Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Para Keynes, la crisis económica surge repentina y violentamente por una insuficiente demanda efectiva que se traduce en una caída abrupta en la expectativa de los rendimientos futuros de las inversiones. Cuando la confianza, tanto de los inversionistas como de los consumidores es presa del pesimismo y la incertidumbre, la inversión, el empleo y el consumo desploman. ¿Qué hacer? Keynes propone tres medidas complementarias entre sí para recuperar la confianza perdida. Dos tienen un enfoque fiscal y la tercera uno monetario. La primera consiste en brindar poder de compra a los que tienen menores ingresos, pues gastan todo lo que ganan, preservando cierto nivel de demanda efectiva y de capacidad productiva activa. La segunda promueve un activismo fiscal en sectores que tengan un alto encadenamiento laboral y productivo.
Le puede interesar: Actividad económica del país registrará una caída de 7%: Minhacienda
Lamentablemente, hoy el alcance de las medidas fiscales está seriamente restringido por tres razones que se conjuran. En primer lugar, evitar que la capacidad productiva caiga significativamente requiere que las personas se encuentren físicamente para producir, vender y comprar. Los edificios y las vías aún no se hacen por teletrabajo. Esto va en contra de las medidas de distanciamiento social que reducen las tasas de contagio y de mortalidad asociadas a la pandemia.
En segundo lugar, los gobiernos requieren de un poderoso músculo presupuestal, uno que no se tenía antes del Covid-19 cuando ya se hablaba de un enfriamiento de la economía mundial, ni tampoco se tendrá en el corto y mediano plazo con la caída previsible del recaudo tributario, producto de la menor actividad económica interna y externa. Esta presión fiscal sobre los gobiernos podría aliviarse por unos meses mientras las empresas puedan seguir pagando sueldos e impuestos, de manera que el gobierno pueda ocuparse de quienes perdieron sus ingresos por el aislamiento social. Pero, como ya lo dejan saber los empresarios, pronto tendrán que decidir si pagan la nómina o los tributos.
En tercer lugar, un mayor endeudamiento público, al que ya se acude, se hará a un alto costo tanto por el deterioro generalizado en las calificaciones de riesgo como por la elevada tasa de cambio. Esto nos expone a un nuevo contagio, esta vez financiero entre las economías emergentes y en desarrollo, ya excesivamente endeudadas antes del Covid-19.
Podemos ahora referirnos a la medida monetaria de Keynes, que él mismo considera necesaria y también insuficiente: brindarle liquidez a la economía. Lo evidente será reducir las tasas de interés, de modo que se reduzca el costo de las empresas y hogares de acudir al crédito. Infortunadamente si la confianza se ha debilitado demasiado, como parece ser el caso, primará el temor de quedarse con los pasivos y sin activos. Además, el impulso monetario que los bancos centrales pueden brindar a nivel global hoy es mucho menor que en el 2008, pues sus tasas de intervención antes de la pandemia ya eran bajas o se encontraban en su cota inferior.
Lea también: Banco de la República espera que los bancos también reduzcan sus tasa de interés
Keynes no puede sacarnos de esta crisis económica mundial, aunque sus medidas sí nos ayudarán a recuperarnos una vez pase la pandemia. Hoy las teorías de Keynes no son para una economía mundial que está en cuidados intensivos por Covid-19, sino para una que ya salió de la UCI y necesita recuperarse. ¿Qué hacer entretanto? Hay que utilizar la globalización en beneficio de todos, privilegiando la cooperación a escala global de las capacidades públicas, privadas e internacionales (sanitarias, científicas, sociales, políticas, culturales y económicas) en la superación del problema de salud pública. Luego, una vez las restricciones que la pandemia ha impuesto se hayan debilitado, la estrategia keynesiana de recuperación económica podrá actuar plena y eficazmente.
Insistir en salvar primero la economía puede ser inútil y aún más costoso en vidas humanas. Recuerde que si el keynesianismo fuera una persona tendría 84 años, estaría en el grupo con mayor tasa de mortalidad por Covid-19 y sabría que en el largo plazo todos estaremos muertos.
*Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas e Investigador del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional de Colombia