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"Yo no nací en un municipio cocalero. Nací en El Tambo, en Nariño, pero cuando tenía 16 años me fui para Policarpa, en la zona de cordillera, y ahí fue que vine a conocer la coca. Llegué a trabajar en una finca, a cocinar, y ahí empecé a cosechar la hoja. Empecé tarde, por decirlo así, porque en esa zona que es bien cocalera los niños empiezan a raspar coca a veces desde los 10 años, o incluso antes.
A los 17 fue que conocí al papá de mis hijos, que tenía una finca propia, y empecé a ir con él a cultivar, a cosechar, a trabajar. Eso era en un corregimiento de Policarpa, no le puedo decir el nombre por seguridad, pero todo ese municipio es zona cocalera. Estando con él, me dijo “este pedazo lo puede sembrar usted”, y ahí ya tuve mis primeros pedacitos propios de coca, y aprendí a sembrarla.
Uno hace el semillero, a los tres meses lo saca, lo siembra en la tierra y por ahí a los seis o siete meses ya le produce la primera cosecha. Después de esa primera cosecha, la mata da cada cuatro meses, al año son unas cuatro cosechas. Una familia no tiene en realidad más de una hectárea y media sembrada con coca. Grandes extensiones así que tenga cuatro o cinco hectáreas por familia, eso no se ve.
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En esa zona la tierra también es excelente para sembrar arroz, yuca, sandía, limón, mango. Con mi exesposo una vez tratamos con la sandía. Sembramos tres hectáreas y de ahí sacamos 15 toneladas, ya escogidas, de calidad. Teníamos que sacarla a un punto que se llama Remolino, sobre la vía Panamericana, a unas cinco o seis horas de distancia. El camión iba a la finca, la recogía, había que pagar quién cargue la sandía, y luego la llevaba hasta ese punto y había que pagar quién la descargue. Pero ese transporte era muy caro, porque las vías están muy malas. Cuando hicimos cuentas nos quedaba el kilo a $450 y con eso no sacábamos ni lo del trabajo. Mucha sandía se nos perdió, nos tocó incluso llamar a la gente de las veredas para que fueran a llevársela regalada.
Ya uno con la coca lo que tiene es una rutina: uno cosecha, vende, paga deudas y vuelve y fía. Eso sí pasa en todos los territorios, usted va a donde el tendero y le dice ‘fíeme tanto’, y usted lleva una remesa grande, lleva los venenos otra vez para fumigar la mata y lo poco que le queda lo deja para el sustento de los hijos, para los estudios. Porque que uno venda y pague todo, y quede con ganancias, eso no pasa. Porque digamos de una cosecha de una hectárea y media salen 100 arrobas de hoja de coca. De ahí uno saca tres kilos de pasta base de coca. Eso, a $2 mil el gramo serían $2 millones por kilo, o sea $6 millones en total. Pero ahí toca mirar todo lo que se gasta en los cuatro meses que uno no recibe ni un peso. Y eso suponiendo que esté a $2 mil el gramo, pero ahorita está a $1.700, no hay plata.
Porque es que cada finca tiene su rancho, o chongo, para procesar la hoja de coca. O machucaderos, como les dicen en el Cauca; o cambuches, como los llaman en otras zonas del país. Los mismos que después el Ejército allana y presenta como ‘laboratorios’. Pero eso qué laboratorio va a ser, ahí solamente se hace la base; los grandes laboratorios son llamados cocinas, pero ya hacen otro tipo de procedimientos. Lo que tienen las familias en las zonas cocaleras son ranchitos, que son muy sencillos, muy rústicos. Ahí lo que hacen es coger la hoja de coca, picarla con guadaña, le echan nutrimón, le echan cal, la pisan, vuelven y la pican, la echan en tambores, le echan gasolina lavada, la dejan ahí hasta que diga el ‘químico’, luego lavan eso con agua de ácido y el agua de ácido recoge toda la mercancía.
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Pero uno se mete con la sustitución voluntaria de ese cultivo porque con la coca siempre está la violencia. En mi caso, por ejemplo, el 14 de mayo de 2014 los paramilitares se llevaron a mi hermano de la finca. Él no mantenía por ahí, tenía su familia por fuera, sino que iba a trabajar en los cultivos y se salía. Ahí fue cuando yo desperté y me di cuenta de que a la gente que se la llevan, nunca más regresa. Entonces empecé a hablar con la gente, con la Junta de Acción Comunal, mejor dicho alboroté a todo el mundo y nos fuimos a hablar con esa gente para que lo entregaran. Ellos dijeron que eso no se podía, que ya ellos eran los responsables, pero la verdad es que seguimos insistiendo y al final no tuvieron de otra que devolvérnoslo con vida.
Pero allá en la cordillera la pelea de esos grupos es por quedarse con esa base de coca, por controlar ese comercio. Y así mismo es en las zonas cocaleras del departamento, en Tumaco, en Samaniego, en Santa Cruz de Guachavés. Todo eso es zona roja porque ahí se cultiva la coca y ahí mantienen los grupos armados.
Entonces cuando llegó el programa de sustitución de cultivos la gente se entusiasmó y se metió a eso. En varias zonas se firmó al acuerdo colectivo, pero formalmente se terminaron inscribiendo solamente en Tumaco, donde hay más de 16 mil familias vinculadas. Pero desde entonces yo he estado muy activa con la Coordinadora Nacional de Cultivadores de Coca, Amapola y Marihuana (Coccam) y eso es lo que me ha traído las amenazas. La primera fue en junio de 2018, cuando se reactivó esa organización en Nariño. Estábamos en reunión con los delegados de los municipios, los delegados de FARC y del Gobierno Nacional. Al municipio llegó esa gente preguntando por mí. Que me tenía que presentar ante ellos, que necesitaban hablar conmigo. Obviamente no fui.
Al año siguiente, en agosto de 2019 yo estaba en El Tambo. Ahí yo hablaba mucho con un funcionario de la Alcaldía para todos los temas de sustitución. Al celular de él le llegó un mensaje: “Huevón, dejá de andar con esa vieja Sandra Panchalo porque a esa vieja la van a pelar por sapa”. Ahí ya tenía esquema de seguridad. Y en noviembre al pueblo llegaron un par de sicarios también a buscarme. Ahí ya salí del territorio y actualmente estoy por fuera. Estoy en otro municipio. A raíz de esas amenazas mi esposo y yo nos separamos. Pero él sigue allá con la hectárea y media de coca, y ahí seguimos pagando la educación de los hijos."