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El Amazonas está en una carrera contra el tiempo. Hace diez días (el 17 de abril) confirmaron el primer caso por COVID-19, desde entonces, el departamento empezó a transitar un camino muy difícil. Hoy, con 40 casos confirmados (entre esos dos fallecidos), Leticia, la capital, es la ciudad con la tasa más alta de infecciones en Colombia (más de 80 por 100.000 habitantes, aproximadamente). La epidemióloga Mónica Palma, coordinadora de COVID-19 en Amazonas, tiene una buena frase para resumir lo que se avecina: “Si no nos ayudan, habrá una catástrofe”. (Lea Esta es la situación del coronavirus en tiempo real)
A las manos de Palma llega el reporte diario del número de contagios por el virus SARS-CoV-2, llamado popularmente “coronavirus”. Entre tantas cifras también hay una que le inquieta mucho: el personal de salud disponible en el departamento: 39 médicos generales, 2 anestesiólogos y 29 enfermeras. Algunos, dice, tienen comorbilidades que les impiden atender a pacientes con COVID-19. Cree que son seis. En todo caso, las cifras no le cuadran: según el modelo que trazó el Instituto Nacional de Salud, en el mejor escenario, en Amazonas 483 personas necesitarán una unidad de cuidados intensivos (UCI) en los próximos 300 días. La mala noticia es que no hay ninguna. Si hubiese, igual no hay médicos para operarla. (Lea hospitales de Colombia, preparándose para un enemigo de ciencia ficción)
Las cifras de salud, en general, solo preocupan al territorio en el que caben 61 ciudades tan grandes como Bogotá. En Leticia, donde hay un hospital público (el San Rafael de Leticia) y una clínica privada que hoy solo atiende urgencias, hay 68 camas para adultos, 8 de cuidados intermedios y 8 ventiladores. También una ambulancia. “Todos nos miran y hablan del Amazonas; tan lindo el Amazonas. Pero a nadie le importamos. En verdad, nadie se preocupa por nosotros”, reitera Palma.
¿Cómo controlar así una epidemia que en otros lugares ha requerido de esfuerzos sin precedentes y que tiene en serios aprietos a varios sistemas de salud? Nadie tiene la fórmula, pero los pronósticos muestran escenarios muy complejos. Pablo Martínez, médico y miembro de Sinergias, una de las pocas organizaciones que se ha preocupado por trabajar por la salud de los pueblos de la Amazonia, lo ha advertido desde hace semanas: “Lo que va a suceder en Leticia puede llegar a ser desastroso. Mientras el resto del país estuvo en cuarentena, allá no se hizo nada. Pero, pese a eso, hay una última oportunidad: hay una posibilidad de que las personas se aíslen, pues hay sociedades que pueden autoabastecerse. Ahora, el otro problema es que, además del hospital, los puestos de salud no funcionan”.
El año pasado, la Universidad de los Andes, junto con el Ministerio de Salud, la Gobernación y el DNP elaboraron un documento luego de hacer una evaluación del sistema de salud amazónico. “De los ocho centros de salud mencionados del Hospital San Rafael de Leticia, tres se encuentran cerrados y cinco cuentan con personal, pero con muy poco equipamiento y suministros”, anotaron. Más adelante, detallaron la situación de algunos de esos puntos de salud (hay dos centros de salud y ocho puestos) que son la única forma de atención que se puede encontrar en kilómetros de selva.
“Ninguno de los puestos de salud que dependen de Puerto Nariño se encuentra funcionando en este momento, pues hay infraestructura deteriorada, falta de dotación y de personal de salud”. En El Encano encontraron que no había suministro de medicamentos desde enero y que desde Leticia ignoraban los nuevos pedidos. Tampoco había agua o electricidad. Algo similar observaron en La Pedrera. “Consultorios médicos en malas condiciones de infraestructura y dotación (…) El servicio de farmacia no cuenta con insumos básicos de medicamentos”. Por suerte había servicios de telemedicina. El problema es que no funcionaban porque no había internet ni energía todo el día.
Un médico que se encuentra en el Amazonas y que conoce la situación de La Pedrera, a 200 kilómetros de Leticia, resume la situación de ese punto en un par de frases: “Allá solo hay un médico rural, una enfermera jefe rural, cuatro auxiliares de enfermería y un bacteriólogo rural. No cuentan con elementos de protección y solo tienen una bala de oxígeno. Sé que han enviado varias cartas a Leticia, pero no han recibido respuesta. Los dejaron solos”.
“Todas las comunidades más grandes(más de 100 personas)tuvieron un puesto de salud en algún momento”, concluía el documento del Minsalud y la U. de los Andes. La mayoría están actualmente abandonados (...)La plomería era deficiente en todos los lugares con poco o ningún suministro de agua y los inodoros están rotos”.
Una cifra más se suma al complejo escenario: al 25 de abril, dice Palma, habían tomado 335 muestras para diagnosticar COVID-19. Hasta el momento habían obtenido el resultado de solo 186. Ante la ausencia de un laboratorio donde procesarlas, la única alternativa es enviarlas en vuelo hacia Bogotá y esperar los resultados.
Pero estos números, en verdad, no son suficientes para dimensionar los desafíos a los que se enfrenta Amazonas en medio de la epidemia. “Esta región no se puede entender sin tener en cuenta a Brasil y Perú”, explica Martínez. “Es un territorio intercomunicado que depende de esa vecindad”.
El mejor ejemplo es Leticia. La frontera que comparte con Tabatinga (Brasil) y Santa Rosa (Perú) es una línea que solo divide a una gran población que se relaciona social y comercialmente. Es usual, incluso, que los ciudadanos acudan a buscar atención en salud en alguna de las ciudades. Tan diferente es ese límite que Palma cree que restringir el paso no sería nada útil. “En Leticia muchos se abastecen de Tabatinga. Si lo cierran entraríamos en una gran crisis alimentaria porque aún estamos a la espera de la ayuda central del país”, cuenta.
Según ella, ya están en conversaciones con los otros estados para encontrar soluciones conjuntas, pues al menos ocho casos en Leticia están relacionados con contagios de Brasil. El Amazonas del país de Bolsonaro sumaba hasta el 27 de abril 3.833 infectados.
La alternativa para Martínez es llegar a acuerdos entre los países porque los habitantes del Amazonas van a seguir transitando por sus mejores vías de acceso: los ríos. Cerrarlos es una opción que no está en los cálculos de nadie. Por eso, asegura, es vital que haya buena comunicación y que haya participación de las comunidades indígenas. Pero ahí está el otro gran problema.
La mayoría de las comunidades dependen de un radioteléfono para enterarse de lo que pasa más allá del territorio. Pero, advertía el informe del Minsalud, “muchas no tienen comunicación alguna”. La única opción es salir al río a buscar las noticias. “Hay mucha incertidumbre en las comunidades”, dice Pablo Montoya, también de Sinergias. “Es fundamental garantizar un proceso de información; qué sepan a qué nos estamos enfrentando y qué deben hacer”.
Por lo pronto, añade Martínez, es como estar ciego e incomunicado.
*Intentamos comunicarnos con el Ministerio de Salud y el gobernador para conocer cómo estaban tratando de remediar esta situación, pero al cierre de esta edición no habíamos recibido respuesta.
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.