La libertad de educar en casa
La escritora Ana Paulina Maya presenta su libro “Si el colegio no existiera”, una obra que reta a las personas a pensar la educación de una forma distinta.
Estos siete meses, sin duda alguna, han sido uno de los períodos más retadores de los últimos tiempos, ya que ha requerido esa adaptación al cambio, el manejo de crisis y el empoderamiento del que tanto se hablaba. Habilidades que no solo se han fortalecido en el área profesional, sino que se han trasladado a la educación y más en la educación asistida a través de la tecnología que denominan remota o virtual.
Realidad que tomó por sorpresa al mundo, pero que, en medio del caos, deja ver esas oportunidades de formar en casa y pensar la educación de otra manera. Una más cercana, empática y que pueda fortalecer lazos entre padres e hijos, que por mucho tiempo se creía algo imposible.
Ana Paulina Maya, ingeniera electrónica y escritora, desde el 2007 se aventuró en ese mundo de la educación en casa, ya son trece años, en los que, como dice la canción de Joan Manuel Serrat, “se hace camino al andar”, y en el cual amigos, pares y familiares han aportado en el proceso que hoy se plasma en el libro Si el colegio no existiera, publicado por la editorial Vergara, cuyo objetivo es dar herramientas para que las personas puedan educar en casa, conocer cómo funciona la ley en Colombia y “servir de inspiración para que los padres vean una oportunidad maravillosa en esa labor”, dice Ana Paulina Maya, quien habló para El Espectador del proceso de creación del libro, sus temáticas y los retos en Colombia.
¿Por qué tomaron la decisión de educar a sus hijos en casa?
La decisión la tomamos cuando ya habíamos empezado el proceso escolar de nuestros hijos mayores. No sabíamos que era posible educar en casa y cuando nos enteramos nos llamó poderosamente la atención, por la posibilidad de pasar más tiempo con ellos y de compartir esos momentos importantes de su aprendizaje.
También influyó el factor económico pues el colegio en el que estaban era muy costoso y ya teníamos a otros dos bebés, que en algún momento entrarían a colegio también y tal vez no podríamos mantenernos en el mismo. La experiencia de educarlos en casa ha sido siempre muy bonita, se termina convirtiendo en un estilo de vida familiar completamente diferente. Uno ve que los niños aprenden todo el tiempo y que sus intereses a veces se parecen a los del colegio, pero otra son muchos más variados y originales. También observamos como su proceso de socialización es totalmente natural y tranquilo, mucho más sano que el que yo veo que sucede con muchos niños escolarizados.
¿Cómo funciona la educación en casa?
Para cada familia es diferente. El paso inicial es no mandar a los hijos al colegio, y ojalá tener algunas claridades para comenzar con tranquilidad como, por ejemplo, saber por qué se quiere educar en casa, de cuáles recursos se dispone, quién va a estar con los niños, cuánto presupuesto y tiempo podemos dedicarles y qué estilos de aprendizaje vemos en nuestros hijos.
¿Cuáles son las ventajas?
Ventajas son muchas: los niños van a su ritmo, aprenden por gusto y no por pasar solo un examen y pueden profundizar en los temas que les interesen tanto como quieran, el tiempo rinde más y el dinero también; de hecho, siempre se puede dar una educación de muy buena calidad adaptándose a las posibilidades y presupuestos de cada familia. Solo hay que ser recursivos; además, se puede empezar en cualquier momento y también es posible volver al colegio si llega a ser necesario.
¿Qué es lo más retador de estudiar en casa?
Manejar las críticas y las preguntas de quienes no entienden lo que estamos haciendo. Superar los miedos, que son inevitables al estar haciendo algo que va contra la corriente, cambiar la perspectiva frente al tiempo que se pasa con los hijos, saber verlo como un privilegio.
¿Qué ha sido lo más significativo de este proceso?
Definitivamente ver a mis hijos ser ellos, tranquilos y felices, sin etiquetas ni notas que los hagan sentir menos que nadie. Darme cuenta de cómo el aprendizaje es un proceso mágico, permanente e inevitable. Verlos aprender por gusto, siempre. Y claro, el tipo de vida que hemos tenido como familia.
Estos siete meses, sin duda alguna, han sido uno de los períodos más retadores de los últimos tiempos, ya que ha requerido esa adaptación al cambio, el manejo de crisis y el empoderamiento del que tanto se hablaba. Habilidades que no solo se han fortalecido en el área profesional, sino que se han trasladado a la educación y más en la educación asistida a través de la tecnología que denominan remota o virtual.
Realidad que tomó por sorpresa al mundo, pero que, en medio del caos, deja ver esas oportunidades de formar en casa y pensar la educación de otra manera. Una más cercana, empática y que pueda fortalecer lazos entre padres e hijos, que por mucho tiempo se creía algo imposible.
Ana Paulina Maya, ingeniera electrónica y escritora, desde el 2007 se aventuró en ese mundo de la educación en casa, ya son trece años, en los que, como dice la canción de Joan Manuel Serrat, “se hace camino al andar”, y en el cual amigos, pares y familiares han aportado en el proceso que hoy se plasma en el libro Si el colegio no existiera, publicado por la editorial Vergara, cuyo objetivo es dar herramientas para que las personas puedan educar en casa, conocer cómo funciona la ley en Colombia y “servir de inspiración para que los padres vean una oportunidad maravillosa en esa labor”, dice Ana Paulina Maya, quien habló para El Espectador del proceso de creación del libro, sus temáticas y los retos en Colombia.
¿Por qué tomaron la decisión de educar a sus hijos en casa?
La decisión la tomamos cuando ya habíamos empezado el proceso escolar de nuestros hijos mayores. No sabíamos que era posible educar en casa y cuando nos enteramos nos llamó poderosamente la atención, por la posibilidad de pasar más tiempo con ellos y de compartir esos momentos importantes de su aprendizaje.
También influyó el factor económico pues el colegio en el que estaban era muy costoso y ya teníamos a otros dos bebés, que en algún momento entrarían a colegio también y tal vez no podríamos mantenernos en el mismo. La experiencia de educarlos en casa ha sido siempre muy bonita, se termina convirtiendo en un estilo de vida familiar completamente diferente. Uno ve que los niños aprenden todo el tiempo y que sus intereses a veces se parecen a los del colegio, pero otra son muchos más variados y originales. También observamos como su proceso de socialización es totalmente natural y tranquilo, mucho más sano que el que yo veo que sucede con muchos niños escolarizados.
¿Cómo funciona la educación en casa?
Para cada familia es diferente. El paso inicial es no mandar a los hijos al colegio, y ojalá tener algunas claridades para comenzar con tranquilidad como, por ejemplo, saber por qué se quiere educar en casa, de cuáles recursos se dispone, quién va a estar con los niños, cuánto presupuesto y tiempo podemos dedicarles y qué estilos de aprendizaje vemos en nuestros hijos.
¿Cuáles son las ventajas?
Ventajas son muchas: los niños van a su ritmo, aprenden por gusto y no por pasar solo un examen y pueden profundizar en los temas que les interesen tanto como quieran, el tiempo rinde más y el dinero también; de hecho, siempre se puede dar una educación de muy buena calidad adaptándose a las posibilidades y presupuestos de cada familia. Solo hay que ser recursivos; además, se puede empezar en cualquier momento y también es posible volver al colegio si llega a ser necesario.
¿Qué es lo más retador de estudiar en casa?
Manejar las críticas y las preguntas de quienes no entienden lo que estamos haciendo. Superar los miedos, que son inevitables al estar haciendo algo que va contra la corriente, cambiar la perspectiva frente al tiempo que se pasa con los hijos, saber verlo como un privilegio.
¿Qué ha sido lo más significativo de este proceso?
Definitivamente ver a mis hijos ser ellos, tranquilos y felices, sin etiquetas ni notas que los hagan sentir menos que nadie. Darme cuenta de cómo el aprendizaje es un proceso mágico, permanente e inevitable. Verlos aprender por gusto, siempre. Y claro, el tipo de vida que hemos tenido como familia.