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La selva es la farmacia natural para cientos de pueblos afros e indígenas en Colombia. Las plantas fueron los primeros remedios mucho antes de que llegara la medicina occidental. Plácido Bailarín, líder indígena embera del resguardo Opogado Doguado en Bojayá (Chocó), explica que la medicina tradicional juega un papel muy importante para la pervivencia de los pueblos étnicos del país. “Muchas comunidades están alejadas de la cabeceras municipales o de las zonas donde hay un médico occidental, entonces la medicina que la naturaleza nos da es la forma para curarnos”.
El jaibaná, el líder que garantiza el ciclo natural de los emberas y su conexión con los espíritus, cura mordeduras de serpientes, picaduras, intoxicaciones, resfriados, dolores de cabeza, esguinces, fracturas o alteraciones nerviosas. “Pero ya no hay plena libertad para hacer esta ritualidad en nuestros territorios”, agrega Bailarín. “Las minas antipersonales, los bombardeos, los enfrentamientos y amenazas de los grupos armados hacen más difícil el acceso a sitios sagrados”.
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Los cincuenta años que duró el conflicto y los enfrentamientos que se viven actualmente en este territorio que las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc) controlan y disputan con algunas estructuras del Eln y disidencias de las Farc infunden miedo y muerte. Cientos de líderes indígenas y afros, conocedores de su medicina ancestral, fueron asesinados en los años intensos de la guerra.
“Matar a un médico es matar toda una ancestralidad y tradición. Es el caso de Isaías Quintero, un sabio curandero del Consejo Comunitario Sanjoc (parte alta del municipio de López de Micay, en la costa pacífica del Cauca), asesinado en su vivienda y frente a sus hijos el 9 de abril de 2008”, señala Orlando Pantoja, líder de la organización Cococauca e integrante de la Comisión Interétnica de la Verdad del Pacífico.
Pantoja asegura que la fumigación aérea con glifosato también ha causado un gran daño en sus territorios, porque no solo mata las hojas de coca sino otros tipos de plantas usadas por los médicos tradicionales para hacer sus remedios. “Es como matarlos en vida, porque les impide realizar su saber”, agrega.
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A eso se suma otro problema: no hay una política de Estado que reconozca el valor de este conocimiento. “Esta atención logra equilibrar de manera muy profunda a quienes sufrieron por el conflicto, a diferencia de otros programas de atención psicosocial y salud integral de la Unidad de Víctimas (Papsivi), que si bien son muy valiosos, son incompletos para la cultura negra”.
Aun con esos impedimentos encima, Pantoja afirma que las organizaciones sociales y las comunidades del Cauca no han dejado de buscar herramientas para rescatar sus saberes ancestrales. Desde 1992, la organización Cococauca, que integra a los consejos comunitarios de la costa pacífica del Cauca, ha liderado la realización de los encuentros de saberes folclóricos, artesanales, de tradición oral y agrícola. En 1994 organizaron el primer encuentro de medicina tradicional. En septiembre de 2019 fue la décima versión, que estuvo enfocada en la sanación de quienes fueron víctimas del conflicto.
Leoncio Cuero ha sido uno de los participantes de estos encuentros. Es uno de los 180 (según Pantoja) médicos tradicionales que existen en Guapi, Timbiquí y López de Micay, hombres y mujeres que curan, hacen remedios, soban golpes y ayudan a parir. Él tiene 84 años y desde hace 37 lo buscan en Guapi para aliviar cualquier dolor.
Cuero aprendió el uso de plantas como el llantén, el romero, la manzanilla, el anamú, la sábila, las bromelias, entre otras, para hacer bebedizos, baños y tomas. Su padre era el curandero del pueblo y le transmitió sus conocimientos mientras caminaban a través de la manigua y el monte. Ahora él les está enseñando a su hija Alba, de 47 años, y a su nieto Josué.
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Describe las características de una de las enfermedades más comunes por causa del conflicto armado: el espanto, una alteración espiritual, nerviosa o emocional que sufre una persona por un accidente en el mar o en el monte, o por un ataque de un animal, pero, en especial, después de sufrir un atentado de un grupo armado. Muchos llegan a la casa de Cuero con espanto, se dice. Lo que él hace es medir el nivel de afectación a través de una hoja de paja o una cinta que bendijo y le hace su remedio. “Lo conjuro con el nombre y apellido de quien está afectado y luego hago la oración para curar el espanto mientras dibujo cruces sobre todo su cuerpo para armonizarlos, y después le hago un sobijo, que es una especie de baño con las plantas”, cuenta.
Aparte de eso, el conflicto armado ha causado otro tipo de afectaciones en la salud de las comunidades: un desequilibrio en las emociones, depresión, ira, problemas de sueño o descompensación física que les impiden desarrollar sus actividades y que llevan a otras afecciones, como dolores de cabeza o presión arterial. Los remedios tratan de equilibrar a la persona o estimular su sistema inmunológico.
“Para nosotros, el conservar esta tradición y desarrollar estos encuentros también es construcción de paz. A la gente se le ayuda a estar tranquila a pesar de la zozobra que estamos viviendo, pero también requiere de un apoyo institucional”, concluye Pantoja.
Como integrante de la Comisión Interétnica de la Verdad del Pacífico (CIVP), que trabaja de la mano con la Comisión de la Verdad para visibilizar la afectación del conflicto sobre este territorio y los pueblos étnicos, Pantoja busca que la denuncia por la pérdida de los saberes ancestrales, como la medicina, quede registrada en el informe que están elaborando y que más adelante le entregarán a la Comisión de la Verdad. Por otra parte, esperan trabajar en conjunto con esta entidad en 2020 en acciones para difundir lo que les pasó a los negros e indígenas del Pacífico durante el conflicto y cómo este llevó a la extinción de muchas de sus prácticas ancestrales.