El aislamiento voluntario podría ser la mejor respuesta ante el COVID-19 para pueblos indígenas

Médicos, antropólogos, autoridades indígenas y funcionarios del gobierno juntaron esfuerzos para desarrollar e implementar un plan de prevención y contención del COVID-19 en comunidades indígenas. El estudio de caso y protocolo de acción implementado en la comunidad Tsimane, en la Amazonía boliviana, podría exportarse y adaptarse a comunidades de otras partes del mundo.

- Redacción Vivir
22 de mayo de 2020 - 05:51 p. m.
Indígenas huitoto de la Amazonía colombiana.  / Tatiana de Nevo - AFP
Indígenas huitoto de la Amazonía colombiana. / Tatiana de Nevo - AFP
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Con la llegada de la pandemia de COVID-19 han aumentado las preocupaciones en los pueblos indígenas, que se ven gravemenet amenazados por el nuevo coronavirus. Hace unas semanas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) pidió a los Estados adoptar medidas urgentes para proteger el derecho a la salud en esta población debido al alto riesgo y las condiciones de vulnerabilidad en las que se encuentran.

Un equipo de antropólogos, médicos, líderes ancestrales y funcionarios del gobierno que trabajan con la comunidad Tsimane, en la Amazonía boliviana, decidieron publicar en la revista The Lancet un plan de prevención y contención multifásico de COVID-19 para comunidades indígenas, fundamentado en el aislamiento colectivo voluntario. Según ellos, el proyecto podría exportarse y adaptarse a circunstancias particulares de otras comunidades indígenas en el mundo para prevenir una mortalidad generalizada.

El proyecto, dividido en dos fases, involucra estrategias de educación y preparación (fase 1), así como medidas de contención, manejo de pacientes y cuarentena en los pueblos indígenas (fase 2).

Amenazas a la población indígena

Según el estudio, los 270 millones de indígenas del mundo, que viven en más de 90 países, representan cerca del 5% de la población mundial. Con el paso de los años, sus formas de vida, su idioma y su cultura se han visto históricamente amenazadas no solo por las facetas del colonialismo, sino también por la globalización. Ahora, la pandemia del nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) pone de nuevo en riesgo su vida.

Y no es la primera vez que pasa. El sarampión y otras enfermedades importadas eliminaron hasta el 80% de algunas poblaciones nativas en las Américas después del contacto europeo. La influenza H1N1 de 2009, también tuvo una mortalidad de tres a seis veces mayor entre los pueblos indígenas que entre las poblaciones no indígenas de las Américas y el pacífico. Y, actualmente, la nación Navajo, en los Estados Unidos, ha reportado más muertes por coronavirus que el resto de Nuevo México, que tiene una población hasta 13 veces mayor. Quizá, uno de los casos más graves es el de los yanomami, en la Amazonía brasileña: aunque es la comunidad semiaislada más grande de Sudamérica, el COVID-19 llegó hasta sus pueblos más remotos a causa de la minería ilegal.

Hay condiciones que comparten las comunidades indígenas en todo el mundo que las hacen especialmente vulnerables a otras enfermedades y al COVID-19: tienen generalmente tasas más altas de pobreza extrema, morbilidad y mortalidad; las infecciones respiratorias son, desde antes del COVID-19, una fuente de morbilidad y mortalidad importante en muchas poblaciones indígenas en países de bajos ingresos (como la tuberculosis pulmonar); a menudo tienen un acceso mínimo a agua limpia, jabón, equipos de protección personal, servicios médicos locales y saneamiento público; tienen que recorrer largas distancias para ir a hospitales o clínicas regionales, entre otras.

Además, su interacción local, su vida cotidiana que se desenvuelve en la colectividad, las co-residencias familiares extendidas, el trabajo y la producción comunales, aunque son claves para su supervivencia, pueden dificultar las medidas de distanciamiento físico. Los ancianos, muchos de los cuales también son líderes tradicionales y son fundamentales en el mantenimiento de la cultura y la lengua materna, tienen un riesgo particularmente alto debido a su edad y las comorbilidades particulares en esta coyuntura.

En el departamento de Beni, Bolivia, donde se implementó esta propuesta de salud pública, viven más de 18 poblaciones indígenas. Los Tsimane, una de ellas, se extienden por más de 100 aldeas. Son cerca de 16.000 personas, y alrededor del 4% son mayores de 60 años. Producen casi todos sus alimentos y no tienen acceso a agua potable ni a alcantarillado. Gran parte de su mortalidad se debe a infecciones respiratorias: tuberculosis pulmonar y bronquiectasia. Además, cuentan con instalaciones médicas limitadas, y la atención médica especializada requiere un recorrido de entre seis y ocho horas. Su situación se replica en muchas otras comunidades indígenas de América Latina. 

Con ellos ha trabajado el Proyecto de Historia de Salud y Vida de los Tsimane (THLHP) desde el 2002. A partir de su experiencia trabajando con el Gobierno, las comunidades y autoridades infígenas, los funcionarios locales de salud y los gobiernos municipales, han desarrollado una estrategia para evitar que el SARS-CoV-2 llegue a las comunidades Tsimane.

“En general, nuestro enfoque se basa en dos principios: El primero es que las medidas preventivas antes de la infección en masa pueden reducir en gran medida la carga de morbilidad y mortalidad. El segundo, es que cualquier plan efectivo debe ser un esfuerzo de colaboración entre todas las partes interesadas y debe involucrar a las poblaciones indígenas en el proceso de decisión”, aseguran los autores del artículo. El plan está dividido en dos fases. La FASE 1, en la cual el virus se extiende rápidamente por Bolivia, pero no se habían confirmado casos en el departamento de Beni. La FASE 2 es la situación actual, a medida que la pandemia se extiende en la región que viven los Tsimane.

Asimismo, destacan la importancia de traducir y adaptar la información proporcionada por autoridades de salud a la lengua materna. De esto se encargó un equipo de diez Tsimane, todos bilingües, quienes primero se educaron sobre el SARS-CoV-2, sobre su origen, transmisión y síntomas, y luego tradujeron las indicaciones al Tsimane.

Ese equipo capacitado viajó a alrededor de 60 aldeas para celebrar reuniones comunitarias a partir del 25 de marzo con el fin de difundir el conocimiento sobre el COVID-19 y estimular la discusión sobre las posibles respuestas preventivas.

Las presentaciones incluyeron información sobre cómo se propaga el SARS-CoV-2 en todo el mundo, el período de incubación y los riesgos de contagio, la naturaleza a menudo asintomática del virus, vulnerabilidades únicas de las personas mayores de 60 años y las personas con otras condiciones de salud; la falta de una vacuna y tratamientos disponibles, y el papel de la cuarentena en la prevención de la transmisión del virus. También se discutieron los desafíos de las prácticas tradicionales particulares, como el intercambio comunitario de una cerveza de mandioca fermentada (conocida localmente como shocdye '). Y cómo el SARS-CoV-2 podría extenderse a través de la población Tsimane por interacciones de mercado y otros encuentros con extraños.

Todas las aldeas visitadas reconocieron rápidamente los riesgos de las enfermedades y sus propias vulnerabilidades, y el consenso de la población fue que el aislamiento colectivo era la estrategia más viable para minimizar la exposición. ¿Cómo? las discusiones colectivas llegaron a las conclusiones de evitar que los ajenos a la comunidad ingresaran al territorio Tsimane y a cada aldea. Asimismo, las aldeas organizaron grupos de voluntarios para construir y proteger los bloqueos físicos en las entradas a sus territorios. Para regular las interacciones de los aldeanos con los no residentes, el consenso fue que nadie debería abandonar el territorio a menos que tuviera una emergencia y, si lo hacía, debía permanecer en una cuarentena de 14 días en unos puntos designados a la entrada del territorio.

La noción de la cuarentena se consideró similar a varias prácticas tradicionales, como el aislamiento y protección de las madres posparto y sus recién nacido, por lo que fue de fácil asimilación para ellos.

Finalmente, las discusiones concluyeron con un acto de reunión formal en el que los asistentes firmaron o pusieron sus huellas digitales en representación de los acuerdos colectivos logrados y en donde exponían las necesidades para mantenerse en el territorio, principalmente solicitaban jabón y sal para complementar lo que producen localmente, medicina para las dolencias comunes y suministros para los cuartos que crearían de cuarentena (como mosquiteros y utensilios para comer). Esa fue también una prueba formal para las autoridades gubernamentales.

Otra de las necesidades más apremiantes para lograr el aislamiento colectivo es la provisión de atención médica para personas con enfermedades que no sean COVID-19. Debido a la naturaleza de su entorno y la escasa infraestructura de salud pública, infecciones a menudo requieren que las personas busquen tratamiento médico en el hospital de Borja o en las farmacias afuera del territorio. “En la medida de lo posible, nuestro objetivo es que la mayor parte de la atención médica se brinde en los cinco puestos de salud rurales respaldados por el gobierno, con un médico de atención primaria en un esfuerzo de colaboración entre el equipo y los médicos pagados por el gobierno, para que los aldeanos no tengan abandonar el territorio y arriesgarse a la infección en la ciudad. También estamos adquiriendo medicamentos en anticipación de la fase 2” explicaron.

FASE 2: contención del COVID-19 y la importancia de la radio

La fase 2 comenzó cuando los primeros pacientes con COVID-19 fueron diagnosticados y confirmados en la región de Beni (20 de abril de 2020); aunque, al momento de publicar el artículo tampoco se habían confirmado casos en el municipio de San Borja más cercano a las comunidades Tsimane.

En esta fase, el personal de THLHP realizará el rastreo de contactos en comunidades con casos sospechosos y confirmados de COVID-19 utilizando la estación de radio Tsimane (capaz de llegar a la mayoría de las aldeas Tsimane) y otros modos de comunicación (por ejemplo, radio de onda corta o Teléfono móvil) con el fin de evitar el desplazamiento hasta las comunidades dado el riesgo de propagar el virus a través del viaje.

“A través de la estación de radio Tsimane, proporcionaremos informes diarios y actualizaciones sobre casos confirmados y sospechosos de COVID-19 en cada aldea. Hemos comenzado proporcionando informes sobre nuevos casos y muertes dentro de Bolivia. Una vez que se detecte COVID-19 en la región de Tsimane, estas sesiones informativas serán más detalladas e incluirán sugerencias para respuestas estratégicas”, explicaron.

Asimismo, los miembros de la comunidad podrán ponerse en contacto con el personal del proyecto para denunciar casos sospechosos en las aldeas, y los miembros del equipo quie pueden hablar Tsimane estarán disponibles para recibir información.

Para esto último, la estrategia de comunicación estará centrada en que cualquiera se puede infectar y que y que cuando un individuo se ha recuperado y no tiene síntomas durante 2 semanas, el riesgo de contagio es muy bajo.

“Usando datos del sistema de información geográfica y haciendo un seguimiento de casos sospechosos, utilizaremos todas las modalidades de comunicación para ayudar a las comunidades a responder a la propagación del SARS-CoV-2. La sospecha o la confirmación de los casos de COVID-19 en una comunidad desencadenará el distanciamiento físico y la cuarentena a nivel familiar e individual”, concluyen.

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Por - Redacción Vivir

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