Hasta los ríos hablan y hacen memoria

Columnista invitado
05 de noviembre de 2019 - 03:00 p. m.
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Por: Diego Cagüeñas y Freddy A. Guerrero*
Los ríos hacen parte fundamental de la geografía sagrada que habitan las comunidades indígenas de Bocas del Yi. Entre los Yurutí, Siriana, Piratapuya, Cubea, Desana, Tucana y Tuyuca, aún recuerdan cómo el Vaupés y sus afluentes se convirtieron en escenarios de guerra debido al reclutamiento forzado de menores de sus comunidades por parte de las FARC. Las aguas de sus ríos llevan la memoria de cuando el río dejó de dar vida para arrebatarla. Sin embargo, para Darío Acevedo, actual director del Centro Nacional de Memoria Histórica, esas memorias del conflicto a duras penas tienen la importancia de “una obra literaria, una poesía”. Desconocemos el origen de la inquina de Acevedo para con la literatura, pero en todo caso parece creer que no tiene lugar en el futuro Museo de Memoria de Colombia. Y esto a pesar de que los ríos colombianos fueron convertidos en cementerios por todos los actores armados del conflicto, como lo enseña el trabajo de Helka Quevedo en su informe sobre desaparición en Caquetá, para nombrar tan solo un ejemplo.

Al pretender menospreciar a estos intentos de hacer memoria como mera “literatura”, Acevedo se equivoca por partida doble. Primero, porque para las comunidades de Bocas del Yi los ríos tienen memoria por ser seres vivos; no porque los seres humanos se la otorguemos a modo de metáfora o algún otro recurso literario. Segundo, porque la misión del CNMH, y por extensión, del Museo de Memoria de Colombia, creados como parte de la Ley 1448 de 2011 o Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, es, justamente, atender a las voces de las víctimas. Si los ríos funcionan como uno de los tres ejes estructurantes de la exposición “Voces para transformar a Colombia” (junto a la tierra y los cuerpos) no es por capricho literario o estetizante. Por el contrario, están allí como resultado de una escucha cuidadosa y respetuosa de las voces de aquellos que han sufrido todo el rigor de la guerra, mientras sus testimonios permanecen en la sombra. Así pues, darle un lugar a la memoria de los ríos, los árboles, los caminos o las ruinas, no es una cuestión “literaria” sino de justicia.

En efecto, durante una reunión con el área de museos del CNMH, que convoca de urgencia el 29 de octubre a raíz del artículo “Censura en el Centro Nacional de Memoria Histórica” publicado en el número 68 de la revista Arcadia, Acevedo comunica, o mejor, notifica, los cambios que propone para el Museo de Memoria, así como sus reparos al guion museográfico construido en un trabajo de varios años. Estos cambios responden a que, de manera por lo menos sorprendente, Acevedo considera que la función del Museo “no es aclararle a nadie cuál fue la naturaleza del conflicto”. Así las cosas, es un misterio qué papel ha de jugar el museo imaginado por Acevedo en el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición. ¿Cuál puede ser la función cívica de un museo de las memorias del conflicto en el que están censurados términos como “guerra”, “despojo” o “resistencia”?

Pero no son solo palabras las que incomodan a Acevedo. Eventos innegables como la persecución a la Unión Patriótica también le parecen que deben desaparecer del Museo. Aunque en la exposición de Cali no logró desaparecerlo, sí arrinconó y redujo las dimensiones de la pieza exhibida en la Feria del Libro de Bogotá del año pasado. ¿Qué memoria del conflicto colombiano, que obre de buena fe, puede omitir el exterminio de más de 4,000 militantes de un partido político legítimamente constituido? En este caso no es una cuestión de partidismos sino de verdad. A pesar de que Acevedo ha asegurado no estar interesado en las “memorias oficiales”, sí parece estar bastante interesado en no molestar a la oficialidad.

No sorprende que Acevedo se niegue a tomar en serio la memoria de los ríos y de quienes moran a sus orillas. Y esto a pesar de que todo historiador que se precie de serlo sabe muy bien que las fuentes que hablan no son sólo las oficiales e institucionales, las cuales tienden a reproducir la “memoria oficial” de la que alega alejarse. De ahí la importancia de oír otras voces. Esto no es novedad para muchos historiadores colombianos. Por ejemplo, la Nueva Historia, a través de una reconocida producción académica, ha mostrado la importancia de los accidentes geográficos y las características medioambientales, para la comprensión de las historias regionales y la nacional. Esto delata un desconocimiento, por parte de Acevedo, de diversos avances en materia de “hacer hablar” a ríos, paisajes y cuerpos. Valga recordar la sentencia del Tribunal Superior de Medellín que declara que los ríos pueden ser sujetos de derechos; derechos que ya les han sido reconocidos al Atrato, el Cauca y el Magdalena. ¿Acevedo acusaría al Tribunal de estar haciendo “literatura”?

De nuestra parte, preferimos ver esto como síntoma de una nueva escucha que cada vez encuentra más oyentes en el país. Porque como escribió Primo Levi con usual precisión, el verdadero reto que enfrentan las sociedades engendradas por pasados violentos, no es que no existan testimonios sino auditorios capaces de escuchar. Alguien que hace oídos sordos a la memoria de los ríos y sus gentes, difícilmente estará dispuesto a hacerse cargo de lo que las víctimas tienen por decir. “Voces para transformar a Colombia” no pertenece al museo imaginado por Acevedo; hace parte de la memoria de quienes hemos sido testigos de la valentía de los equipos de curaduría, pedagogía y comunicaciones del CNMH en su esfuerzo por dejarnos oír las voces que las memorias oficiales desean acallar. Y eso es algo que la censura nunca podrá tocar.

*Antropólogo, docente Universidad Icesi y antropólogo, docente Pontificia Universidad Javeriana-Cali

 

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