Yoreli Rincón Torres, la comunera

Después de años de exilio deportivo de la Selección Colombia, la futbolista santandereana dijo que no la luchaba más. Sin embargo, su herencia comunera es de admirar.

Farouk Caballero, especial para El Espectador
31 de mayo de 2024 - 01:18 a. m.
Yoreli Rincón en sus tiempos felices en la Selección Colombia de fútbol. Luego los machos la persiguieron, la excluyeron y la dejaron sin poder vestir la camiseta nacional.
Yoreli Rincón en sus tiempos felices en la Selección Colombia de fútbol. Luego los machos la persiguieron, la excluyeron y la dejaron sin poder vestir la camiseta nacional.
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Por ser mujer, lesbiana y frentera, quemaron a Yoreli en la hoguera pública. Ella fue la primera mujer en demostrarle a Colombia que el fútbol no era solo de machos, pero los machos la persiguieron, la excluyeron y la dejaron sin poder vestir la camiseta más gloriosa que una jugadora nacional puede lucir.

Su sudor y capacidad la hicieron merecedora del símbolo patrio, no formal, más importante de la nación de Policarpa Salavarrieta. Con la mítica 10 en la espalda, supo ser figura en mundiales sub 17, sub 20, mayores y Olímpicos. Fue la primera colombiana en firmar un contrato profesional, la primera en disputar la Champions femenina, en 2014 fue nombrada mejor jugadora de la Copa América y Deportista del Año de El Espectador. Su talento incontrovertible la ha llevado a jugar en equipos profesionales de Brasil, Suecia, Estados Unidos, Noruega, Italia y, por supuesto, en clubes criollos.

¿Pero qué la sacó de la selección de Colombia? Hoy dicen que es por rendimiento deportivo, y eso es más falso que una moneda de cuero. Se los demuestro. Yoreli lloró por primera vez en la Clínica Santa Teresita de Floridablanca, Santander, el martes 27 de julio de 1993. Nació bajo el signo de Leo, con el fuego como elemento para combatir en los momentos oscuros. Con el sol como respaldo y con tremenda fiereza para defender su manada. También heredó esa berraquera de la mujer santandereana que tan mal se caricaturiza en series y telenovelas; baste recordar a Patty Fastidio de El Man es Germán o a Noraima de Ordóñese de la risa. Esa exageración balurda de un humor primitivo ha hecho que poco se sepa de la herencia comunera femenina que Yoreli lleva entre pecho y espalda.

La sabiduría popular resume esa valentía con un dicho que todavía se pronuncia con vozarrón en las montañas agrestes de Santander: “¡aquí no nacimos el día de los temblores!”. Esto quiere decir que, ante cualquier cañón que quiera masacrar las libertades, las santandereanas erguidas arriesgan, incluso, sus vidas. Así logró la eternidad y de paso la libertad para toda la patria, aunque poco se le reconozca en las regiones de Catalina Usme y compañía, Antonia Santos Plata. Nació en Pinchote en 1782 y su vida, tal cual lo aprendió de su madre Petronila Plata, fue una lucha constante para decirles a los representantes de la monarquía española, que los reyes no serían soberanos en este suelo. Fundó y lideró una guerrilla campesina que caminaba descalza desde Coromoro a todas las batallas. La tierra amarilla que pisaban los bautizó, como a la mayoría de la Rebelión comunera, patiamarillos. Y la dignidad inquebrantable de Antonia Santos marcó un precedente histórico: prefirió ser fusilada, antes que doblegarse.

Yoreli lleva esa rebeldía heroica en sus venas. Ya la época no demandó luchas guerrilleras, pero sí batallas femeninas en peladeros disfrazados de canchas. Descalza primero y después con guayos gigantes que le regaló su familia para que le duraran toda su etapa de crecimiento, Yoreli batalló contra el machismo futbolero. A punta de talento quebró cinturas e hizo goles que invitaban a los hinchas a admirar cada combate deportivo. Los niños le jalaban el pelo ante la humillación que sentían cuando “Yoyo”, como le dicen sus amigos, les tiraba un virgo, un ocho o les quebraba la cintura con un freno. Ella no se amilanó y así le tocó siempre. Cuando terminaba sus partidos en la cancha Municipal de Piedecuesta o en la de Lagos en Floridablanca, sus guayos y medias quedaban llenos de tierra amarilla. Guerreó con fútbol, de arma eligió el balón y se legitimó como niña patiamarilla.

Primero llegó a Ibagué, luego a Bogotá y con sacrificio superó la ausencia de billete para buses y comida. Con su coraje como estandarte, tal cual manda el himno de Santander, fue siempre adelante. Debutó en la Selección Colombia juvenil y luego en la de mayores. Se hizo orgullo del país y ante el trato indigno de los dirigentes medievales que todavía mandan en el fútbol, Yoreli se paró duro. La fusilaron a la usanza actual: atacaron su amor transparente por otra mujer, la condenaron al destierro por pedir un trato digno, por no querer usar los uniformes gigantes de los hombres y por cobrar lo justo. Cualquier parecido con la lucha comunera no es mera coincidencia.

Por su brega la sacaron de la Selección y hoy pocas compañeras le agradecen por nunca haber dado un paso atrás. Ella exigió y liberó a muchas jugadoras para que no sufrieran con el yugo que soportó. De desagradecidas está el mundo lleno, dicen también en las montañas del Cañón del Chicamocha. Razón les sobra.

Diabólicas de pura cepa

Otra de las santandereanas guerreras, pero ya de pluma, sátira e ideas, fue Silvia Galvis Ramírez. La bumanguesa se paró frente a los pelotones de fusilamiento de la iglesia radical, de los políticos corruptos, de los legisladores que acribillaron las libertades femeninas, quienes satanizaron el amor entre mujeres y pidieron cárcel para quien, después de ser violada, abortara. A todos los combatió con argumentos y humor fino. Silvia escribió en su satírica obra teatral, De la caída de un ángel puro por un beso apasionado (1997), que en los relatos masculinos la carne de la mujer era el mismo demonio.

Galvis Ramírez puso a hablar al diablo como personaje y el mismo Lucifer, con acento costeño, protestó: “Mamacita… entiéndeme… no fui yo quien les dio fama de criaturas banales… tentadoras… lujuriosas… Fueron los santos padres, los profetas, los evangelistas… los judíos que escribieron las Sagradas Escrituras, la Biblia, los Evangelios… fueron los Doctores de la Iglesia… esa mano de viejos prostáticos… mi amor… para ellos, ustedes han sido instrumentos de placer… mis instrumentos de lujuria”.

La inteligencia de Silvia Galvis es inmarcesible, pues una extensión de “esos viejos prostáticos” y del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición fue la que Yoreli, fiel a su legado comunero, enfrentó. Por eso, desde aquí va un abrazo sentido de agradecimiento. Así sus colegas pitosas no sepan que ella es mártir, que entregó todo lo que tiene y que mucho le deben las libertades y dignidades que gozan.

Yoreli: yo sí le agradezco en nombre de sus paisanos. Usted es la figura principal del fútbol de este pueblito viejo de hormigas culonas. Usted inspira a miles de niñas santandereanas que ven en el fútbol una opción de vida. La historia no la defraudará y no tengo duda de que así no le presten más la 10 tricolor, usted, mano, seguirá siempre arrogante, porque lleva en su sangre la libertad.

Por Farouk Caballero, especial para El Espectador

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Hermes(sscnk)31 de mayo de 2024 - 11:03 a. m.
La atmósfera periodistica y dirigencial del futbol es patriarcal y miserable.
Luis(19160)31 de mayo de 2024 - 02:10 a. m.
La dirigencia del fútbol colombiano es corrupta,para muestra el ostracismo a qué sometieron a esta valiente jugadora,no olviden la reventa de las boletas en la eliminatoria del mundial 2018,delito por cual no han sido judicializados.
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