Vamos a conversar
Hablamos mucho de la necesidad de un acuerdo nacional. Nosotros, desde los editoriales, venimos insistiendo en ello desde hace años.
Colombia no se puede dar el lujo de que su futuro se filtre por entre nuestras diferencias. Alguien tiene que iniciar la conversación, permitirla pero además animarla, sin otro ánimo que pensar en las grandes posibilidades que tiene este país de progresar para bien de todos si nos juntamos alrededor de unos mínimos objetivos comunes y nos empeñamos en empujar hasta alcanzarlos. Continuar por el camino individualista y destructor del sálvese quien pueda solo anuncia una derrota colectiva.
Suena fácil, al menos en eso, ponernos de acuerdo, con lógicas excepciones extremistas, bullosas, pero minoritarias. Lo que resulta más difícil es comenzar la conversación, en estos tiempos que promueven el sectarismo y cierran el camino a tratar de entender siquiera a quien piensa diferente, en estos tiempos tan proclives a la cancelación absoluta, sin grises, sin cambios de opinión, sin perdones, sin reparaciones posibles. Como un medio de comunicación cuya razón de ser ha sido por más de cien años no solo informar bien sino además tratar de elevar el nivel de la discusión pública, El Espectador no claudicará en el intento de abrir sus espacios a la conversación necesaria, con sus posiciones y sus ideas, pero con apertura a escuchar y valorar las contrarias.
En el último tiempo, desde nuestras páginas y pantallas, en momentos puntuales, hemos buscado incentivar ese tipo de conversaciones que consideramos urgentes. Hace poco, con motivo de nuestro cumpleaños número 137, le propusimos al país encontrar aquello que nos une como colombianos en medio de tantas diferencias. Meses antes, aprovechando los días de reflexión que llegan cada fin de año, invitamos a nuestros formadores de opinión, aquellos con las ideas más fuertes, a cambiar de opinión, a rememorar esos momentos en que escucharon razones diferentes o vivieron alguna experiencia que les hizo ver el otro lado de sus realidades y se convencieron de que debían ceder en sus ideas aferradas y cambiar de opinión. Porque es posible cambiar de opinión, no es pecado, nadie debería ser cancelado por cambiar de opinión. Recuerdo con impresión particular cuando hace unos años les propusimos que cada quien pensara y contara a quién, que le hubiera hecho daño, estaba dispuesto a perdonar. Fueron historias tremendas y sanadoras las que surgieron con ese llamado. Y así.
No voy a decirles que hemos tenido el éxito que quisiéramos con esos ejercicios. Pero respuesta sí han tenido y han suscitado reflexiones valiosas que, por lo demás, se han salido de nuestras páginas y pantallas para tomar vida propia en otros escenarios. En ese sentido, podemos decir que de a poco se van generando espacios para que la conversación se pueda ir dando, así por lo pronto sea en momentos coyunturales. Por eso hoy, en una celebración más de nuestro grito de independencia, queremos insistir en ese propósito, y eso explica esta edición especial que aquí les presentamos.
Los convocamos, de nuevo, a conversar. Esta vez, con un poco de mayor ambición, nos lanzamos a aquí y ahora a empezar una conversación, a través de estos textos de hombres y mujeres de diversas disciplinas y visiones contrapuestas para que nos den sus pistas de los caminos que les parece que el país debería explorar para hacer posible ese diálogo. De manera consciente hemos evitado las voces dominantes en el espacio público, porque son las que más promueven los radicalismos y han sido las menos propensas a escuchar razones opuestas. Esas tendrán que llegar en su momento a esta conversación, por supuesto, pero no dominarla desde el comienzo, pues han demostrado su incapacidad para convocarnos.
Espero que disfruten este especial de independencia y que lo encuentren positivo para la tarea que tenemos de salirnos de la radicalización y ponernos en disposición de trabajar por un mejor país en el quepamos todos.
Colombia no se puede dar el lujo de que su futuro se filtre por entre nuestras diferencias. Alguien tiene que iniciar la conversación, permitirla pero además animarla, sin otro ánimo que pensar en las grandes posibilidades que tiene este país de progresar para bien de todos si nos juntamos alrededor de unos mínimos objetivos comunes y nos empeñamos en empujar hasta alcanzarlos. Continuar por el camino individualista y destructor del sálvese quien pueda solo anuncia una derrota colectiva.
Suena fácil, al menos en eso, ponernos de acuerdo, con lógicas excepciones extremistas, bullosas, pero minoritarias. Lo que resulta más difícil es comenzar la conversación, en estos tiempos que promueven el sectarismo y cierran el camino a tratar de entender siquiera a quien piensa diferente, en estos tiempos tan proclives a la cancelación absoluta, sin grises, sin cambios de opinión, sin perdones, sin reparaciones posibles. Como un medio de comunicación cuya razón de ser ha sido por más de cien años no solo informar bien sino además tratar de elevar el nivel de la discusión pública, El Espectador no claudicará en el intento de abrir sus espacios a la conversación necesaria, con sus posiciones y sus ideas, pero con apertura a escuchar y valorar las contrarias.
En el último tiempo, desde nuestras páginas y pantallas, en momentos puntuales, hemos buscado incentivar ese tipo de conversaciones que consideramos urgentes. Hace poco, con motivo de nuestro cumpleaños número 137, le propusimos al país encontrar aquello que nos une como colombianos en medio de tantas diferencias. Meses antes, aprovechando los días de reflexión que llegan cada fin de año, invitamos a nuestros formadores de opinión, aquellos con las ideas más fuertes, a cambiar de opinión, a rememorar esos momentos en que escucharon razones diferentes o vivieron alguna experiencia que les hizo ver el otro lado de sus realidades y se convencieron de que debían ceder en sus ideas aferradas y cambiar de opinión. Porque es posible cambiar de opinión, no es pecado, nadie debería ser cancelado por cambiar de opinión. Recuerdo con impresión particular cuando hace unos años les propusimos que cada quien pensara y contara a quién, que le hubiera hecho daño, estaba dispuesto a perdonar. Fueron historias tremendas y sanadoras las que surgieron con ese llamado. Y así.
No voy a decirles que hemos tenido el éxito que quisiéramos con esos ejercicios. Pero respuesta sí han tenido y han suscitado reflexiones valiosas que, por lo demás, se han salido de nuestras páginas y pantallas para tomar vida propia en otros escenarios. En ese sentido, podemos decir que de a poco se van generando espacios para que la conversación se pueda ir dando, así por lo pronto sea en momentos coyunturales. Por eso hoy, en una celebración más de nuestro grito de independencia, queremos insistir en ese propósito, y eso explica esta edición especial que aquí les presentamos.
Los convocamos, de nuevo, a conversar. Esta vez, con un poco de mayor ambición, nos lanzamos a aquí y ahora a empezar una conversación, a través de estos textos de hombres y mujeres de diversas disciplinas y visiones contrapuestas para que nos den sus pistas de los caminos que les parece que el país debería explorar para hacer posible ese diálogo. De manera consciente hemos evitado las voces dominantes en el espacio público, porque son las que más promueven los radicalismos y han sido las menos propensas a escuchar razones opuestas. Esas tendrán que llegar en su momento a esta conversación, por supuesto, pero no dominarla desde el comienzo, pues han demostrado su incapacidad para convocarnos.
Espero que disfruten este especial de independencia y que lo encuentren positivo para la tarea que tenemos de salirnos de la radicalización y ponernos en disposición de trabajar por un mejor país en el quepamos todos.