siempre presentes parientes de carga, inspiraron la creación, en 1996, de una asociación especializada en mulas. Aunque duró poco, la semilla quedó sembrada y hace dos años revivió bajo el nombre de Asmulares. Víctor y Martín Vélez, de familia de Titiribí, refundaron la asociación de la mano de 19 amantes de las mulas de esta y otras localidades. La asociación ya tiene más de 400 socios, la mayoría dueños de unos pocos animales. Ha organizado varios eventos, empezando por uno en Titiribí, donde se invitan a dueños de mulas y asnales, se revisa el estado de los animales, se dan recomendaciones de cuidado y manejo y, en lo posible, se hace seguimiento posterior. Que estos eventos hayan empezado en Titiribí no es casualidad, pues este lindo pueblo del suroeste antioqueño se autoproclamó capital mundial de la mula de silla. Allá hay una poderosa tradición mulera, criaderos relativamente recientes, entre los que se destaca la Suiza Mejía, y –sobre todo– entrenadores de mulas muy reconocidos, encabezados por Anibal Vélez y Nicolás Caro, que con paciencia y experiencia entienden y se hacen entender de estos animales.
Colombia está entre los países del mundo con mayor número de mulas. La mayoría siguen siendo animales de carga que trabajan con las gentes en las montañas, en lugares de difícil acceso. Otras reemplazan a los caballos al combinar gracia y solidez. Ese pasado y ese presente se juntan en Titiribí, otrora casa de las famosas minas de oro del Zancudo, donde hoy se puede recorrer su hermoso y emblemático paisaje a lomo de mula.
La misma Federación Nacional de Cafeteros que está estrenando gerente contrató en 1959 a una firma neoyorkina para que le ayudara a diseñar una campaña publicitaria. El resultado fue el arriero Juan Valdez, símbolo del campesinado cafetero. Tan exitoso ha sido este personaje, que en estos días apareció muy sonriente acompañando al nuevo gerente. Pero en la foto faltó Conchita, su mula, y sin mula no hay arriero.
Sin ellas tampoco habría habido Colombia cafetera, por lo que mucho de lo que somos se lo debemos a estos animales fuertes y seguros, mezcla de burro y yegua, incapaces de producir descendencia. Por eso es que Conchita está al lado de Juan Valdez en el famoso logo de la Federación; se volvió un animal más representativo del país que el cóndor, que aparece en varios escudos latinoamericanos. Paradójicamente, en las seis décadas en que este logo ha hecho carrera, la importancia de las mulas ha declinado tanto aquí como en el resto del mundo. Pero mulas sigue habiendo y su historia continúa viva y cautivadora. No hay mejor sitio para apreciar los cambios de este animal y el lugar que se está labrando en el futuro que el municipio de Titiribí en Antioquia.
La mula ha hecho historia por lo menos desde que sirvió para formar y mantener unido al Imperio Romano, es decir, desde un par de siglos antes del nacimiento de Cristo. Tras la desintegración del imperio siguió siendo crucial en el sur de Europa y, así, cuando los españoles cruzaron el océano se aseguraron de traer consigo a estos animales. Y, claro, también trajeron y criaron yeguas y tal cual burro para seguir produciendo mulas –estas criaturas híbridas y estériles, que por eso mismo no son una especie. Ellas transportaron la plata de las minas hacia los puertos en lo que hoy es México y dinamizaron la economía de la antigua Argentina, que mandaba 30,000 animales al año a finales del periodo colonial para el Alto Perú, de tal forma que antes de empezar su vida laboral, una mula ya había caminado unos 2,000 km. En la Nueva Granada, lo que hoy es Colombia, no hacían trayectos tan largos, pero miles de mulas y machos –como se les dice en este país a los ejemplares masculinos– cargaban la panela, el cacao y los lienzos que entraban a la capital.
Las mulas formaron parte de los ejércitos en las guerras de la Independencia y, con su paso firme y su aguda intuición, cargaron a viajeros y mercancías por la quebrada geografía andina. Ellas formaron nuestros caminos y los caminos fueron trazados y protegidos con piedras en función de ellas, así que moldearon nuestra geografía antes y más aún después de construidos los ferrocarriles, a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX. Llevaban los productos de exportación hasta las estaciones y regresaban cargadas con telas y machetes importados.
En la segunda mitad del siglo XX, cuando apareció Conchita para representarlas y homenajearlas, los jeeps y las tractomulas que recorrían las carreteras que se fueron construyendo a gran velocidad les generaron una fuerte competencia, al punto de hacerlas desaparecer de muchos sitios. Pero no las reemplazaron del todo. Ellas siguieron moviendo trapiches, llevando café cereza al beneficiadero y café seco al pueblo, y transportando gente. Como Conchita, todas ellas tenían nombre, porque eran y siguen siendo individuos, conocidos por su físico, sus capacidades y su personalidad. Aunque había perros cimarrones y callejeros sin nombre, ese no era el caso de las mulas, que entendían las voces y los llamados de quienes se volvieron arrrieros a su lado.
Mientras las mulas de carga fueron disminuyendo en número, unas pocas mulas de silla empezaron a ser expuestas en las ferias que organizaban las recién creadas asociaciones caballistas. Desde mucho antes las mulas habían sido vendidas y compradas en las ferias de ganado, donde aquellas criadas para montar superaban en promedio el precio de los caballos. Algunas de las mulas de silla eran hijas de buenas yeguas, pues no faltaba quien las cruzara con burros para tener un animal de buen paso, y además fuerte y resistente para montarse en él. Pero, en general, las mulas eran hijas de las yeguas malas. Aunque en un papel secundario, las ferias de caballos de paso fino les dieron una vitrina a las más elegantes de las mulas.
Así se abrió el camino para que algunos caballistas, inspirados por la nostalgia de su pasado arriero y maravillados ante las virtudes de las mulas, decidieran, ya por la década de 1980, poner todo su empeño en la cría de mulas de silla. Destacado entre ellos está don Ovidio Osorio, hijo de arriero, que tiene un ilustre criadero –llamado Villa Luz– en la localidad de Girardota, donde se especializa en seleccionar burros de silla, sin quienes no podría haber mulas. Don Ovidio y otros fueron puliendo la genética y educándo a las mulas con perseverancia y cariño, produciendo unos animales tan elegantes como confiables, que terminaron por ganarse un espacio en la cabalgata de la Feria de las Flores en Medellín. Por eso fue que en la Exposición Mundial Equina que hubo en esa misma ciudad en 2003 irrumpieron unas 50 mulas de paso fino que dejaron boquiabiertos a los visitantes extranjeros.
Estas nuevas mulas, y sus siempre presentes parientes de carga, inspiraron la creación, en 1996, de una asociación especializada en mulas. Aunque duró poco, la semilla quedó sembrada y hace dos años revivió bajo el nombre de Asmulares. Víctor y Martín Vélez, de familia de Titiribí, refundaron la asociación de la mano de 19 amantes de las mulas de esta y otras localidades. La asociación ya tiene más de 400 socios, la mayoría dueños de unos pocos animales. Ha organizado varios eventos, empezando por uno en Titiribí, donde se invitan a dueños de mulas y asnales, se revisa el estado de los animales, se dan recomendaciones de cuidado y manejo y, en lo posible, se hace seguimiento posterior. Que estos eventos hayan empezado en Titiribí no es casualidad, pues este lindo pueblo del suroeste antioqueño se autoproclamó capital mundial de la mula de silla. Allá hay una poderosa tradición mulera, criaderos relativamente recientes, entre los que se destaca la Suiza Mejía, y –sobre todo– entrenadores de mulas muy reconocidos, encabezados por Anibal Vélez y Nicolás Caro, que con paciencia y experiencia entienden y se hacen entender de estos animales.
Colombia está entre los países del mundo con mayor número de mulas. La mayoría siguen siendo animales de carga que trabajan con las gentes en las montañas, en lugares de difícil acceso. Otras reemplazan a los caballos al combinar gracia y solidez. Ese pasado y ese presente se juntan en Titiribí, otrora casa de las famosas minas de oro del Zancudo, donde hoy se puede recorrer su hermoso y emblemático paisaje a lomo de mula.