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Para los interesados en perseverar en la forja de la paz en Colombia, les propongo algunas preguntas que nos ayuden a pensar conjuntamente ¿cuál es el fundamento de dicha búsqueda; ¿por qué creemos que la podemos alcanzar?; ¿si es un ideal utópico o una posibilidad real, al alcance de nuestra generación?
Justamente, la primera es: ¿usted cree que verdaderamente es posible la paz en Colombia? Tenga en cuenta que llevamos 200 años de una independencia marcada por las guerras, entre nosotros y con nuestro pasado, porque muchos aún consideran que el actual estado de cosas se debe a la colonización española.
Si nuestra tradición ha sido tan conflictiva, ¿cuál es la razón por la que considera que en el futuro las cosas podrían cambiar? No lo digo con el ánimo de desanimar a nadie, todo lo contrario, lo que pretendo es que tengamos claras las razones por las que estamos convencidos de que la paz es posible, incluso en las actuales condiciones.
A mis estudiantes suelo decirles que el principal motivo por el que podemos conseguir la paz es que somos personas, seres humanos, dotados de razón y voluntad, capaces de entender que la paz es mejor que la guerra, y capaces también de emprender el camino. A veces llegamos a creer que ciertos personajes parecieran carecer de esta condición, pero si la descartamos no sé cuál podría ser la garantía de éxito de semejante esfuerzo.
Otra pregunta es: ¿el aporte que usted puede hacer como ciudadano es “un granito de arena” que se suma a la política pública? o ¿usted considera que es el Estado el verdadero responsable de alcanzar la paz con los grupos al margen de la ley? o ¿la paz es ante todo un compromiso de la sociedad civil organizada en grupos de base, y organizaciones locales?
Con el atentado del ELN, la situación en Venezuela, las tensiones entre Rusia y Estados Unidos, y un largo etcétera, bien puede suceder que muchos piensen que primero es necesario resolver esos conflictos antes de pensar en una intervención activa de la sociedad o que tenemos que llegar hasta una crisis como la del hermano país, para que la sociedad civil en Colombia decida unirse en torno a un mismo propósito.
Sin embargo, la realidad es que cualquier política pública de esta naturaleza sólo arraiga en la medida en que sea apalancada por las personas que viven cotidianamente los problemas de la paz: los cultivadores de coca, los líderes comunales, culturales y deportivos, empresarios y comerciantes, el policía de la cuadra, etc. La derrota del plebiscito se debió en parte a la polarización, pero sobre todo a la falta de apropiación del tema por parte de la gente de a pie, que no se logra con publicidad o cartillas, sino con el esfuerzo de comprometer a los líderes en las escuelas, veredas, universidades y gremios entre otros. He conocido muchas personas e instituciones comprometidas con el proceso, al margen de las consideraciones ideológicas y partidistas, pero cuyo trabajo es ignorado por la opinión pública.
Finalmente, ¿usted ha llegado a pensar que más allá de los esfuerzos económicos, políticos y sociales, la paz se enfrente a límites objetivos que no son fáciles de eludir? Límites como la tendencia al egoísmo, el resentimiento, el afán de aplicar la justicia por cuenta propia, o la inclinación a ver al otro como un instrumento de posesión sexual, entre otras graves inclinaciones de nuestra condición humana. Nótese que digo tendencia, no condena. La tendencia no tiene que terminar necesariamente en la actitud de odio o desenfreno, pero puede marcar una presión fuerte en esa dirección.
En la búsqueda de la paz, hoy puedo estar dispuesto a perdonar y mañana llego a considerar que tal atentado no merece el perdón social o como sucede con tantas parejas, que hoy se reconcilian y mañana vuelven a ser escenario de violencia intrafamiliar. A veces caemos en la tentación de esa idea de la “paz perpetua”, tan atractiva pero probablemente irrealizable en esos términos, y se nos olvida entonces que hoy puedo haber logrado la paz, pero mañana tengo que emprender nuevamente el camino.
La respuesta a este último punto, el reconocimiento de que independientemente de nuestra buena voluntad siempre habrá nuevas formas de violencia, es fundamental para volver a la discusión sobre el sentido que tiene la Constitución en nuestras vidas y en nuestro ordenamiento político, especialmente, la razón por la que se decidió que en el preámbulo se invocara la protección de Dios.
Por: Juan David Enciso Congote, Coordinador del Centro de Estudios en Educación para la Paz de la Facultad de Educación de la Universidad de La Sabana.