
Blanca Cano, la guardiana ecológica de Cartagena
Saliendo de Cartagena hacia el complejo industrial de Mamonal y Pasacaballos, a mano derecha se encuentra la entrada al popular barrio Policarpa, una de las tantas zonas subnormales que tiene la Heroica y en cuyas calles polvorientas pululan los niños de todas las edades buscando alguna ocupación. Ese riesgo, el de la posibilidad de que esos niños caigan en los hoyos profundos de la droga o la delincuencia, hizo que Blanca Cano creara una escuela ecológica en la que todos los fines de semana unos 500 niños se concentran para aprender a sembrar y a reciclar.
Quienes se enteran de su iniciativa no dudan en ayudar y estimular a Blanca, como lo hizo hace unos meses una empresa de petróleos, que le regaló camisetas para sus niños, estampadas en la espalda con el orgulloso título de «Guardián ecológico», es decir, aquel que pone en práctica la teoría de las cuatro erres: reciclar, reducir, reutilizar y recuperar. Blanca le ha añadido a la misión una quinta: reforestar.
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Su capacidad para hacer tres y cuatro cosas al tiempo sorprende. Al camarógrafo le cuesta trabajo seguirla en cada actividad. En una esquina se encuentra con las madres de algunos niños que se encargan de cocinar el almuerzo colectivo; luego va a un lote donde les entrega a los niños las botellas plásticas con las que hacen pagodas o adornos de navidad; al mismo tiempo, dirige al grupo de jóvenes que se encargan, con su supervisión, de recoger las decenas de botellas para reciclar, que los vecinos guardaron durante toda la semana.
A media mañana, Blanca se sienta con unos treinta niños que, luego de llenar con tierra bolsas para leche, siembran semillas de guanábana, níspero y aguacate. La profe sostiene que sembrar un árbol en el barrio Policarpa no solo garantiza alimento y oxígeno; también es la manera de asegurar una buena porción de sombra bajo la cual, además, se pueda guindar una hamaca cuando pasen los años.
En medio de ese corre-corre de niños, el señor Díaz saca de su casa su picó, ese gigantesco armario de sonido que llama «la sabrosura esterio» para que Blanca tome el micrófono y dicte su clase, o dé una indicación después de escuchar el Rastastás, una champeta o un vallenato.
Justo cuando Díaz me contaba que el barrio ya no se inunda gracias a las jornadas de limpieza que organizan los guardianes ecológicos, sonó un estruendo que paralizó el barrio. Pasaron unos segundos y todos comenzaron a correr hacia una esquina. La primera en la fila era Blanca, que también es la jefa del Comité de Emergencias del Barrio. Un vecino que el día anterior nos había acompañado en el recorrido por las calles de Policarpa, quiso resolverle un problema de luz a una vecina, se subió al poste y, por error, tomó un cable de alta tensión y provocó una descarga que lo tiró al piso. Un mes después del accidente el señor moriría por las quemaduras.
Blanca también lidera un grupo de teatro infantil que lleva a las escuelas y colegios de la zona una puesta en escena de diez minutos en la que los niños evidencian la importancia de proteger el agua. «El agua también es vida; luego de ver el drama de zonas como la Guajira, hay que enseñarles a estos niños que el agua se agota y hay que ahorrar», señala la profesora.
Esta es Blanca Cano, una mujer que, además de todo lo que hace, estudia Gestión ambiental en una escuela cercana a su casa, y atiende a su esposo y a sus tres hijos, que son, por supuesto, los primeros guardianes ecológicos de Policarpa.