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¿Mis sueños? Tener una gran institución educativa acá en el resguardo; ver una guardia indígena de mínimo 100 guardias bien preparados para lo que pase en el territorio; que las mujeres se empoderen y puedan ser gobernadoras y coordinadoras de guardia; poder recuperar la cultura awá; y mis hijos: que mis dos hijos tengan un proceso mejor que el mío. Eso sueño yo.
Una escuela grande, una guardia grande, unas mujeres grandes, una cultura grande y unos hijos enormes. Holmes Alberto Niscué (originalmente de apellido Ulcué), nunca tuvo sueños pequeños. Y lo sabía, estaba consciente de cuán ambicioso era y de lo que tenía que dar para poder conseguir lo que se proponía. Él se describía con una palabra mejor: caprichoso. Pero no por desear algo sin motivo alguno, sino por insistir demasiado en lo que deseaba, hasta lograrlo. Ese era él y así lo recuerdan en el Resguardo Gran Rosario, en Tumaco (Nariño), donde fue un líder comunitario a pesar de que no era indígena awá, y donde ahora tienen que hablar de él en pasado porque el 19 de agosto hombres del Frente Oliver Sinisterra, disidencia de las Farc comandada por “Guacho”, lo asesinaron.
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Holmes era un indígena nasa que vivió 20 años en su pueblo originario en el Valle del Cauca, en el resguardo Piedra Grande. Allá lideraba procesos comunitarios en medio de la presencia armada guerrillera, situación que no consentía porque se prestaba para estigmatización por parte de paramilitares y de la Fuerza Pública. Esa zozobra lo obligó a irse a Cali, donde empezó a trabajar en la Casa de recuperación en salud para los indígenas. Y fue allá, en 1998, cuando una mujer del pueblo awá lo invitó a conocer su territorio. “Yo sin pensarlo dos veces dejé todo el trabajo. Allá me iban a sancionar por irresponsable, pero yo estaba muy joven, no pensé en eso”, le contó Holmes al Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) en una entrevista.
Dos meses antes de morir habló con el Centro porque con ellos estaba trabajando una iniciativa de memoria que consistía en recordar a las 12 víctimas de la masacre del 26 de agosto de 2009. Ese día el resguardo amaneció lleno de tragedia. Holmes quería hacer memoria de este hecho porque marcó a la comunidad, que cada tanto presenciaba los asesinatos de sus miembros. De hecho, el mismo Holmes levantó varios cadáveres. Antes de terminar el documental que hacían con el CNMH, fue asesinado. Con este documento quería que no se olvidara todo el dolor que ha sufrido el Resguardo: asesinatos selectivos, desplazamientos forzados, desapariciones y la masacre.
Sin embargo, su historia recorre el territorio. Ese 1998 llegó al corregimiento La Guayacana, el mismo lugar donde 20 años después murió, y ahí empezó su vida como educador, lo que lo motivaría todos los años que vinieron. La educación, su esposa y sus dos hijos.
Como una anécdota graciosa recordaba su primer trabajo. Era un jovencito nasa entre los awá, daba debates políticos y venía de la ciudad: toda una persona importante. “Y resulta que yo apenas tenía hasta quinto de primaria, yo era un quinto, pero me iba bien”, tan bien que entró a reemplazar al profesor Leoncio García, docente de la escuela Peñalisa. “Y a mí como me gusta trabajar en lo que me ofrezcan, me arriesgué a trabajar de profesor sin saber nada. No tenía prestaciones, solo lo que el docente titular me pagaba a mí en ese tiempo, que eran como 150 mil pesitos mensuales, y me los pagaba cada seis meses porque la paga de ellos era muy mala en ese tiempo”.
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¿Y sí le gustaba ser profe? “Cuando yo empecé a trabajar con niños, yo tenía unos 20 años, pues yo también me sentía niño. Eso me parecía algo divertido y como tenía la idea de las profesoras que me enseñaban allá, pues hice lo mismo. Y los niños muy contentos, incluso ellos me decían que yo era diferente a otros profesores”. Eso era lo que más le gustaba. “Era muy bien con los niños, a él le encantaba eso”, dicen en su resguardo 20 años después.
Dos años estuvo en esa institución y así lo fueron conociendo los directivos de la Unidad Indígena del Pueblo Awá (Unipa), como un buen profesor. De la mano de la Unipa pudo empezar a estudiar el bachillerato y le asignaron una escuelita nueva, la de Honorio. “Esa prácticamente la fundé yo ahí”, dijo Holmes. ¿Prácticamente?
El aula donde Holmes tenía que darles clase a los niños quedaba en un laboratorio de procesamiento de coca. Ahí estuvo un tiempo porque no había más, pero se dio cuenta de que los químicos y los olores estaban afectando a los estudiantes, entonces, respaldado por los padres de familia, solicitó un centro educativo aparte. “Y lo hicimos”, dijo, lo fundaron.
Iba en octavo cuando las ayudas que daba la Unipa para terminar el bachillerato se acabaron. “Mechas”, como le decían por su pelo largo, se preguntaba cómo iba a terminar si su trabajo quedaba a seis horas caminando de su lugar de estudio. Renunció y lo asignaron a Campo Alegre, más cerca de la carretera principal.
En eso transcurrió la vida del profe, en enseñar y construir en cada lugar al que iba, a pesar de que era nasa, de que era inconforme y de que no permitía la presencia armada en sus escuelas.
Alejar las armas de las aulas
“A mí me gustaba mantener animales en mi escuela, yo compraba mis pollos así anduvieran en el patio, eso me parecía agradable. Yo tenía como doce pollos y unas pavas y me los pedían, pero yo decía que no, que a mí me gustaba que estuvieran ahí”, pero llegaron quienes no pedían permiso ni anunciaban. Guerrilleros, del Eln o de las Farc, se le habían comido la mitad de los animales. El líder de la comunidad les reclamó, pues esos animales eran del profe. Ellos decían que los pagaban. “Sí le dejaron una platica al líder, pero fue un abuso, porque si yo no quiero vender lo mío, cómo lo van a tomar”, sencillo.
Su misión, entonces fue la de alejar a sus estudiantes de las armas. La metodología que usó, buena o mala, fue sembrarles miedo frente a esa persona que andaba armada. “Muchas veces funcionó. Uno les preguntaba que si ellos qué pensaban de esos señores que andaban armados. Dependiendo de la respuesta uno les explicaba lo que uno pensaba. Decíamos que una persona de esas hace daño a los niños, a las mujeres, a los hombres, que mata a nuestros papás y nosotros quedamos abandonados por causa de ellos”. Y eso molestó a los que hacían la guerra, pero Holmes no dejó de hacer oposición.
Entonces lo empezaron a señalar, empezaron a infundir desconfianza. A decirles a las personas que ellos no lo conocían, que ni siquiera era de su pueblo, que podía ser paramilitar, informante del Ejército o un violador, ellos no sabían nada. “La comunidad empezó a desconfiar y, como dicen los mestizos, se acabó la química”. Y no solo eso, atentaron contra su vida. Le dispararon y por eso perdió una parte de la visión, dejó el trabajo unos días y se sintió solo, lo dejaron solo.
La guardia fortalecida y el orgullo indígena
Él situaba el inicio de los problemas cuando los cultivos de uso ilícito llegaron al territorio. Y con ellos el dinero rápido, las modas mestizas y el desdén por lo propio. Los niños del Resguardo dejaron de ir a la escuela cuando entendieron que eso no les significaba los $40.000 que les dejaba un día trabajando en un laboratorio de coca o raspando la mata. “Eso, a nivel general, ha llevado a que los jóvenes no estén pensando en ser líderes, docentes o tener algo que ver en la comunidad porque no les genera recursos económicos representativos. Sinceramente no hemos podido cambiar esa mentalidad para que los niños y jóvenes sean voluntarios porque tienen una causa”.
Por eso fue tan difícil conformar una guardia indígena awá. Holmes soñaba con una guardia numerosa, preparada para enfrentar lo que llegara al territorio, para defender la neutralidad indígena frente a la guerra. Sin embargo, la realidad de la guardia es que andan 10 o 20 personas.
Ese gran problema sigue creciendo. Según la Oficina de Política Nacional para el Control de Drogas de Estado Unidos los cultivos de uso ilícito en Colombia crecieron un 11% respecto a 2017. Es decir, este año hay 209.000 hectáreas de coca sembradas en suelo nacional y Tumaco es uno de los municipios más afectados: hay aproximadamente 23.000 hectáreas en su zona rural.
Por eso superar la coca era un paso para lograr un gran sueño “sacar ese veneno que ha entrado y que volvamos a empezar como awá. Esa cuestión que ha llegado del recurso fácil, de vivir bien vestido, de que si no me peino como el mono que viene de afuera entonces no soy persona, todas esas cosas son un veneno en la comunidad. No es volver a la era de 50 años atrás, pero tratar de mantener la conciencia y la cultura. Lo que es real”.
Precisamente defendiendo el territorio fue como fue amenazado por última vez. Fue el miércoles 30 de mayo en la comunidad de Alto Palay, dentro del Resguardo, y con la luz del sol. Holmes Niscué, Ignacio Moreano, gobernador del Resguardo, Demecio Rodríguez, coordinador de la guardia indígena, y Flor Alba García, lideresa awá, vieron hombres armados cerca de la escuela en la que se realizaba una asamblea. Como han hecho con todos los actores que invaden su territorio, preguntaron quiénes eran y qué hacían. Entonces supieron que eran los hombres de “Guacho” que seguían sus instrucciones. Los líderes y la lideresa no se quedaron callados, entonces los amenazaron y desde entonces han sido perseguidos, según un comunicado de la Unipa en el que denuncian, además, que no gan recibido la protección que necesitan.
Escuche lo que Holmes Niscué le dijo al presidente Iván Duque antes de morir:
A Holmes, que no le daba miedo hablar, lo mataron. Alzar la voz, decía era la función de un líder, hablar de frente y con la verdad. Por eso cuando Colombia2020 lo entrevistó para preguntarle qué mensaje le daba al Congreso y luego al presidente Iván Duque, fue claro en lo que pedía: sáquennos de la guerra, entiendan que necesitamos educación y garanticen la pervivencia de los pueblos indígenas. Ni el Congreso ni el presidente lo escucharon. En el actual exterminio de líderes sociales (178 han sido asesinados entre 2016 y junio 2018, según el listado de la ONU) los indígenas siguen estando invadidos por los armados, los líderes son asesinados y el presupuesto para la educación es menor. “La lucha es social”, dijo Holmes. Sus compañeros, también amenazados, no deben correr con la misma suerte trágica.