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Lo único que se lleva siempre es el cuerpo, que debería habitar libremente en cualquier lugar. Pero a veces el único lugar habitable es la propia piel, porque no se es bienvenido ni reconocido en ninguna parte. Las mujeres trans de Chaparral (Tolima) tenían una única piel que transformaron cuando reconocieron su identidad de género: formas femeninas, maquillaje y color. Estaban en este municipio atravesado por la guerra y la transfobia, y sus cuerpos se convirtieron en un objetivo de odio. Las asesinaron, las desplazaron y las ridiculizaron. Otras vivieron para resistir y narrar sus memorias.
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La historia del Reinado Trans del Río Tuluní comenzó en el año 2000, cuando en el festivo del 6 de enero, día de los Reyes Magos y de la fundación de Chaparral, un grupo de mujeres trans y hombres gais hicieron un “paseo de olla” a orillas del río que atraviesa el municipio, pero que está a unos 50 minutos de la cabecera. Ese día, sin pretensión política alguna, se reunieron amigos y amigas a disfrutar de un sancocho y de la actividad que surgió informalmente. Desfilaron las candidatas, se escogió un jurado y hubo una ganadora. Así transcurrió el reinado durante tres años, hasta el 2003, cuando la molestia del párroco las hizo conscientes de la transgresión del espacio.
En efecto, un cura resultó enojado porque el 6 de enero nadie fue a misa, sino al río a ver a las mujeres, a los gais y el carnaval. ¡Qué escándalo! Incluso la empresaria que las había apoyado hasta entonces tuvo que retirar su aporte. En ese momento el territorio estaba en disputa por el frente 21 de las Farc y el Ejército. De hecho, en 2002 hubo un pico de violencia, pues se reportaron 2.244 víctimas en este municipio; cifra que casi duplica las reportadas el año anterior, según el Registro Único de Víctimas.
Con la guerra apareció la conciencia sobre la importancia de la apropiación del espacio del río y se registraron los asesinatos. Entre el 2000 y el 2005 fueron asesinadas cinco personas pertenecientes a la población LGBT: cuatro hombres gais y una mujer trans. Cuatro fueron a manos de actores armados desconocidos y uno a manos de paramilitares. Lalo, Eladio, Mateo, Jorge y Yermis. Y en los años siguientes fueron asesinadas Íngrid, Vanesa, Nicol, Fernanda y Danna. Llegó el 2016 y no se pudo hacer el reinado. En 2017 el evento tuvo que ser privado. El río, que había sido lugar de resistencia y de existencia libre, no las recibió nunca más.
Para su memoria, su duelo y su descanso, las que sobreviven hicieron el ejercicio del recuerdo. De ahí salió el informe “Un carnaval de resistencia. Memorias del Reinado Trans del Río Tuluní”, del Centro Nacional de Memoria Histórica con USAID y ACDI/VOCA. También plasmaron sus vivencias en el documental Voces incómodas, película que será proyectada en el Festival de Cine por los Derechos Humanos este 16 de agosto en Bogotá.
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Un espacio para existir
El carnaval del río fue un espacio para la expresión de cada una. Los trajes de baño, los colores, los vestidos y las coronas estaban permitidos. Era un momento para la plenitud. Nadie podía decirles que no estaba permitido, aun cuando empezaron a llegar amenazas. “Yo siempre quise ser una reina, porque yo veía que a la reina del bambuco, a la reina que escogen en Cartagena, todo el mundo la quiere, entonces como aquí nadie nos quiere, yo por eso quería ser reina”, dijo La Cachirri, un gay femenino durante un taller de memoria. Esa frase resume el espíritu del reinado. Tenían un espacio, una “geografía para existir”.
Luego se dieron cuenta de que el río también llevaba un tinte de transgresión y molestaba a los actores armados. Alanis Bello, socióloga, mujer trans y relatora de este informe, explica que el carnaval también significó la resignificación del río. “Donde queda el río Tuluní era la zona de ingreso a los cultivos de amapola, de marihuana, de coca que hubo en el sur del Tolima. Por ahí entraba y salía el flujo del narcotráfico. Ahí mataron a muchos campesinos. Por ejemplo, una de las mujeres contaba cómo a su tío lo mataron y lo desaparecieron en ese río. Ellas lo que buscaban era imprimirle otro significado a ese río”, dice Bello.
Ella, con un equipo del CNMH, viajó a Chaparral cuando, en el marco del programa de Iniciativas de Memoria Histórica, las mujeres trans que hacían el reinado en el río se decidieron a contar su historia. Bello logró hacer ocho talleres de memoria histórica, 15 entrevistas en profundidad y una entrevista grupal a la Red de Mujeres Chaparralunas por la Paz.
Todo desde una ética del cuidado: “Todo empieza en las peluquerías de las mujeres trans de Chaparral. Ese es un espacio que ellas tienen para poder vivir y existir. Poco a poco me fui involucrando con ellas y tejiendo una red de confianza para poder llegar a lo que hoy es el libro”, explica Bello. Se refiere a la necesidad de llevar la investigación en un lugar seguro, un lugar que consideraran propio y en el que no sintieran el rechazo de la comunidad.
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Los talleres se hicieron de noche, cuando ellas ya habían salido de sus trabajos y podían dedicarse al difícil momento para recordar. “Hicimos espacios de yoga, de relajación y de juego. Buscando la manera de que la memoria no las revictimizara ni las pusiera en una situación dolorosa”, dice la socióloga. Esto era importante porque muchas de ellas son víctimas del conflicto y de la discriminación constante por no encajar en el modelo de vida heterosexual, patriarcal y rígido en cuanto a lo femenino y lo masculino.
Alejandra Vera es una de las mujeres que participó de este ejercicio. Es trans, víctima del conflicto y de la discriminación. Ganó el reinado en 2012 y eso la impulsó a aceptar su expresión de género. Ya no era un hombre gay sino una mujer trans. Para Vera el reinado fue su manera de reconocerse como un sujeto de derechos. Luego, cuando asesinaron a Danna Méndez y el evento se acabó, empezó a pensar en la importancia de recordar, pero también de reconstruir. “Queremos que no nos vean solo como putas y peluqueras, sino que vean que somos arte y cultura”.
Sin embargo, la percepción no ha cambiado demasiado. En los años del reinado mucha gente asistió para reírse, insultar y ridiculizar. Incluso para amenazar. Ahora, cuando el río ya no cuenta con los colores del carnaval, la geografía habitable se redujo. En medio de la investigación se inventaron una nueva metodología: el museo travesti. Poca gente fue, pero les sirvió para encontrar casos de violencia que estaban en el olvido.
Los esfuerzos para silenciarlas han sido inútiles, aun cuando varias tuvieron que morir o desplazarse. Hoy está escrita, “es una memoria que lucha contra su propia borradura”, dice Alanis Bello. Es una memoria que desafía el exterminio.
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