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Durante treinta años, Irlanda del Norte vivió un conflicto político y religioso, conocido como “Los problemas” (The Troubles), que dejó más de 3.500 víctimas. La disputa fue entre dos bandos: la comunidad protestante unionista, que aspiraba a mantener una relación estrecha con el Reino Unido, y la católica republicana, que buscaba la independencia. La guerra escaló al punto que surgieron grupos armados, como el Ejército Provisional Republicano Irlandés (IRA), que inició una campaña de atentados en las ciudades, y se vivieron los peores episodios de represión de las autoridades británicas a las iniciativas separatistas.
Pero este es solo un resumen injusto de un conflicto, cuyo fin llegó el 10 de abril de 1998, a través del Acuerdo de Viernes Santo (Good Friday Agreement). Uno de los negociadores de este pacto fue el nacionalista Mark Durkan, quien defendió hasta el cansancio la salida negociada y pacífica. Por su importante papel en dicho acuerdo luego se convirtió en el viceprimer ministro de Irlanda del Norte de 2001 a 2002 y el líder del Partido Socialdemócrata Laborista (SDLP) de 2001 a 2010.
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Durkan, quien también participó en los acuerdos de La Habana (Cuba), entre la extinta guerrilla de las Farc y el Gobierno Nacional, estuvo de visita en Colombia y conoció los avances de un proceso de paz que vio nacer. Además, aprovechó para consolidar las relaciones binacionales, teniendo en cuenta que la Embajada de Irlanda cumple un año de haberse instalado en el país. En entrevista con este diario hizo un paralelo de los acuerdos de paz y dijo que el de Colombia fue más completo que el de Irlanda.
¿Cuál fue el éxito del Acuerdo de Viernes Santo?
Diría que salió de conversaciones incluyentes que involucraron los gobierno británicos e irlandeses, actores internacionales y, principalmente, a diez partidos políticos distintos, algunos muy pequeños y otros bastante grandes. Fue un proceso de negociación incluyente que entregó un pacto que les permitió a todos los partidos compartir el poder. El mandato de cada uno fue respetado, así estuviera a favor o en contra del acuerdo. Por otro lado, fue un acuerdo ratificado en un referendo por una enorme mayoría en Irlanda del Norte y una mayoría incluso mayor en el sur. Eso implicó que las instituciones que fueron creadas como resultado del acuerdo fueran legítimas tanto para los unionistas como para los nacionalistas. Los unionistas eran mayoría en Irlanda del Norte, pero la mayoría de los irlandeses son nacionalistas, obviamente, así que logramos unir a ambos.
¿Después de cuántas víctimas se dieron cuenta de que la guerra no era la solución?
Algunas partes jamás apoyamos la violencia. Siempre creímos en el cambio pacífico y que solo una salida negociada podía funcionar. Mi partido le dijo varias veces a IRA que la violencia solo haría más profundas las diferencias y no ayudaría a la consolidación de una Irlanda unida. Ellos siguieron en su campaña violenta. Nosotros procuramos explicarles que así no lo entendían las personas y que sus actos dejaban víctimas unionistas y nacionalistas. Todo empezó a calmarse cuando el gobierno británico hizo una declaración conjunta con el gobierno irlandés, en diciembre de 1993, en la que aseguraron que si una mayoría en Irlanda del Norte votase por una Irlanda unida, lo respetarían. Después de esto, IRA avanzó hacia el cese al fuego en agosto de 1994, pero por supuesto eso no se dio solamente como resultado de palabras. Todos estaban cansados de la guerra. En ese entonces el aparato de seguridad de los británicos sabía que no podía derrotar definitivamente a la IRA ni a otros grupos. Y por su parte, IRA sabía que no iba a lograr una victoria militar. La verdad es que nadie quería entregarles un conflicto a sus hijos o a sus nietos.
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En Colombia, cuando se hizo el referéndum del Acuerdo de Paz, ganó el no. Eso hace más difícil que las instituciones creadas después del proceso sean reconocidas como legítimas. ¿Qué puede hacer el Estado para consolidarlas?
Lo que fue distinto a nuestro proceso, con respecto al de Colombia, es que hubo partidos elegidos y se les invitó a formar parte de la negociación desde el comienzo, de modo que todos sintieron que contribuyeron a nuestro acuerdo. Había más apropiación y la regla era que cualquier resultado al que llegáramos iba a ser refrendado. Creo que eso faltó en Colombia. Sin embargo, esto no necesariamente hace que nuestro acuerdo sea más completo e incluyente que el suyo. De hecho, debo reconocer que sucede lo contrario: en Irlanda hubo muchas ambigüedades y por eso hemos tenido problemas hasta ahora. Por ejemplo, les prometimos a las víctimas que lidiaríamos de manera sensible y cuidadosa con su pasado, pero no dijimos cómo lo haríamos. Y hoy, después de veinte años, es una deuda que seguimos abordando. Hay muchas víctimas que dicen que no han recibido su derecho a la verdad y a la justicia. Y lo peor es que los partidos siguen estando divididos en cuanto a cómo lograr esto. En el proceso colombiano esos temas sí se examinaron, quizá no a gusto de todos, pero sí fueron abordados, creo yo, de una manera muy valiente y positiva. Lo mismo sucedió con la dejación de armas. En Irlanda los partidos pelearon, pues algunos creían que era una precondición para establecer nuestras instituciones políticas. En el proceso de Colombia, el desarme era una condición de todos para continuar y fue realizada de una manera más completa y satisfactoria. En esos hechos, Colombia debería buscar la legitimidad.
¿Entonces usted cree que están aprendiendo de nosotros?
Claro. Varios integrantes de partidos políticos y sindicatos irlandeses fuimos invitados a La Habana (Cuba), donde hablamos con los negociadores, principalmente, con los de las Farc. Y cuando nos sentamos a compartir las lecciones de nuestro proceso, nos parecía que ellos tenían mucha claridad y que no dejarían ningún cabo suelto. En particular me impresionó la participación de veinte víctimas. Eso no sucedió en nuestro proceso, incluso después del acuerdo, porque hasta ahora no hemos podido entregarles mecanismos concretos que les funcionaran en cuanto a recordación, reconocimiento, verdad y justicia. En el proceso colombiano me ha impresionado el hecho de que tienen una forma más clara y articulada de abordar esos temas en cuanto a las necesidades, no sólo de las víctimas, sino de la sociedad y de las futuras generaciones.
¿Cuál es el motivo de su visita a Colombia? Nos contaron que se reunió con Patricia Linares, presidenta de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), ¿cuál es su interés?
Esta no es mi primera visita a Colombia, pero es la primera vez que logro conocer la JEP. Estoy aquí porque se me pidió que acudiera a la reunión que se celebró la semana pasada, en Cartagena, de la Comisión de la ONU para la construcción de la paz. Así que aproveché para reunirme con el presidente Iván Duque, quien apreció el ofrecimiento de apoyo mutuo entre los procesos colombianos e irlandeses. También estuvimos con varios congresistas, incluidos algunos del partido de la FARC. Finalmente, llegué a la JEP. En mi visita en La Habana tuve una muy buena impresión sobre la idea de esta justicia y tenía curiosidad con respecto a cómo funcionaría. Así que estoy agradecido y admirado de detallar cómo se ha materializado, conocer a los magistrados, ver el trabajo y la calidad de la elaboración de los temas, su buena infraestructura, así como el nivel de consideración que se les está ofreciendo a las víctimas y a los comparecientes, que sin duda hará que ellos puedan compartir la verdad más profunda.
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¿Qué consejos puede ofrecer, como un conocedor de procesos de paz, a todos los que están involucrados en este proceso, teniendo en cuenta que el conflicto continúa?
Primero que todo: no podemos permitir que la violencia sea la última palabra. La violencia jamás podrá ser una excusa para no honrar los acuerdos. Es posible que el acuerdo del Norte de Irlanda no haya sido lo suficientemente integral, pero sí logramos implementarlo como estaba estipulado. Y eso fue crucial. Colombia, como un estado soberano, no puede darse el lujo de fracasar y esperar que alguien más venga a arreglarlo. La paz es una tremenda oportunidad, pero todos tienen que jugar un papel importante. No se trata solamente de la interacción entre distintos intereses e ideologías, sino que tiene que haber un ajuste mutuo que indique hay espacio para todos. Es cierto que hay algunos puntos de los acuerdos que son incómodos, pero una vez que llegas a la paz, esa sensación desaparece.
¿Qué significa llegar a la paz?
Ayer en Cartagena se decía que la paz significa que las personas pueden desarrollar sus talentos, sus capacidades, hacer cosas positivas tanto para ellos como para sus comunidades, para sus sectores; mientras que el conflicto ha endeudado gran parte de esas energías y capacidades autodestructivas o defensivas, agendas de seguridad y otras cosas. Así que la paz es una emancipación. Esto es algo que deberíamos recordar. Algunos llegan a una situación de posconflicto y piensan que tienen que renunciar a algo, pero no, ya están ganando. A lo que renuncian es a oscuridades, limitaciones del pasado. Muchos tienen reparos con la JEP, porque actúa de una forma distinta. Pero ningún conflicto puede ser terminado de una manera ordinaria. Hay que recordar que, a pesar de tener otra lógica, la JEP tiene una credibilidad legal, robusta y honorable. Esa es mi esperanza. No tengo ningún derecho a decirle a los colombianos cómo deberían sentirse, pero como una persona con una experiencia en otro proceso de paz, solo quisiera decir que les va mucho mejor con la JEP que sin ella, y que la paz es mucho más valiosa que su ausencia.