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Los historiadores -decía el maestro Eric Hobsbawm en su Historia del siglo XX- sirven para recordar lo que otros quieren olvidar. La pandemia, duro golpe a la megalomanía humana, que nos paraliza en medio del azar y la incertidumbre, el miedo y la angustia, nos recuerda que somos mortales, frágiles y que nuestra vida y nuestra muerte dependen de los otros, razón por la cual pronto la olvidamos, porque la queremos olvidar.
La pandemia, la peste, es una enfermedad social, es un acto dramático, decía Charles Rosenberg, inspirado en la famosa novela de Albert Camus, La peste, un viejo jinete del Apocalipsis que, con el hambre, la guerra y la muerte, enferma y mata cuerpos, desnuda las almas humanas y pone en evidencia, devela, es decir, le quita el velo a la dura realidad con la que nos estrellamos. El otro es fuente de contagio, es el que enferma, el otro se vuelve el enemigo a causa de la también pandémica paranoia, que se difunde viralmente por las redes.
Me centraré en tres momentos pandémicos que hemos investigado en el grupo en los últimos 15 años, epidemias sucedidas en la ciudad de Tunja y su extensa provincia, que en los tempranos tiempos coloniales llegaba hasta el lago de Maracaibo. Primero de la viruela y el tifus exantemático o tabardillo, enfermedades que juntas conformaron la llamada por los cronistas peste grande o peste general, peste la denominaban siempre, que llegó a Tunja con las sequías y las hambrunas del siglo XVII y la celestial medicina, traída de Chiquinquirá, que fue utilizada en dos ocasiones por los tunjanos para combatirla. Segundo, abordaré la práctica de la inoculación de más de 2.000 personas en Tunja, la llegada de la Expedición Filantrópica y la vacuna de la viruela por las epidemias de finales del siglo XVIII y durante la Independencia y la acción preventiva de la medicina ilustrada.
En tercer lugar, recordaré la pandemia de gripe de 1918-1919, la llamada gripe española, que en Colombia se denominó El abrazo de Suárez, por el presidente antioqueño, pandemia que llegó de Bogotá a Tunja por la carretera central del norte, vía peones carreteros, en octubre, causando más de 3.000 muertes en Boyacá, pandemia donde la acción privada fue más efectiva que la higiene pública y las rogativas del obispo, notándose mayor mortalidad por la pandemia de gripe de 1918 en los municipios ubicados en los Andes orientales colombianos, a más de 2.000 m.s.n.m.
Y, para concluir, haré una breve comparación entre la pandemia de gripe H1N1 de 1918 y esta pandemia de COVID-19, que inició en China en diciembre pasado.
La población americana fue víctima del libre intercambio de microbios que llegó con el capitalismo mercantil, moviendo animales, hombres y mercancías entre nuevos y viejos mundos, pagando los nativos un alto precio al ingresar al mercado común de los microbios, que causaron la catástrofe demográfica indígena.
La presencia médica en el Nuevo Reino de Granada fue precaria en tiempos coloniales; la medicina hipocrática galénica arabizada no tenía cómo enfrentar la peste, vista como castigo divino a causa de los pecados cometidos.
La ira de Dios castigaba cuerpos, almas y tierras, por la idolatría de los indios y por la licenciosa vida que llevaban los encomenderos. La ciudad entra en cuarentena, hacen hospital, en las afueras, y cementerio para los virulentos; la ciudad se limpia de basuras, se recogen los animales callejeros; se agotan remedios como el vino y la cañafístula, los mercaderes especulan, se blanquean con la higiénica cal las calles.
En 1633, cuando llegó la peste general, una mezcla letal de viruela y tifus exantemático que afectó al Nuevo Reino de Granada, los vecinos de Tunja confiaron en el poder taumatúrgico de la Virgen de Chiquinquirá, cuadro pintado en la ciudad, que hicieron traer.
La primera vez fue cuarenta y cinco años antes, a finales del siglo XVI, cuando llegó a la ciudad una peste de viruela, esta vez combinada con sarampión, que afectó sobre todo a la población aborigen. En las dos ocasiones el cuadro de la Virgen de Chiquinquirá “se usó como celestial medicina ante las devastadoras pestes”.
El cabildo de Santafé se dirigió al rey informando los infortunios causados por la peste general, de gran mortalidad no solo entre los indígenas, sino entre los mulatos, negros, mestizos y blancos españoles, afectando tanto americanos como peninsulares y muriendo en la villa de Leyva a causa de la peste el arzobispo Almansa.
El barro sanador, que todavía se usa y comercializa en Tunja y Chiquinquirá, fue parte de la celestial botica, con las procesiones, cantos, rezos y ceremonias religiosas. El milagroso cuadro, según las fuentes documentales y los cronistas, sanó enfermos, purificó los espacios contaminados por el pecado, floreció los campos y acabó con la sequía que los agobiaba.
Las epidemias, especialmente la peste general, produjeron el declive demográfico indígena, el económico de los encomenderos y, en resumen, el decaimiento de Tunja, la ciudad encomendera que rivalizaba con Santafé, sede de la Real Audiencia.
El cura y cronista del siglo XVIII Basilio Vicente de Oviedo describe a Tunja, a finales del ilustrado siglo, como una “ciudad en decaimiento”, lejana de la prosperidad y opulencia que tuvo en los primeros siglos coloniales, pero que se mantiene con más esplendor que las demás del Nuevo Reino, aunque sigue con problemas de suministro de agua y con una significativa parte de su población dedicada al culto religioso.
Solo Dios podía parar el divino castigo y la imagen de la virgen de Chiquinquirá adquirió su connotación taumatúrgica, al servir de intercesora para cesar la peste usando su divina influencia. La ermita de Chiquinquirá de Tunja fue levantada en 1645, en lo alto de la Loma de los Ahorcados, por donde había entrado el cuadro en las dos ocasiones a Tunja, por petición al Cabildo de los vecinos de la ciudad, en agradecimiento a la celestial medicina, eficaz intercesora que los salvó en dos ocasiones de la devastadora peste.
La Ilustración y las medidas de contención, inoculación y vacunación
Todo cambia en el siglo de la Ilustración; se toman medidas que disminuyen el riesgo de infección de la viruela y por primera vez se hacen cálculos, censos y se recomiendan medidas.
José Celestino Mutis, nuestro médico ilustrado que había recibido las doctrinas de la medicina moderna en el Colegio de Cirugía de Cádiz y no en la clásica Universidad de Sevilla, de donde egresó, apoya decididamente la práctica de la inoculación, una práctica de origen asiático que se introduce en la Europa ilustrada a principios del siglo XVIII, y afirma que desea que sea universal en el Nuevo Reino de Granada para evitar la alta mortalidad y la despoblación causada por las constantes epidemias de viruela que tienen diezmada la población.
Sostiene el médico Mutis que, en el solar de la inoculación, es decir, en Tunja en 1783, se inocularon más de 1.200 personas en el hospital y a otros 2.000 que fueron inoculados en la ciudad, “de los cuales solo murieron cinco”.
En 1796, cuenta el médico Mutis, que de 1.000 enfermos morían 100 en las viruelas naturales y “apenas se desgraciaban dos en las inoculadas”, lo que facilita el aumento de la población, objetivo ilustrado que justifica la inoculación y, luego, la vacuna de la viruela. Mutis registra “los lamentables destrozos que iba produciendo la epidemia en los que dejaron de inocularse”, como los indígenas, que se resistieron a este procedimiento.
La vacuna llegó a Tunja en 1805 con la Expedición Filantrópica, la principal y primera campaña de salud pública de la monarquía ilustrada. La Real Expedición lleva a toda la América española y a las lejanas colonias de Asia, la vacuna de la viruela.
La Expedición Filantrópica llevaba cinco médicos, dos cirujanos y tres enfermeros, utilizan a 22 niños expósitos de un orfanato de La Coruña, el virus se mantenía al replicarlo de brazo en brazo, de niño en niño, para que la viruela vacuna se mantuviera activa, se recogiera en hilos untados del pus de la vacuna con los que se inoculaba haciendo cortes entre los dedos de la mano por donde luego se pasaba el hilo, siguiendo las enseñanzas de Edwar Jenner, médico rural inglés que, utilizando el método experimental, practicó la primera inoculación con la viruela vacuna en 1796. La Expedición Filantrópica reportó en la Nueva Granada 56.329 vacunados con la viruela vacuna en marzo de 1805.
En 1816, el Ejército Expedicionario de Tierra Firme, comandado por Pablo Morillo, reconquistó Santafé y trajo nuevamente al Nuevo Reino la restaurada monarquía, restauró también la Santa Inquisición y fundó la primera Academia de Medicina de nuestra historia, creada por Juan Sámano, pero con la que llegó el ejército y a su vez, la viruela y “el fluido”, la vacuna de Jenner.
La vacunación no solo fue un método para controlar la viruela, sino fue también un medio de propaganda del ejército expedicionario para difundir las bondades del restablecimiento de la monarquía.
La Primera Guerra Mundial favoreció la difusión del H1N1, que no tuvo en Colombia ni tres oleadas ni mató sobre todo a la población joven, como sí sucedió en Europa y Norteamérica.
La pandemia de gripe de 1918-19, en los países con estaciones de Europa y Norteamérica, se presentó en tres oleadas que se sucedieron en dos años: la primera, de mayo a julio de 1918; la segunda, entre octubre y noviembre de 1918, y la tercera, entre enero y febrero del año siguiente, 1919, siendo la segunda oleada la más letal y la de mayor morbilidad y mortalidad.
En Bogotá y en Tunja, capital de Boyacá, el Estado, por medio de las direcciones de Higiene, fue incapaz de enfrentar la pandemia, limitando su acción a repartir folletos. Cerraron colegios y seminarios y se suspendieron las bodas. El director de Higiene de Boyacá se declaró víctima de la pandemia, enfermó de gripe, como les sucedió a los miembros de la Junta Central de Higiene en Bogotá. Las juntas de socorro, establecidas por las élites, realizaron acciones efectivas con las víctimas.
Una procesión rogativa, organizada por el obispo de Tunja en día de mercado, a la que no asistió, sacó imágenes, entre ella la de San Roque, patrono de los griposos, un bello cuadro pintado en Tunja en el siglo XVI por un discípulo de Miguel Ángel, que procesionaba en las pestes coloniales. La procesión contribuyó a diseminar el virus. Los cementerios colapsaron ante tantos cadáveres esperando una tumba. Testimonia la prensa capitalina que fueron afectados también los animales por la gripe. La pandemia llegó a Boyacá en octubre de 1918, proveniente de Bogotá. El departamento registró gran aumento de la mortalidad por gripe entre ese mes y enero de 1919, con la mayor mortalidad 21 días después de la primera muerte.
Sorprende el número de entierros: 5 en Soracá y en Toca; 9 en Sotaquirá, 10 en Cómbita. En Oicatá “los cadáveres estaban tirados porque nadie quería enterrarlos” El grupo más afectado fue el de los niños menores de 4 años, triplicando la tasa de mortalidad de años anteriores. La tasa de mortalidad de la población situada entre los 15 y los 44 años, aunque no fue la mayor, si aumentó su magnitud siete veces. La tasa promedio de mortalidad en los municipios cuyo casco urbano estaba sobre los 2.000 m.s.n.m. fue tres veces mayor a aquellos municipios que se encontraban situados por debajo de esta altura.
La mortalidad fue considerablemente menor en clima cálido. Tras la pandemia, la gripe se volvió endémica en Boyacá y lo sigue siendo. La tasa de mortalidad general por gripe en Boyacá es similar a la reportada en todo el mundo.
La pandemia de gripe de 1918 y la de coronavirus de 2019
Tanto la pandemia COVID-19, hasta ahora 2019-2020, por el coronavirus, como la pandemia de gripe de 1918-1919, causada por el H1N1, tienen una presentación clínica y unos síntomas muy parecidos. En ambas pandemias virales el contagio es similar, ambos virus ingresan por pequeñas gotas a través de las vías respiratorias transmitidos por tos, estornudos o superficies contaminadas, que antes se llamaban fómites, los dos virus pandémicos causan infecciones respiratorias, los dos tipos de virus causan neumonías.
Si analizamos la respuesta social, estamos aplicando medidas de salud pública que se usan desde el siglo XIV, la cuarentena, donde los barcos esperaban con su carga y su tripulación durante 40 días, de ahí su nombre, tras los cuales se consideraba que no transmitían la peste y podían ingresar pasajeros y mercancías al puerto de destino.
En la gripe española se usaron profusamente, a lo largo y ancho del mundo, los tapabocas, la autoridad sanitaria colombiana en 1918 recomendó usar la milenaria quinina, el famoso polvo de los jesuitas, que hoy recomienda a sus fieles el presidente Donald Trump con las inyecciones de desinfectante, mientras se empeña en negar la pandemia.
Recomendaban también en 1918 para combatir la gripe el aislamiento de los ancianos, de los niños y de los enfermos respiratorios, que fueron aislados como hoy lo son los viejos y los enfermos respiratorios o con cáncer, o los que padecen otras enfermedades crónicas; también recomendaban la desinfección de la boca y de la nariz con soluciones yodadas y lavarse las manos; abrigar a los afiebrados enfermos y darles infusiones calientes, a los agripados de 1918 les gustaba consumir brandy con leche.
Las ciudades por la pandemia de gripe hace 100 años se paralizaron como se vaciaron hoy. La ciudad colapsó. Era octubre y llovía. Las oficinas públicas, los colegios, la universidad, las chicherías, teatros e iglesias estaban vacías; los servicios urbanos colapsaron; la policía, el tranvía, el tren y los correos se paralizaron, porque la mayoría de las policías, operarios, curas, alumnos, profesores y empleados enfermaron, escribía un médico de la Universidad Nacional en su tesis de grado, escrita en Bogotá en 1918.
Nunca faltan los negacionistas y las teorías conspirativas. Los de la gripe de 1918 les echaron la culpa a los alemanes, a los gases de la Primera Guerra y a la aspirina. Hoy los chinos son acusados por los conspiracionistas de fabricar el coronavirus en un laboratorio. Las dos pandemias empezaron por la negación y terminarán en el olvido. La intersección divina poco a poco declina. Cuarenta años de neoliberalismo globalizador con débiles y privatizados sistemas de salud son tierra fértil para la difusión de un virus real en este mundo virtual. Esta pandemia, que aún no es historia, empezó como todas por la negación, pasará esta vez por contención, mitigación, supresión y desescalada, y terminará, como todas, en el olvido y en la convivencia del coronavirus SARS-CoV-2 con el Homo sapiens, especie que solo ha erradicado una enfermedad pandémica en su historia, la viruela, al ponerse de acuerdo todos los países del mundo para tomar medidas conjuntas de salud pública.
*Historiador de la medicina en Tunja, director del Grupo de Investigación Historia de la Salud en Boyacá de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.
**Una versión resumida de este artículo fue publicada en la “Revista Facultad Nacional de Salud Pública” de la UdeA.