Cinco películas de terror que mi mamá se imagina cuando fumo marihuana

Todos los escenarios son preocupantes e inciertos. En ninguno hay historias que reflejen una convivencia sana y funcional con la yerba. A sus 73 años, las drogas siguen siendo lo peor que le puede pasar a una familia.

Por Carlos Torres
10 de agosto de 2018
Ghost in haunted house
Fotografía por: chainatp
Getty Images

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Fotografía por: chainatp

Las películas están hechas del puño y letra de su inagotable imaginación, lo que convierten a mamá en una interesante propuesta de la ficción colombiana.  

¿Cómo surgieron? Fuimos a almorzar a un restaurante y puse el tema sobre la mesa. Sus obras se remontan a mis días como universitario, al barrio en el que creció y hasta Medio Oriente. En algunas yo, su hijo, soy el protagonista. 

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Primera película: un grupo de civiles armados hasta los dientes rodean un edificio sin pintar, en obra negra, por cuyas ventanas solo se ve una densa oscuridad. A través de ellas salen gritos de personas que podrían estar secuestradas o siendo torturadas. Hasta esa edificación llego yo, caminando, vestido de modo informal, limpio, cualquiera diría que estoy perdido y debo dar inmediata marcha atrás, sigiloso, para que los hombres armados no me vean. Lo que nadie sabe es que estoy en ese lugar porque estoy buscando marihuana y el vendedor, un pillo poderoso y temible, tiene un esquema de seguridad digno de Osama Bin Laden en un barrio de Oriente Medio. Hasta allá, muchacho arriesgado, voy yo, a buscar la droga que me tiene convertido en un adicto sin reversa. Así es que la consigo.

Segunda película: en Cali siete millones trescientos vale un semestre en una reconocida universidad privada. El hijo se matricula en la carrera de comunicación. La mamá corre con los gastos: los siete millones, el transporte, la comida y las fotocopias. Su amor es tan grande como su miedo. Sabe de casos en que hijos universitarios no van a clase por estar metiéndose un cacho en el río Pance, que justamente queda cerca de la universidad. La mamá quiere tener acceso a las notas de las materias, ingresar al sistema, porque qué tal que su muchacho esté perdido en los alucinógenos, que los ahorros semanales los destine a adquirir yerba o llegue al punto de estar vendiendo sus pertenencias con tal de comprar más y más, no vaya a ser que se le acabe (También le puede interesar Mamá, te confieso: fumo marihuana y es hora de que lo sepas).

Para esta mamá, aquel que fuma marihuana no es capaz de tener una vida académica estable, porque la maldita marihuana arroja a cualquiera al abismo.

Tercera:  el hijo de 20 años es un mal ser humano, porque todo lo que se esforzó la mamá por educarlo con valores católicos para que ande por ahí fumando marihuana. No es justo con ella, el día que descubre pedazos de marihuana en los jeanes del hijo, lo empieza a ver como un tipo enfermo de la cabeza que debe ingresar pronto (¡ya!) a rehabilitación. “¿Por qué a mí?”, se pregunta la mamá, mirando al cielo, victimizándose ante su ser supremo.

Ahora, para ella  su hijo es una especie de inadaptado social, un peligro andante, un ciudadano que terminará perdido si no hay oportuna reacción.

Cuarta: lo primero que piensa cuando su hijo le dice que tiene una fiesta es en cómo esculcar los bolsillos de su jean y en oler la camiseta, al otro día. Si pudiera escudriñar en el celular, sería perfecto.  Con tanto peligro en la calle, en las discotecas, en el mundo... El riesgo en su juventud era llegar borracho a la casa, ojalá hoy ese fuera el peligro y no una sobredosis de droga.

Para la mamá, si el hijo se despierta y no presenta síntoma de guayabo, significa que estuvo consumiendo cosas raras. Ojalá el presidente Uribe e Iván Duque penalicen la tal dosis mínima, dice la mamá en la sala de la casa, a las 11 am del sábado, mientras el hijo duerme.

Quinta: un grupo de hombres, de pie en una esquina, con gorras puestas, de visera larga, hablan susurrando, como ocultando algo. No se les ven los ojos, son todos muy flacos, están en ropa deportiva, por si en el momento menos pensado deben salir corriendo. Los vecinos evitan pasar por la acera en la que están parados. El olor a marihuana es intenso, penetrante, capaz de poner alucinar incluso a los que están cerca. Así son ellos en el día, en la noche son otra cosa. La energía con la que salen a atracar y a matar se las da toda esa maldita droga. Mamá se imagina un rostro sombrío, seco, lleno de ojeras, la nariz sucia, los dientes amarillos y sucios de algo blanco. El muchacho que está oculto bajo la gorra soy yo. ¡Su hijo!

Por Carlos Torres

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