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Cuando Arnaldo Ríos Alvarado se enteró que su amigo Jorge Enrique Oramas había decidido irse a vivir a una casa campestre en medio de los Farallones de Cali, zona rural del municipio, le dijo que si duraba un año viviendo allí, le haría una fiesta. Hoy, cuatro días después de su asesinato, Ríos recuerda con desazón que le quedó debiendo 15 celebraciones, por cada año que vivió allí. “En abril íbamos a hacer una de esas fiestas, pero se atravesó la pandemia”, dice Arnaldo. El sábado 16 de mayo, un enemigo desconocido le arrebató la vida a Oramas, dejando solo preguntas sin resolver en la cabeza de quienes lo conocieron.
Según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), Oramas fue el líder social asesinado #100 en lo que va del 2020. Ellos lo categorizaron como un campesino ambientalista y el pasado fin de semana, todos los medios de comunicación resaltaron su labor al reivindicar el valor de las semillas nativas y no transgénicas. Ese fue uno de sus mayores legados. Pero en voz de sus familiares, queda una inquietud mucho más compleja de resolver, ¿qué es ser un líder social en Colombia? ¿Realmente lo fue?
La pregunta surge no porque haya dudas sobre su incansable trabajo como ambientalista, sino porque, como menciona su amiga Claudia Zapata, nunca lideró procesos políticos en Juntas de Acción Comunal (JAC), en organizaciones sociales ni con aliados gubernamentales. No. Su labor se centró en algo muy valioso: el ejemplo. Era un educador, “pero no lideraba procesos en contra de la minería ni de los transgénicos. Nunca estuvo de acuerdo con eso, pero no armaba reuniones o planes para combatirlo. Su arma siempre fue ser ejemplo de vida”, dice Zapata.
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Los recuerdos que llegan a la mente de quienes lo conocieron aparecen mientras van hablando sobre sus virtudes y formas particulares de ver la vida. Al menos en la última década, según narran sus amigos, cargaba una mochila artesanal y un sombrero estilo Trilby en su cabeza. Del lado derecho del sombrero, siempre usaba una pluma que le recordaba su origen: la naturaleza. El 19 de mayo de este año, en la velación de su cuerpo, reposó sobre el ataúd ese sombrero con el que todos lo recordaban.
Pero ¿qué significa ser un líder ambiental en los Farallones de Cali? Según Terry Hurtado, concejal ambientalista del municipio, el Parque Natural, además de ser un espacio con gran riqueza de flora y fauna, que en ocasiones buscar ser extraídos ilegalmente, históricamente ha habido un problema de minería ilegal que ha acabado con cuencas hídricas fundamentales de la zona. "Lo más grave que ha dejado la minería ilegal es la contaminación a ríos, que van a dar siempre al río Cali y genera grandes afectaciones en esa zona rural, como en la ciudad", menciona. Según Parques Naturales Nacionales, la extracción de este oro ha dejado más de 700 hectáreas afectadas de ecosistema protegido, de las cuales al menos 190 hectáreas, eran páramo.
La entidad responsable de esta zona, no es el Departamento Administrativo de Gestión del Medio Ambiente (Dagma), entidad municipal encargada del tema medioambiental, ni la Corporación Autónoma Regional del Valle (CVC), sino que es Parques Naturales Nacionales, el encargado de velar por la protección de los Farallones de Cali.
De acuerdo con Hurtado, "este problema de minería ilegal y de extracción de flora y fauna silvestre, también ha dejado el problema de grupos armados ilegales en la zona", que aunque no han hecho que la zona se convierta en un blanco de conflicto o enfrentamientos, sí ha generado que sea un lugar donde los liderazgos a favor de la protección del medio ambiente y de las semillas orgánicas, pueda ser riesgoso.
Sobre las semillas transgénicas, el concejal ambientalista de Cali mencionó que no tiene conocimiento de que en esta zona haya cultivos u operación de empresas de transgénicos, sin embargo, "la incidencia e influencia de semillas orgánicas de Enrique Oramas, tuvo más impacto en la zona urbana, que en la zona rural donde vivía. Todos sabían cuáles eran sus causas", señaló.
Jorge Enrique Oramas tenía 70 años. Estudió Sociología en la Universidad Nacional de Colombia y dedicó, al menos la mitad de su vida, a los estudios sobre nutrientes y alimentos orgánicos como sanación para el cuerpo. En Villacarmelo, la vereda donde vivía, tenía sus emprendimientos: Biocanto y la Clínica de los Alimentos. Con el primero, comercializaba a restaurantes y personas sus productos a base de quinoa y amaranta. Con el segundo, ofrecía a las personas que tuvieran alguna dolencia o enfermedad crónica una alternativa de salud cambiando sus hábitos alimenticios.
Su hogar, el mismo lugar donde lo asesinaron, era una casa humilde y sencilla donde vivía con Bambuco y Mambo, dos de los perros callejeros que había adoptado y que eran sus más fiel compañía. Su nombre, aunque parezca obvio, tenían una historia que muestra otra de sus más importantes pasiones y hobbies: la música. "Él sabía mucho de la historia de la música colombiana y aunque no era un músico, disfrutaba mucho de los sonidos de instrumentos colombianos y a veces en las reuniones, los sacaba para ambientar el momento", dice el profesor Ríos.
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"Biocanto, su emprendimiento, era un canto a la vida, a la nutrición, a los alimentos", cuenta Beatriz Amparo, su amiga, mientras rememora algunas de las anécdotas que vivió con él y su labor como maestro, como guía. En la Universidad Libre, donde Arnaldo y ella son docentes, hay un grupo llamado Pedagogía Nómada, en el que profesores y estudiantes investigan sobre prácticas de vida sostenible y biosaludables. Por su sabiduría, Oramas hacía parte del equipo: le abría las puertas a chicos y chicas de universidades para que conocieran su forma de vida en el campo.
"Recuerdo que llevábamos a estudiantes a la casa de él, lo más bonito es que él preparaba los alimentos, muchas veces para muchos jóvenes eran muy exóticos porque eran preparaciones con cúrcuma, quinoa, cosas muy saludables, y en la mesa, antes de comer los alimentos, nos explicaba el valor dietético de cada plato y el origen de esas semillas. Su labor siempre fue esa, reivindicar las semillas", precisa su amiga Amparo.
Pero así como muchos caleños pudieron conocer su hogar como muestra de su liderazgo social, muchos otros llegaban para pedirle asesoría sobre su alimentación. “Las personas, por ejemplo, iban y se internaban una semana o unos días en la casa de él y él les enseñaba a comer, a preparar los alimentos y era un espacio para conectarse con la naturaleza, con las cascadas y con el cuerpo”, recuerda Vesga.
Sus clientes no terminaban siendo solo clientes, sino que se convertían en sus amigos. Así fue como, por ejemplo, Claudia Zapata lo conoció. “A través de sus productos, de todo lo que él vendía de quinoa y amaranta, lo conocí en un mercado campesino en el barrio San Antonio, en 2002. Desde ese momento comenzamos a charlar y luego nos volvimos colegas de la gastronomía saludable”, menciona.
Su rol como maestro trascendió un aula de clases, un cuaderno o un lápiz. Disfrutaba que estudiantes, familias y cualquier persona llegara a su casa a conocer sobre las virtudes de los alimentos. Su aula como profesor fueron los paisajes de los Farallones de Cali, donde enseñaba con sus cultivos y su cocina. Desde la mesa del comedor, algunos tomaban apuntes, otros simplemente lo escuchaban, pero lo certero es que nadie salía de allí sin conocer una visión distinta de la vida.
Lo mismo le sucedía a los habitantes de Villacarmelo, un corregimiento que no pasa de los 2.000 personas y en donde Orama era reconocido por su estilo de vida y su incidencia en las comunidades. Aunque nunca quiso hacer política electoral, a todo el que lo visitara y preguntara por su labor de las semillas, le contaba el mismo discurso: "Los transgénicos son perjudiciales para la salud, fomentan el capitalismo, acaban con la labor de los campesinos". Y esa frase la repetía una y otra vez, como recuerdan sus amigos.
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Su trabajo no se limitaba únicamente a vender y propiciar sus productos y alimentación sana. Muchas de las semillas o productos con los que trabajaba, las compraba a indígenas de las comunidades Nasa y Misak, en el departamento del Cauca. Esos eran sus mayores maestros: los libros y la ancestralidad.
Cuando se les pregunta a sus seres más allegados quién quedará con el legado de Jorge Enrique todos callan varios segundos: hubo muchos discípulos, muchas personas que aprendieron de sus saberes. Claudia, dice: "Sabemos que hay varias personas en los Farallones que tienen un estilo de vida similar, pero ¿que lideren con el ejemplo?". Vuelve a guardar silencio.
Sobre su emprendimiento, Biocanto, sus familiares están definiendo quién lo continuará. Pero ¿quién seguirá defendiendo los Farallones de Cali, desde el ejemplo? ¿Quién continuará el legado de defensa y reivindicación de las semillas orgánicas en vez de las transgénicas? Las preguntas siguen sin respuesta. Lo que sí saben, con certeza, sus amigos y familiares, es que aunque no haya liderado casusas visibles ni procesos políticos o sociales, sí fue un lider para Cali y en especial para el corregimiento de Villacarmelo, que se quedó sin su más fiel guardián de la naturaleza.