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La Sala Plena de la Corte Constitucional de Colombia realizó este jueves una audiencia pública “para definir el alcance de las competencias de los entes territoriales en la regulación del uso del suelo para el ejercicio del trabajo sexual”. El caso llegó a esta instancia por una tutela que puso Nelcy Delgado, la dueña de la Taberna Barlovento, un establecimiento que se lucró de la prostitución ajena durante 80 años y que fue cerrado en 2016 por orden de la Alcaldía de Chinacota, Santander. Desde entonces se inició una larga discusión jurídica sobre este tema.
A la audiencia fueron invitados varios expertos y expertas con conocimientos jurídicos y académicos relacionados al ordenamiento territorial y la prostitución. Claudia Quintero estuvo allí para hablar de la prostitución como sobreviviente, en medio de fuertes presiones y amenazas a su vida por parte de redes criminales que se lucran de este "negocio". Colombia2020 recoge sus palabras porque cree que es una voz necesaria que se debe escuchar en este debate:
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"Este no es un discurso de lástima, es un discurso de dignidad. Honorables magistradas y magistrados de la Corte Constitucional, desde la Corporación Anne Frank agradecemos su invitación a esta audiencia vital y necesaria que debe ser tenida en cuenta desde una perspectiva de género. Somos una organización de mujeres sobrevivientes a la explotación sexual, prostitución y trata de personas. ¿Quiénes compran sexo? Prácticamente son en su totalidad hombres. Esto lleva a preguntarnos por las construcciones sociales que existen en torno a la masculinidad y feminidad en Colombia y su implicación en la sexualidad, así como su incidencia en las representaciones que perpetúan los problemas que hoy me convocan.
Estoy aquí porque creo que las personas en situación de prostitución merecen una protección especial a sus vidas, pero proteger no significa legalizar una violencia atada a una cultura patriarcal. Nunca un “trabajo” me hizo tanto daño como la prostitución. Acabó casi con mi vida. Si es que a eso se le puede decir “trabajo”. No he olvidado cada noche en que pasé frío, los golpes machistas que recibí porque creían que por haber pagado por sexo tenían derecho a maltratarme, los proxenetas que me castigaban enviando a la policía a pegarme porque no quería ir al prostíbulo. Fue una vida de dolor. ¿Una vida que elegí? Digamos que sí, pero con una pistola simbólica apuntando a mi cabeza. Una pistola cargada de desplazamiento forzado, guerra, indiferencia, discriminación, abuso, falta de oportunidades, falta de educación.
He visto a muchas mujeres y “personas expertas” hablando por mí y por las mujeres de Chinacota en los medios de comunicación. Estas no se prostituyen y no soy quien para juzgar de que viven. Lo que sí les quiero decir es que no nos pueden someter a un sistema de “reglamentación” que obliga a las mujeres en situación de prostitución a llevar la carga de la prostitución, con los impuestos que se cobren por el uso de sus cuerpos, mientras las ganancias se quedan en los proxenetas que pasarán a ser "exitosos empresarios". En los burdeles hay que beber alcohol, hay que llevar una vida nocturna, en el burdel no se te garantiza ningún derecho porque solo eres mercancía. Cuando garantizas la estabilidad de un burdel no garantizas la estabilidad de los derechos humanos de las mujeres prostituidas. Sostienes un negocio (sostenemos un negocio) de quienes se lucran del cuerpo de las mujeres por medio de la prostitución ajena.
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Quieren limitar el espacio público para llevar a las mujeres a los burdeles y a las “zonas de tolerancia”. En el burdel te quieren drogada, alcoholizada y operada. La exigencia es cada vez mayor. No podemos envejecer, porque somos menos cotizadas, porque el cliente, el hombre, siempre quiere a una Lolita para satisfacer sus deseos. Reconozco las dificultades que tuve y tengo para recuperarme de las secuelas pciológicas y físicas que me dejó, a pesar de los años de sobrevivencia fuera de este tormento.
No queremos derechos laborales, queremos derechos humanos y eso no me los garantiza la prostitución. Honorable Corte, ¿por qué no cuestionamos a los hombres demandantes de la industria sexual? La demanda de sexo es lo que incentiva la oferta de sexo en un país con altas dosis de violencia de género, desigualdad y cultura del todo vale. Según un estudio de 2015, realizado por la Secretaría Distrital de la Mujer en Bogotá, la mayoría de mujeres encuestadas aseguraron ejercer la prostitución ante la imposibilidad de otra alternativa para generar ingresos y muchas de ellas iniciaron en la prostitución siendo niñas. Además, el 40% de las encuestadas aseguraron haber vivido algún tipo de violencia o vulneración de sus derechos.
Me he reunido con mujeres prostitutas en diferentes lugares del país y estas son las preguntas que me hacen para saber si la “reglamentación” de la prostitución les cambiaría la vida:
¿Con un contrato laboral nos darían licencia en los días menstruales para no trabajar, esto sería considerado una “enfermedad” de incapacidad laboral?
¿Podríamos asegurarnos a riesgos laborales, cómo sería la categoría de riesgos laborales de la prostitución si constantemente estamos en riesgo de ser golpeadas o asesinadas?
¿Qué protección tendríamos si se demuestra que somos población vulnerable?
¿El pago de la seguridad social sería obligatorio, teniendo en cuenta que un gran número de las mujeres en prostitución tienen problemas de droga y alcohol?
¿Negarse a tener sexo con un hombre o no acceder a todas sus exigencias podría ser causal de despido?
¿A qué edad nos pensionaríamos, teniendo en cuenta el impacto que tiene la prostitución en nuestros cuerpos?
¿Quiénes no coticen por ser prostitutas en la calle no se podrían pensionarse?
¿Dónde denunciamos una violación que puede ser comprendida como trabajo?
Preguntas que hemos hecho en diferentes instancias para reflexionar si de verdad la prostitución, “el oficio más antiguo del mundo” o el “privilegio masculino más antiguo del mundo” puede ser un trabajo. Todavía ninguna autoridad que regule el trabajo en el país nos ha podido dar respuesta.
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Señores magistrados, como mujer, negra, desplazada, pobre y violentada estuve inmersa en una violencia de género. Salir de la prostitución fue titánico, por eso les hago un llamado para que nos escuchen, escuchen a las sobrevivientes. Este no es un discurso de lástima, es un discurso de dignidad y valentía. Que mis hijos lo sepan hoy y siempre".