Alabaos para los muertos de Bojayá

Echembelé, una agrupación de mujeres negras "cantaoras", recuerda a los muertos de la masacre de Bojayá 16 años después. Esta vez cantan para que las víctimas sanen y los difuntos descansen en paz.

Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena
02 de mayo de 2018 - 08:34 p. m.
Las mujeres de Echembelé, un grupo de mujeres cantadoras que viven en Bogotá, pero provienen de distintas partes de Colombia. / Fotos: Daniel Sarmiento para el CNMH.
Las mujeres de Echembelé, un grupo de mujeres cantadoras que viven en Bogotá, pero provienen de distintas partes de Colombia. / Fotos: Daniel Sarmiento para el CNMH.
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En la cultura afrocolombiana hay que cantarles a los muertos para que trasciendan este mundo. Cuando alguien muere hay que velarlo, ojalá en su casa, enterrarlo y destinar las nueve noches siguientes para rezar por su alma y cantar para que descanse. Luego, en la última noche, se amanece y se abren las puertas de la casa, de modo que su alma pueda salir tranquila hacia la eternidad. En Bojayá (Chocó) eso no pasó. El 2 de mayo de 2002, cuando las Farc lanzaron un cilindro bomba contra la iglesia en la que se refugiaban los pobladores de los combates con los paramilitares, los difuntos fueron enterrados a la carrera, mientras los vivos se desplazaban.

“No han tenido descanso. Ni ellos ni sus familiares”, dice Alba Nelly Mina, "cantaora" y fundadora del grupo Echembelé. Ella, en compañía de otras mujeres negras, le cantan a todo: a la vida, a la familia, a la paz. Y esta vez, precisamente en la conmemoración número 16 de esta masacre, le cantan a sus hermanas y hermanos de Bojayá. Porque cantar sana y ayuda a los vivos a llevar su duelo. Pero, además, cantar alabaos ayuda a los muertos a encontrar el camino para descansar en paz.

Vea: Bojayá, un pueblo que se rehúsa a olvidar la masacre

Bajo esas premisas se han movido las mujeres de Echembelé, respetando las tradiciones de los ancestros y reivindicando sus prácticas. De hecho, en el Museo de Memoria Histórica, en la Feria del Libro de Bogotá primero pidieron permiso a los ancestros y armonizaron el espacio donde les cantarían a los muertos, porque los alabaos no se cantan porque sí. Ese poder debe ser tratado con respeto.

Hecho esto, esas mujeres caucanas, chocoanas, vallunas y tumaqueñas, se dispusieron a cantar al son del bombo, el llamador, el guasá y los maracones. "¡Virgen del Rosario, pedíle a Dios que me ampare! / ¡Aquí estamos las mujeres desde Bogotá, mandamos mucha fuerza para Bojayá!".

A pesar de que son del Pacífico, las mujeres de Echembelé viven en Bogotá porque son desplazadas a causa de la violencia. Ellas saben bien lo que es dejarlo todo, por eso era tan importante cantar para los bojayaseños, porque la voz tiene que ser instrumento de sanación y de solidaridad.

Así fue como se constituyeron, dándose la mano las unas a las otras, con la convocatoria de la profesora Alba Nelly Mina. Ella, que siempre había trabajado con jóvenes y niños, esta vez decidió darse la oportunidad de hablar con mujeres, rescatar sus raíces y compartir, para volver al territorio mediante el canto.

"Cantar con Echembelé es un goce. Es el espacio que yo saco para mí, para gozármelo y compartir nuestras historias", dice Ana Ruth Díaz, una valluna que descubrió que amaba la poesía la primera vez que se reunió en este grupo. Ese día también se sintió poderosa. Lo mismo sintió María Moreno, que vive en Bogotá desde 1968, "me motivó la paciencia de Nelly para enseñarnos y para transmitirnos que sí podíamos y que sí éramos capaces. Empecé a crecer". Y empezaron todas a alzar sus voces.

Es ella -la voz- la que las hace hermanas. De parte de Alba Nelly, Rosario, Rocío, María, Maribel, Ana Ruth y todas las mujeres que, con sus batas blancas, su armonía y su voz, alzaron alabaos para que las almas de los más de 80 seres humanos que murieron en la masacre por fin descansen.

 

Por Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena

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