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Desde el Observatorio de Tierras compartimos con gusto las palabras del líder Guillermo Cardona a propósito de las próximas elecciones comunales en el mes de abril. Su reflexión ―provocadora para los románticos de la acción comunal, pero también para los que la miran por encima del hombro― nos invita a pensar sobre el potencial de la participación y el liderazgo social para frenar y desactivar ciclos de violencia.
Por: Guillermo A. Cardona Moreno
El 26 de abril es un día muy importante para la democracia colombiana. Con elecciones en la mayoría de veredas, barrios y poblados, serán renovadas 64.000 juntas de acción comunal conformadas por unos 960.000 dignatarios en todo el país. No se trata entonces de cualquier elección. Participan más de siete millones de colombianos y la ley 743/02 ―autoría de la propia organización comunal― ha hecho de este un proceso electoral riguroso y bien reglamentado. En un país tan convulsionado como el nuestro, estos eventos democráticos merecen mayor visibilización, acompañamiento y respeto desde los medios de comunicación, la academia, los demócratas y en general toda la Nación.
Diferentes sectores de opinión, sin embargo, tienen una mirada indiferente y despectiva de las JAC, bajo el pretexto de que estas son instrumentos del Estado y de los partidos. Pero lo cierto es que esa intermediación política es la condición que ha impuesto el establecimiento político a las comunidades y sus organizaciones para acceder a los beneficios estatales. Los comunales preferiríamos que, como lo mandan la constitución y muchas normas legales, esta relación estuviera mediada por la planeación participativa y la verdadera incidencia ciudadana en las pequeñas y grandes decisiones del país. Por otra parte, tampoco son nuevos los temores sobre la interferencia de la politiquería o de actores ilegales en este proceso electoral. Pero quienes acceden de esta forma a los organismos comunales suelen abandonar su cargo por su falta de compromiso real con las comunidades, abriendo el campo así para los auténticos líderes de las comunidades. La mejor estrategia es por tanto la paciencia, generalmente silenciosa e inteligente que intuitivamente indica el sentido común. Con todo, estos riesgos no deben opacar los aportes y méritos que la acción comunal ha realizado a la pacificación y democratización del país.
En los años 60s, las juntas fueron un punto de encuentro e interlocución crucial para superar los apasionados y sangrientos enfrentamientos entre liberales y conservadores. Hoy, en las zonas de mayor conflicto, generan espacios de convergencia entre diferentes actores con el fin de encontrar soluciones comunes en los territorios. Asimismo, su compromiso con la democracia ha dejado importantes marcas en el país y quizás nadie ha hecho tanto por el desarrollo de los mecanismos constitucionales de participación como los organismos de acción comunal. Constituye una importante escuela de formación de miles de dirigentes sociales y políticos. De hecho, la mayoría de las organizaciones campesinas se alimentan hoy a partir de líderes y dignatarios comunales. A su vez, cerca 35% de consejeros de planeación territorial también son comunales y se estima que semanalmente en el país se realizan entre cinco mil y ocho mil reuniones, asambleas, foros, convites para solucionar necesidades y aspiraciones de las comunidades. Y aunque todo esto transcurra de forma un tanto silenciosa ―por su cotidianidad pero también por el poco reconocimiento a su labor―, los comunales son quienes animan y mantienen viva las expresiones culturales y los primeros que atienden casos de emergencia. ¿Cómo olvidar a los miles de comunales de base que con orgullo enseñan la lucha que emprendieron por legalizar su barrio, por llevarle servicios, por construir la escuela y el centro de salud, por pavimentar las calles con su trabajo? ¿Cómo olvidar a los miles de comunales que semanalmente salen en minga o convite a arreglar las carreteras y caminos veredales e intermunicipales porque ya no existe Caminos Vecinales con recursos suficientes del Estado para estas obras?
Precisamente por este compromiso con las causas de la democracia, la paz y la convivencia, la organización comunal es, dentro de las organizaciones sociales, la más afectada hoy por homicidios y amenazas. Por todo lo anterior, es necesario hacer de estos procesos de renovación y fortalecimiento de los organismos comunales de Colombia un propósito nacional de todos los sectores democráticos: de los medios de comunicación masiva para que le dedique muchos espacios a partir de sus auténticos dirigentes; de la academia para que convoque muchos eventos, foros, talleres de información y formación; de las demás organizaciones ciudadanas para que acompañen solidariamente este proceso; y de las instituciones de inspección, control, vigilancia y promoción del Estado para que avancen en su función constitucional y misional de apoyar, estimular y fomentar las organizaciones comunales.