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Especial para El Espectador
Guadalajara, México
Tres años duró la Universidad de Guadalajara en concretar la presencia simultánea de Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño (Timochenko), en la prestigiosa Feria del Libro de esta ciudad. En 2016, cuando tuvo lugar el primer intento, no hubo manera: en ese momento Colombia aún estaba tramitando el shock que causó el triunfo del No en el plebiscito. En medio de una coyuntura traumática e impredecible, Timochenko no sabía lo que venía para la desmovilización de sus tropas y Santos, en Palacio, trataba de renegociar con el uribismo algunos puntos del Acuerdo para evitar que el texto firmado con las Farc se fuera al traste.
Los directivos de la universidad mexicana insistieron. La diputada Mara Robles, presidenta de la Comisión de Educación del Congreso del estado de Jalisco, hizo una labor de filigrana para concretar la visita de Santos y Timochenko. Los astros estuvieron a su favor. No fue en uno sino en tres eventos en los que el expresidente y el jefe del Partido FARC se robaron la atención de figuras literarias de todo el mundo. Mario Vargas Llosa, Arun Gandhi, Enrique Krauze, Juan Villoro, entre muchos otros escritores, caminaban por los pasillos de la feria.
En Guadalajara, Santos lanzó su libro La batalla por la paz, en el que cuenta las razones que lo llevaron a buscar un acuerdo con las Farc y su visión de ese proceso. Para el lanzamiento, aceptó hacer un diálogo con Londoño el 30 de noviembre, el cual terminó siendo una jornada de análisis -pero también de catarsis- de los dos protagonistas del Acuerdo de paz.
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Un día antes del lanzamiento los dos ya se habían encontrado en la entrega del doctorado honoris causa que la universidad -la segunda más antigua de México- entregó a Santos “por su aporte a la paz de la humanidad”. En el evento de condecoración, en primera fila, estuvo Timochenko.
En su discurso, el nobel se refirió a Colombia solo para hablar del Acuerdo de Paz. Fue una intervención general, sin apasionamientos políticos, en la que se centró en la empatía y la moderación como valores centrales de la gobernabilidad. “Los líderes dementes, los líderes aferrados a la droga del poder, han hecho del miedo su mayor aliado. Y así logran su apoyo... Y envían a los jóvenes a morir, a nombre de una patria que nadie sabe qué es, en guerras absurdas: llámenla guerra santa, o guerra contra el terrorismo, o guerra por la dignidad, o guerra contra las drogas”, dijo. Mientras hablaba, los pocos colombianos asistentes al evento trataban de encontrar en sus palabras mensajes sobre la política nacional.
Lazos familiares
El componente emocional del discurso de Santos llegó al final cuando le agradeció a Timochenko su presencia en la premiación. “Por mucho tiempo fuimos enemigos que buscábamos la muerte el uno del otro. Luego aprendimos a ser adversarios. Y hoy –aunque no coincidamos en nuestro ideario político– somos ciudadanos que compartimos un mismo objetivo: la paz”, afirmó mirando a Londoño.
Y pronunció una frase que se convirtió en el hilo conductor de los encuentros siguientes: “Ahora, cuando nos encontramos, Timochenko me pregunta por mi primera nieta, Celeste, de 18 meses, que es la niña de mis ojos. Y le pregunto por su pequeño hijo, Joan Rodrigo, que pronto cumplirá cinco meses de nacido y es la alegría del curtido exguerrillero”.
Tejer la historia de la paz alrededor del abuelazgo de uno y la paternidad del otro fue también el preludio de la presentación, al día siguiente, de La batalla por la paz, el libro del expresidente. La conversación, moderada por la periodista Carmen Aristegui, concluyó con un estallido de lágrimas del jefe del Partido FARC, cuando Santos le encargó llevarle el libro Todos en el mismo barco al pequeño Joan Rodrigo. “Perdón por llorar. La paternidad me parte”, dijo el exguerrillero ante el público.
Dos horas antes le había escrito a la nieta de Santos en un ejemplar del libro del nobel: “A Celeste; esta batalla que libramos con tu abuelo por la paz de nuestro país es para ti y para mi hijo Joan Rodrigo, que espero se conozcan. Un abrazo, Timo”.
En el lanzamiento se tocaron temas que fueron más allá de la reconciliación. Ambos coincidieron en el respeto a la protesta social pacífica, pero se distanciaron al hablar del plebiscito, momento en el cual las movilizaciones sociales a favor y en contra tomaron vigencia. Santos lo justificó asegurando que estuvo confiado en que ganaría el Sí y que tomó la decisión de convocarlo para sacar el tema de la paz de la polarización. Timochenko fue enfático: “Nosotros le pedimos al presidente Santos que no convocara el plebiscito. Además, ¿por qué a nosotros ni siquiera se nos dejó hacer pedagogía de paz”, dijo.
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En el momento de hablar sobre el narcotráfico también hubo revuelo. Santos se mostró radical en contra de la lucha contra las drogas. Al igual que lo ha hecho en otros escenarios, reiteró que Colombia es evidencia de que esa guerra “está perdida” pues, según él, a pesar de ser el país que más muertos ha puesto, sigue siendo el mayor exportador de cocaína. “Hay que reinventar esta guerra contra el narcotráfico y las drogas y una de las formas más efectivas es quitarle la prohibición al tráfico de drogas y racionalizarlo para poderla controlar mejor”, dijo.
La respuesta de Londoño no fue predecible. Afirmó que las Farc no habían surgido con el tema del narcotráfico sino que, en algún momento, cuando tuvo lugar la séptima conferencia guerrillera (realizada en 1982), se avaló “la impuestación” a los narcotraficantes como una forma de obtener recursos. “Es más, el narcotráfico debilitaba los procesos de formación ideológica de nuestros militantes”, insistió, antes de concluir: “Si fuéramos narcotraficantes, no habríamos firmado un Acuerdo de Paz”.
Justicia y Paz
En cuanto a las dificultades de la implementación, Santos y Timochenko coincidieron en las adversidades que ha tenido que enfrentar la justicia transicional. En parte por las campañas del No, y en parte porque, según el expresidente, “en Colombia no estamos acostumbrados” a la justicia restaurativa. Insistió Timochenko en que ese tipo de justicia había sido esencial para lograr ese acuerdo y que, de haber sido de otra forma, este se habría reventado. “No íbamos a firmar la paz para irnos a la cárcel. La firmamos para hacer política”.
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Londoño agradeció al espíritu de Hugo Chávez su inspiración, insistió en una agenda más reformista que revolucionaria y se sacó varios clavos: “La clase política gobernante ha asumido una actitud negativa frente a la implementación de todo lo acordado... Hemos sufrido el asesinato de más de un centenar y medio de exguerrilleros firmantes de la paz, y ascienden a más de 700 los dirigentes y líderes sociales asesinados en nuestro país tras la firma del Acuerdo”.
Esa no fue la última vez que Santos y Londoño se encontraron en México. Al día siguiente del lanzamiento de su libro, Santos rompió su frialdad. Llegó de sorpresa al homenaje que los estudiantes de Guadalajara le hicieron a Timochenko y aplaudió con ganas cuando el dirigente de la FARC señaló que, a pesar de las dificultades, somos conscientes de que el regreso a las armas “sería un error garrafal”.
Mientras los encuentros Santos-Timochenko sucedían, en Colombia no cesaba el ruido de las cacerolas. Y el oficialismo insistía en una conspiración. Sin saber que Santos y Londoño estaban juntos en México, Andrés Pastrana reiteró que “Santos y sus compadres políticos pretenden dar un golpe de Estado al presidente Iván Duque”. Lo que no supo el expresidente Pastrana es que su sucesor y Timochenko, más que un golpe de Estado, estaban preparando, tres años después de la firma de la paz, un golpe, sí, pero de opinión.