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¿La astrología ha sido decisiva en las guerras?

La astrología ha intervenido en la historia, la mitología y la religión de todos los pueblos; también ha sido decisiva en las guerras.

Por Mauricio Puerta
23 de septiembre de 2024
La astrología ha intervenido en la historia, la mitología y la religión de todos los pueblos; también ha sido decisiva en las guerras.
Fotografía por: IA Bing

Mirar arriba es observar el misterio insondable dentro de nosotros mismos. “El reino de los cielos está dentro de vosotros”, dijo alguien por ahí. Las deidades eran estrellas luminosas y planetas que andaban por el firmamento sumerio, persa, egipcio, griego, chino, maya... entrando y saliendo en el horizonte de tal o cual paisaje; como si la Tierra fuera la gradería teatral desde donde el público observaba, y aún observa, su actuación en determinado escenario. Desde entonces, los actores estelares influyen en los espectadores de una manera emocional, espiritual, dramática y hasta mortal.

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Mucha gente, crea en ello o no, abre una revista o un periódico cualquiera para saber en cuál de ellos está escrito su horóscopo del día. Las revistas de fin de año se venden más porque traen “lo que dicen los astros para el año nuevo”. No sé si para la psicología actual dichas lecturas tengan la misma influencia que para los antiguos tuvieron las observaciones astrales y su designio fatalista, pero todas las creencias sobrenaturales están teñidas con restos de creencias astrológicas.

“Todos tenemos un libreto, la Iglesia  nos ocultó eso porque no le conviene  que nos  conectemos a este. Nos hizo creer que necesitamos a un intermediario”: Mauricio Puerta.

“Todos tenemos un libreto, la Iglesia nos ocultó eso porque no le conviene que nos conectemos a este. Nos hizo creer que necesitamos a un intermediario”: Mauricio Puerta.

Fotografía por: Leonardo Sánchez

Mauricio Puerta y su visión de la astrología antigua

El misterio como tal ha sido fundamental tanto para el Zinjántropo Pekinensis, el hombre de Java, y el Neanderthal, como para usted o para mí, así como la relación existente entre el cielo y la Tierra bajo unos ciclos de los cuales siempre ha dependido la humanidad. Es por tal motivo que siempre ha habido que mantener contentos a los dioses para que se manifieste su sabia voluntad así en la Tierra como se hace o está escrita en el cielo. Y así, entonces, los dioses se mantienen contentos con ofrendas, limosnas, misas, modos de ser Fotos realizadas con motor de IA Bing. o sufrimientos personales.

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Y para ello había que observar (astronomía) y comprender (astrología) los ciclos estelares, con el fin de saber, según lo que iba ocurriendo allá “arriba”, que debía suceder acá “abajo” sobre esta Tierra en la cual no somos más que una delgada película orgánica que depende de dichos ciclos superiores. La vida de la humanidad, entonces, comenzó a sostenerse en esta observación y comprensión estelar diaria y nocturna, y así fueron naciendo los mitos como una buena herramienta para que el pueblo no olvidara lo comprendido. Por eso la primavera y el verano griegos (Aries y Cáncer del hemisferio norte) los traía Perséfone cuando estaba al lado de su madre Deméter; y el otoño y el invierno (Libra y Capricornio) cuando la dejaba llorando sola para regresar al submundo al lado de Hades, su tío y esposo.

Como para los antiguos todo tenía vida (el animismo) no había nada muerto; si sobre y bajo cielo, tierra y agua todo estaba vivo, entonces no había que atraer su ira: la ira de los dioses. Para los griegos hasta sus armas tenían alma. Y, obviamente, la muerte también tenía vida. De alguna manera el vivo se ha muerto, pero continúa ahí… por ahí, como Inanna, Perséfone o Eurídice en el inframundo. No las vemos, pero por ahí andarán esperando volver en la primavera, como Perséfone, al inicio de una nueva etapa de la vida sobre la Tierra.

En algún momento comprendimos que debíamos someternos, porque dependíamos de ellos, a los ciclos naturales que había a nuestro alrededor, como fuerzas superiores que guiaban nuestro devenir humano. El destino lo marcan dichos ciclos siderales, cualquiera que estos fueran: celestial, terrenal, agrícola o humano. Y así, la cosa se fue complicando porque fueron naciendo los cultos a unas entidades y seres misteriosos que comenzaron siendo sospechosamente humanos, pero que habitaban en el cielo, en el éter, en la naturaleza, debajo de la tierra y en el agua, y a los cuales, además, había que mantener, repito, satisfechos. ¿Y quién más podía hacerlo que alguien especializado en ello? Y desde aquel tiempo fueron naciendo el brujo, el chamán, el sacerdote, el profeta, el mesías, el obispo, el papa, el astrólogo, el científico… Cada uno de ellos fue apareciendo como el mediador entre el cielo y la Tierra; para que la voluntad divina, obviamente interpretada por cada uno de ellos, se cumpliera sobre la Tierra.

De este tipo de personajes y oficios comenzó a depender la vida espiritual, mística, religiosa y científica de la comunidad, así como las épocas de caza, agricultura y aun hasta las de procrear. ¿No es el obispo católico quien, ungido por Dios, intercede ante los fieles con el espíritu divino? He ahí el poderoso cuerpo sacerdotal actual, naciendo cientos de miles de años atrás en alguna profunda garganta entre las ardientes arenas de Etiopía, por ejemplo.

Por Mauricio Puerta

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