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Como integrante del equipo de programas de ForumCiv, viajé a Arauquita para acompañar y apoyar las labores humanitarias que lidera la Asociación Campesina de Arauca (ACA) durante Semana Santa. Luego de recorrer la zona y conversar con algunas víctimas de los desplazamientos forzados que se presentan a causa de los enfrentamientos entre integrantes de grupos armados colombianos y las fuerzas militares venezolanas, recogí algunos relatos que describen la respuesta solidaria de los y las campesinas de la región, quienes vienen atendiendo esta grave situación humanitaria que se vive en la frontera.
Cientos de apamates, árboles tropicales de coloridas flores rosadas, bordean el camino de Arauca a Arauquita, ellos avisan que el invierno ha empezado. Casi en paralelo a la carretera fluye lentamente el río Arauca, crecido con las lluvias que en las últimas semanas han caído en la cordillera oriental, dividiendo a dos naciones cuya población campesina actualmente está más unida que nunca. Desde el 21 de marzo, miles de personas cruzaron en lanchas sus aguas fangosas del lado venezolano al lado colombiano para salvar sus vidas y llevando sólo la ropa que tenían puesta ese día; atrás quedaron sus casas, sus animales y sus territorios de vida.
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Los que escaparon de los enfrentamientos y bombardeos que desde ese día agitan la zona occidental del estado de Apure en Venezuela, buscaron refugio en casas de familiares, amigos y conocidos o en diferentes puntos de concentración que se convirtieron en albergues para hasta 700 personas. Es difícil llevar la cuenta de estos puntos, porque muchos surgen de forma espontánea para responder a las necesidades de las personas y no están registrados en las instituciones.
Ante el sentimiento de haberlo perdido todo, las personas quieren estar cerca de sus familias ampliadas e invitan a sus conocidos a quedarse en los mismos sitios. Por esta razón, en Arauquita, en la Casa Campesina de la sede de la Asociación Campesina de Arauca (ACA), se quedan 28 familias con alrededor de 135 integrantes de los sectores venezolanos de La Capilla, Ripial y Santa Rosa.
Para organizar la vida en una comunidad reducida a un espacio mínimo, se dividieron en seis grupos integrados por hombres y mujeres, que diariamente se turnan las tareas cotidianas de cocinar, limpiar los baños o lavar la ropa. Además, tienen que asumir nuevas prácticas como hacer recolectas para el pago de los servicios públicos de agua y electricidad, que en Venezuela suelen ser intermitentes y de mala calidad, pero gratuitos.
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Hace unos días era mayor el número de personas que habitaban conjuntamente la Casa Campesina, pero algunas familias fueron reubicadas en fincas cercanas porque los niños estaban mostrando signos de estrés por las consecuencias psicológicas de la guerra, así como también por la aglomeración. Muchas de estas familias campesinas dejaron atrás una vida que desde antes estaba dominada por la incertidumbre. En territorio venezolano, ellos y ellas tenían sus fincas de entre 10 y 20 hectáreas, allí sembraban cacao, yuca o maíz, pero su venta no era rentable en el vecino país. Por eso estos productos eran transportados a la otra orilla del río Arauca para garantizar por lo menos unos ingresos básicos. En consecuencia, el bolívar casi desapareció como moneda de la zona y fue reemplazado por el peso colombiano. La producción para el autoconsumo se ha vuelto indispensable porque muchos otros trabajos dejaron de garantizar ingresos básicos para la población rural.
Una profesora que trabajaba desde hace 17 años en la Escuela de La Capilla nos mencionó que su salario mensual sólo le alcanzaba para comprar una cubeta de huevos. En época de pandemia, para garantizar el acceso a internet de ella y de sus alumnos tenían que pagar el plan de datos de su propio bolsillo y normalmente para eso tampoco alcanzaban los recursos.
En lo inmediato, la alimentación de las personas desplazadas está siendo garantizada por la solidaridad de la población campesina de Arauca, quienes han estado donando carne, plátano y tubérculos. La recolección y distribución se realiza en coordinación entre la ACA, la secretaria de gobierno y de agricultura de la alcaldía, quienes entregan los alimentos en los diferentes puntos de ayuda humanitaria.
Sin embargo, esto sólo puede ser una solución a corto plazo porque lo que requieren los y las campesinas venezolanas y colombianas, son esperanzas para un mejor futuro, garantías para vivir con dignidad y el cumplimiento de su derecho universal a la paz. Todo lo anterior se torna difícil en medio del silencio de dos gobiernos vecinos que desde hace algunos años rompieron relaciones oficiales, y en medio también del ruido ensordecedor de las balas y las bombas que siguen cayendo al otro lado del río.
En el segundo día de recorrido vi cientos de banderas blancas en las entradas de los espacios comunitarios como canchas de fútbol, colegios y capillas, al igual que en las casas familiares. Detrás de cada una de las fachadas así marcadas se pueden encontrar las historias de las familias desplazadas, quienes desde el 21 de marzo tuvieron que salir de la zona occidental del estado de Apure para salvar sus vidas.
Ante el caos generado por los bombardeos y enfrentamientos armados, todavía hay familias que cruzan la frontera colombo-venezolana para escapar de los horrores de la guerra. Muchas de ellas se instalan en uno de los puntos de concentración, no porque exista una gestión central que les podría facilitar la asignación de estos espacios, sino porque amigos y familiares les dieron la información sobre dónde pueden encontrar un sitio para dormir y salvaguardarse.
Sin embargo, estos espacios que se tenían que constituir de la noche a la mañana muchas veces carecen de condiciones básicas para garantizar el bienestar de las personas alojadas en ellos. Por ejemplo, en lo que se refiere al suministro de agua, el acueducto municipal de Arauquita está llegando a sus límites. En varios sitios, al abrir la llave, el agua solamente fluye a gotas.
Adicionalmente, en nuestro recorrido por alrededor de diez puntos de concentración con representantes de la ACA, muchas familias desplazadas nos comentan cómo el acceso a la alimentación se ha convertido en un reto diario. Aún no existe una planeación que organice la distribución de los alimentos de forma centralizada, más bien los gestores de los puntos de concentración y albergues diariamente tratan de acceder a alimentos para que las personas puedan comer tres veces al día. En muchos puntos donde eso no ha sido posible, se prioriza la alimentación de los niños menores porque, como afirman las personas, el hambre es más aguantable para los adultos.
Pero los procesos de preparación y entrega de la comida no sólo son un gran reto por la dificultad de acceso a los alimentos -carnes y verduras son casi imposibles de conseguir- sino también porque la mayoría de los puntos de ayuda humanitaria no tienen una zona de cocina, que permita satisfacer los requerimientos alimenticios de hasta 700 personas. Muchas cocinas funcionan con leña y fueron improvisadas con implementos, que las familias pudieron gestionar con sus vecinos arauquiteños o comprar con los pocos recursos que les quedaban.
Además, la escasez de alimentos y la incertidumbre diaria de no saber cuánto tiempo más se tendrá que aguantar esta situación, empieza a generar tensiones entre las personas que viven en algunos de los puntos de concentración. Este estrés se ve aumentado porque faltan implementos básicos como colchonetas, cobijas, productos de higiene personal, elementos de salud sexual y reproductiva, así como utensilios de aseo y desinfección.
Muchas personas duermen al aire libre porque, por ejemplo, en el polideportivo de El Troncal solamente se cuenta con tres carpas de la ACNUR (Agencia de las Naciones Unidas para las personas refugiadas) para más de 150 personas. Asimismo, se dificulta el acceso a atención médica ya que, aunque hay personas que se ofrecen a prestar este servicio, nos comentan que el acceso a medicamentos ha sido casi imposible. En estas condiciones de aglomeración ya se han dado los primeros casos de COVID-19, razón por la cual la Misión Médica trata de realizar pruebas en los diferentes puntos de concentración, con el fin de aislar eventuales casos lo antes posible.
Todos estos elementos de una misma historia los logramos recoger en diez puntos de concentración. Ya al final de la tarde, con la ACA arribamos a un albergue en San Lorenzo. Al hacer la entrega de diez mercados con alimentos no perecederos para las ollas comunitarias, nos recomendaron pasar por un punto de concentración que se estableció en un predio de una familia campesina cerca del río Arauca, camino al Resguardo Indígena El Vigía. Si no hubiera sido por la guía de una de las personas, nunca hubiéramos encontrado este espacio ya que después de andar por una carretera destapada, tuvimos que caminar durante varios minutos por entre pastizales y cultivos de plátano, hasta llegar a un espacio a unos metros del río Arauca, en donde en los últimos doce días se han construido alrededor de diez carpas con lonas de plástico y con guadua.
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Más de 50 familias con ocho niños menores de cinco años habitan este lugar y cuentan sólo con algunas cobijas y colchonetas desgastadas para protegerse del frío que en estas noches de invierno a orillas del río. Es un punto aún no registrado, en donde las familias se alimentan gracias a algunas ayudas humanitarias que logran conseguir en el pueblo, así como a la pesca y a lo que logran recuperar de las fincas al otro lado del río. Nos comentan que ahora es época de cosecha del cacao y quisieran sacar también otros productos de sus fincas, pero pocos se atreven a cruzar el río. Las lanchas se vuelven casi incontrolables en las lodosas aguas del río y por el desespero, que podría causar un nuevo ataque por parte de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, fácilmente las personas se podrían ahogar en la mitad del río al tratar de cruzarlo.
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Las personas en este punto quisieran que a nivel nacional e internacional se hagan escuchar sus voces para garantizar unas condiciones básicas que les permitan vivir en dignidad y para impulsar conversaciones sobre lo que actualmente está pasando en la zona fronteriza colombo-venezolana.
Más allá de satisfacer las necesidades básicas, las personas desplazadas requieren de una atención psicosocial para afrontar las vivencias del pasado, pero también para crear nuevas visiones del futuro. Muchas personas afirman no saber qué va a pasar en las siguientes semanas porque no tienen información sobre si sus casas siguen en pie, si hay garantías por parte de la institucionalidad para poder retomar sus vidas en Apure o si volver a sus labores diarias como cosechar el cacao les puede costar la vida, ya que los riesgos por las bombas y las zonas minadas al otro lado del río siguen latentes.
* Oficial de programas de la oficina regional de ForumCiv para América Latina y el Caribe.