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Al área de vigilancia epidemiológica de la Secretaría de Salud de Huila llegó, los primeros días de marzo, un reporte de un paciente adulto mayor que presentaba sintomatología respiratoria. Provenía de uno de los países de Europa donde estaba activo el virus SARS-CoV-2, y sus síntomas eran muy parecidos a los del COVID-19. Antes de que la prueba arrojara si el caso era positivo o no, el equipo de epidemiología de campo comenzó a rastrear su cadena de transmisión, establecer con quién tuvo contacto, a qué lugares había ido o cuál fue su ruta después de llegar a Colombia. (Vea aquí toda la información sobre coronavirus)
“Sabíamos que llegó en un vuelo proveniente de Europa al aeropuerto El Dorado, en Bogotá, y que se desplazó por vía terrestre hasta Neiva”, dice Lina María Molina, encargada de la operación de la sala de análisis del riesgo para la emergencia del coronavirus en Huila. El día cero comienza cuando el Instituto Nacional de Salud confirma el resultado positivo para COVID-19, se inicia el cerco epidemiológico para identificar las personas sometidas al riesgo de exposición.
La labor de los epidemiólogos de campo es mitigar el impacto de una amenaza para la salud colectiva. Para la emergencia por COVID-19 lo hacen a través del trabajo en terreno, abriendo el círculo de contactos de cada persona que da positivo para coronavirus, que es conocido como el cerco epidemiologico. Un solo caso puede llegar a tener más de 30 contactos estrechos y estos, si resultan positivos, tener otros 30 contactos cada uno, siendo todos parte de la misma cadena de transmisión de ese paciente índice. En menos de dos horas el equipo debe tener toda esa información para evitar que el virus se propague más rápido. (Puede leer: ¿Qué está pasando con el coronavirus a nivel mundial?)
En esas dos horas, el equipo logró establecer con quién había tenido contacto ese caso desde su llegada a Colombia hasta el día de inicio de síntomas. Con la fecha y hora de aterrizaje de uno de los casos, identificaron el vuelo en el que llegó a Bogotá, luego se comunicaron con la aerolínea para pedir un mapa del avión y establecer el asiento en el que estaba ubicado. Identificaron a los pasajeros que tenían una ubicación contigua en el avión. “Algunos se quedaron en Bogotá y otros viajaron a diferentes ciudades, todos fueron contactados brindado las orientaciones pertinentes, además de informar a las autoridades en salud de sus sitios de destino”, explica la médica.
Tras su llegada al aeropuerto, hizo un viaje terrestre desde Bogotá hasta Neiva. “Con este trayecto hacemos lo mismo que con el avión. Contactamos a la empresa de transporte para que nos facilite la información de los pasajeros. Por medio de un mapa ubicamos a los pasajeros que estaban alrededor. Los viajeros que se desplazaron a otros departamentos son contactados a través de las Secretarías de Salud de su territorio”, añade la epidemióloga. (Le puede interesar: El complejo proceso detrás de las pruebas de COVID-19)
Como este caso venía de uno de los países de Europa que era foco de la epidemia, el personal de migración del aeropuerto le recomendó tener un aislamiento preventivo. Una medida que en parte fue efectiva. Del caso pudieron resultar personas infectadas, sin embargo a cada una de las que estuvo expuesta se les realizó un seguimiento estricto durante 14 días, que es el periodo en el que se puede manifestar la enfermedad. A pesar de que el resultado fuera negativo, debían cumplir el aislamiento preventivo indicado. Esas personas son denominadas contactos estrechos y son llamadas a diario para conocer su estado de salud.
Para este caso el rastreo fue un poco sencillo, ya que la mayoría de información de los contactos los tenía el paciente. Pero con otros contagiados se ha vuelto una labor titánica. “Al tratarse de un evento de salud pública de interés internacional, necesitamos información de datos personales para que puedan ser localizadas, nos la brindan los familiares, empleadores, compañeros, aseguradoras. La intención es comunicar su condición de contacto estrecho y la posibilidad de ser un portador de la infección. Algunas personas que desconocen esta información continúan su vida normal, propagando la infección. A veces no conocen los datos de la persona con la que tuvo comunicación, entonces ampliamos la búsqueda en la comunidad. En Huila hemos podido establecer la mayoría de los círculos de contacto”, señala la experta.
El rastreo de los contactos es el gran reto de los investigadores, porque mientras encuentran a cada persona ya han tenido otros contactos. Una tarea que deben seguir haciendo a diario para controlar esos contagios y que la infección no se siga propagando, pero que, en el caso de Huila, se torna difícil cuando no se puede establecer la rutina o el itinerario, en los viajes, por ejemplo de rutas intermunicipales. “Algo que nos preocupa por la cercanía del sur de Huila con la frontera ecuatoriana”, confiesa Molina. (Podría leer: ¿Los pacientes que se salvaron de COVID-19 pueden ayudar a los que apenas se infectan?)
La investigación de un nuevo brote es una batalla contra el tiempo, cada segundo es crucial en detener un nuevo contagio. Aún no se sabe a ciencia cierta en qué fase de la pandemia o cuánto tiempo tardará, lo cierto es que teniendo en cuenta las medidas de prevención que establecieron los científicos le da tiempo a la comunidad académica de desarrollar una vacuna. Una pelea que podría tardar hasta un año.
Lina María Molina, encargada de la operación de la sala de análisis del riesgo para la emergencia en Huila. / Cortesía
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.