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En octubre de 1994, Gloria Robles Sanguino fue a visitar a una de sus tías, Angarita Robles, en Montería (Córdoba), y nunca regresó a Carmen de Bolívar (Bolívar). Durante las primeras semanas de su ausencia, sus hijos Mayerlis y John James, quienes para entonces tenían 13 y 17 años, sospecharon que su madre los había abandonado por los chismes que llegaban de los vecinos. Pero un año después se dieron cuenta de que la desaparecieron. Tuvieron que esperar casi tres décadas para recuperar su cuerpo.
Solo hasta julio de 2020, Miguel Durango Villadiego, fiscal seccional 217 de la Dirección de Justicia Transicional de la Fiscalía General de la Nación, le confirmó a Mayerlis que había encontrado a su madre. Pero en medio de la pandemia la entrega se debía postergar. Su ley de hierro para aislar personas y cambiar las dinámicas de las despedidas como las entendíamos antes no permitió que la familia Angarita Robles le diera cristiana sepultura, como tanto lo esperaron, hasta que la emergencia sanitaria fuese controlada.
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Aunque hoy la peste, como la llaman en las regiones, continúa, la Fiscalía organizó su entrega el 4 de diciembre en San Juan Nepomuceno. El club “Los Catorce”, ubicado en el corazón del municipio, albergó la entrega digna a la familia y a la valerosa Fundación Nydia Érika Bautista, que la acompañó en su búsqueda. Allí, después de 26 años de incertidumbre y dolor, Gloria, asesinada a sus 35 años, pudo ser despedida por sus dos hijos adultos y una nieta (una entre tantos que tiene) que comparte su nombre y que quiere seguir sus pasos de lideresa social. Pudo ser despedida en el pueblo de sus amores y que hoy intenta olvidar los años más violentos.
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A pesar de su edad, los jóvenes ya habían sufrido como pocos. Antes de la desaparición de Gloria, la familia fue desplazada de San Juan Nepomuceno por un grupo que hasta hoy no identifican. El destino los llevó al Carmen de Bolívar con las pocas cosas y recuerdos que pudieron sacar luego del despojo. Allí Gloria no cesó con sus funciones de lideresa campesina en medio de un ambiente hostil y con pocas garantías para ser guardiana de las trabajadoras de la tierra. Montes de María era su hogar y su trabajo. Sin miedo a nada, pero sin desafiar a nadie, luchó por los derechos de propiedad de ella y de los demás hasta el final.
“El desespero y los chismes nos hicieron creer lo peor de mi mami. Nos creímos el cuento de que nos dejó por voluntad propia, para esquivar problemas y encontrar así un mejor futuro. Los años nos fueron dando cachetadas por esos pensamientos y quedamos helados y muertos del terror cuando nos enteramos de que en su travesía hacia Montería ella había sido testigo y, posteriormente, víctima de la inmundicia llamada “limpiezas sociales”… el acto más horrible que uno se puede imaginar. Un horror que sigue rondando por mi cabeza, tan solo de imaginar el modo de operar que los paramilitares tuvieron para asesinar a la mujer de mis ojos”, relata Mayerlis.
Se acabó la década de los noventa, luego la de 2000 y los Angarita Robles seguían sin noticias. A pesar de los silencios, la esperanza era algo innegociable. De hecho, la ilusión de encontrarla creció en 2005, cuando el exparamilitar Agustín Sánchez aseguró en Justicia y Paz, el tribunal creado para juzgar a los miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), que en la finca El Caimán, en San Pedro de Urabá (Antioquia), había una fosa común con cuerpos de las mal llamadas “limpiezas sociales”, perpetradas entre los departamentos de Córdoba y Bolívar, entre 1992 y 1995. La finca era enorme y Sánchez no dio detalles, lo que dificultó la búsqueda.
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Pero la Fiscalía no se quedó quieta. Los cuerpos en San Pedro de Urabá fueron exhumados en 2011, aunque nunca lo contaron a los familiares. No saber estos datos la llenó de incertidumbre y resignación. Uno de los momentos críticos fue en 2013. Aunque las autoridades avanzaban a paso lento, como no le decían qué ocurría, Mayerlis empezaba a resignarse. Ella dejó sus muestras de ADN por si existía la posibilidad de que hubiese un cotejo, pero no estaba convencida.
Los rastros de su madre no llegaban, y con el corazón dolido, chiquito y arrugado entendió que la vida y los demás sueños tenían marcha por delante. Dejó a un lado este capítulo.
“El final de nuestra niñez y el esplendor de la juventud la utilizamos en buscarla. Lo hubiéramos hecho muchas veces más, pero la vida no podía terminar allí. Nuestra madre no nos enseñó eso y, a pesar de no tenerla en cuerpo presente, ella siempre estuvo, está y estará con nosotros en nuestros pensamientos y acciones. Su legado no fue solo los recuerdos de su compañía”, recuerda John James Angarita.
Si bien la noticia llegó inesperadamente en medio de la pandemia, a Mayerlis poco le importó. Soñó tanto con ese momento que, en medio de restricciones y durante seis meses, pensó en cómo despedir a su madre lideresa. Mandó a hacer camisetas con su fotografía y un mensaje: “Siempre seguirás viva en nuestros corazones”; imprimió carteles con las palabras que Gloria inspiraba, como “amor”, “paz” y “valentía”; le pidió a una amiga que cantara el día de la entrega, y organizó el salón con las medidas sanitarias y una decoración sobria.
Una vez los funcionarios le entregaron el pequeño féretro, con una banda blanca que llevaba el nombre de su madre en letras doradas, más de cincuenta personas, entre familiares, amigos y curiosos, se dirigieron al cementerio municipal. El calor inclemente no fue excusa para dejarle de cantar vallenatos durante el recorrido. También se pedía justicia, porque a pesar de haber sido entregada por su caso, hasta hoy no hay sentencias contra los responsables. Pero eso será un tema de discusión de los Angarita Robles para otro día. La despedida con altura apremiaba.
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Mientras el sepulturero abría el espacio para Gloria en el camposanto, la gente cantaba: “Me brindaste lo más tierno que nace del alma, de tu vida me diste lo más puro y hermoso. Un angelito del cielo me mima, me ama. Una sirena encantada me brinda sus besos. Todo lo vuelve ternura con una palabra y como por arte de magia me lleva hasta el cielo”.
Se trata de Sirena encantada, un vallenato de Miguel Morales que a Mayerlis y su familia le recordaba a su madre, porque con él le juran que su amor los acompañará hasta el día que se vuelvan a encontrar: “Yo sé bien que te voy a adorar toda la vida/ Porque tú me ayudaste a calmar mis sufrimientos/ En mis sueños siempre vas a estar, mi reina linda/ Este amor nunca terminará, te lo prometo”.