COVID-19: Murió el escritor chileno Luis Sepúlveda

Sepúlveda, quien nació en Ovalle, Chile, en 1949, había dado positivo por coronavirus el pasado 29 de febrero. Fue el primer habitante de Asturias, España, en adquirir el virus. Comenzó a mostrar los síntomas después de regresar de un festival literario celebrado en Oporto, Portugal.

Joseph Casañas - @joseph_casanas
16 de abril de 2020 - 12:46 p. m.
Luis Sepúlveda nació en Ovalle, Chile, el 1 de octubre de 1949. Desde muy joven fue militante político, razón por la que fue perseguido por la dictadura y obligado al exilio en 1977.
Luis Sepúlveda nació en Ovalle, Chile, el 1 de octubre de 1949. Desde muy joven fue militante político, razón por la que fue perseguido por la dictadura y obligado al exilio en 1977.
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El primer golpe que Luis Sepúlveda recibió en su vida no se lo propinó su papá por haber hecho alguna travesura o por desobedecer alguna regla absurda. El primer mazazo que recibió Sepúlveda, entonces con 15 años, se lo concedió, en forma de texto, el cuentista y novelista chileno Francisco Coloane.

“En mi casa había gran pasión por la lectura. Estaba enamorado de las letras de Julio Verne, Emilio Salgari, Jack London, pero necesitaba algo más cercano. Algo tan telúrico como yo. No es que Coloane me hubiera abierto las puertas de la literatura. Nada de eso. Sus cuentos destrozaron esa puerta de una sola patada”. Entonces la máxima de Cortazar se había cumplido. Lo que aquel adolescente había leído fue tan intenso, que el relato lo dejó groggy. Como si hubiera recibido un derechazo directo en el mentón.

De ese y de otros muchos golpes se repuso Sepúlveda. No lo derrotó la cárcel, el exilio o la sensación de desesperanza que intentó apoderarse de él cuando volvió a Chile luego de que la dictadura de Augusto Pinochet lo sacara a los trancazos.  Lo invitamos a leer: Luis Sepúlveda, alucinaciones en la selva

“Era un regreso bastante deseado. Sabía que el país que me iba a encontrar era diferente, pero nunca me imaginé que iba a ser tan diferente. Nunca llegué a sospechar que la dictadura iba a dejar un residuo tan sólido. Con una cultura del individualismo absoluto, de miedo y de desesperanza (…) yo venía lleno de esperanza y enfrentarte a ese escenario fue duro. Con el paso de los años, la desesperanza se convirtió en algo peor, en indiferencia”.

El pasado 29 de febrero Luis Sepúlveda, ya con 70 años, se convirtió en el primer positivo por Covid-19 en la provincia autónoma de Asturias, en el norte de España. 

El ovallino le plantó cara a la pandemia. No le dejó las cosas fáciles. Pasó más de un mes para que el virus, el maldito virus, cobrara la vida del autor de “Mundo del fin del mundo” (1994) “Nombre de torero” (1994), “Patagonia Express” (1995), “Desencuentros” (1997), “Historias marginales” (2000), “Hot line” (2002), entre otros.

La vida. Vaya palabra. Sobre ese bisílabo Sepúlveda tenía formada una opinión que estaba directamente ligada con su oficio. “Tengo una vinculación rigurosamente ética con la vida. Esa vinculación me lleva a participar socialmente y a colaborar con algunas ONG, en las cuales creo. Creo firmemente en el trabajo de Médicos Sin Fronteras. Creo firmemente en la ONG más seria que existe en el planeta que es Amnistía Internacional. Eso lo hago porque me vinculo de una manera muy ética con la vida, pero al mismo tiempo con la literatura me vínculo de una manera rigurosamente estética, porque me siento capaz de crear belleza a través de las cosas que creo. Le doy a mi literatura la misma carga ética con la cual me enfrento a la vida, y evidentemente, a la vida la misma carga estética con la cual me confronto con la literatura”.

En una entrevista con el diario chileno Ovallito, Sepúlveda habló de su particular forma de trabajo. Optaba, antes de refugiarse en un estudio blindado, por escribir sus primeras ideas en la cocina de su casa.

“Mi lugar favorito de trabajo es la cocina, el corazón de la casa, donde todo está a mano, como soy matero, tengo la tetera siempre caliente, la yerba mate a mano, y como escribo a mano, todos mis libros nacen escritos a mano y en la cocina”.

El hábito contemplaba un ritual aún más extraño. Luis Sepúlveda escribía apoyado en una tabla de amasar que le regaló un anciano panadero de Hamburgo el día en que la artritis lo obligó a suspender “el más noble de los oficios: hacer pan”, decía.

“Mi tabla de trabajo todavía tiene grumos de harina pegados, jamás la he limpiado pues huele a vida, al olor más noble; el del pan. Cuando siento que tengo un par de páginas buenas, me voy a mi estudio y paso todo al Mac, soy de la tribu de Mac desde que usé por primera vez un ordenador, o computadora, como dicen en Chile. Uso el Word para Mac, y para mí el ordenador no es más que una buena máquina de escribir”.

Para ganarse la vida y en medio de su prolongado exilio, Sepúlveda fue corresponsal periodístico en Angola, Mozambique, Cabo Verde y varios países de centro américa.

“Soy un periodista desencantado del periodismo. Me tocó ser uno de los últimos que viví una época de oro del periodismo. Cuando los periodistas teníamos contrato y nos pagaban bien por lo que hacíamos. No conocimos la minusvaloración del trabajo que hoy viven los jóvenes periodistas.  Siempre he considerado que el periodismo, si se hace bien, también es un género literario.

En 1993 Tusquets Editores empezó la publicación de su obra con la célebre novela Un viejo que leía novelas de amor, traducida a numerosos idiomas, con ventas millonarias y llevada al cine con guion del propio Sepúlveda, bajo la dirección de Rolf de Heer.

Según información de Planeta Libros, le siguieron las novelas Mundo del fin del mundo y Nombre de torero, el libro de viajes Patagonia Express, y los volúmenes de relatos DesencuentrosDiario de un killer sentimental, seguido de Yacaré y La lámpara de Aladino. Su novela más reciente, El fin de la historia, significó el retorno de Sepúlveda al protagonista de Nombre de torero, Juan Belmonte, con una  investigación a la manera de Chandler. Con Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, Sepúlveda se convirtió en un clásico vivo para muchos jóvenes y escolares. En esa misma tradición, Tusquets Editores publicó Historia de un perro llamado Leal e Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud, una enternecedora fábula para los tiempos acelerados que vivimos.

Fragmento de Historia de una ballena blanca

"Cuando una ballena muere, sentimos tristeza y acompañamos su cuerpo hasta que se hunde. Cuando un lafkenche muere, también sienten congoja, tristeza, y esperan a la noche para llevarlo hasta la orilla del mar, pues saben que una de las cuatro ballenas viejas, una trempulkawe, lo conducirá hasta la isla. Ahí, tal como hace el cangrejo al cambiar de caparazón, el muerto se despojará de su cuerpo, será liviano como el aire y esperará junto a los de su estirpe que lo han precedido en la muerte.

A esa isla la llaman también ngill chenmaywe, lugar de reunión antes de empezar el gran viaje.

Algún día ha de morir el último lafkenche, y como estará solo, lo hará en el sitio preciso en que la ola más débil toca la playa. Será de noche para facilitar el último viaje de las cuatro ballenas viejas, de las trempulkawe transportándolo hasta la isla. Finalmente se habrán reunido todos los de su estirpe y, livianos como la brisa, se acomodarán en los lomos de las cuatro ballenas viejas y empezarán la travesía. Todas las ballenas y todos los delfines las acompañaremos, alejaremos cualquier amenaza, tendrán la escolta más poderosa.

Tu misión, joven cachalote de color luna, será vivir en las aguas entre la isla Mocha y la tierra firme, cuidarás de las cuatro ballenas viejas, y mientras tanto esperaremos en la vastedad del océano para el viaje final.

Eso fue lo que dispuso el cachalote anciano, y enseguida se sumergió azotando el agua con la aleta caudal.
Yo, el cachalote de color luna, llené de aire mis pulmones y me dirigí hacia la isla. "

Por Joseph Casañas - @joseph_casanas

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