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La vinculación de la presencia de los negociadores del Eln en Cuba a la campaña reeleccionista de Trump en Florida y el endurecimiento de las posiciones del gobierno de Duque frente a las posibilidades de reabrir las negociaciones con ese grupo, se juntan con algunas declaraciones de los dirigentes elenos y los debates internos de esta insurgencia para replantear las eternas preguntas sobre su voluntad de paz y su unidad de mando.
En ese sentido, varios artículos han empezado a hacer circular la idea de “federalismo insurgente” para referirse al Eln. Tales son los casos de los escritos conjuntamente por Luis Fernando Trejos y Andrés Aponte en La Silla Vacía y El Espectador, entre el 19 de febrero y el 5 de marzo, que se refirieron a este concepto para explicar las relaciones de este grupo con la economía cocalera, pero también para subrayar sus diferencias con las extintas Farc. Asimismo, en otro un artículo escrito por Juan Carlos Garzón y otros para Razón Pública, se recurre a la naturaleza federada del Eln para evidenciar la equivocación de la estrategia oficial de mostrar una supuesta división del grupo (Razón Pública, 15 de febrero de 2021). En una línea similar, María Victoria Llorente, directora de la FIP, en una reciente entrevista concedida a María Isabel Rueda, subrayaba lo poco que sabemos sobre las particularidades regionales de ese grupo y de su estructura federada que lo articula en torno a un proyecto común (El Tiempo, lunes 15 de febrero de 2021).
Todos estos planteamientos han servido para ambientar la difusión de los resultados de una investigación interdisciplinaria realizada por el equipo de Conflicto y Paz del CINEP, que ha propuesto una mirada más estructural sobre los cambios desarrollados por este grupo insurgente en sus años de existencia, pero, también de las diferencias de su estilo de actuar según las situaciones y tensiones de las diversas regiones donde hace presencia. Algunas ideas centrales de los resultados de este análisis, que han inspirado algunos de los textos citados anteriormente, están recogidos en el libro próximo a publicar: ¿Por qué es tan difícil negociar con el Eln? Las consecuencias de un federalismo insurgente, 1962-2020**, que fue coordinado por Andrés F. Aponte y Fernán González, con el prólogo de Socorro Ramírez.
Como punto de partida, los investigadores hacen un llamado, bastante obvio, a insistir en la necesidad de asumir las consecuencias de las diferencias de enfoque y de comportamiento entre esta insurgencia y las extintas Farc. Si bien estas dos insurgencias emergieron en el mismo contexto nacional, de los inicios del Frente Nacional, e internacional, marcado por la Guerra Fría y la revolución cubana, las motivaciones, los líderes, el discurso revolucionario, la trayectoria militar y organizacional y las bases sociales sobre las que se anclaron, difirieron.
Así, las Farc surgieron gracias al impulso de jóvenes campesinos marginales, radicalizados y adscritos al Partido Comunista Colombiano, que buscaban acceder a tierras y representación política en sus localidades; bajo un marco de luchas agrarias en el mundo andino cafetero azotado por La Violencia. En cambio, el Eln surgió como un emprendimiento armado de jóvenes urbanos, en su mayoría universitarios, híper ideologizados, descontentos con las estrategias electorales del Partido Comunista, que buscaron insertarse en las tensiones del mundo rural, de los bolsones interiores de colonización, para cambiar la idea de Estado y sociedad, al concebir que el sistema político no daba espacio a sus visiones de sociedad.
Por eso, las bases sociales variaron en cada proyecto armado. Las Farc se apalancó sobre un grupo particular de pobladores (los campesinos colonos y luego los cocaleros), que dio forma a unas estructuras más cohesionadas de mando, que los asemejaban, en parte, a un ejército regular. En contraste, el Eln se insertó en los problemas de diversos grupos poblacionales (campesinos, sindicalistas, indígenas, comunidades negras, etc.), cuyas diversas apuestas organizativas y reivindicaciones explican no solo los diversos rostros territoriales que posee esta guerrilla, sino también el carácter federado que asumió en su segunda época.
Un segundo llamado de nuestros jóvenes investigadores fue la necesidad de analizar la trayectoria y situación actual del grupo a partir de un lente organizacional y territorial, que entienda a este grupo como un conjunto variado de organizaciones dentro de un proyecto nacional. Este llamado es producto de una reinterpretación de la trayectoria de esta insurgencia, a la que corresponde una nueva narrativa de sus concepciones y accionar. Aunque, actualmente, varios estudios han venido señalando al Eln como marcado por una impronta federada, conviene recordar que esto no siempre fue así: en sus inicios, fue una guerrilla centralizada y caudillista que derivó en una conducción autoritaria, que privilegió la vía militar como mecanismo de resolución de controversias internas (1964-1974), llevándolo a su casi extinción con el desastre de Anorí (1973) y el movimiento hacia el “Replanteamiento” (1975-1983). Frente a esa situación, el Eln adoptó, como estrategia de recomposición, una política de cooptación de diversos emprendimientos armados locales, que se fueron articulando al proyecto nacional, bajo estrategia de centralización por cooptación.
Así, con el fin de evitar los males iniciales, los líderes del segundo momento del Eln, como el cura Pérez y Gabino, adoptaron una estructura colegiada y federada, con una dirección colectiva, horizontal y democrática, caracterizada por la amplia discusión política sobre la estrategia y la táctica armada. Esta estructura se mantiene, parcialmente, vigente en el presente, pero la falta de una eficaz dirección colectiva y el excesivo respeto a la autonomía de los frentes conducen en algunas ocasiones al llamado “debate en caliente”, que significa acciones inconsultas de algunos grupos para sentar su posición en el conjunto de la organización, el atentado contra la Escuela de Policía General Santander es un buen ejemplo.
De esa compleja organización se derivan dos rasgos centrales de esta insurgencia: en primer lugar, sus problemas de acción colectiva, porque la comandancia no tiene ni el poder ni la capacidad infraestructural para homogenizar ni alinear a todos sus frentes, como evidencian las reiteradas dificultades que ha afrontado para centralizar organizativa y políticamente al proyecto nacional. Y, en segundo lugar, el Eln presenta diversos rostros territoriales, que reflejan, como muestran los estudios regionales de caso de este libro, la variedad de sus bases y las reivindicaciones diferentes que pretende representar. Esto se evidencia en la falta de una directriz clara en materia de extracción de recursos: el debate frente a la coca ilustra esa situación, ya que cada grupo adopta posiciones diferentes en el tema según sus circunstancias, en contraste con la prohibición moralista del COCE.
Esto desemboca en un tercer rasgo que destacan los jóvenes investigadores del CINEP: la importancia que tienen las bases sociales en su estructuración y acciones: de ellas no solo se extrae información, recursos humanos (reclutas) y materiales, sino que ellas constituyen una instancia básica de coordinación, que le da forma a la organización armada y determina la lógica de la violencia que desarrolla cada grupo regional y local. Mientras menos sólidos sean los lazos verticales, que vinculan a los líderes con los pobladores y determinan la organización de su presencia en el territorio, mayores serán las probabilidades de que haya problemas de coordinación y constreñimientos para actuar colectivamente.
Además, si las bases sociales no son homogéneas en términos demográficos, así como en las reivindicaciones y demandas que tienen, mayor problema tendrá la organización nacional de articularlas en la llamada escisión maestra de la guerra. En efecto, cada emprendimiento armado local, como los muestran sus frentes, tienden a responder más a las dinámicas territoriales que al mismo proyecto nacional. Por eso, la consideración de las bases sociales del grupo armado en cada territorio es muy importante no solo para entender la puesta en marcha que impulsa un proyecto armado en el territorio, que determina su trayectoria tanto en su accionar como en las negociaciones de paz y en su eventual tránsito a la vida civil
Por último, concluyen los autores, estos tres rasgos conducen a la necesidad de replantear los esquemas de negociación y las estrategias de seguridad del Estado colombiano entre otras aristas. En primer lugar, la receta de tierras y curules, que fue bastante exitosa con las Farc, no responde a las demandas ni al discurso eleno. Para esta guerrilla es central el tema de los recursos naturales, las formas locales de participación y representación en el juego democrático y las formas de integración territorial, entre otros. Es decir, ella se auto representa como una instancia de intermediación entre un Estado homogéneo, que representa un claro bloque de poder, y una sociedad civil organizada, que se opone a las formas y apuestas de integración territorial que despliega el poder central. Por eso, sería necesario adoptar formas diferenciadas de acción estatal y de relacionamiento con el conjunto de la nación, que respondan de modo diferente a las diversas situaciones regionales y que rompan con la imagen bipolar del enfrentamiento entre buenos y malos, heredada de la Guerra Fría
Respecto a las estrategias de seguridad, habría que agregar que los planes y apuestas desarrolladas contra las Farc, las cuales se mostraron muy exitosas al asestarle golpes a las cabezas más visibles de esta guerrilla, no solo no funcionan en el Eln, sino que también arrojan un impacto humanitario en las zonas donde se llevan a cabo. En lo que atañe a este último punto, la poca diferenciación entre los combatientes elenos y los pobladores es un factor crucial a tener en cuenta, ya que los efectos colaterales arrojados por estas estrategias terminan por refrendar la idea de un Estado represivo y militarista.
Pero, por otra parte, los investigadores también cuestionan la relación ambigua del Eln con la sociedad, que desconoce la existencia de amplios sectores de la sociedad que no se ven representados en la supuesta mediación de esta guerrilla con el Estado, cuyas opciones políticas no comparte. Lo mismo que la manera autoritaria como el Eln impone su hegemonía en las organizaciones, que no respeta la autonomía relativa de las comunidades, ni sus liderazgos, con un proyecto de corte jacobino, tan oligárquico y opresivo de las comunidades como el proyecto de las clases dominantes que pretende combatir. Además, el Eln debería sopesar las consecuencias que tiene su estrategia de penetrar los movimientos sociales para la deslegitimación de esas protestas y movilizaciones, que son puestos en la mira de la represión estatal y de otros actores armados.
Y, del lado de la sociedad colombiana en general, es necesario que sea consciente de la necesidad de superar la tendencia estigmatizante de la protesta social a partir de una mejor comprensión de la compleja situación que enfrentan las comunidades en medio del conflicto de legitimidades y del fuego cruzado entre los combatientes, en regiones necesitadas de una intervención estatal de carácter integral que afronte, de manera diferenciada, los problemas que han llevado a las organizaciones de protesta.
Para terminar, los investigadores concluyen que un regreso a las negociaciones sería la mejor demostración de que no están cerradas las vías democráticas de la necesaria transformación social que el país necesita con urgencia.
*Politólogo de la Universidad de los Andes, historiador de la Universidad de California en Berkeley, investigador del CINEP durante cincuenta años.
**Esta es una investigación coordinada por Andrés F Aponte, en su estadía como investigador en el CINEP y desarrollada por un grupo de jóvenes investigadores, que se ejecutó gracias a los recursos de la embajada sueca, a través de Diakonia, cuyos resultados serán publicados en el mes de abril.