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Sugerencias para un acercamiento complejo a una eventual negociación con el ELN

Fernán E. González G*
20 de abril de 2021 - 08:58 p. m.
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Este artículo, con el cual termina la serie de textos inspirados en el libro ¿Por qué es tan difícil negociar con el ELN, comienza por sugerir la necesidad de un acercamiento más complejo a la realidad multiforme de la confederación de los desarrollos regionales que se agrupan bajo la bandera del ELN, a partir de los contextos de los territorios donde se insertó. Así, en primer lugar, nuestro libro reitera la necesidad de superar la tendencia a explicar el ELN desde la referencia a la experiencia de las FARC, al subrayar las esenciales diferencias entre las dos organizaciones insurgentes

No se trata entonces de una guerrilla de campesinos colonos de la periferia del mundo centroandino, radicalizados por algunos sectores del Partido Comunista de inspiración moscovita, que se expande hacia las zonas más integradas del país, sino de una confederación de distintos grupos regionales, que representan problemas específicos de sus regiones. Allí la falta de adecuada respuesta estatal a sus protestas constituyó un escenario propicio para la opción armada de corte jacobino de grupos radicalizados, al servir como prueba del agotamiento de las soluciones democráticas para el necesario cambio social, que dejaba como única opción la rebelión armada. Pero tampoco se identifica el actual ELN con sus tiempos fundacionales, caracterizados por el caudillismo autoritario y centralista, marcado por la eliminación de los considerados disidentes, que trajo como respuesta el establecimiento de un comando federado que parte de los grupos existentes y se expande hacia las regiones por medio de la adhesión de grupos ya existentes, relativamente autónomos, que se van adhiriendo al discurso del ELN, caracterizado por una concepción bipolar de la sociedad, en la que se contraponen los intereses del Pueblo con los de una oligarquía nacional instrumento del capitalismo internacional

Pero, este comando federado se mostró incapaz de coordinar los diferentes desarrollos para una estrategia consensuada colectivamente, ya que cada jefe y cada frente interpretaba los planes nacionales a la luz de su lectura de los intereses de las regiones donde se insertaba, que hacían que su presencia fuera exitosa o no, según la sintonía que lograra en su respectivo territorio. El resultado desigual de esa inserción hizo que el frente Oriental del Arauca se fuera convirtiendo en la referencia para otros frentes, gracias a sus mayores recursos en armas y hombres, resultado de su profunda inserción en la vida de su región. Esto le permitía distanciarse, en ocasiones, de decisiones de la mayoría de los frentes, tanto en materia de las negociaciones de paz ----como lo demostró su inconsulto atentado contra la Escuela General Santander pero también en sus relaciones con el narcotráfico. Para complicar más la situación, las conclusiones del libro parecerían apuntar a señalar el surgimiento de una nueva camada de dirigentes del ELN, distintos de la vieja guardia de los comandantes históricos, cuya ideología más radical podría representar mayores problemas para una solución negociada al conflicto.

Esta diversidad de intereses de las regiones donde se inserta el ELN hace que sea inadecuado el discurso oficial que lo reduce a ser un grupo vinculado al narcotráfico, que desconoce tanto la oposición radical, por motivos moralistas, de la directiva central de la organización desde sus inicios, como el rechazo de algunos frentes importantes al negocio, que, contrasta, obviamente, con la aceptación pragmática de algunos frentes ante la presión de las comunidades con las cuales se relaciona y el involucramiento de otros en las distintas etapas del negocio, que se reparte a veces con otros actores armados.

En ese sentido, el ELN hace visible un problema estructural más de fondo: la ubicación geográfica de los frentes hace evidente la dificultad del Estado, el régimen político y la economía nacionales para integrar a las poblaciones de las regiones de la periferia, que se ven forzadas a recurrir a formas económicas ilegales, que varían según la región: explotación maderera, minería ilegal, contrabando, aprovechamiento de las rentas locales, coltán, etc. De ahí la importancia de la propuesta de un enfoque territorial de la paz, que aproveche las negociaciones de paz como una ventana de oportunidades para repensar las relaciones entre localidades, regiones, subregiones y nación y desarrollar un proceso gradual de integración de las regiones periféricas al conjunto de la nación por medio de la articulación de las organizaciones comunales existentes a la lógica nacional

Pero, esto supondría la superación de la tendencia a la estigmatización de la protesta social, organizada al margen de los canales tradicionales de la política, para exigir la presencia eficaz del Estado en los territorios, y a la criminalización de las organizaciones comunales de regiones periféricas, que trataban de compensar la falta de regulación social que deja la precariedad de las instituciones estatales, pero cuya coexistencia con los órdenes sociales de los grupos armados hizo que fueran consideradas cómplices o simpatizantes de la subversión, de la que distaban mucho de ser instrumentos pasivos.

Pero, esa estigmatización correspondía a una visión complotista de la historia, donde los sectores de derecha tendían a agrupar en un todo indiferenciado a todos los opositores o críticos del Estado como parte de una estrategia unificada en contra del sistema, que combina todas las formas de lucha. Mientras que los sectores de izquierda, incluido el ELN, tendían, igualmente, a agrupar a todos los que no compartían su opción de cambio radical en un todo igualmente homogéneo, que representaba los intereses de la oligarquía y el capitalismo nacional e internacional, en contra de los intereses del Pueblo. Esta visión complotista responde a una visión bipolar de la sociedad y de la historia, basada en la contradicción amigo/enemigo, que no reconoce matices sino el contraste blanco/negro, que es compartida tanto por la derecha como por la izquierda

Por eso, una negociación implicaría la búsqueda consensuada de conflictos por medio del dialogo entre adversarios, acompañado de transformaciones democráticas que condujeran a la integración de los territorios marginados, donde se concentran la mayor parte de los hechos violentos. En ese sentido, se podría pensar en la creación de consejerías territoriales de paz, encargadas de zonas de intervención integral del Estado en esos territorios, al lado de mesas regionales paralelas a las negociaciones nacionales de paz, con participación de las organizaciones sociales de esos territorios para buscar salidas concretas a las diversas problemáticas regionales

Obviamente, esto implicaría la revitalización y reorganización de las administraciones estatales del nivel local, normalmente concentradas en las cabeceras municipales, sobrerrepresentadas en los concejos municipales; en ese sentido, se podrían repensar las inspecciones de policía y los corregidores, pero pensar también en la creación de ediles semejantes a los de las alcaldías locales de las ciudades, estructuras móviles de fiscales, jueces y policía, el estilo de los jueces pedáneos de los tiempos coloniales y aprovechar los mecanismos locales de justicia desarrollados en algunas regiones

Pero, esta nueva mentalidad debería llevar al ELN a repensar sus relaciones con la sociedad, teniendo en cuenta las consecuencias que representa para las comunidades su ambigua inserción en sus organizaciones, que quedan convertidas en objeto de estigmatización y represión indiscriminadas por parte de las fuerzas estatales y víctimas de la violencia privada de grupos paramilitares. Lo mismo que su estilo de relacionamiento con las comunidades que dice representar, empezando por reconocer la existencia y legitimidad de grupos sociales distintos de aquellos que están bajo su control. En ese sentido: tener en cuenta el creciente distanciamiento de sectores sindicales y gremiales, y de otras organizaciones sociales frente a la opción amada del ELN.

Así, el ELN debería sopesar las consecuencias de su estrategia de “entrismo” para penetrar y hegemonizar los movimientos para la deslegitimación de esas protestas y movilizaciones, lo mismo que repensar la manera autoritaria como impone su hegemonía sobre las organizaciones y poblaciones donde influye, con maniobras poco democráticas y a veces violentas, que llegan a la eliminación de posibles rivales, que representarían un intento de imponer un proyecto de inspiración jacobina, pensado por una élite de iluminados, que puede resultar tan oligárquico y opresivo de las comunidades como el proyecto de las clases dominantes que pretende combatir.

Además, debería pensar, ya en el nivel de su organización interna, en la necesidad de configurar un organismo colectivo, que represente adecuadamente la variedad de las organizaciones sociales regionales que se vinculan a su proyecto y que sea capaz de tomar decisiones realmente vinculantes, que sean acatadas por los grupos regionales.

Pero, correspondientemente a esos necesarios cambios de mentalidad en los funcionarios del Estado y los miembros del ELN, las comunidades de las regiones y las organizaciones sociales donde hace presencia el ELN deberían también considerar el riesgo que conlleva su “deslumbramiento” por la experiencia exitosa del caso araucano y su correspondiente opción por la lucha armada, Y, consiguientemente, asumir clara y explícitamente una actitud de claro deslinde de sus luchas sociales frente a la opción armada,

Y, por parte de la sociedad colombiana en general, es necesario que sea consciente de la necesidad de superar la tendencia a la estigmatización de la protesta social, para apreciar su lado positivo: el señalamiento de las fallas del Estado para responder a las tensiones sociales de las poblaciones marginales, que son aprovechadas por los grupos insurgentes para conseguir bases sociales en apoyo de su proyecto político. Para eso, tanto los formadores de opinión como la generalidad de la opinión pública deben tratar de comprender la complejidad de las situaciones que enfrentan las comunidades en medio del conflicto de legitimidades y del fuego cruzado entre los combatientes, en regiones necesitadas de una intervención estatal de carácter integral que afronte, de manera diferenciada, los problemas que han llevado a las organizaciones de protesta.

Lea la serie de columnas sobre esta investigación aquí:

1. ELN: las consecuencias de un federalismo insurgente

2. ELN: el contraste entre su decadencia en el sur de Bolívar y su exitosa inserción en Arauca

3. El ELN en el litoral pacífico colombiano: los casos de Cauca, Nariño y Chocó

4. Frontera, violencia y coca: una mirada al ELN en el Catatumbo

*Politólogo de Uniandes e historiador de la Universidad de California. Berkeley, investigador del CINEP durante cincuenta años.

Por Fernán E. González G*

 

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