Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En agosto de este año, Adriana Tuberquia* recibió una llamada con una noticia inesperada. Era de la Fiscalía, avisándole que tenían novedades sobre su hija, Yulieth Andrea, quien desapareció en junio de 2000, cuando tenía apenas 12 años. Ella nunca puso ningún denuncio, entonces no sabía cómo las autoridades se habían enterado de su caso; sin embargo, esperaba que al otro lado del teléfono le dijeran cómo estaba su niña. “¿Está bien?”, preguntó esperanzada, pero una fiscal de la Dirección de Justicia Transicional le dijo que tenían el cuerpo de su pequeña y que pronto viajarían hasta Dabeiba (Antioquia) para contarle más detalles.
“Nunca perdí la esperanza de que mi hija estuviera viva. La esperaba todos los días, a veces escuchaba pasos y creía que era ella. Nunca esperé que me dijeran que la habían asesinado”, cuenta Adriana cuatro días después de que la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), la Fiscalía y la Unidad de Víctimas hicieran un acto solemne en Dabeiba para entregar los cuerpos de cuatro personas que fueron desaparecidas en medio del conflicto armado y que, después de las labores forenses que se adelantan en el cementerio católico, lograron identificar plenamente.
El 10 de noviembre pasado, el día de la entrega, en la plaza principal del municipio reposaban sobre una mesa cuatro cofres blancos con una fotografía de cada víctima. Adriana, sus hermanas Falcomery y Astrid, y su hija Johana, vestían de blanco en la ceremonia. La vocería para hablar la tomó Astrid, una tía materna de la víctima. “Esto es un descanso después de tantos años sin saber de la niña. Al menos ya sabemos dónde está”, dijo públicamente.
Ese día Adriana no quiso hablar con nadie ni identificarse. Junto al cofre blanco cargaba un portarretrato con la única fotografía que conserva de su hija, que se la tomó justo el día en que desapareció. Aunque comenta que quiso guardar la ropa de su hija, dice que no lo hizo, precisamente, en honor a ella. “Algo que siempre la caracterizaba era que le gustaba compartir. Si veía a alguien sin ropa o sin zapatos, corría para dejarle los de ella. Eso hice con sus pertenencias”.
Aunque otros familiares aseguraron que al momento de los hechos Yulieth tenía 16 años, su madre corrige: “Eran 12. Tenía 12 años cuando no volvimos a saber más de ella. Estaba muy pequeñita, era una niña”.
(También le puede interesar: JEP vuelve a Dabeiba (Antioquia) en busca de más víctimas de “falsos positivos”)
Su historia es particular, además, porque fue el único de los cuatro cuerpos entregados que no se trató de los llamados falsos positivos o muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado. Según una fuente de la Fiscalía que manejó el caso, la menor fue desaparecida y asesinada por el bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia. Su cuerpo lo encontraron inhumado ilegalmente (en una fosa común) en el cementerio Las Mercedes.
Pero esa no fue la única victimización que vivió Yulieth a su corta edad. Su madre cuenta que, de acuerdo con la información que le entregó la Fiscalía, en el cuerpo de su hija había marcas de violación y de tortura.
Dos años antes de ese amargo episodio la familia Tuberquia había vivido otros hechos de la guerra. Pero esa vez por parte de la otrora guerrilla de las Farc, quienes reclutaron a la niña cuando tenía 10 años. “Ella nos contó que esa vez les dijeron algo de un paseo y la subieron a un camión con otros 50 niños de por acá. Pero más abajito, saliendo del pueblo, les pusieron los uniformes y se los llevaron”.
Esa vez Adriana perdió a su hija por 20 meses, en los que no supo nada de su vida, hasta que, por la valentía que la caracterizaba y que heredó de su madre, Yulieth logró escaparse para regresar a su casa junto a sus dos hermanos de 3 y 12 años. Sin embargo, el calvario no terminó allí. “Cuando ella se escapó a nosotros nos amenazaron con que ella tenía que volver, y como no volvió, nos quemaron la casa y todo lo que teníamos”, recuerda mientras suspira fuerte.
Según la información que le entregó la Fiscalía a Adriana la desaparición de su hija habría respondido a una “venganza” de los paramilitares contra la menor de edad por haber estado en la guerrilla.
Del día de la desaparición solo supo lo que le contó la dueña del restaurante donde trabajaba la menor: “Me dijo que había ido un señor, le había dicho algo y la había montado en un carro”. Desde ese día perdió rastro de ella.
Aunque de eso ella asegura que no tiene certeza, cuenta que fueron los mismos exintegrantes de las autodefensas quienes decidieron confesar el crimen contra la segunda de sus tres hijos. “Como nunca denuncié ni nada, me dijeron que ellos eran los que habían decidido hablar por el caso de mi hija y por eso me buscaron”. A pesar de que Adriana nunca se imaginó que a Yulieth la hubiesen asesinado, comenta que comenzó a sospechar por una llamada que le hizo la Unidad de Víctimas invitándola a aportar su ADN en febrero de este año, cuando la JEP viajó a este municipio a entregar el cuerpo del primer falso positivo que identificaron en el cementerio (Édison Lexánder Lezcano).
Esa vez, acompañada de su hermana Falcomery y su hija mayor, Johana, llegó hasta la plaza principal para cumplir una cita: aportar una muestra de su ADN para cotejar con los cuerpos que estaban exhumando. Adriana es una mujer callada y reservada. Trabaja en casas de familia y, como ella dice, “en lo que le salga”. Así levantó a sus tres hijos y les dio el bachillerato.
Confiesa que aunque toda la vida se ha dedicado a lo mismo, no le gusta cocinar. Lo hace por costumbre, pero sobre todo porque eso le recuerda a Yulieth. “De chiquita ella decía que quería ser policía o del Ejército, pero en realidad siempre se le vio inclinada por la cocina. Cocinaba mejor que yo”, dice entre risas.
Para referirse al “juguete favorito” de su hija, Adriana hace una impecable comparación: “Ella cargaba un librito amarillo de cocina, como cuando uno carga los cosméticos en un bolso. Eso jamás lo dejaba”.
(Lea también: En fotos: Así fue la entrega de cuerpos de personas desaparecidas en Dabeiba (Antioquia))
Ese libro se lo regaló a Adriana una “patrona” que sabía de la pasión de Yulieth por la gastronomía. Con él aprendió a hacer lentejas, sudados y ensaladas frías para ocasiones especiales. Su arraigo por ese recetario era tal, que cuando las Farc la reclutaron, ella cargaba en sus bolsillos el libro. Su mamá cuenta que se le perdió en la selva y por eso no lo puedo traer consigo cuando huyó. Desde la pérdida de Yulieth Andrea, su madre asegura que le cogió más amor a la cocina, pues esperaba que a su regreso pudiera prepararle una variedad de platos. “Ella me enseñó muchas recetas y ahora se las cocino a mis nietos”, un joven de 17 años y una bebé de 3, los hijos de Johana, su primogénita.
Junto a su familia, dicen que quieren olvidar el pasado que vivieron con el doble reclutamiento de su hija. A pesar de que la Jurisdicción Especial para la Paz le ofreció acreditarse como víctima en el caso 07, que investiga este delito cometido por parte de las Farc, ella dice que prefiere “estarse quieta” con ese tema. Junto a su familia, le llevan flores y le ofrecen rezos cada fin de semana a su pequeña en el cementerio. Con desazón, pero tranquilidad, concluye: “Ya así no nos exponemos más a otra pérdida, porque el conflicto aquí no se ha ido”.
* Nombre cambiado a petición de la fuente