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La expresión “cuello de botella” es la más escuchada en los corredores de los 50 laboratorios que procesan pruebas de coronavirus en el país. La razón: son varios los insumos que están escasos en el mercado para seguir operando. Y los que están disponibles tienen precios astronómicos con valores del doble, o incluso el triple, del que tenían hace algunas semanas. El panorama no es alentador, pero el deber es el mismo: seguir adelante. Por lo que algunos laboratorios, la mayoría de ellos de universidades, han emprendido, por primera vez en la historia del país, en medio de un montón de muros, la fabricación local de los reactivos. ¿Qué tan lejos está Colombia de una independencia de pruebas?
El mayor punto crítico está en los reactivos de extracción del ARN del virus, razón por la cual varios laboratorios han tenido que suspender operaciones durante algunos días. El pasado 29 de abril, el Gobierno confirmó la importación de 500.000 kits de reactivos provenientes de China que se comprometió a distribuir. Pero es cuestión de días para que el desabastecimiento vuelva a ser el común denominador. El camino, saben todos, es buscar métodos alternativos de extracción.
El Ministerio de Ciencia, que se comprometió a gestionar $202 mil millones para fortalecer la red de laboratorios del país, organizó una pequeña convocatoria con algunas universidades para encontrar un método alternativo de extracción que pueda ser utilizado en los próximos meses. Jaime Castellanos, director de virología de la Universidad El Bosque, laboratorio que procesa un promedio de 200 pruebas diarias de COVID-19, y que ya se quedó sin reactivos para operar, está liderando el proceso en conjunto con el Instituto Distrital de Ciencia, Biotecnología e Investigación en Salud de Bogotá. “Hay que buscar alternativas para la extracción, eso implica inversión y desarrollos técnicos en nanotecnología. En Colombia no tenemos experiencia. En dos semanas vamos a tener dos o tres protocolos en diferentes entidades para tomar una decisión y ver cuál es el sistema más adecuado. Sabemos que parar no es una opción”.
El método que va a proponer, que de hecho es el que le ha tocado utilizar en los últimos días, es el del fenol cloroformo. Un buen camino para extraer el material genético del virus, pero que puede tardar casi el doble de tiempo y cuenta con varios riesgos ocupacionales al estar basado en solventes orgánicos y líquidos tóxicos. “Nos estamos devolviendo 30 años con el fenol cloroformo, es lo único que tenemos disponible y hay que trabajar con lo que tenemos. Es un método más eficiente que otros, uno recupera mejor el ARN, pero es más demorado y no es el protocolo más recomendable para el personal que hace el trabajo ni para el medio ambiente. Ya nos mentalizamos que lo vamos a hacer más lento, pero vamos a andar”, reconoce.
El personal del laboratorio de la Universidad del Bosque / Cortesía
Genoma, el laboratorio de la Universidad CES de Medellín, es la otra entidad que está buscando métodos alternativos de extracción. Si bien no especificaron el camino que están adelantando, confirmaron que debe cumplir con tres condiciones. “Hay unos principios muy importantes para volvernos autónomos. Primero que la calidad y la eficiencia en los procesos moleculares sean tan altas como las de los reactivos importados. Segundo, la accesibilidad, es decir, que el costo justifique la producción nacional para que el país pueda contar con esos reactivos a menor valor de los que se importan. Y por último que esos métodos sean replicables y funcionen en las condiciones reales que hay en Colombia”, afirmó Rubén Manrique, director de investigación e innovación de la Universidad CES.
Hay otros métodos de extracción que circulan en el ambiente como posibilidades son el de liberar el virus de su envoltura a través del calor y choques térmicos para dejar libre el ARN (PCR zero) en el proceso de detección, todo sin los reactivos que están escasos en el mercado. Sin embargo, uno de los problemas principales de este método es que un porcentaje importante de las pruebas se pierden. Hay quienes también ponen en la mesa el método de PCR convencional, que es una posibilidad más económica que las demás, pero mucho más lenta debido a que hay que manipular una a una las muestras. Un protocolo recomendado cuando no hay que procesar una cantidad considerable de pruebas.
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La producción local de enzimas
En el proceso de detección del SARS-CoV-2 hay dos enzimas claves: la transcriptasa reversa y la Taq polimerasa. La primera se encarga de convertir el virus de un molde de ARN a ADN. Y la segunda multiplica un millón de veces la molécula de ADN del virus (reacción en cadena de la polimerasa) para que sea visible, identificable. Ambas proteínas están escasas en los laboratorios y es un imperativo producirlas de forma local.
La Universidad Nacional es la entidad que más adelantada está en el proceso. Fabio Aristizabal, químico y profesor de la facultad de ciencias, es el hombre que ha liderado el proyecto. Firmó un acuerdo de cooperación con una institución canadiense, que pidió mantener el anonimato, para que le diera los clones y así contar con la información para producir las enzimas. Solo le pidieron una condición: que no las usara con fines comerciales.
“Acá en Colombia las vamos a producir desde el inicio, pero la necesidad es inmediata y nos ahorramos tres meses. Nos dieron la información para producir cuatro enzimas: la inhibidora de RNAsa (causante de la destrucción de la partícula viral), la transcriptasa reversa y dos tipos de polimerasa. Tenemos capacidad hasta para producir un volumen de 2.000 litros si se llegara a necesitar. La idea es ponernos al servicio del sistema y abastecer a los laboratorios con los precios que sí son. Un kit de RT-PCR valía $25.000, hoy ya no se compran por menos de $80.000, es escandaloso, pero como no hay”, señaló Aristizabal, quien confirmó que la universidad logró un convenio con siete empresas farmacéuticas de Bogotá que van a financiar los productos.
Pero el atraso tecnológico y la falta de inversión en los laboratorios siempre serán la principal barrera. “El mundo está haciendo pruebas que arrojan resultados de 20 a 90 minutos, que son sistemas acoplados. Por un lado, la detección de componentes de tipo proteico del virus o antígenos (conocidas como Ag), por el otro, los ensayos que rastrean el RNA viral (RT-PCR directa). Por eso hay países que hacen hasta 100.000 pruebas en un día. Esto implica una reacción RT-PCR de un solo tubo que va desde la toma de muestra, separación, conversión hasta la detección simultánea. Un procedimiento que debería tardar de 30 a 50 minutos si es reacción de tipo isotérmica o una hora y media a dos horas si es por reacción cuantitativa. Y no lo que estamos haciendo en Colombia, que requiere cinco horas o más por el tipo de tecnología que tenemos”. agregó.
El Laboratorio de Referencia e Investigación del Ejercito Nacional / Mauricio Alvarado
Por su parte, la Universidad de Los Andes está trabajando en la producción de la transcriptasa reversa en un proceso de colaboración que es un ejemplo para la comunidad científica. Desde Los Ángeles, la Universidad de California les envió el clon, se aliaron con la Universidad Javeriana para producir la enzima y están en conversaciones con Vecol, tal vez la única empresa de biotecnología capaz de hacer este tipo de desarrollos en grandes proporciones, para hacerla en gran escala.
“Con investigadores de Bogotá expresamos la preocupación sobre lo que iba a suceder en la demanda de algunos insumos. Estas enzimas no se producen en Colombia y es necesario importarlas. Y con la demanda que hay, los proveedores priorizan a los países que sí las producen. Nosotros tenemos la capacidad de producir la transcriptasa. La idea es aliarnos con Vecol para transferirle el conocimiento a ellos que pueden producir en un volumen alto para satisfacer la demanda. El objetivo es desarrollar esta tecnología a finales de junio”, palabras de Andrés González, director del departamento de ingeniería química de la Universidad de Los Andes.
Eso sí, varios de los expertos consultados por este diario coincidieron en que hay algo indispensable en lo que nadie está trabajando: los oligonucleótidos. Que son la plantilla que permite amplificar y detectar el ARN viral. Si bien aún no están escasos en el mercado, los cielos cerrados obligan a que un producto que antes se demoraba un par de días en llegar al país, ahora puede tardar hasta dos semanas. “Son el queso de la lasaña”, advierte Gabriela Delgado, profesora de la Universidad Nacional y asesora del despacho del secretario de salud de Bogotá. “Necesitamos producirlos: hay que invertir 400 mil dólares trayendo la tecnología. Aquí hay una barrera muy grande y es que el Gobierno ha cogido la mala costumbre de correrle a las normativas que los agentes internacionales imponen y no ha entendido que Colombia necesita soberanía en salud e independencia en investigación”, añade Fabio Aristizabal.
La toma de muestras, más escasez
Para realizar las pruebas de COVID-19, el personal médico necesita insertar hisopos nasofaríngeos (copitos) en la nariz de los pacientes para obtener las muestras. Otro de los insumos indispensables que se unen a la lista de cuellos de botella. “Estos vienen en un polímero, una fibra sintética de celulosa de rayón, que, para variar, tampoco producimos en Colombia”, confiesa Gabriela Delgado.
En Estados Unidos, país que tampoco ha sido inmune a este flagelo, Formlabs optó por imprimir en 3D los hisopos con materiales alternativos aprobados por la Agencia de Medicamentos y Alimentación (FDA, por sus siglas en inglés) del país norteamericano. Con ellos se contactó Patricia del Portillo, directora ejecutiva de la empresa de biotecnología Corpogen, para reproducir el modelo en Colombia.
Por lo que hizo una alianza con la empresa 3D Solutions y la Fundación Santa Fe para llevar a cabo el proyecto que estaría listo para ejecutarse en los próximos días. “En Forlab muy amablemente nos dieron las pautas para hacerlos, hicimos las pruebas, Catalina Gutiérrez, gerente comercial de 3D Solutions, no dudo en apoyarlos y luego se nos presentó otro cuello de botella porque esto tiene que venir perfectamente termoformado y esterilizado. Allí apareció Paula Rodríguez de la Fundación Santa Fe para darnos una mano que, entre otras cosas, también nos está ayudando para hacer las validaciones clínicas. La Universidad de Los Andes también nos apoyó. La idea es tener todo listo la semana entrante, ya vamos muy adelante”, admitió Patricia del Portillo, directora ejecutiva de Corpogen.
También hay EPS que están metidas en la fabricación de los kits de toma de muestras como Compensar. Desde el pasado 20 de marzo, utilizando la técnica del Centro de enfermedades contagiosas de Atlanta, empezaron la producción del kit. A la fecha han producido 17.100 y tienen una capacidad para fabricar 1.200 diarios, los cuales son utilizados para uso propio y algunos de ellos compartidos a otras EPS y cajas de compensación. “Observamos el desabastecimiento teniendo en cuenta que en ese momento el medio viral era solo entregado por la Secretaría de Salud. La solidaridad es muy importante en la situación actual”, destacó Laura Forero, gerente del laboratorio clínico de Compensar.
Las validaciones: ¿otro cuello de botella?
Los expertos coinciden en que en esta fabricación local de insumos hay un reto mayúsculo: validar los productos y demostrar que sí funcionan con la misma eficiencia que los importados. Una responsabilidad ética que es mayor en los diagnósticos. Sin embargo, en Colombia no hay ninguna empresa especializada que haga este tipo de validaciones.
De hecho, el Ministerio de Salud, con el objetivo de agilizar esa fabricación e importación en el país de dispositivos médicos y reactivos de diagnóstico, mediante la resolución 522 de 2020, redujo los requisitos para facilitar todos los trámites. Solo hay que notificarle al Invima qué producto se está fabricando y qué norma técnica se está utilizando. Hoy por hoy, bajo esta figura, 500 empresas se han inscrito, la mayoría de ellas en la producción de tapabocas, pero ninguna en la de reactivos de diagnóstico.
“Es cierto que no hay laboratorios en el país que hagan ese proceso de validación, no hay recursos humanos y técnicos. La autoridad sanitaria tampoco cuenta con esos laboratorios ni con la experiencia. El único que ha hecho pruebas de validación es el INS, pero en este momento no tiene la capacidad porque está sobrecargado haciendo los diagnósticos. Simplemente confiamos en su proceso de investigación, desarrollo y manufactura de estudios clínicos. En general nuestra legislación nunca había pedido validaciones en Colombia”, reconoció Lucía Ayala, directora de dispositivos médicos del Invima.
“Todo reactivo requiere cumplir todo un protocolo de validación: de verificación de condiciones, de repetitividad, de reproductividad y esta no es la excepción”, apuntó Gabriela Delgado de la Secretaría de Salud de Bogotá. “Hay mucha gente ofreciendo cosas, pero no hay nadie que diga si los kits funcionan. No hay alguien con la capacidad de evaluar, no hay esas empresas que validen y cobren. Nosotros contamos con la suerte del apoyo de la Fundación Santa Fe”, agregó Patricia del Portillo. Y Jaime Castellanos complementó: “La ventaja de una validación es que dura para toda la vida, pero vale miles de dólares y puede tardar algunos meses”.
Pero Fabio Aristizabal, de la Universidad Nacional, reconoce que el amplio flujo de positivos con pruebas de COVID-19 es un fenómeno que agiliza el proceso para hacer validaciones internas. “El tema de la validación es verdad y es mentira, porque la oportunidad de hoy es que hay positivos circulando a una velocidad enorme, por lo que con algunas alianzas se pueden hacer muy rápido. Si no fuera una condición como la de hoy, no se podría, pero con los datos que tenemos nosotros mismos validamos con alianzas. No hay que buscar pacientes, las pruebas llegan solas”.
Un pensamiento que apoya Rubén Manrique del CES. “Lo ideal sería una validación de un agente externo, pero en estos casos también encontramos que hay capacidades para hacer pruebas entre varios laboratorios. Donde dependiéramos del exterior, no estaríamos hablando de una independencia en menos de un año”.
Metodologías que en otros países tardan de 30 a 90 minutos, en el país pueden demorar hasta cinco horas por el atraso tecnológico / Mauricio Alvarado.
Otros de los dos cuellos de botella que han aparecido en el plano general de la pandemia del país son el plástico que utilizan en los laboratorios para los tubos y puntos de pipeta. “Tienen unas especificaciones muy importantes y una vez utilizado un tubo, queda contaminado y hay que desecharlo. Nos gastamos una millonada en estos plásticos, pero se acaban. La producción de este plástico es algo que necesitamos, pero en el país no hay ninguna empresa que lo haga”, añade Castellanos. El otro es el personal capacitado en biología molecular. “No son muchos profesionales con conocimientos específicos en los laboratorios de biología molecular. Hay escasez en este sentido”, reconoce Manrique.
Colombia, a pesar del atraso tecnológico, está parada en una posibilidad histórica de articular fuerzas, desmarcándose de egos y vanidades, para producir en equipo, tanto agentes privados como públicos, liderados por la academia, los insumos que le permitan al país tener una independencia de pruebas que le permitan rastrear el COVID-19 en el cual la creatividad será un valor indispensable. “Estamos cerca porque es como si tuviéramos una lasaña. Me imagino una Colombia donde en un lado hagan el tomate, en otro la pasta, en otro la salsa y en otro la carne. Hay que trabajar juntos”, cierra Gabriela Delgado.
Thomas Blanco- @thomblalin (tblanco@elespectador.com)