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Estábamos en un lugar neutral y en compañía de alguien sabio que podía calmar los ánimos si las cosas se salían de madre. Pero eso nunca ocurrió: fue una conversación única que terminó casi a las diez de la noche. Primero hablaron los comandantes de las antiguas AUC y luego, los de las FARC. Me costaba respirar por la emoción de presenciar ese encuentro inimaginable e improbable. ¿Cómo era posible que, habiendo sido tan antagónicos, tuvieran diagnósticos tan parecidos sobre los problemas estructurales del país?
En 2019, dos años después de ese encuentro, sentí una ansiedad parecida. De nuevo eran las seis de la tarde. Habíamos convocado a excombatientes del ELN, el EPL, el M19, el CRS y el PRT, que dejaron las armas en los años noventa, y de las antiguas FARC-EP y AUC a una cena, en un hotel capitalino, para empezar uno de los proyectos más emocionantes de los que he formado parte: la Mesa de Excombatientes. Algunos de ellos llevaban años sin encontrarse y otros jamás se habían visto sin las armas de por medio. Una pregunta flotaba entre nosotros: si ellos pueden fundirse en un abrazo fraterno, ¿por qué los demás no podemos lograr la reconciliación?
Así empezamos una conversación que duró ocho meses y culminó en un acto en la Comisión de la Verdad que arrancó lágrimas a los asistentes.
Pero la reconciliación no es un evento: es un proceso largo que suele involucrar a varias generaciones. Y aunque se necesita algo más que la verdad para reconciliar a una sociedad fracturada por años de conflicto, la experiencia comparada nos señala que sin verdad no es posible lograrlo. Es necesario reconocer y nombrar los horrores del pasado para cimentar un futuro en el que las nuevas generaciones no recurran a la violencia para tramitar sus diferencias.
(Lea también: El país necesita una pedagogía de la verdad (y varias claves están en los pueblos indígenas))
En Colombia, muchos sectores sociales han sido indiferentes al dolor de quienes han sufrido la guerra en carne propia, o incluso han negado el conflicto armado interno. Por eso es necesario contarnos nuevamente nuestra historia, pasada y reciente. Un nuevo relato, abarcador y complejo, como nuestra realidad, debe surgir de los testimonios de las víctimas, los responsables directos, los determinadores e incluso los espectadores de esta guerra que aún no termina.
Aunque la verdad de las víctimas, largamente ignorada, necesita conocerse y escucharse, la historia completa de una guerra no puede saberse sin el relato de quienes tomaron las armas. Son ellos los que pueden dar razón de los por qué y para qué de su lucha, de los intereses que defendieron y con quiénes se aliaron, de cómo la guerra se degradó y les degradó hasta el punto de cometer violaciones y atrocidades y justificarlas, y del proceso posterior de reflexión y reconocimiento que es imprescindible para construir la paz del país.
Aprender a escuchar a los excombatientes amplió mi perspectiva. Todos los actores de la guerra tienen algo qué decir, y sus relatos son fundamentales para entender las diferentes capas del conflicto. Todos merecemos que nuestra dignidad sea reconocida. También nos merecemos una reflexión ética y la profundidad de la interpelación moral a quienes han optado por el terco negacionismo.
Si quieren escuchar las conversaciones de la Mesa de Excombatientes, los invito a visitar la página www.narrativadeexcombatientes.com, un proyecto conjunto del Centro Internacional para la Justicia Transicional, Mapa Teatro y la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad.
*Este texto es producto de “Reflexiones sobre la verdad”, una alianza de Colombia2020 con la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición.