Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿Qué sería de la especie humana sin memoria? ¿Qué debiéramos aportar a la memoria familiar o colectiva desde nuestra experiencia frente a esta pandemia? Ese es el ejercicio mental y ojalá escrito que les propongo hoy. Lo hago evocando a Antonio Tabucchi, uno de los escritores más importantes que he tenido el honor de entrevistar para El Espectador. Hace diez años debió suspender el viaje a Colombia para participar, con una obra suya, en el Festival Iberoamericano de Teatro, pero lo llamé por teléfono al apartamento que tenía desde cuando era estudiante en la Universidad de París, cerca de la Sorbona, y charlamos una hora en español. (Le recomendamos otra columna de la serie Pensamientos desde casa: El coronavirus y la inspiración ética).
Su preocupación y su llamado fue: “El mundo está perdiendo la memoria”. Esto a propósito de que acababa de terminar para el sello Anagrama el libro de cuentos El tiempo envejece deprisa. Sus reflexiones recobran vigencia ante la tragedia global que vivimos, porque advertía que la vida pasa tan rápido que si no somos conscientes de nuestras raíces culturales, de la tradición oral de nuestros padres y abuelos, de hacer las preguntas de nuestra época, de formar un punto de vista crítico de la realidad que nos tocó y de contribuir a la construcción del pensamiento que quedará para las nuevas generaciones, estaremos traicionando la naturaleza humana representada en la evolución del conocimiento.
Lo dijo, tanto para intelectuales como para ciudadanos de a pie: “La memoria está hecha de tiempo. Si se pierde la memoria de los hechos que ya pasaron, también se pierde el tiempo. Y en este momento me parece que el mundo está perdiendo el tiempo y, por tanto, está perdiendo la memoria. Me acuerdo de un importante obispo que estaba de paso por Argentina (el ultraconservador polaco Richard Williamson) y dijo que ¡el Holocausto no aconteció! Él había perdido la memoria, pero lo más grave es que les imponía esta pérdida de la memoria a los otros”.
Le pregunté si esa tendencia, entonces reivindicada en Italia por Silvio Berlusconi -ahora por líderes como Donald Trump o Jair Bolsonaro-, tenía que ver con la actual era multimedia; de mil versiones, veraces y falsas, donde parece no haber tiempo para informarse con calma, confrontando, verificando, reflexionando. Respondió: “Vivimos una época de sobreinformación en la que se piensa en mucho y en nada. Si usted pregunta a muchos jóvenes en Europa quién era Hitler, le pueden responder que era un músico de rock o una persona muy buena. El cerebro del hombre está hecho de memoria, por lo tanto de tiempo, y debe ser cultivada”.
En recuerdo de Tabucchi, cultivar la memoria en este trance de enfermedad y encierro, que no se vivía hace un siglo, es para nosotros una oportunidad de llevar la mente al nivel máximo de comprensión y luego hacer el ejercicio de dejar constancia como a cada cual le parezca, por acción u omisión: ¿Una carta? ¿Un diario? ¿Un video? ¿Un audio? ¿Unas fotos familiares de la cuarentena? Puede quedar en las cuatro paredes de mi cuarto, en el ámbito familiar o puede madurar en un cuento, una novela, un documental -que ya se están haciendo en Colombia sobre los sucesos de estos días-.
Me insistió el maestro italiano, que murió en Portugal a los 69 años de edad tras dedicrle media vida a seguir la obra del poeta Fernando Pessoa: “Sería necesario tener cinco vidas para poder escribir de los temas que el mundo nos ofrece. Y no hay alguno para privilegiar. Todo lo que existe merece ser contado si a una persona le interesa, así sea lo más humilde, no hay una jerarquía. La batalla de Waterloo no es más importante que la silla en la cual estoy sentado en este momento, porque la silla es una invención grandísima de la humanidad. Se podría escribir una gran novela sobre la silla”. Para entender su mirada del mundo desde sus cuentos recomiendo leer: ¿Puede el aleteo de una mariposa en Nueva York provocar un tifón en Pekín?
Otro consejo del profesor que enseñó a leer buena literatura durante 37 años: “El primer deber es educarse en la disciplina de la lectura y al escribir tener una posición honesta consigo mismo. Un escritor tiene que responder solamente a ese imperativo categórico -lo desarrolló en el ensayo La gastritis de Platón-. Si un día se levanta y tiene ganas de escribir sobre su vecina, una señora interesante abandonada por sus hijos, porque es lo que siente y lo que piensa, y no lo hace y se pone a escribir una novela política porque se lo imponen, no vale”.
Lo último que le pregunté, dos años antes de su muerte, fue cómo quería que lo recordaran. “Como se recuerdan los otros escritores: alguien que tuvo un tiempo muy limitado para vivir en este tiempo y que pasó gran parte de su vida dedicado a poner por escrito lo que pensaba”.
Nuestro reto es acercarnos a esa coherencia desde la memoria.
@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.