La mirada de Francia Márquez

En 2019 siguió el asesinato de líderes sociales —58 en el primer semestre—, pero muchos resisten en beneficio de sus comunidades. Como esta caucana, reconocida por la BBC como una de las lideresas cívicas más influyentes del planeta.

Javier Ortiz Cassiani * / Especial para El Espectador
08 de diciembre de 2019 - 02:00 a. m.
La violencia terminó por definir su condición de mujer negra y su vocación de luchadora por los derechos humanos y medioambientales./ Cortesía
La violencia terminó por definir su condición de mujer negra y su vocación de luchadora por los derechos humanos y medioambientales./ Cortesía
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Francia Márquez sonríe a menudo, pero tiene los ojos tristes. Quizá en realidad no es que sus ojos sean tristes, tal vez Francia no puede evitar mirar el presente y el futuro con los ojos de un pasado remoto. Entendió, desde muy niña, que a sus ancestros lo único que les regalaron fue un viaje de dolor que nunca pidieron. Que para colmo, después de haber luchado —de todas las formas y con todos sus saberes— para que la herencia no fuera solo una memoria de esclavitud infame, a lo que habían conseguido nunca le faltaron pretendientes. Que detrás de la codicia económica de algunos y de las inconsultas ideas de desarrollo de otros lo que existía era una clara negación de las formas de ser y estar de un pueblo negro en su territorio. Francia tenía apenas trece años cuando se sumó a la lucha para que un río siguiera siendo río y la tradición que fundaron sus aguas y sus recursos no terminara en el fondo de una represa. Era 1994 y los topónimos ya eran inquietantes: el río se llama Ovejas y la represa La Salvajina. Quedan al norte del departamento del Cauca, la tierra donde ella nació.

Por esa arraigada costumbre nacional de convertir las obligaciones oficiales de los dirigentes políticos en actos de generosidad administrativa bautizando los sitios con nombres ligados a los funcionarios de turno, el municipio de donde es Francia se llama Suárez. En 1920, durante la presidencia de Marco Fidel Suárez, se fundó una estación de tren como parte del tramo Cali-Popayán del Ferrocarril del Pacífico, y desde entonces el pequeño caserío que se había formado quedó registrado con ese nombre. Mucho tiempo después sería convertido en municipio. En realidad, Francia nació en una zona rural de allí, en la vereda Yolombó, corregimiento La Toma —que para entonces pertenecía al municipio de Buenos Aires y desde 1989 al de Suárez—, el 1.º de diciembre de 1981. El espacio, por supuesto, tenía una memoria mucho más antigua que los rieles que la atravesaron. La locomotora de la región era el oro. Estuvo allí desde siempre, y el afán de muchos para obtenerlo de cualquier manera y a cualquier costo marcó el destino de sus antepasados esclavizados y definió su condición de mujer negra y su vocación de luchadora por los derechos humanos y medioambientales.

Aquella lucha por el río fue una epifanía: el autorreconocimiento como mujer negra y el despertar de la conciencia por la defensa del territorio. Desde entonces no ha parado. Como representante del Consejo Comunitario de La Toma comenzó una pelea por la derogación de ocho títulos que las autoridades mineras concedieron para explorar y extraer oro sin respetar la consulta previa, que se sumaron a una tradición de contaminación y envenenamiento del río Ovejas con mercurio y cianuro. Una mañana de agosto de 2010, los habitantes de La Toma se despertaron con la noticia de que serían desalojados de sus tierras ancestrales —en las que según la historia se asentó la población negra desde 1636—, porque habían sido adjudicadas a un explotador minero. Francia y Yair Ortiz interpusieron una acción de tutela y la Corte Constitucional echó para atrás la medida y suspendió todas las licencias que se habían otorgado sin cumplir con la consulta.

Por supuesto, tampoco han parado las amenazas contra su vida en un país donde las formas mezquinas del progreso suelen andar respaldadas por ejércitos privados. El argumento es el mismo: “Llegó la hora de ajustar cuentas con los que se hacen llamar defensores del territorio. Sabemos cómo se mueven y la orden es darle de baja para que no se opongan al desarrollo”. Uno de esos mensajes intimidantes, que los declaró a ella y a sus hijos objetivo militar, y la hizo salir desplazada del corregimiento La Toma por atreverse a denunciar la minería ilegal, lo recibió en octubre de 2014. Pero no había pasado un mes cuando Francia ya estaba organizando la Movilización de Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los Territorios Ancestrales, que partió desde el norte del Cauca hasta la ciudad de Bogotá. Fue una larga travesía que les tomó varios días entre noviembre y diciembre, con el objetivo de hacer visible ante la nación y el mundo los impactos de la minería en el departamento del Cauca y la necesidad de que el Gobierno protegiera los territorios y a los pueblos que lo habitan. Pero Francia no paró ahí, siguió derecho. Ese mismo diciembre tomó un avión y se fue a La Habana para exponer en los diálogos de paz del Gobierno con las Farc cómo el conflicto colombiano afectaba a los pueblos afrodescendientes y que una paz estable y duradera solo era posible si vinculaba a los pueblos étnicos.

Por todo esto Francia Márquez ha recibido muchos reconocimientos: en el año 2015 le otorgaron el Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos; en abril de 2018 recibió el Premio Goldman, el que todo el mundo reconoce como el Nobel por la defensa del medioambiente, y hace unos meses fue incluida en la lista de las 100 mujeres más influyentes del mundo por la prestigiosa cadena BBC.

A Francia Márquez la reconoce el mundo, la respetan en el mundo porque consideran que su lucha no solo beneficia al pequeño espacio territorial y al grupo étnico al que ella pertenece, sino a toda la humanidad. Aquí, en su país, la quieren matar. Francia, sin embargo, sigue luchando por lo que cree, y mirando el presente y el futuro con los ojos de sus ancestros.

* Columnista de El Espectador

Por Javier Ortiz Cassiani * / Especial para El Espectador

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