Descifrando al ELN ¿Por qué es tan difícil negociar con esta guerrilla?

Columnista invitado
17 de diciembre de 2019 - 09:40 p. m.
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Por: Andrés Aponte* y Daniel Amaya**

Tras la desmovilización de las FARC-EP, el ELN quedó como la última guerrilla clásica en el conflicto armado colombiano. Su renovado accionar militar y el cierre de la mesa de La Habana, lo posicionó como una de las principales amenazas (con los GAO) a que afronta el Estado, en términos de seguridad nacional y paz, luego de casi dos décadas de marginalidad en el ajedrez nacional de la guerra.

Su trayectoria organizacional y armada, así como su heterogeneidad regional, plantean dos retos principales a los analistas de esta guerrilla. Primero, que es crucial cambiar la narrativa araucana con la que se le ha analizado y estudiado, pues esta experiencia es más una excepción que la regla. Y, segundo, al ELN tener expresiones territoriales concretas, se deben prensar las estrategias en materia de paz y seguridad con esta guerrilla. Así, este artículo es un llamado imperativo a la necesidad de abrir un nuevo escenario de diálogos, pues si bien estamos frente a una guerrilla que no puede tomar el poder, todavía genera unos serios impactos humanitarios en el nivel regional y local de lo que algunos llaman la Colombia profunda.

¿Qué es el ELN? Para dilucidarlo, hay que tener en mente tres elementos cruciales que se conjugan en distintas temporalidades: (i) lo que denominamos sus lastres organizacionales (larga duración); (ii) su marginación en la escala nacional de la guerra; y, (iii) su involucramiento con ciertas economías territoriales (mediana duración) (economía cocalera, minera, maderera, etc.).

Los lastres organizacionales se configuraron y fueron producto de la decisión deliberada de los líderes elenos, para solventar los erráticos pasos que experimentó esta guerrilla en su etapa fundacional (1964-1973). La dirección unipersonal de Fabio Vásquez Castaño, le dio rienda suelta al caudillismo, autoritarismo y tratamiento militarista de los asuntos internos de esta guerrilla (los consejos revolucionarios y los ajusticiamientos fueron el mecanismo tramitador). En respuesta, Manuel “el Cura” Pérez y Nicolás Rodríguez Bautista “Gabino” remodelaron, organizacional e institucionalmente, el proyecto armado a mediados de los 70, luego de la Operación Anorí (1973) y el Febrerazo (1977). No en vano, a pesar de lo cerca que estuvieron de ser aniquilados, Manuel Pérez en entrevista con María López de Vigil (1989), calificó este momento como un tiempo de oportunidad más que de crisis.

Al filo de la década de los 70 e inicios de los 80, los líderes de la guerrilla cambiaron de estrategia armada (dejaron de lado el foquismo y asumieron la Guerra Popular Prologanda); se declararon como una organización político-militar, y reenfocaron el trabajo político-organizativo: la construcción de Poder Popular se definió como el eje potenciador de los procesos organizativos territoriales donde tenían presencia, para emprender la revolución desde las regiones. Con esto se tejió una fina línea gris entre armados y civiles, que permanece hasta el presente.

La dirección colectiva facilitó la autonomía de los emprendimientos armados que conformaban al ELN e institucionalizó tres vías de centralización por agregación: en algunos casos, la creación de estructuras por medio de comisiones (Cauca y Nariño); en otros, emprendimientos locales, derivados de luchas sociales, que derivaron en guerrillas (Arauca); y, una tercera vía, la integración de estructuras y cuadros de viejas guerrillas desmovilizadas (M-19 y EPL).

Este proceso de recomposición tuvo tres resultados: Cada emprendimiento armado se enraizara y configurara unos anclajes sociales diferenciados entre sí (no es lo mismo insertarse y anclar socialmente zonas de colonización del mundo andino o costeño, en territorios colectivos o en zonas de colonización petrolera, etc.). Y, esto repercutió en el tipo de ELN que se configuró territorialmente y en los debates internos, porque cada Frente trata de apropiarse de luchas y reivindicaciones de sectores sociales bastante heterogéneos:

  • Cauca y Nariño: un actuar marginal en lo militar y en los procesos organizativos aunque con fuertes impactos sociales.
  • Arauca: un actor estructurante (social y políticamente) y con una importante capacidad de desestabilización.
  • Catatumbo: un actor decisivo, pero no hegemónico, en la disputa por control local.
  • Chocó: una estructura armada caracterizada por su actuar criminal y por una lógica de ejército de ocupación con importante impacto humanitario.
  • Sur de Bolívar: actuar limitado a ciertos ámbitos de la vida económica, como la minería y la coca; en términos militares es irrelevante.
Además, algunos comandantes de frentes perciben los acumulados que tiene su estructura armada como propios, lo que explica su lineamiento selectivo con la dirección nacional en tiempos de guerra y paz. Y, finalmente, esto enmarca los problemas de acción colectiva del ELN, pues las transformaciones organizacionales nunca atajaron a las fuerzas centrifugas; todo lo contrario, les dieron más alas. Así, a pesar de que el ELN cuenta con unas instancias centralizadoras (Comando Conjunto Central -COCE y la Dirección Nacional-DN), estas nunca han podido integrarlo ni homogenizarlo plenamente.

En cuanto al papel que jugó la marginalización del ELN en el tablero nacional de la guerra, hay que señalar la década del 90, cuando esta guerrilla, buscando dar un salto estratégico que nunca dio, fue objeto de tensiones en algunos escenarios regionales que los paramilitares supieron explotar muy bien. Su desmesurado intento de control de la vida política de las localidades y su campaña de extracción de recursos donde tenía presencia, y la zona gris y forma de trabajar con los procesos organizativos sociales, no solo expuso a la estructura armada, sino que también hizo de sus colaboradores y de la población civil ajena al conflicto, presa fácil de las AUC (el caso más emblemático fue el Sur de Bolívar).

Como estrategia de conservación y para evadir la Seguridad Democrática, los frentes elenos - salvo Arauca - se atrincheraron en las periferias de sus retaguardias. En esos espacios y como forma de recomposición de sus Frentes de Guerra, de forma insubordinada a la comandancia nacional, se involucraron con las diversas economías territoriales donde tenían presencia. Así esta guerrilla duró más de una década agazapada, dejando en evidencia una derrota estratégica del proyecto armado, pero mostrando que sus fuerzas centrifugas estaban fortalecidas (el mejor ejemplo es el debate en torno a su vinculación con la economía de la coca en el suroccidente colombiano, durante el IV Congreso de esta guerrilla, en 2006), y cada vez más trataban de controlar las dinámicas territoriales de las zonas donde tenían presencia.

Por eso, estos dos asuntos gruesos (lastres organizacionales y vinculación con economías territoriales) permiten responder qué y cuál es el ELN del presente:

  • Es una guerrilla compuesta por estructuras armadas que adoptan posturas selectivas frente a la comandancia en temas ligados de paz y distribución de recursos.
  • Las experiencias territoriales particulares de cada estructura armada, enmarcan la forma como se materializa el ELN.
  • Un rasgo central son las contradicciones que se presentan entre un control robusto a nivel central (comandantes) y un frágil control de sus miembros en lo regional y local.
  • Es una insurgencia derrotada táctica y estratégicamente, pero no de espíritu.
¿Hacia un nuevo ELN? ¿Adiós a los guerreros fundacionales?

Hace más de una década, se discutió al interior del ELN la adopción de la idea de resistencia armada ¿Qué significa lo anterior? Más que la toma del poder, la guerrilla nacional y algunos de sus líderes territoriales están reivindicando su capacidad de adaptación y resistencia armada y sus posibilidades de desestabilización de la vida regional de los territorios donde hacen presencia (América Libre, 2019; ELN, Quinto Congreso, 2015; “Guerra revolucionaria, poder popular y nueva nación”, SF.).

En esta dirección, el tipo de violencia que ha proyectado este grupo y el tipo de legitimización al que ha apelado, muestran un quiebre con los años 80 y 90: de la toma de pueblos, campañas de voladuras de infraestructura, etc., han pasado a acciones para desestabilizar la vida cotidiana de las zonas rurales donde tienen presencia, a través de paros armados de impacto circunscrito, voladura de oleoductos, instalación de minas antipersona (las cuales generan un importante confinamiento), planes pistola y uso de francotiradores, nada más. Y, en las zonas urbanas, han apelado a actos brutales como la instalación de artefactos explosivos, como fue el de la escuela General Santander, en Bogotá.

Además, la variada y diferenciada vinculación del ELN con las economías territoriales explican cuatro cosas. Uno, las luchas territoriales y el tipo de violencia desplegada en Chocó (el impacto humanitario es bastante visible, no en vano emergió la iniciativa Acuerdo Humanitario ¡Ya! en Chocó), Catatumbo (luego de la salida de las FARC-EP, buscó prestar sus servicios bienestaristas y se disputó con el EPL el control de ciertos eslabones de la coca) o en Arauca (hay un claro basculamiento al Arco Minero en Venezuela). Dos, el despliegue de sus estructuras armadas para copar los espacios dejados por las FARC-EP, regular y extraer recursos de algunas economías territoriales. Esto tratan de verlo como un gana-gana: a la vez que extraen recursos someten a la base social. Tres, la figuración de nuevas estructuras armadas que no estaban en el radar. Tal es el caso del Frente de Guerra Occidental, el cual con su involucramiento con la economía de la coca no solo le permitió crecer y modernizar su fuerza, sino que también se reposicionó al interior del ELN. Y, cuarto, producto de su inserción y asentamiento en el Arco Minero venezolano, ha llevado a pensar a algunas personas de que esta es una guerrilla que tiene un carácter binacional.

Estos elementos, llevan a pensar que estamos ad portas de un nuevo ELN, donde la figura de Camilo Torres y las experiencias Anorí y el Febrerazo ya no son referentes identitarios tan fuertes cómo solían ser. En efecto, la figura de “Gabino”, último emblema de la etapa fundacional, está dando paso a nuevos relevos y cuadros que están poco familiarizados con la experiencia fundacional. Lo anterior, lleva a inferir que el ELN se ha convertido más en un paraguas que aglomera diversas expresiones locales armadas, de acuerdo a los anclajes territoriales que tienen.

Los retos en materia de seguridad y paz

Dilucidar al ELN y reflexionar sobre qué es, no solo nos permite superar la narrativa araucana de esta guerrilla, también da luces sobre la posible trayectoria que puede tener en materia de guerra y paz.  

En materia de seguridad, el Estado colombiano debe ser consciente de que la fórmula contrainsurgente aplicada a las FARC, no sirve para el ELN. La zona gris que divide a combatientes de civiles, el escaso asentamiento de la guerrillerada en campamentos y su anclaje en los territorios, entre otras cosas, puede derivar en una importante victimización de la población, debido a que dificulta la aplicación del principio de distinción del DIH, como ya sucedió en Chocó en tiempos recientes (2018).

Y, en materia de paz, una nueva ronda de diálogos, implica desechar el esquema utilizado por las FARC y la fórmula de tierras y curules. El tema de los recursos naturales en el ELN, por su histórica vinculación con las economías territoriales en el país, es un punto central y nodal; así como también lo es para las diferentes comunidades de los territorios que tratan de controlar. Además, es necesario buscar una agenda realista y concreta. Esta es una guerrilla que quiere hacer la revolución por contrato y busca constatar que primero se hagan las transformaciones estructurales que demanda, para luego dejar las armas.

Así, una tarea prioritaria sería definir una agenda para que los sectores elenos comprometidos con la paz sigan el camino, y los sectores más ideologizados y los que más están vinculados con las economías se hagan a un lado. Ahora, para que esto suceda es necesario impulsar, como agudamente señaló Socorro Ramírez, una presión social al ELN desde las mismas regiones que ellos dicen representar, pero en donde la población está cada vez más agobiada por esa resistencia armada que los destruye, y deja sus proclamas y discursos sin base alguna.

* Coordinador e Investigador del equipo de Estado y Conflicto de Cinep.

** Investigador del equipo de Estado y Conflicto de Cinep.

 

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