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Cuentan que la idea de un museo de la memoria en los Montes de María empezó, hace más de 11 años, con un árbol. Su tronco robusto y alto elevaría sus ramas al cielo, y abrazaría uno a uno los nombres de las víctimas del conflicto armado en esa región de sabanas y palmeras del caribe colombiano. Allí, dicen los pobladores, la guerra fue cruel y abrasiva con los campos, los ríos y las gentes, y que se llevó a cien, doscientas, quinientas, setecientas personas.
Hoy, después de un largo proceso de repensar su territorio y sus historias de vida, las víctimas y su legado encuentran su nido en El Mochuelo - Museo Itinerante de los Montes de María (MIMM), que se inaugura este 15 de marzo en El Carmen de Bolívar, Bolívar.
Para hablar de un museo de memoria en los Montes de María es necesario preguntarles a ellos, sus habitantes, ¿para qué?, ¿por qué recordar ese pasado con una raíz tan profunda y dolorosa? “Durante mucho tiempo se nos otorgó el silencio y se nos negó la palabra”, dijo Soraya Bayuelo, una aguerrida lideresa de esta región, quien estuvo al frente del proyecto desde el principio.
La guerra en los Montes de María se ha librado, principalmente, por los intereses que existen sobre sus tierras, su gran riqueza ambiental y su posición geográfica. De un lado están las comunidades campesinas que, desde mediados de los años 60, han luchado por su derecho a acceder a ellas. Por esa época, junto a la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia, se realizaron enormes movilizaciones para reclamar sus títulos y exigir reformas agrarias. El lema central era “la tierra es para quien la trabaja”.
Del otro lado, están los grandes finqueros, hacendados y, más recientemente, empresas privadas, que han reclamado estas tierras como propiedad suya. Y en el medio, las guerrillas, paramilitares y bandas criminales, que han intentado ejercer control territorial por la vía armada. Y algunos miembros de la Fuerza Pública, quienes tenían el deber de garantizar los derechos de las comunidades y terminaron involucrados en la violación de estos derechos.
En la región de los Montes de María –conformada por 16 municipios de Sucre y Bolívar–, el conflicto armado no surgió espontáneamente. Llegó y se impuso. En la década de los años 80’s aparecieron los frentes 35 y 37 de la exguerrilla de las Farc, intentando “cooptar los procesos sociales que estaban ocurriendo”, explicó la abogada Irina Junieles, exdefensora del Pueblo de Bolívar.
Según Irina Junieles, en ese momento el conflicto se caracterizó por el secuestro y los asesinatos selectivos. “Eso ocurre hasta que otros actores armados llegan, se gestan en el territorio e intentan ejercer dominio. Las comunidades son estigmatizadas por la presencia de los frentes guerrilleros y se da el avance de los grupos paramilitares por el control de la tierra, su posesión y su uso”.
Casa en las Rosas de Mampuján, corregimiento de María La Baja, Bolívar. Foto: archivo CCMMaL21.
La lucha armada se intensificó a mediados de los años 90, con la llegada del bloque paramilitar Héroes de los Montes de María. Las costumbres de vida montemariana cesaron por el miedo. El miedo a salir a la calle, a hablar con los vecinos, a tener una lucha reivindicativa por la tierra y a defender sus derechos.
Fue por esa época -en septiembre de 1994-, que Soraya Bayuelo fundó el Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21 (CCMMLa21) junto a un grupo de comunicadores, maestros, líderes sociales y gestores culturales. Ella, que había sido víctima del conflicto tras perder a uno de sus hermanos en una masacre paramilitar, y a su sobrina de 13 años en la explosión de una bomba instalada por el frente 37 de las Farc, reconocía la importancia de abrir canales de comunicación comunitaria para hacer memoria, para reconstruir lazos. La radio, el cine y la televisión, serían los medios para contar lo que sucedió y así empezar a sanar colectivamente.
Cuando bajó la intensidad del conflicto, a mediados del año 2005, se dieron los primeros retornos a los Montes de María, liderados principalmente por mujeres. Muchos estaban dispuestos a volver, aunque seguían existiendo problemas estructurales como el acceso al agua, a la salud, a la educación. Y las tierras montemarianas seguían siendo cooptadas -en la mayoría de casos mediante la intimidación y el uso de la violencia- para convertirlas en fincas ganaderas, corredores de narcotráfico y campos de monocultivos.
Como una estrategia para que la gente volviera a salir a las calles y a las plazas, el CCMMLa21 organizó el cine club itinerante La Rosa Púrpura del Cairo. Ese ejercicio comunitario les permitió reconocerse y escarbar en los baúles de sus casas, de su memoria.
Los Narradores y Narradoras de la Memoria, unidos en un abrazo durante un campamento Juvenil. Foto: Archivo CCMMaL21.
Según cifras del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), esa historia de violencias se tradujo en 3.197 asesinatos selectivos, 117 masacres, 1.385 personas desaparecidas y 657 víctimas de violencia sexual (la mayoría mujeres), entre 1985 y 2017.
En el 2008 Soraya Bayuelo empezó a tocar puertas, y a contarles a unos y a otros su idea de visibilizar la memoria de su pueblo. Los primeros en escucharla fueron la Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo y el Centro Ático de la Universidad Javeriana, quienes apoyaron la construcción de unos talleres para los montemarianos contaran su región a través de videos, testimonios y series fotográficas. Ahí estarían representados sus paisajes, sus historias de vida, su música y las canciones de sus juglares.
Así se empezaron a crear los colectivos de narradores y narradoras de la memoria en los municipios, corregimientos y veredas de los Montes de María. “Proyectos como el CCMMLa21 hicieron presencia en las comunidades sin discurso político, y permitieron que la gente volviera a tener el derecho de salir en la noche, de ver las estrellas y de compartir escenarios”, dijo Irina Junieles.
En esos primeros encuentros “nos rompíamos” contando y escuchando los testimonios de vida, contó Soraya. Sin embargo, ese ejercicio colectivo les permitió ir sanando. “Nosotros nos consideramos sujetos políticos de transformación y, como sujetos políticos, tenemos derechos ¿no? Derecho a la vida, a expresarnos, a tener la verdad y a tener reparación”, dijo Soraya.
Jóvenes psicólogos, antropólogos y trabajadores sociales, llevaron esta iniciativa a los 16 municipios de la región. En el camino aparecieron las historias de líderes como Rafael Posso, quien vivió la masacre paramilitar de la vereda Las Brisas el 11 de marzo del año 2000. Con lápiz y papel, Rafael ilustró las memorias de esos días grises: el árbol de tamarindo, que era un lugar de encuentro de la comunidad y fue elegido por los paramilitares para asesinar a 12 campesinos; los cuerpos con marcas de tortura y sufrimiento de quienes fueron sus vecinos; el ocaso del lugar que alguna vez consideraron su paraíso.
También descubrieron grandes personajes de la historia montemariana. “En Sucre nos contaron la historia de Felicita Campos. En 1923, ella se fue a pie hasta Bogotá para luchar por la tierras de su comunidad, las mismas que un terrateniente reclamaba como propias”, contó Soraya. Además apareció el nombre de Alida Torres, lideresa que hizo parte del primer sindicato tabacalero de El Salado; y el de Catalina Pérez, lideresa de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia (ANUC), y quien desde hace 21 años se encuentra exiliada en Europa.
Mujeres de San Antonio de Palmito, Sucre, interpretando el carángano, un instrumento tradicional de origen indígena Zinú. Foto: archivo CCMMaL21
Recorriendo las tierras montemarianas, los narradores y narradoras se volvieron a encontrar con los bailes, saberes y sentires de los Montes de María: esa región imaginada que no existe en las cartografías oficiales con límites propios, sino que sus habitantes fueron creando. Esa que suena a gaita, tambora, acordeón y al canto de los pájaros. Esa que se construyó con los cuentos de los viejos, los juglares y las rondas infantiles; con el sabor de la yuca y el ñame; con el olor del mango, el mamón y la guayaba.
“En esta zona hay un sentido de identidad muy fuerte. Esa identidad tan fuerte frente a su región, sus costumbres y sus expresiones, tiene una relación con la capacidad organizativa”, explicó Irina. Y dijo, además, que si bien en las peores épocas del conflicto esas expresiones culturales fueron opacadas, ahora resurgieron “para lograr mayor fortaleza en el territorio”.
El 2013 fue otro año clave para El Mochuelo, bautizado así por un pájaro muy popular en la región y por la canción del cantautor Adolfo Pacheco Anillo con el mismo nombre. Soraya le contó la idea al entonces director del CNMH, Gonzalo Sánchez, quien días después la llamó a decirle: “el Mochuelo va a volar alto”. Después se sumaría también la Embajada de Francia, apoyando la construcción.
Integrantes del colectivo de narradoras de El Guamo, Bolívar, en el taller “Periódicos de la Memoria”. Foto: archivo CCMMaL21
La investigadora y museóloga mexicana Cintia Velázquez, escribió alguna vez que la construcción de un memorial no solo le permite a la sociedad canalizar y reelaborar de forma pública un trauma, “posibilitando así una válvula de escape”, sino que evita “desdibujar acontecimientos que forman parte de la herencia social”.
El Mochuelo se propuso ser una muestra pacífica de la sociedad civil, que les pertenece a todas y todos, y que recoge sus anhelos de paz. Giovanny Castro, museólogo y coordinador técnico del museo, explicó que “la pluralidad de voces dio como resultado una mezcla única. Intentamos que reflejara la cultura caribeña en cuanto a sus colores, las texturas y los materiales. Todo se planeó para su fácil movilización a todos los municipios”.
Después de once años, por fin, El Mochuelo es una realidad. Físicamente, el lugar asemeja un nido pequeño y circular. A la entrada, un par de mecedoras crean un ambiente hogareño y tranquilo. En el recorrido inicial, el visitante escuchará de fondo una décima tradicional compuesta por Beatriz Ochoa: un canto poético que narra el origen y la intención del museo, como lugar para rescatar la memoria y la identidad perdida. En el camino, a través de videos y audios, empiezan a emerger las historias de quienes entregaron su vida a los Montes de María.
Foto de archivo de una asamblea campesina en la Alta Montaña de El Carmen de Bolívar. Foto: archivo CCMMaL21.
Siguiendo el recorrido, aparecerán los paisajes que han revestido la vida montemariana, las caras de la resistencia, los sonidos y las letras de juglares y escritores. Al fondo, un patio de juegos será el lugar del encuentro y la palabra, como era antes, como fue siempre. Y en el centro del nido, el árbol de la vida: ese que fue el motor del sueño y de la memoria colectiva, alzará sus ramas con los nombres de los ausentes.
Luego del Carmen de Bolívar, El Mochuelo viajará por los 16 municipios de esa región. Con él, los montemarianos sienten que están recuperando esa voz que estuvo silenciada, perdida, y que hoy vuelven a levantar con cantos de vida.