Quedarse en Colombia: reto de migrantes en Ipiales (Nariño)
La Cruz Roja Colombiana brinda apoyo económico a quienes quieran crear su propio negocio en este municipio.
Luisa Fernanda Orozco
La vía de Pasto a Ipiales se recorre con tranquilidad. Aparentemente lo único que se observan son montañas con un cruce de hierba y maleza, pero pasados unos kilómetros personas que caminan sobre la vía comienzan a verse: llevan maletas sobre los hombros y algunas tienen ropa abundante para cubrirse, otras apenas logran taparse partes del cuerpo. Pocas usan tenis para sortear el camino, y la mayoría solo tiene medias que combinan con chanclas.
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La vía de Pasto a Ipiales se recorre con tranquilidad. Aparentemente lo único que se observan son montañas con un cruce de hierba y maleza, pero pasados unos kilómetros personas que caminan sobre la vía comienzan a verse: llevan maletas sobre los hombros y algunas tienen ropa abundante para cubrirse, otras apenas logran taparse partes del cuerpo. Pocas usan tenis para sortear el camino, y la mayoría solo tiene medias que combinan con chanclas.
Son migrantes que han caminado durante días, incluso semanas. ¿Hacia dónde van? Les preguntan los periodistas que se los cruzan en el camino, y algunos responden “no sé, Perú, Ecuador, Chile”, aunque la vida los termina asentando en los lugares que menos esperan.
Ese es el caso de Antonia** y su hermana Valeria**, dos mujeres trans menores de edad que han caminado durante 15 días. Vienen desde Maracaibo (Venezuela) y ahora están sobre la vía para llegar a Pasto, aunque lo que realmente quieren es llegar a Medellín. “Allá tratan mejor a las trans, ¿no? Además son muy bonitas”, cuentan mientras se enroscan el pelo y ponen su peso sobre una sola pierna.
Antes de migrar, las dos trabajaban en un salón de belleza y estudiaban en un colegio, pero abandonaron antes de graduarse como bachilleres. Ahora Valeria tiene un nuevo novio. Según Antonia, lo conoció hace pocos días. Es otro migrante, como ellas, que la abraza fuerte cuando le dice que tiene frío, y no es para menos, están en Ipiales.
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Pero además del clima, Ipiales tiene elementos que lo diferencian de otros municipios de Nariño: entre su riqueza natural y cultural está el hecho de ser corredor estratégico por la frontera que comparte con Ecuador. Allí, entre 2018 y 2019, se vivió una escalada de migrantes a pie que deseaban abandonar sus países.
Migración Colombia afirma que hay 2’477.588 migrantes en el país que ingresaron de manera legal. Bogotá, Antioquia, Norte de Santander, Valle del Cauca y Atlántico son los territorios con mayor número de población. En Nariño hay 19.069, lo que representa el 0,77 % a escala nacional.
Sin embargo, cerca de Ipiales se tiene conocimiento de al menos 100 trochas, es decir, pasos ilegales por los que las personas cruzan arriesgando sus vidas.
El caso de Lisbeth Coromoto Olívar tiene puntos en común con el de Antonia y Valeria. Ella tardó 15 días en llegar desde Maracaibo a Ipiales, junto con sus cuatro hijos, en un trayecto que recorrieron a veces a pie y otras en carro.
Desde hace un mes y medio Lisbeth le está apostando a tener ingresos estables para costear la educación de sus hijos, sostener un hogar decente y vivir tranquila. Para eso montó su propio negocio: Donuts and more, que por ahora maneja desde su casa, en el barrio Bolívar de Ipiales.
Al entrar por la puerta de metal se ve una habitación que hace las veces de sala y comedor. Un televisor grande y cuadrado reposa sobre una mesa al lado del mueble principal. En la pared hay cuadros colgados y algunas fotografías. Las cortinas están cerradas y hace que todo se vea oscuro, aunque apenas sean las tres de la tarde de un viernes. Más allá está la entrada a otra habitación que no tiene puerta: ahí queda la cocina, con una estufa, una batidora pequeña y varias bandejas de plata.
Mientras habla, Lisbeth moldea con sus manos una masa que más tarde se convertirá en donas de diferentes sabores. Chocolate, vainilla y chispas de colores son algunas de las decoraciones que emplea. “Es difícil empezar de cero, y más en una ciudad ajena, porque uno no conoce a nadie y, además, tiene cuatro hijos con un proyecto de vida diferente”, cuenta.
Ella se enteró de que la Cruz Roja Colombiana estaba brindando apoyos económicos para población, sobre todo migrante, que quisiera crear su propio negocio en Ipiales. Luego de pasar los filtros de la convocatoria se convirtió en una de las 60 personas beneficiarias del proyecto, llamado “Medios de vida”, que además acogió negocios de artesanías, confección, decoración, barberías, calzado, alimentos y demás.
“Durante el desarrollo del curso se brinda un recurso de $370.000 por el tiempo invertido. Al finalizar el proceso se desembolsa un apoyo para cada iniciativa de $4’064.000 para la compra de equipos e insumos necesarios, dependiendo de cada tipo de negocio”, cuenta Francisco Miranda, coordinador de la Cruz Roja en Ipiales.
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Y aunque se busca que este programa sea común para todos los migrantes que desean quedarse en Colombia, la realidad muestra que “entre los problemas más destacados de las personas que abandonan sus países están las necesidades básicas insatisfechas, acceso a trabajo formal, riesgos de protección asociados a la presencia e instrumentalización de la comunidad por grupos ilegales, acceso a salud y medicamentos, acceso a vivienda y fenómenos de xenofobia”, continúa Miranda.
Para entender esto es necesario precisar que Ipiales cuenta con diferentes tipos de población migrante: quienes retornan a Colombia desde el sur del continente; aquellos que buscan reencontrarse con sus familias en países como Ecuador, Chile o Perú; y quienes desean -como Lizbeth- quedarse en Ipiales con vocación de permanencia.
“La gran mayoría de esta población está en zonas de asentamientos informales y en condición de vulnerabilidad, buscando formas para poder subsistir. Gran parte de ellos ya han iniciado su proceso de regularización por medio del Estatuto Temporal de Protección”, dice Miranda.
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Las fronteras entre países casi nunca logran distinguirse. No es como que la geografía vaya a cambiar de un momento a otro: que las montañas con maleza verde y amarilla de Colombia vayan a tornarse en riscos y acantilados de roca cuando se llega a Ecuador. El paisaje sigue siendo uno solo, a diferencia del letrero que los divide: “Bienvenido a la República de Ecuador”.
En el lado de Colombia quedan los vestigios del pico migratorio de 2018 y 2019, cuando en un fin de semana llegaban a cruzar hasta 13 mil personas. Ahora sólo hay carpas de la Cruz Roja y otras organizaciones nacionales e internacionales abandonadas. Solo permanece la atención en un toldo blanco de la alcaldía de Ipiales, donde los migrantes llegan usualmente pidiendo comida. “¿Hacia dónde van?”, les preguntan. “A Estados Unidos”, responden varios.
La Cancillería ecuatoriana estimó que más de un millón de venezolanos ingresaron al país el año anterior, pero solo 221.000 se quedaron. El resto entró de paso para continuar su viaje hacia Perú y Chile, en donde encuentran un costo de vida más barato y políticas laborales más flexibles.
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Para trasladarse a Ecuador de manera legal se debe pasar por el puente internacional de Rumichaca: un amplio corredor de la vía Panamericana que atraviesa el río Guáitara, en el Nudo de los Pastos, donde la cordillera de los Andes se bifurca en Occidental y Central. Este punto fue el paso ancestral que las comunidades indígenas usaban antes de la colonización, e incluso le decían el ombligo del mundo.
Nuestro país no exige hoy ningún tipo de papel para la entrada de ciudadanos por vía terrestre nacidos en cualquier país de América Latina. Sin embargo, las peticiones de Ecuador son otras: se deben presentar documentos como la Tarjeta Andina de Migración (TAM) y la cédula de identidad o el pasaporte.
“Aún se mantiene un flujo constante entre la frontera colombo-ecuatoriana. No obstante, este tránsito se da por pasos informales. La frontera formal, constituida en Rumichaca, no es paso que se acostumbre a utilizar, dados los documentos y la visa humanitaria que solicita el vecino país. Entre los pasos irregulares se han visto varios casos en los que las personas desaparecen a causa del río o cualquier otra situación con ocasión de las redes que hacen presencia en el municipio”, afirma la Cruz Roja Colombiana.
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Lisbeth se alista para la primera feria que los beneficiarios de Medios de Vida de la Cruz Roja tendrán en el parque de Ipiales. Durante la noche anterior sus hijos la ayudaron a preparar la masa y adornar las donas que vendería al día siguiente, desde las 7 de la mañana, en uno de los toldos acompañado de una tarima. Sonriente, saluda a los periodistas que la visitan y le piden una entrevista.
“¿Cómo van las ventas?”, le preguntan, y ella responde con un “bien, ya varios han comprado”. Entonces señala las bandejas de donas con algunos huecos visibles: son por las que ya le han comprado.
“Quisiera tener una tienda más grande en el futuro”, continúa Lisbeth. “Vivir en una casa más grande y brindarles a mis hijos la educación que se merecen. Por ahora estoy ahorrando para una batidora automática. Eso me ahorraría mucho tiempo para hacer las donas”, cuenta ella, y luego se entretiene cuando llegan más clientes a su carpa.
Tras la llegada del nuevo gobierno hay expectativa frente a lo que pasará con la migración en Colombia, luego del anuncio de la apertura de fronteras y la normalización de relaciones diplomáticas con Venezuela. Pero mientras Lisbeth sueña con abrir un nuevo local, migrantes como Antonia y Valeria aún caminan en la vía pidiendo aventones a carros y camiones que, la mayoría de las veces, no se los dan. “Puede que esto genere una nueva ola, ya sea de salida o de retorno. Esperamos igualmente que se fortalezcan las políticas públicas en temas migratorios y se destinen recursos para garantizar una integración efectiva de la población migrante en nuestro territorio”, asevera la Cruz Roja.
*Invitada por la Cruz Roja de Colombia.
**Nombres modificados.