“Las amenazas desbordaron nuestras vidas”: lideresa de Montes de María 

Yirleis Velazco, representante legal de la Asociación Mujeres Sembrando Vida, salió desplazada de El Salado, en El Carmen de Bolívar, para salvar su vida. Un rostro más del fenómeno de violencia contra líderes sociales que no se detiene en el país.

Laura Panqueva Otálora
09 de mayo de 2019 - 12:15 a. m.
Yirleis Velazco dice que quiere regresar a El Salado, el pueblo de los Montes de María del que tuvo que salir desplazada por la violencia.  / Gustavo Torrijos
Yirleis Velazco dice que quiere regresar a El Salado, el pueblo de los Montes de María del que tuvo que salir desplazada por la violencia. / Gustavo Torrijos
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Una de las casas de El Salado, a los pies de los Montes de María, entre Bolívar y Sucre, lleva días apagada. Hace más de tres meses quedó vacía de manera forzada. La mujer que la mantenía tuvo que empacar despavorida parte de su ropa y la de sus hijos, y convencer a su mamá de acompañarlos. Yirleis Velazco, representante legal de la Asociación Mujeres Sembrando Vida, se desplazó para salvar su vida. Su testimonio se suma al de cientos de mujeres más.

En 2018 cada 23 días asesinaron a una lideresa, según los informes de las organizaciones Somos Defensores y Sisma Mujer. Desafortunadamente, en 2019 siguen presentándose hechos de asesinatos y amenazas en contra de esta población. “Ya van 33 asesinatos, de ellos seis mujeres”, aseguró en marzo Camilo González Posso, director de Indepaz. El episodio en que Francia Márquez y otros integrantes de la dirigencia de comunidades negras del pasado fin de semana es una cruda demostración de este fenómeno. Una entrevista con Yirley que le da un rostro a esta tragedia. 

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¿En qué consiste su labor como lideresa?

Trabajo con mujeres que sufrieron violencia sexual. Somos 12 sobrevivientes. Esto nace a raíz de que fui víctima de violación por grupos paramilitares en mi pueblo El Salado, durante la masacre que hubo en el 2000. No quise quedarme callada después de eso tan cruel, así que comencé a alzar la voz y a exigir nuestros derechos como mujeres y víctimas. 

¿De qué forma desempeña este rol?

Hago acompañamiento a las mujeres cuando son víctimas de violencia sexual o de abuso intrafamiliar. Voy con ellas a activar las rutas y a poner sus denuncias. Llevo diez años de estar al frente, tanto en El Salado como en el Carmen de Bolívar. 

¿Qué ha cambiado con esta defensa?

Hemos empoderado a muchas mujeres que estaban en total silencio y hoy han denunciado. Estamos acompañando a 160 sobrevivientes. También, hemos replicado este rol de acompañantes con otros grupos de mujeres en las veredas. En realidad, nosotras no hemos contado con acompañamiento de ninguna entidad pública. Hemos salido a adelante solas, con grupos de autoayuda. 

He sido víctima de amenazas muchas veces. Con decirle que después de esta última amenaza en enero se dieron cuenta de que llevo 14 denuncias en la Fiscalía y nadie había hecho nada. Antes yo controlaba, me lo tragaba y ponía la denuncia. No les contaba a mis hijos para que no cayeran en preocupación. Pero en enero se me salieron las cosas de las manos porque comenzaron a amenazar a toda mi familia. 

Me mandaban mensajes de texto a mi celular y al de mis hijos. Llamadas que decían que iba a ser la próxima líder asesinada, que le iban a mochar la cabeza a mis niños, que no tenía por qué estar empoderando a otras mujeres, que eso era de "zorras". 

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¿Qué pasó cuando denunció las intimidaciones?

Pido ayuda y empiezo a decirle al Estado, “¿van a dejar que me maten? ¿van a dejar que maten a mi familia?” Capturaron a una persona, pero todavía hace falta una investigación profunda. Al final me tocó salir con mi familia como si hubiera hecho algo malo. Ahora estoy intentando volver, pero de a pocos. 

¿Recibió algún tipo de protección?

La Unidad Nacional de Protección me reubicó. Me dio un chaleco y un celular, pero hubieran podido darme fácilmente un tiro en la cabeza. La protección también está en el bienestar de una, de que la escuchen. A raíz de esta amenaza me quedé sin trabajo porque la fundación para niños y niñas con la que laboraba en las veredas dijo que no quería exponerme. Pero no podía darme el lujo de quedarme sin trabajo porque soy padre y madre. Respondo por toda una familia. Así que en ese momento mi estado emocional colapsó. Mi mamá intentó quitarse la vida. Fue un caos. El acompañamiento psicosocial, que siempre lo he exigido, nunca llegó.  

¿Cómo más la afectaron esa cadena de amenazas?

Soy una mujer que no me echo para atrás. Pero con todas las intimidaciones, no quería pararme de la cama, no quería peinarme ni salir. Sigo con el temor de que alguien me está vigilando y estoy muy pendiente de mis hijos. En la calle voy pensando: me van a matar, alguien me está persiguiendo. 

¿Cómo reaccionó su familia? 

Insiste en que me aleje de esto. Cuando la gente me buscaba para recibir acompañamiento se ponían agresivos. Yo los entiendo, pero son cosas que le nacen a una del alma y dejarlas no es nada fácil. 

¿La Asociación continúa?

Las chicas llegaron a decir que no querían seguir. Por miedo les propuse parar, así que lograron opacar nuestra labor un tiempo, pero pasados los días pensé: cómo es posible que dejemos este proceso tan importante para las mujeres.

¿Se agrava la violencia contra las mujeres y específicamente contra las defensoras?

Es uno de los crímenes más atroces que no cesa. Sigue y se evidencia contra nosotras más fuerte. Lo vivimos en la calle o en la casa. A las defensoras de derechos humanos nos quieren callar, por medio de la violencia. 

¿Por qué debe haber medidas diferentes para proteger a las defensoras? 

Por el hecho de ser mujeres ya estamos en la mira de mucha gente. El Estado debería sentarse con nosotras para que le propongamos cómo podrían ayudarnos y protegernos. A mí me ha tocado vivir todo este tema de amenazas y no ha sido nada fácil. Se me bloqueó la vida. Me ha quedado muy difícil cumplir el rol de madre, hermana, hija, defensora de Derechos Humanos, representante legal... Son tantas cosas que tengo encima que llega un momento en que digo ¡cómo voy a poder! Si a veces ni nos creen cuando denunciamos. Dicen que somos muy altaneras, que lo vemos todo de otro color. Creen que es un invento. 

¿Piensa regresar a El Salado?

Mi pueblo es maravilloso. Vivió tanta violencia que hay que seguir luchando. En la última década le han hecho muchas intervenciones y el tejido social se ha quebrantado porque vinieron e imponer cosas que no funcionaron. La idea es que nos escuchen, nos pregunten. Ahora estamos trabajando para unirnos. Además, quiero volver para insistir en que “Estamos vivas", una frase que nace de nuestra alma y que en este momento estamos compartiendo las lideresas colombianas.

Por Laura Panqueva Otálora

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