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“Quisiera saber tu nombre, he buscado a tu familia, pero no la encuentro. He sembrado un árbol en tu memoria, he escrito una carta de tu muerte, he vuelto a buscar tu cuerpo tres veces en el cementerio donde hace quince años te dejé luego de haberte sacado del patio de una casa en Puerto Torres […] Ya no redacto informes forenses en jerga fría como las losas de los cementerios, ahora intento escribir la historia de tu muerte y la de otros colombianos que han perdido su vida en esta guerra absurda. A veces se me van las horas imaginando sus vidas, sus sueños y lo que harían ahora si estuvieran vivos”.
Este es un fragmento de la carta que la antropóloga forense Helka Quevedo le escribió a un joven de veinte años que desapareció en el año 2001 y fue asesinado en la inspección de Puerto Torres en Belén de los Andaquíes (Caquetá). El Frente Sur de los Andaquíes del Bloque Central Bolívar, de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), lo torturó y lo asesinó como parte del entrenamiento que tenían que tomar los paramilitares recién llegados. Allí funcionaba una escuela de la muerte, como lo documentó Helka en su investigación del caso.
Su cuerpo y los de otros 35 hombres y mujeres, asesinados de igual manera por este grupo armado, fueron exhumados en el 2002 por una comisión de la Fiscalía y Medicina Legal en la que ella estaba. Tras 16 años, solo 12 nombres e identidades se conocen. Faltan 24 cuerpos que están en el proceso largo, todavía esperanzador, de identificación y entrega a sus familiares.
Helka Quevedo antropóloga forense de la Universidad Nacional.
El cuerpo 36, el número asignado al joven protagonista de esta carta, sigue perdido en el cementerio de Florencia, donde tuvo que ser reubicado tras la primera exhumación. Fue el cuerpo que Helka adoptó simbólicamente, el que ha intentado buscar en estos 16 años. Y no se rinde en esa misión. Ni con respecto a él, ni con respecto a los 24 cuerpos que faltan. Y aunque suene imposible, tampoco pierde la esperanza de que se logre encontrar a los más de 80.000 desaparecidos que dejó el conflicto armado en Colombia.
Se graduó como antropóloga forense en la Universidad Nacional y trabajó durante diez años en la Fiscalía. “Allí tuve casos por el paramilitarismo y la guerrilla; de desastres aéreos, terremotos y accidentes, pero nada me había cuestionado tanto la condición humana como lo que sucedió en Puerto Torres. Era la materialización del mal, ver cómo en nombre de cualquier ideología, no importa cuál, desmembraron, torturaron y hubo un ejercicio tan frío de matar al otro a conciencia”, exclama.
Su primer encuentro con la muerte fue en Tabio, cuando tenía ocho años. Su curiosidad la llevó a la morgue y allí vio el cuerpo de una mujer que había muerto por envenenamiento. Recuerda que no sintió temor. La mujer se veía tranquila, como si estuviera durmiendo.
El segundo encuentro fue en Tunja (Boyacá), en su adolescencia, cuando acompañó a su primo médico forense a hacer la autopsia de un hombre. Vio un cuerpo por dentro por primera vez, pero tampoco sintió repulsión. Solo se preguntó por la historia de la persona que veía en la mesa laminada, su nombre y el paradero de su familia.
Estas preguntas han dirigido su compromiso en la búsqueda de los desaparecidos en el país. Abandonó su trabajo como forense para dedicarse a la academia y apoyar también a otras entidades como el Comité Internacional de la Cruz Roja. Sin embargo, en el 2013, cuando ingresó como investigadora en el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), quiso encontrar las historias de los 36 cuerpos de Puerto Torres. Helka asumió la pesquisa de estos cuerpos como algo personal.
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A partir de ese momento, su búsqueda fue más allá de las autopsias, los laboratorios y exámenes a cadáveres. Quiso encontrarlos por medio de sus familias. Para el informe “Textos corporales de la crueldad”, que realizó para el CNMH en el 2013, Helka comenzó la dolorosa labor de buscar a las familias de estos 36 cuerpos y hablar con los perpetradores del Frente Sur de los Andaquíes que se sometieron a la Ley de Justicia y Paz.
Encontrar la verdad de lo que ocurrió significó formar una tríada entre lo que decían los cuerpos —cómo y cuándo fueron asesinados— y el lugar de los hechos; las familias y lo que contaban de él o ella y los expedientes y victimarios. Según Helka, en la búsqueda de los desaparecidos y lo que ocurrió en el conflicto armado, es importante escuchar todas las voces sin juzgarlas. “Comprender no significa justificar, como dice Primo Levi”, agrega ella.
“Lo más difícil es el contacto con las familias, con quienes tuvieron a esos hijos que yo tuve entre mis manos. Luego hablar con el perpetrador, escuchar cómo los mataron, por qué y luego ir de nuevo con las familias y contarles sus razones. Confrontar esas voces, escribirlo y pensarlo es lo más difícil que yo he hecho en mi vida”, dice Helka.
A pesar de esto, para ella, la desaparición forzada se debe entender desde la vida. Asegura que hay que dejar de ver a los cuerpos como restos fósiles listos para examinar, como códigos. Hay que ir más allá de lo evidente y comprometernos como colombianos en descubrir sus historias.
Por supuesto, es una tarea titánica dada la dimensión de este fenómeno en Colombia. Identificar un cadáver puede llevarles años a las instituciones, por el paso del tiempo en un cuerpo enterrado y la lentitud del sistema. Por otro lado, están aquellas familias que viven en zonas rurales olvidadas del país, a donde sí llegó la guerra. No cuentan con las adecuadas rutas de atención para denunciar una desaparición y tampoco son informadas a tiempo de la necesidad de hacer exámenes de ADN y el hallazgo de sus desaparecidos.
Sin embargo, Helka ha encontrado estrategias para no olvidarlos. Está construyendo una memoria colectiva de lo ocurrido en Puerto Torres y Albania, otro municipio de Caquetá donde también hubo exhumaciones en 2002. Invitó a colombianos que posiblemente nunca vivieron la guerra para sembrar los Bosques de Paz, uno en este departamento y otros dos en Bogotá, en honor de las víctimas de desaparición forzada. Para el caso de Puerto Torres, se les dio vida a 36 árboles de cedro en la Reserva Van der Hammen, al norte de la capital, en nombre de los 36 cuerpos exhumados.
Los familiares de los 12 hombres y mujeres ya identificados, después de que enterraron sus cuerpos con dignidad y cristiana sepultura, viajaron a Bogotá a recibir de las manos de la persona que sembró su árbol una placa con el nombre del cuerpo hallado en Puerto Torres. Varias familias han enterrado estas placas frente al árbol y de esta manera cerraron un ciclo tormentoso de sus vidas, que nunca dejará de doler.
Helka ahora integra la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, una de las entidades del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición que nació a raíz del Acuerdo de Paz con las Farc. Es quien asesora y trabaja de la mano con Luz Marina Monzón, directora de la UBPD.
Afirma que desde esta entidad seguirá aunando esfuerzos para identificar a los 23 cuerpos restantes y encontrar al cuerpo 36, por el que también sembró un árbol de cedro. Por supuesto, su experiencia la pondrá al servicio de la búsqueda de los desaparecidos a raíz del conflicto armado, en un trabajo coordinado con la Jurisdicción Especial para la Paz y la Comisión de la Verdad.
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Entrega de Placas en la reserva van der hammen a familiares de desaparecidos.
“Para encontrar la verdad es importante el tiempo. El tiempo para escuchar y abrazar a las familias, el tiempo para buscar los cuerpos sin el afán del conflicto armado. El tiempo para buscarlos en las bases de datos. En el Sistema Integral somos conscientes de que tenemos un tiempo limitado. Tenemos que usarlo de la mejor manera: escuchándonos a todos, yendo de la mano con las familias, con los testigos y leyendo los lugares donde la guerra dejó sus huellas”.