Salud mental: El problema de largo plazo que deja la pandemia
La pandemia por COVID-19, sin temor a caer en exageraciones, es uno de los episodios de mayor relevancia que vamos a contar en esta generación. Es como decir que se sobrevivió a una guerra o que la infancia se vivió en medio de la gripa española. En tiempos recientes no hemos vivido un fenómeno con las implicaciones sociales, económicas, ambientales y de salud pública que deja la pandemia del COVID-19.
Lina Martínez*
Hernán Felipe Guillén**
Las consecuencias de este episodio están en todas partes y cada uno cuenta una historia con trayectorias diferentes, y dentro de todas las historias, las consecuencias en la salud mental, cobra cada día un peso estadístico que va a tener consecuencias de largo alcance. El incremento de síntomas relacionados a enfermedades mentales, en las que se cuenta con mayor prevalencia el estrés, la ansiedad, y la depresión, es un problema que crece a una velocidad inusitada.
Antes de la pandemia, la prevalencia y crecimiento de las enfermedades de salud mental se habían convertido en un tema recurrente en la investigación académica y en las agendas públicas. Los jóvenes de esta nueva generación (los nacidos en la década del 2000), han sido uno de los grupos poblacionales más estudiados en este campo, y en quienes se había identificado un mayor crecimiento de trastornos mentales. En Estados Unidos, al 2017, se había identificado que el 20% de las mujeres entre 12 y 17 años en el país había sufrido un episodio de depresión severo, frente al 13% de los hombres en el mismo rango de edad. De las jóvenes que experimentaron un episodio de depresión severo, menos del 5% había recibido algún tratamiento (Pew Research Center). De acuerdo a la Encuesta Nacional en 2019 de Uso de Sustancias Psicoactivas y Salud en los Estados Unidos, la población entre 18-25 años presentan la mayor prevalencia frente a cualquier trastorno mental. En Colombia, la situación es similar. La Encuesta Nacional de Salud Mental de 2015 evidenció que el 12,2% de los adolescentes entre 12-17 años reportaron algún trastorno mental. Estos datos sugieren una mirada enfocada en este tipo de población, sobre todo durante esta pandemia en la cual se han implementado medidas como aislamientos, cuarentenas, virtualidad, disminución del contacto e interacción social.
En un país desarrollado la inversión en diagnóstico y tratamiento para la atención de los problemas de salud mental son más onerosos, sin embargo, en los países de bajo y mediano ingreso, solo menos del 5% de las personas que padecen estos trastornos reciben tratamiento psicoterapéutico y/o con psicofármacos. De acuerdo con información de la OECD, los países de ingresos altos destinan en promedio USD $58 por cada habitante, representando el 0.18% del Producto Interno Bruto (PIB). En los países de ingreso medio, la inversión por habitantes es de USD $2, el 0.03% de PIB. En los países pobres, la inversión cae a USD $1,5 por habitante, el 0.06 del PIB (World Happiness Report 2018).
Como muchos temas en política pública, los problemas de salud mental llegan a la agenda gubernamental por los costos y sobrecargas al sistema público y a la productividad económica. Los problemas de salud mental no son buenos ni para los individuos ni para el aparato económico. En los países de la OECD, los problemas de salud mental generan cerca del 50% de las incapacidades laborales, generando una reducción en el PIB de alrededor un 2%. Los problemas de salud mental también reducen los días efectivos en que las personas trabajan, y en caso en que logren llegar a su lugar de trabajo, la productividad se ve menguada. Adicionalmente, los problemas de salud mental afectan la salud física, lo que generan un costo extra al sistema de salud, y una disminución adicional al PIB de 1%. En total, se estima que solo la carga de enfermedad de la salud mental genera una reducción del 5% del PIB de los países de la OECD (World Happiness Report 2018). Adicionalmente, el Banco Mundial reporta que la carga de enfermedad de trastornos mentales, neurológicos y epilepsia, es igual a la generada por las enfermedades crónicas como la diabetes o la hipertensión. Colombia, evidencia estos datos a través de la Tasa de Años de Vida Potencialmente Perdidos por Trastornos Mentales y del Comportamiento. Esta medición de carga de enfermedad, paso de 4.6% en el año 2009 a 36.4% en el año 2019. En tan solo 10 años la carga de enfermedad de trastornos mentales en Colombia se ha incrementado dramáticamente.
Lea: Salud mental en tiempos de vacunación: ansiedad y exceso de información.
Los problemas de salud mental, a diferencia de algunas enfermedades físicas, aparecen temprano, mayoritariamente en la adolescencia y se mantienen a lo largo de la vida. La aparición temprana de problemas de salud mental, es una de las razones por las cuales los adolescentes son unos de los grupos poblacionales donde más se estudia este fenómeno. Esto tiene implicaciones públicas y privadas. En términos públicos, le genera un costo adicional al sistema de salud en el diagnóstico y tratamiento de una condición que posiblemente esté presente a lo largo del ciclo vital. De igual forma, afecta al sistema público de manera indirecta a través de baja productividad y, en consecuencia, a la contribución al sistema de bienestar (pago de impuestos). En términos privados, las implicaciones de los problemas de salud mental pueden ser devastadores, tanto para el individuo como para su núcleo cercano. Uno de los aspectos que hace más complejo la identificación y tratamiento de los trastornos de salud mental, es la inhabilidad o dificultad para verbalizarlos, aceptarlos socialmente, y reconocer el efecto inhabilitante en el individuo que los padece. Culturalmente, existe estigma asociado al trastorno mental, dificultando su identificación y por consiguiente un adecuado manejo.
Antes de la pandemia, la prevalencia de los problemas de salud mental era un tema que estaba llegando a la agenda pública con el peso de la evidencia académica y con la falta de recursos y voluntad política para atenderlo con la robustez que el problema demanda. Hemos visto en los últimos meses, que las consecuencias de largo plazo de la pandemia son incluso más complejas que los aspectos inmediatos que requiere una crisis de esta magnitud. La pandemia va a dejar al aparato económico estancado por un buen tiempo, y conllevará a secuelas importantes en la salud mental de los individuos. Una población expuesta a los estresores diarios de incertidumbre, miedo y ansiedad, no solo es improductiva, sino que también va perdiendo la esperanza de un futuro mejor. Sólo en Japón, el año pasado se suicidaron más de 5,000 mujeres en tiempos de pandemia.
Los programas y políticas para atender los problemas de salud mental que deja esta pandemia, no deberían arrumarse en la larga lista de problemas para ser atendidos cuando existan los recursos para hacerlo. La acción pública ante la magnitud de este problema es casi que un deber ético. En Colombia, y en general en América Latina, tenemos sistemas de salud muy poco capacitados y equipados para atender los problemas de salud mental de la población, y con graves deficiencias en la atención rural y la población más pobre.
Pero las políticas públicas no sólo se construyen con las buenas intenciones gubernamentales y la destinación presupuestal. La otra mitad de las políticas, es la receptividad de los beneficiarios ante las intervenciones. Los problemas de salud mental son culturalmente escondidos, no son temas que se pongan en la mesa y la gente prefiere guardar silencio antes de hablar públicamente sobre depresión o ansiedad. Y en el caso que alguien quisiera hablarlo, desconocen la sintomatología o son incapaces de articular lo que sienten por esa distancia con las que nos educan sobre las emociones.
Lea también: Lo que se sabe de salud mental y coronavirus tras un año de pandemia.
La pandemia no ha generado problemas nuevos, ha agudizado los que ya existían. La salud mental cae en esa descripción. Llevamos muchos años desconociendo la magnitud de los problemas de salud mental en la población. La pandemia, va a dejar una cuenta larga y presurosa que tiene implicaciones en la esfera pública, privada y productiva.
*Ph.D en Políticas Públicas y directora POLIS, Universidad Icesi.
**M.D. director Center for Clinical and Translational Research, La Misericordia Clínica Internacional, Barranquilla, Colombia.
Las consecuencias de este episodio están en todas partes y cada uno cuenta una historia con trayectorias diferentes, y dentro de todas las historias, las consecuencias en la salud mental, cobra cada día un peso estadístico que va a tener consecuencias de largo alcance. El incremento de síntomas relacionados a enfermedades mentales, en las que se cuenta con mayor prevalencia el estrés, la ansiedad, y la depresión, es un problema que crece a una velocidad inusitada.
Antes de la pandemia, la prevalencia y crecimiento de las enfermedades de salud mental se habían convertido en un tema recurrente en la investigación académica y en las agendas públicas. Los jóvenes de esta nueva generación (los nacidos en la década del 2000), han sido uno de los grupos poblacionales más estudiados en este campo, y en quienes se había identificado un mayor crecimiento de trastornos mentales. En Estados Unidos, al 2017, se había identificado que el 20% de las mujeres entre 12 y 17 años en el país había sufrido un episodio de depresión severo, frente al 13% de los hombres en el mismo rango de edad. De las jóvenes que experimentaron un episodio de depresión severo, menos del 5% había recibido algún tratamiento (Pew Research Center). De acuerdo a la Encuesta Nacional en 2019 de Uso de Sustancias Psicoactivas y Salud en los Estados Unidos, la población entre 18-25 años presentan la mayor prevalencia frente a cualquier trastorno mental. En Colombia, la situación es similar. La Encuesta Nacional de Salud Mental de 2015 evidenció que el 12,2% de los adolescentes entre 12-17 años reportaron algún trastorno mental. Estos datos sugieren una mirada enfocada en este tipo de población, sobre todo durante esta pandemia en la cual se han implementado medidas como aislamientos, cuarentenas, virtualidad, disminución del contacto e interacción social.
En un país desarrollado la inversión en diagnóstico y tratamiento para la atención de los problemas de salud mental son más onerosos, sin embargo, en los países de bajo y mediano ingreso, solo menos del 5% de las personas que padecen estos trastornos reciben tratamiento psicoterapéutico y/o con psicofármacos. De acuerdo con información de la OECD, los países de ingresos altos destinan en promedio USD $58 por cada habitante, representando el 0.18% del Producto Interno Bruto (PIB). En los países de ingreso medio, la inversión por habitantes es de USD $2, el 0.03% de PIB. En los países pobres, la inversión cae a USD $1,5 por habitante, el 0.06 del PIB (World Happiness Report 2018).
Como muchos temas en política pública, los problemas de salud mental llegan a la agenda gubernamental por los costos y sobrecargas al sistema público y a la productividad económica. Los problemas de salud mental no son buenos ni para los individuos ni para el aparato económico. En los países de la OECD, los problemas de salud mental generan cerca del 50% de las incapacidades laborales, generando una reducción en el PIB de alrededor un 2%. Los problemas de salud mental también reducen los días efectivos en que las personas trabajan, y en caso en que logren llegar a su lugar de trabajo, la productividad se ve menguada. Adicionalmente, los problemas de salud mental afectan la salud física, lo que generan un costo extra al sistema de salud, y una disminución adicional al PIB de 1%. En total, se estima que solo la carga de enfermedad de la salud mental genera una reducción del 5% del PIB de los países de la OECD (World Happiness Report 2018). Adicionalmente, el Banco Mundial reporta que la carga de enfermedad de trastornos mentales, neurológicos y epilepsia, es igual a la generada por las enfermedades crónicas como la diabetes o la hipertensión. Colombia, evidencia estos datos a través de la Tasa de Años de Vida Potencialmente Perdidos por Trastornos Mentales y del Comportamiento. Esta medición de carga de enfermedad, paso de 4.6% en el año 2009 a 36.4% en el año 2019. En tan solo 10 años la carga de enfermedad de trastornos mentales en Colombia se ha incrementado dramáticamente.
Lea: Salud mental en tiempos de vacunación: ansiedad y exceso de información.
Los problemas de salud mental, a diferencia de algunas enfermedades físicas, aparecen temprano, mayoritariamente en la adolescencia y se mantienen a lo largo de la vida. La aparición temprana de problemas de salud mental, es una de las razones por las cuales los adolescentes son unos de los grupos poblacionales donde más se estudia este fenómeno. Esto tiene implicaciones públicas y privadas. En términos públicos, le genera un costo adicional al sistema de salud en el diagnóstico y tratamiento de una condición que posiblemente esté presente a lo largo del ciclo vital. De igual forma, afecta al sistema público de manera indirecta a través de baja productividad y, en consecuencia, a la contribución al sistema de bienestar (pago de impuestos). En términos privados, las implicaciones de los problemas de salud mental pueden ser devastadores, tanto para el individuo como para su núcleo cercano. Uno de los aspectos que hace más complejo la identificación y tratamiento de los trastornos de salud mental, es la inhabilidad o dificultad para verbalizarlos, aceptarlos socialmente, y reconocer el efecto inhabilitante en el individuo que los padece. Culturalmente, existe estigma asociado al trastorno mental, dificultando su identificación y por consiguiente un adecuado manejo.
Antes de la pandemia, la prevalencia de los problemas de salud mental era un tema que estaba llegando a la agenda pública con el peso de la evidencia académica y con la falta de recursos y voluntad política para atenderlo con la robustez que el problema demanda. Hemos visto en los últimos meses, que las consecuencias de largo plazo de la pandemia son incluso más complejas que los aspectos inmediatos que requiere una crisis de esta magnitud. La pandemia va a dejar al aparato económico estancado por un buen tiempo, y conllevará a secuelas importantes en la salud mental de los individuos. Una población expuesta a los estresores diarios de incertidumbre, miedo y ansiedad, no solo es improductiva, sino que también va perdiendo la esperanza de un futuro mejor. Sólo en Japón, el año pasado se suicidaron más de 5,000 mujeres en tiempos de pandemia.
Los programas y políticas para atender los problemas de salud mental que deja esta pandemia, no deberían arrumarse en la larga lista de problemas para ser atendidos cuando existan los recursos para hacerlo. La acción pública ante la magnitud de este problema es casi que un deber ético. En Colombia, y en general en América Latina, tenemos sistemas de salud muy poco capacitados y equipados para atender los problemas de salud mental de la población, y con graves deficiencias en la atención rural y la población más pobre.
Pero las políticas públicas no sólo se construyen con las buenas intenciones gubernamentales y la destinación presupuestal. La otra mitad de las políticas, es la receptividad de los beneficiarios ante las intervenciones. Los problemas de salud mental son culturalmente escondidos, no son temas que se pongan en la mesa y la gente prefiere guardar silencio antes de hablar públicamente sobre depresión o ansiedad. Y en el caso que alguien quisiera hablarlo, desconocen la sintomatología o son incapaces de articular lo que sienten por esa distancia con las que nos educan sobre las emociones.
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La pandemia no ha generado problemas nuevos, ha agudizado los que ya existían. La salud mental cae en esa descripción. Llevamos muchos años desconociendo la magnitud de los problemas de salud mental en la población. La pandemia, va a dejar una cuenta larga y presurosa que tiene implicaciones en la esfera pública, privada y productiva.
*Ph.D en Políticas Públicas y directora POLIS, Universidad Icesi.
**M.D. director Center for Clinical and Translational Research, La Misericordia Clínica Internacional, Barranquilla, Colombia.